El cuerpo se hace presente en la
medida en la que va desapareciendo. Mientras anda, come, respira, digiere,
eyacula, y realiza todas las funciones que se le suponen, a menudo pasa
desapercibido para nosotros, transcurre el tiempo y no nos detenemos a pensar
en él, no se posa en él nuestra mirada. Sin embargo, desde el momento en el que
su maquinaria comienza a fallar para irse deteniendo poco a poco es cuando
realmente hace acto de presencia y nos ocupa nuestra atención la mayor parte
del tiempo de nuestra vigilia y se convierte en el principal motivo de nuestras
pesadillas.
Cuando llega un momento así se
siente uno indefenso, a merced del otro. De nuevo vuelve uno a ser el niño
aquel que se dejaba hacer para que fuera tu madre la que llevara la iniciativa,
la que te desnudaba, lavaba y vestía mientras te recitaba “bendita sea tu
pureza y eternamente lo sea pues todo un Dios se recrea en tan graciosa
belleza”. Ya no hay pureza, ya no hay belleza, el cuerpo se encuentra ajado, ha
habido un deterioro rápido que lo ha vuelto mustio, triste, deslucido,
marchito. Uno en la madurez recupera sensaciones y emociones de esa infancia y
entonces junto a esa decadencia es capaz de incorporar recuerdos placenteros y
disfrutar de ellos en este presente.
Siento como después de ducharme
me arropan cuidadosamente con la toalla para que no coja frío y me viene a la
memoria aquel niño pequeño en el cuarto de baño de su casa, feliz viendo pasar
el tiempo sin más. Noto el masajear de unas manos sobre mi espalda extendiendo
la crema para evitar que mi piel se estropee. Desnudo me encuentro en esas
manos sintiendo que la vida ha dado un giro y que yo, ahora, soy niño y abuelo
a la vez, soy padre e hijo, vida y muerte, alfa y omega. En un bosque de
tristezas gozo de esos momentos de luz y, por ello, me siento afortunado. Soy
cuerpo limitado pero cuerpo querido, cuerpo que se aleja a la deriva hacia su
final percibiendo a la vez como la vida continúa y ese seguir va en la misma
piel que parece marchase. Voy dejando sueños a mi espalda para que alguien, si
quiere, mañana me siga el rastro.
Tu fuerte experiencia nos ayuda a otros a entender mejor algunas nuevas sensaciones. Gracias por esa mística de diario. Jesús
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