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viernes, 30 de diciembre de 2016

LA PELEA




He vuelto a visionar la película “la leyenda de indomable” de Stuart Rosenberg, 1967, y en ella la pelea que tienen Luke (Paul Newman) y Dragline (George Kennedy), una pelea perdida de antemano para el primero pero que insiste en continuar por simple cabezonería antes que admitir que no puede más y se rinde. Quien quiera ver esa pelea puede hacerlo en el video que hay al principio. Sacó a colación esta escena pues me veo embarcado en una pelea similar. Una enfermedad crónica y degenerativa puede llegar a ser (afortunadamente, en el menor de los casos) una pelea así. En un boxeo reglamentado cuando uno de los púgiles recibe un golpe que lo lleva a la lona el árbitro para el combate y cuenta hasta diez para dar tiempo al caído a recuperarse y levantarse, si no es así detiene el combate. Imaginemos que el árbitro no hiciera eso, que el púgil dominador continuará golpeando y golpeando al caído sin que nadie parara esa pelea. ¿Qué ocurriría? ¿Cómo terminaría el ya derrotado? A veces siento que mi vida se encuentra en una situación similar y yo no nací para la pelea pero tengo que seguir y seguir y seguir y el cansancio llega. La lucha continúa pero nadie puede tirar la toalla y yo me veo obligado a continuar. Es tanto lo que cuesta levantarse de la lona cuando además sabes que inmediatamente recibirás un nuevo puñetazo. Sabes que fuera del cuadrilátero hay una serie de personas que están sufriendo contigo la paliza que estás recibiendo pero que no pueden hacer nada para detenerla y has de levantarte por ti y por ellos, aunque te cueste mantenerte en pie, aunque no sepas ya dónde está tu contrincante, aunque tus puñetazos vayan al aire. Continuas, continuas, continuas, hasta que ese contrincante termine sacándote a hombros, no precisamente para ser vitoreado. La pelea ha dejado huella también en el público que parte de él se ha marchado y el que queda esta en silencio. Tú, con la cara ensangrentada y llena de golpes aún intentas esbozar una sonrisa mientras eres sacado del ring.

martes, 20 de diciembre de 2016

140 CARACTERES



 
Pensar no está de moda, ahora lo que se lleva es el pensamiento rápido y breve, que quepa en 140 caracteres. Si alguien quiere estar presente en los medios de comunicación tiene que pasar por ahí, pensamientos leves, posverdades, en los que, fundamentalmente, se mueven las emociones, pensamientos casi intuitivos que casi no suponen esfuerzo. Eso es lo que hay que ofrecer, ideas simples, primarias, fácilmente digeribles y retuiteables. El éxito se encuentra ahí, no sólo en el consumo de esas ideas, sino, más aún, en la adquisición del modo de pensar. No gastemos tiempo en ello, que no nos suponga esfuerzo alguno, que no nos cuestione ningún aspecto de nuestra vida, construyamos nuestra cámara de eco en la que podamos vivir cómodamente. La racionalidad es lenta, pesa, molesta, a veces duele, huyamos de ella. Demos la bienvenida a los tuit, limitemos nuestro programa a los 140 caracteres, reduzcamos a ellos las verdades, apliquémosles la cirugía plástica necesaria para que quepan en ellos, maquillémoslos para que su presentación  sea la adecuada. Pensemos con las vísceras, siempre en 140 caracteres, censuremos aquello que entorpece el eco, midamos, cortemos, borremos todo lo que aburra; encasillemos la política en ellos, caben las vísceras pero no la razón, sí las emociones que se regurgitan pero no las que nos hacen parar y templar. Que hastío una vida con más caracteres.

jueves, 15 de diciembre de 2016

LA MOTO




Un ángulo recto puede llegar a ser más que una simple cuestión matemática. Dos rectas que se encuentran en un punto formando entre las dos un ángulo de 90°. Ese punto, el vértice, podemos situarlo en múltiples lugares: el blanco de un papel, las paredes de una habitación, los ángulos de un mueble, la esquina de una acera, el centro de una calzada. Situemos a un niño en la acera, es la hora de entrada al colegio y éste se encuentra justamente enfrente. Se trata de un niño pequeño, pongamos de unos seis o siete años, su hermana lo ha dejado ahí, a la espera de su vuelta mientras ella compra algunas golosinas. El niño tenía la obligación de esperarla, pero la tentación es muy grande, la puerta del colegio se encuentra solo a unos pasos, basta una carrera para llegar a ella. Estamos en los años 60, en una capital de provincia menor en la que apenas, por entonces, había tráfico; el niño sólo tenía que trazar a la carrera una pequeña línea recta. Recuerdo que es un niño pequeño, al que le puede más la tentación que la razón, no sabe mirar a la derecha y a la izquierda con la suficiente frialdad y rigor. El niño decidirá trazar esa línea recta a la carrera sin darse cuenta (realmente no lo sabemos con certeza pues ese momento no quedó recogido en su memoria) que a su derecha, más lejos de lo que se encuentra él, una moto viene a su encuentro, trazando otra línea recta que junto a la del niño establecerán el vértice de un ángulo recto. Físicamente el niño será el peor parado pues la moto le golpeará en la cabeza produciéndole una importante lesión, el motorista será sujeto del pánico, fue el niño el que se le echó encima. Fue un vértice dramático que cambió una vida. Ese niño era yo. Ese golpe me cambió la vida.

A partir de ese momento fui el niño del milagro. Nadie daba un duro por mí, la cabeza me quedó deformada, entonces resultaba difícil calibrar las consecuencias futuras de aquel golpe. Salí hacia delante, afortunadamente la moto no afectó a mi inteligencia pero sí lo hizo a mi memoria. Borró de ella aquellos años y quedó mermada para siempre. Me quedó un enorme cicatriz en el cerebro que solo la moderna resonancia pudo reflejar claramente. Mi inteligencia pareció desde entonces un buen motor casi sin gasolina, al que había que rellenar casi constantemente. ¿Cómo habría sido mi vida sin aquel atropello? Las respuestas únicamente serán meras hipótesis imposibles de comprobar. Quién sabe que habría hecho y hasta dónde habría llegado, qué habría alcanzado o a qué abismos me habría precipitado. Sólo sé como ha sido mi vida, esta vida, y cuáles han sido sus frutos, esos frutos hechos personas: mi mujer y mis hijos, los que con total seguridad no estarían aquí conmigo sin esa moto. Su conductor me hizo un favor aunque todos lo desconocieran en ese momento. No puedo imaginar otra vida sin esos frutos, sin ese sentido; ni puedo, ni quiero imaginar una vida sin ellos y cualquier imaginación me privaría de los mismos. En cada momento se abre un mañana diferente y el dolor que puede acompañar ese instante puede que en el futuro te sientas agradecido a él. Hoy son tantos los recuerdos que he sido incapaz de retener y es tan estrecha la síntesis de conocimiento con la que me he de manejar, tanto el que se ha evaporado. Esta es mi vida hoy, este mi presente en el que a duras penas sobrevivo sabiendo que es necesario hacerlo mirando hacia atrás sin resquemor, haciendo las paces con el pasado; sólo es posible avanzar en el futuro si hacemos las paces con el pasado. Puedo imaginar otra vida en la que yo alcance grandes objetivos (teóricos), suba muchos escalones hacia la cima (¿qué me esperaría en ella?), otra vida en la que personas diferentes me acompañarían, pero qué sería de mí sin ellos. Solo los tropiezos y los momentos de dolor, los exactos y concretos momentos de dolor, me han llevado hasta ahí, hasta las personas que quiero y que me han hecho, las personas que dan sentido a mi vida y que incluso pueden dar sentido a la pérdida de esa vida.

En una cadena nunca sabes cual será el siguiente eslabón, en los cruces con los que te encuentras en la vida raramente sabes hacia donde te llevarán y en qué circunstancias te vas a ver envuelto en el camino; cuando caes, al levantarte ya no eres el mismo que eras antes de la caída, si te empujan no sabes si ese empujón te hará llegar más lejos o te hará trastabillar, la persona a la que te unes nunca sabes en un principio si ha llegado para completarte o en el mañana estará arrancándote pedazos, si bajo el estiércol encontrarás un tesoro o si lo que tú consideras una alhaja esconde un garrote vil. En el azar que supone la vida puede que lo que mayormente tengas que agradecer se lo debas en su inicio a una moto.



miércoles, 30 de noviembre de 2016

LA FEMINIZACIÓN DE LA POLÍTICA


Pablo Iglesias no es santo de mi devoción pero me siento en la obligación de salir en su defensa ya que considero que la reflexión que ha hecho acerca de la necesidad de feminización de la política es acertada, lamentablemente es algo de lo que no se habla ya que no se valora en absoluto y, por lo tanto, no se reflexiona sobre ello. Decir algo así en una organización política o sindical es como hablar del sexo de los ángeles, como filosofar alegremente para nada, dicho eso si pasa turno y el órgano correspondiente se dedica a tratar temas más importantes. Quizás no sea Pablo Iglesias el más adecuado para tratar ese tema en la medida en que parece poco representativo de esa idea de feminización, es agresivo, dominante y, por lo tanto, con un perfil claramente varonil pero sea así o no, la reflexión es muy interesante. Lógicamente los medios y el resto de los partidos se le han echado encima en el intento de hacer sangre bien por interés partidista o por simple ignorancia o mediocridad. La cuestión merece algunas puntualizaciones.
La primera de ellas es que conviene escuchar todo lo que dijo. En el video de arriba hay ocasión para hacerlo y poder juzgar por uno mismo.
En ningún momento rechaza como válida la incorporación de la mujer en las listas electorales y en los cargos directivos de partidos o empresas. Al contrario, subraya la importancia de ello pero considera que esto no es suficiente, y lleva razón, ahora mismo la incorporación de la mujer a la política es la incorporación a una organización claramente machista, para actuar en ella la mujer se ve en la necesidad de adoptar un perfil varonil. En política no vale todo lo que se pueda considerar blando o sensible, todo aquello que ponga por delante la persona al dogma. La mujer ocupa un espacio allí no para actuar como tal, sino para ser uno más de ellos.
Plantea que la feminización tiene que ver con la forma de construcción de lo político, así es. La feminización de la política, viene a decir, es hacer comunidad y esa comunidad sólo es posible hacerla desde la base, desde la más estricta realidad. Cuando se habla de casta política lo que se quiere resaltar es la distancia generada entre el quehacer político, que es fundamentalmente institucional y esa realidad. Hacer comunidad es, de alguna manera, hacer familia, incorporar lo emocional e incluso los afectos a ese quehacer político, y para hacer familia es absolutamente necesaria la incorporación de la mujer a ese proceso en la medida en que el hombre, históricamente, se ha desentendido del mismo. El cuidado tiene que hacer referencia fundamental al débil, a aquel del que las altas instancias parecen haberse desentendido. Esta feminización exige tres cuestiones, la primera de ellas la incorporación de la mujer a la política; la segunda la feminización del hombre, que incorpore en su persona los rasgos necesarios para ese proceso y abandone aquellos que tradicionalmente ha llevado consigo y que sólo han producido ruptura y dolor; la tercera y absolutamente fundamental el cambio en el modo de hacer política, que la actuación mayor de una organización se realice en la base y con la gente más necesitada, sea cual sea su raza, nacionalidad o religión. El trabajo en las instituciones sólo debería de ser una parte menor de los partidos y un trabajo limitado en el tiempo para evitar la encastización de los políticos. Lo deseable sería un camino de ida y vuelta que supusiera una retroalimentación. La política, a menudo, sólo parece un espectáculo de señoritos del que la gente se encuentra cada vez más alejada. Esta feminización supone conflicto pues al mismo tiempo que se construye es necesario de construir y en esos dos ámbitos encontramos personas muy a menudo encastilladas allí, que de ninguna manera están dispuestas a perder los modos y estructuras con los que han trabajado y han tocado poder. Se trata de incorporar a la vida política una idea del feminismo de los 60 que a algunos les genera risa y es afirmar que lo personal es político, que estamos haciendo política desde el lugar más íntimo y que esta idea nos cuestiona a nosotros y a la vez cuestiona las estructuras en las que nos manejamos y las formas en cómo lo hacemos. La forma es también el fondo y el medio también es el mensaje.
Uno de los aspectos que más se le han criticado es la identificación de la mujer con el papel de madre y con la función del cuidado. Criticar esto es un sin sentido. Si de algo puede estar orgullosa la mujer es de su papel de madre y de su función de cuidado, si de algo debe avergonzarse el hombre es de su desentendimiento de esa función. Cuidar ha de ser un principio profundamente asumido por toda persona que quiera dedicarse a la política. El cuidado ha de ser el de los más débiles y una tarea de la política debería de ser sacar todo el cuidado posible de la intimidad del hogar donde en el silencio y la privacidad queda en manos de la mujer atrapada muchas veces en ese papel. El hombre escala a las alturas, se cuelga medallas y se hace aparecer como el sexo fuerte e importante de la sociedad, mientras tanto la mujer se mantiene escondida en esa oscuridad del hogar. Recuerdo un texto que escribí hace tiempo y que ahora mismo viene como anillo al dedo, lo escribí a propósito de la lectura de El hombre en busca de sentidode Viktor Frankl, psiquiatra, en él narra su experiencia en los campos de concentración y hay un pasaje en el que dice que “los mejores de entre nosotros no regresaron de los campos”, fueron aquellos que murieron allí a causa de su sentido de la vida, murieron por solidaridad, por defender a un compañero, por ocupar el lugar de otro, por negarse a cumplir una orden… Es decir, “sobrevivieron aquellos que se endurecieron, los que perdieron los escrúpulos, los que utilizaron cualquier medio con tal de salvarse. Del mismo modo, las mejores de entre las personas cuidadoras fueron ganadas para el enfermo pero, de alguna manera, las perdió la sociedad. Esos esfuerzos sin medida no son compatibles con la vida pública y, a menudo, tampoco lo son con la vida laboral. Las mejores personas se encuentran concentradas en las grandes causas pequeñas, hablan poco y hacen mucho, representan el silencio en una sociedad en la que la saturación de palabras hace que estas pierdan su sentido, pueden permanecer ocultas pero serán las imprescindibles en una sociedad nueva.” Las mujeres callan y hacen, los hombres, a menudo, hablan mucho pero no hacen. La denuncia de un patriarcado como causa de la injusta sociedad que padecemos implica necesariamente la existencia de un matriarcado alternativo que ha de ofrecer nuevos valores, maneras y realidades.
Por una vez he de defender a Pablo Iglesias, aunque me hubiera gustado que ese mensaje lo transmitiera de un modo más tranquilo y reposado. Es necesario que busque en su interior con detenimiento su lado femenino, y es necesario que lo haga como es necesario que lo hagamos cada uno de nosotros.


martes, 29 de noviembre de 2016

EL PAPEL DE MI VIDA




He pasado buena parte de mi vida huyendo de mí, fracasando en mi construcción. Aquellos años de juventud esperando la llegada del futuro, aguardando el papel de mi vida. La escuela, que me dejó tantos interrogantes, de la que recibí mucho más de lo que yo le di a ella, donde mi personaje a veces era creíble pero donde me contemplé tantos espacios de fuga, un Jesús de inútiles sueños siendo derrotado por la realidad. No pude aceptar el papel que representaba allí pues me sentí embaucador de lo que pretendía ser y no era. Siempre unos puntos suspensivos. Hoy miro atrás y sigo sin comprender por qué he recibido tanto, llanto de gratitud y de petición de perdón. Allí, para mí, pude haber sido pero no fui. No sé bien realmente qué es lo que fui ni cómo agradecer los gestos que me han regalado. Años que hoy siento desperdiciados para haberme sentido yo, el hombre realizado que me pude sentir en algunos momentos, pero cuando despertaba del sueño seguía viéndome frustrado, malogrado el intento de ser yo, de estar desempeñando el papel de mi vida, pues seguía manteniéndome a la espera, eterno insatisfecho, privado de una calma en la que pudiera estar en paz conmigo mismo, consciente de estar en lo que era mi lugar en el mundo. Eterno insatisfecho, en permanente descontento con lo que podía hacer y no hacía, con lo que podía ser y no era. Y, sin embargo, muchos me podrán decir que allí estuvieron mis mejores años, aquellos en los que dejé mi mejor recuerdo, pero yo no di todo lo que podía haber dado, sólo puedo agradecer lo que injustamente he recibido.

También hubo un tiempo en mi vida en el que esa vida laboral sufrió un paréntesis, pues esto fue como poco lo que ha de llamarse vida sindical, una desafortunadamente llamada liberación. Ese no era mi lugar, así lo sentí antes y durante aquellos años que no fueron de paseo. El auténtico problema no estaba en la organización, estaba en mí, iguales dificultades o mayores hubiera encontrado en cualquier otro sitio. Puedo parecer lo contrario pero nunca he sido un hombre disciplinado y la incomodidad es grande cuando te ves forzado a hablar en nombre de otros. La libertad de pensamiento difícilmente es practicable en una organización social y no digamos de la libertad de opinión y manifestación pública de esa opinión. Pero repito, el problema fundamental estaba en mí, nunca pude decir que me sentí engañado y como dije en el párrafo anterior, quizás recibí más de lo que di, en la balanza final me quedaron afectos para siempre e incluso, conociéndome, confiaron en mí posiciones que nunca tendrían la garantía de que fueran de su gusto. Llegado a este punto uno empieza a pensar que el papel de tu vida raramente te llega sino que eres tú el que te lo has de construir. Algunos lo pueden tener fácil pues es notoria su capacidad para mimetizarse con el entorno, para otros es algo más difícil convencidos de que la realidad es poliédrica y de que en el grupo se puede generar un pensamiento que termina desarrollándose dentro de una cámara de eco en la que solo se oye lo que se quiere oír. Esta actitud no facilita la convivencia.

El tiempo pasa y nunca sabes lo que te depara el mañana, has crecido convencido de un futuro que de golpe y porrazo puede desaparecer y así ocurrió, una enfermedad en la que nadie piensa, siempre convencidos de que el mañana será un presente mejorado, hizo su aparición y como elefante en cacharrería todo lo derribó, lo trastocó y rompió. En unos años aquel que soñó de joven con comerse el mundo (iluso él) asistía a las dentelladas de una vida que ni siquiera se le había pasado por la cabeza. Deprisa (siempre mucho más deprisa de lo deseado) se fue quedando atrás y agotado de esa vida en carrera necesitó una silla en la que descansar y personas a su alrededor que cada día hubieron de tener más protagonismo sobre él. El papel que él soñaba le estaba reservado (que necesidad de autoengaño tiene el hombre) de pronto desapareció y quedó desnudo, era tan escaso el escenario y pequeño el texto que se le había reservado. Las candilejas se fueron apagando y el cañón que le enfocaba sólo ponía de manifiesto la oscuridad que le rodeaba. Pero la oscuridad se fue disipando y él se encontró en una paradoja que difícilmente hubiera sido capaz de imaginar: quizás ese era el papel que le aguardaba en su vida y el que le exigiría dar todo de sí. Sorprendentemente es mucho lo que exige la nada y no todo el mundo está capacitado para ello. La sobreactuación es fácil pero no el manejo de los detalles, de los pequeños gestos que lo dicen todo, de la palabra en su justo tono y lugar, y la representación no urge, tienes tiempo para ir perfeccionándola, corrigiendo aquello en lo que te pasaste o no llegaste, la palabra que sobró o que no dijiste, el movimiento que deseaste haber hecho y no hiciste o aquel del que luego te arrepentiste. Interiorizar el papel y hacerlo tuyo. Es grande también este destino aunque nadie sueñe con él. Quizás el mérito mayor no se encuentra en realizar bien aquello que elegiste sino aquello que te vino dado y de lo que tú, al final, también arrancaste aplausos. Un papel en el que el eterno insatisfecho, sorprendentemente, encontró la paz.


sábado, 26 de noviembre de 2016

VIOLENCIA DE GÉNERO. CON VIOLENCIA DEGENERO.



Es imposible que pase una temporada medianamente larga sin que tengamos noticias de algún episodio de violencia de género. Puedo intentar mirarlo desde la distancia. Pero no es posible. Esta violencia es ejercida sobre una persona sobre la base de su sexo o género. Estamos dos sexos, hembra y varón, y en la violencia encontramos dos papeles, sobre quién se ejerce la violencia y quien la ejerce. La realidad es inopinable, la inmensa mayoría de la violencia física que se ejerce se hace sobre la mujer y la hace el hombre. Existen dos bandos y yo, inevitablemente, me encuentro en el bando agresor. Puedo mirar hacia otro lado, puedo elaborar un bonito discurso, pero seguiré estando en el bando agresor. El problema de la violencia sobre la mujer no es cosa mayoritariamente de ésta, lo es también, en lugar muy importante, mío, nuestro, y no por solidaridad con ellas sino también porque ya es hora de intentar limpiar nuestro género. Lo que ocurre nos envilece, nos degenera.
Hombre y mujer no son dos géneros estrictamente puros, es decir sin componentes psicológicos y comportamentales el uno del otro. Encontramos, en mayor o menor grado, rasgos masculinos en la mujer y rasgos femeninos en el hombre. Mi sensación es que aquello mejor que tengo en mi se corresponde con ese componente femenino, y viceversa, aquello peor, mas duro, más hiriente, más agresivo, es claramente masculino. El ejercicio del poder físico o psíquico, la necesidad de control, el sentimiento de propiedad, han sido actitudes históricamente en manos del macho. Mía o en manos de nadie más, como yo la quiero o de ninguna otra manera, se hará lo que yo diga o nada se hará de otra forma. El sentimiento que me hará crecer a mí humillándola a ella todo lo que pueda, su cuerpo es mío y he de hacer todo lo posible para que no llegue a tomar conciencia del mismo. Yo no vivo al margen de esta realidad, hay gestos, comentarios, que parecen corroborarla. La violencia se encuentra escondida en la intimidad del hogar o en la descerebrada cabeza de algún macho. Yo no la veo hasta que no explota y pasa a engrosar el mundo de las estadísticas. Mientras tanto, el macho, presuntamente inocente, que únicamente asume el papel que socialmente le ha venido dado, duerme sobre un colchón cargado de bombas racimo. Mientras tanto yo también duermo tranquilo satisfecho en mi papel de hombre de hoy, sin carga de prejuicios.
Es violencia el asesinato, como lo es toda agresión física por pequeño que parezca, como lo es el insulto, el desprecio, la humillación, incluso el silencio que ignora, que ningunea. Es violencia la complicidad que calla, que oculta, que mira hacia otro lado, que pretende esconder nuestra cobardía y miseria. Es violencia las palabras pretendidamente inocentes que ríen, se burlan, agreden y construyen con nuestra colaboración los cimientos de un perfil donde el macho se reserva el poder para sí, que abonan el campo donde crecerá, cuando nos hayamos marchado y creeremos limpias nuestras manos, la microviolencia y, más allá, la planta carnívora de lo macro y nos escandalizará cuando una vez más lo contemplemos en televisión, aquello que creemos sentir tan alejado de nosotros. ¿Cuál ha de ser nuestro papel? Aislar, denunciar, enfrentarnos si es necesario y reconstruirnos, sacudirnos el polvo mefistofélico del hombre arcaico que se aferra al poder y a la dominación, del animal carnívoro que necesita devorar para sentirse vivo, que detesta la civilización que lo hace frágil pero más humano. Ya va siendo hora de desmontar el patriarcado y darle a ella el espacio que le debemos; ha de ser nuestra tarea. Ya es hora de desmontar ese patriarcado en nosotros, nuestra liberación  tiene rasgos femeninos. ¿Cuándo seremos conscientes de ello?

jueves, 24 de noviembre de 2016

SUICIDIO ASISTIDO Y EUTANASIA




José Antonio Arrabal, enfermo de ELA, desea morir en el momento que él decida. La esclerosis lateral amiotrófica provoca una degeneración neuronal que va extendiendo la parálisis a toda las zonas del cuerpo excepto el cerebro. El enfermo va viendo como se paralizan sus piernas, sus manos, va viendo como va dejando de hablar, de tragar y de respirar mientras sus sentidos permanecen intactos. Literalmente asiste a su decadencia pues sus ojos la observan hasta el final y su intelecto no se ve afectado. En el plazo de unos pocos años asiste a su muerte por ahogamiento. Es una muerte segura y él es actor y espectador a la vez, pues es el protagonista del drama y al mismo tiempo contempla como su cuerpo se va desmoronando sin poder hacer nada por ello. En ese drama no está sólo, los suyos asisten impotentes a su decadencia. Una sociedad hipócrita les obliga a todos a padecer el sufrimiento que esa lenta muerte supone. Su cuerpo ha empezado a morir desde antes de ser diagnosticado, cada día un músculo va muriendo y esa pérdida supone una descarga involuntaria para él y una carga más para los demás. Una sociedad capaz de evitar el sufrimiento innecesario a sus animales le obliga a él a soportarlo hasta el final. ¿En función de qué o de quién se ha de obligar a este padecimiento? ¿Qué legislador insensible ha de decidir sobre mi vida? ¿Qué Dios ha de desear esta tortura? Es paradójico pretender alcanzar el bien mediante el mal, mediante el dolor y la angustia. Parecemos asentados sobre una sociedad un tanto esquizofrénica.
La muerte forma parte de la vida, no es su opuesto; ayudar a morir también es ayudar a vivir. Según las encuestas nos encontramos en una sociedad mayoritariamente consciente de este problema y que comprende la necesidad de regular el suicidio asistido e incluso la eutanasia, pero el miedo y los prejuicios atenazan a la clase política. La iniciativa legislativa se va demorando cada día un poco más. Siempre hay tiempo en la legislatura para ello, hasta que esta llega al final. Esta regulación parece condenada a la eterna procrastinación, siempre habrá justificación política para aplazarla por otros asuntos más agradables y menos conflictivos. El conflicto no es sino una lucha de poderes y en esa lucha el poder político siempre se arruga ante la posible presión del lobby religioso. Y en ese camino distintos José Antonio Arrabal van quedando atrás entre sufrimiento y tragedia. La mayoría de ellos son muertos anónimos que no han tenido ocasión de salir en los periódicos. Se trata de noches en vela, de silencios interminables, de estertores contabilizados en la oscuridad, de insomnio del paciente, de espasticidad, de calambres, de dolor; se trata de lágrimas y enfrentamientos, de desconcierto y rupturas, todo ello ajeno a nuestros “representantes”.
¿Por qué se me ha de obligar a contemplar mi decadencia física y las consecuencias que ella trae para los míos? ¿Por qué no puedo elegir el momento de mi final, un basta ya que establezca el tiempo para mi descanso y para el descanso de todos? La vida puede entenderse como un regalo, pero no se puede exigir que ese regalo, a partir de un momento, se vuelva contra nosotros, que vaya estrangulando lentamente mi existir. No se debe forzar a los demás a asistir a mi sufrimiento, ni a mí a asistir al suyo por muy callado que sea. Agradezco a la vida todo lo que me ha dado, mis seres queridos que me han proporcionado la felicidad, esa felicidad que tuve y tengo y que espero tener hasta el final. No es contradictorio desear poner punto y final en ese momento, antes de que esa felicidad pierda el pulso con la desgracia. Eso es lo que se ha de esperar de mí, luchar hasta el final por arrancar la sonrisa, otorgar sentido a mi vida y descargar de una pesadumbre excesiva a los demás, abandonar este mundo, si es posible, dejando un grato recuerdo inevitablemente mezclado con cierto padecer, que me recuerden sabiendo que hasta el final intenté hacerles felices, hasta el final, y que estuve dispuesto a sacrificar mi vida por ello, que agradecí ese último chiste que me dijeron entre lágrimas y caricias, que sabiendo que ese era el momento no pude despedirme de ellos con un saludo porque mis manos ya eran demasiado torpes pero sí guiñando un ojo y corriendo el telón.
No entiendo qué reproche he de recibir por ello, qué haría mal con esa decisión, no sé bien en quien residiría la maldad si en mí o en quienes, teniendo en sus manos facilitar esta salida, por prejuicios, fanatismo, miedo, comodidad o cálculos electorales, se empeñan en anteponer el sufrimiento, la tortura, a su alivio. José Antonio Arrabal tiene derecho a poder elegir el momento de su despedida sin tener que abandonar su tierra y su gente. Tenemos derecho a dirimir públicamente esta polémica, pero no a que mientras lo hacemos una persona degrade su dignidad en un sufrimiento sin sentido y su entorno se vaya ahogando también en el. Elegir una muerte digna es optar por una vida digna y por el final de ésta cuando deja de serlo.


martes, 22 de noviembre de 2016

CUERPO Y SEXUALIDAD



El sexo no es la respuesta, es la pregunta. La respuesta es  “sí”
GRAFITTI CALLEJERO

Creo que el cuerpo nunca se hace tan presente como cuando decide darte la espalda. Los problemas de sexualidad e intimidad son frecuentes en la esclerosis múltiple,  la impotencia, la disminución de la excitación, la pérdida de sensación que lleva al placer. El cuerpo te da la espalda, también el placer. El cuerpo como objeto de placer se vuelve esquivo para derivar en un objeto de sufrimiento (Cuerpo roto,/ barro seco y quebradizo,/ grietas por donde se escapa la vida.) Condenado a sublimar el instinto sexual para sobrevivir al hiperdesarrollo de la razón, a transformar los deseos en meras palabras (Te daré la palabra / pero me gustaría entregarte el cuerpo; / un cuerpo transgresor y transgredido, / un cuerpo de burdel y lenocinio, / un cuerpo de esperma y sudor, / un cuerpo que hablara con sus manos y sus pies, / un cuerpo que me reviviera, /  gritara, / llorara, / riera, / que estallara de existencia. / Y sin embargo, te daré la palabra, / la incolora, / la inodora, / la insípida palabra; / y le daré forma, / y le daré carne / y le daré sexo. / Pero me gustaría entregarte el cuerpo.). Pero el cuerpo sigue  estando ahí, no deseado pero deseando, a la espera de ser visto y tocado, niño pequeño esperando ser elegido, necesitado de sentirse vivo a través de la caricia pero también a través del dolor. Puede que desaparezca el sexo pero no la sexualidad, cada vez más silenciosa pero cada vez más urgente, anoréxica y bulímica a la vez, forzado a perder el apetito sexual y con un hambre exagerada e insaciable tras esa negación. (Soy cuerpo hambriento de caricias. / Tocadme, besadme, lamedme, sobadme. / Frágil esquife perdido a la deriva. / Mordedme, arañadme, rompedme, violadme. / Curvas sin dueño, torrente sin vía. / Cogedme, domadme, desgastadme, atrapadme. / Huérfana piel de deseo sin medida. / Rozadme, / sentidme, / queredme, / abrazadme.)  Es la dificultad o la imposibilidad para la eyaculación, para el orgasmo, es, de igual manera, la dificultad para la caricia transformada en una sensación agresiva, condenada a la necesidad de sublimar su desagrado, a concentrar el deseo en la mente. Hecho al papel activo ahora toca ser pasivo. ¿Quién quiere ser mi dueña? ¿Quién quiere jugar conmigo? (Quiero ser sólo carne, / sensaciones primarias y placenteras, / barro que moldear con las manos, / soplo, aliento vital, / enredaderas creciendo entre los cuerpos, / abrazo apasionado y sudoroso, / mirada y verbo encerrado en ella. / Se me han rebelado las palabras, / el pensamiento me ha hecho preso.) Es el cuerpo no querido que tú mismo detestas, ¿qué vida sexual será posible si yo mismo me odio? Es necesario el reencuentro contigo mismo, es lo único que está a tu alcance, consciente de que el pensamiento también forma parte de él, no es algo ajeno a los sentidos, es un potente órgano sexual. (Cuerpo repudiado, viudo de dedos, / materia moldeable, ¿quién será tu alfarero? / Barro sin más, masa informe. / ¿De qué servirán las palabras que creas? / Solo tú eres verdad, solo las huellas que en ti dejan, / las cicatrices que me han sido grabadas, los gemidos que me han arrancado. / ¿Dónde irá el humo que esparces si en ti queda el fuego que me consume? / Necesito aventar las mentiras que me cubren / hasta dejarte al descubierto certeza desconocida, / autenticidad rechazada.) Se trata de descubrir la sensualidad que se encierra en pequeños placeres, de permitirse el hedonismo a nuestro alcance (Soy un hedonista que no ejerce, / arquitecto del placer viviendo a la intemperie, / fugaz sombra de los sentidos, / reo de la razón, / exiliado en los sueños, / patrón de un barco a la deriva de todas las marejadas, / muerto deseando vivir, / vivo deseando morir.) Puedes resignarte a la renuncia o también atreverte, si puedes, a experimentar nuevas prácticas, incluidas la que bordean la perversión. El concepto perversión se encuentra cargado de mucha moralina. ¿Qué es lo pervertido sino lo que daña al otro o a ti mismo? ¿Pero es el placer un daño? Nunca, salvo que lo encuentres en el daño ajeno. Pueden ser muchos los caminos del placer a descubrir: el placer de la mirada, el erotismo de la mirada es un espectáculo en sí mismo, aunque sea minimalista; el placer que se encierra en la palabra, en la narración, en la confidencia, en el susurro; la capacidad de la boca y la lengua como órgano activo casi ilimitado. Hay mucho erotismo por descubrir, el de la obscenidad, ¿quién decide lo inconveniente? ¿Quién lo inmoral? ¿Dónde se encuentra lo sucio? Si no hay daño en otro qué falta de moralidad puede haber. En la sexualidad no hay problema de estética, lo sucio o limpio únicamente reside en nuestra cabeza. La frontera del bien y del mal sólo se encuentra en el otro. No puede haber ética que sin afectar a nadie se empeñe en ir contra uno mismo. Cuando el ser humano va quedando atrapado en su cuerpo, su cabeza, al menos, si es posible, ha de ser libre, pero no habrá libertad mañana si no es libre hoy. Su ejercicio de dictadorzuela se volverá contra sí, esto no será ni moral ni inmoral, será sencillamente estúpido. Los límites no pueden ser cercas alrededor de la felicidad, transgredir un limite no importa si el límite es pura represión sin más sentido, el límite eres tú, el límite es ella/él; el de la caricia, lenta o desbocada, tímida o audaz; el de aquello a lo que no te atreviste; el de la imaginación. Es el momento de hacerlo. Pero conviene diferenciar bien entre la fantasía y la realidad, si no es así los nuevos caminos pueden convertirse en un laberinto en donde no encontrar la salida. (Desnúdate y baila frente a mí, / acaricia tu cuerpo mientras lo haces, / la vela se derretirá entre mis manos / y el corazón golpeará las paredes de mi boca. / Mírame fijamente mientras bailas, / no sonrías, no digas nada, únicamente mírame. / Yo me encerraré en el redondel de tu pupila / y el movimiento de tu cuerpo alzará los barrotes de mi celda. / Enrédame en la tela del deseo / abandonado al compás de tus caprichos / seré feliz desde mi propia nulidad. / Solo te pido que cuando te canses, no me despiertes del sueño.). El cuerpo ya no te acompaña pero tu cabeza vuela, la carne te mantiene encerrado pero tu cerebro se ha vuelto espíritu. El placer ha de traerte una sonrisa y esa sonrisa no tiene precio. Una sonrisa, la tuya, que ha de ser la de todos; una sonrisa, la de todos, que ha de ser la tuya. ¿Quién determinó la supremacía del llanto? En la imagen de la Piedad hoy estás tú entre sus brazos y esa piedad nunca deberá de ser mojigata. El cuerpo que se te niega es todo sexualidad, cualquier contacto enciende las llamas, cualquier generosidad te hará llorar… de alegría.

sábado, 12 de noviembre de 2016

TRUMP. MISERIA INTELECTUAL Y MISERIA MORAL DE UNA SOCIEDAD








El verdadero drama, el verdadero problema, no se encuentra en ese especimen humano, el señor (por aplicarle una categoría que no sé si merece) Trump es sólo el síntoma de una enfermedad, la señal evidente de que algo va muy mal en nuestra sociedad. El verdadero problema no reside en el, sino en los millones de votantes que le han aupado hasta la cima. Éste tipo no es sino un personaje sumamente vulgar, misógino, xenófobo, racista, grosero, mentiroso, ignorante, obsesivo de la riqueza y del poder pero al margen de los cauces conocidos y catalogados como correctos. Uno puede preguntarse como una persona así ha podido alcanzar la presidencia del gobierno de la primera potencia mundial. Quizás la respuesta sea que ha alcanzado ese lugar precisamente porque es así, representativo de la amalgama social que hemos construido. Seguramente el fenómeno Trump ha venido para quedarse, o, con mayor exactitud, ya estaba aquí y esto ha sido sólo la bomba que lo ha puesto de manifiesto. La democracia neoliberal formal no se limita a generar unas estructuras en las que moverse y que garantizan una vida social sana. Esas estructuras no garantizan nada pues se limitan a ser espacios en los que una clase política creada a sí misma hace y deshace cada vez más lejos de la realidad y en esa realidad van germinando los atributos que adornan al señor Trump.

No se trata de un fenómeno exclusivamente localizado allí, la lava burbujea ya en este volcán y amenaza con salir y arrasar tantas estructuras que ya nos hemos encargado nosotros de irlas vaciando de contenido. Sus características no son únicamente suyas, están presentes entre nosotros, basta que alguien las aglomere para que ese magma salga despedido a la superficie. En nuestro existir de varón reside con frecuencia el fuego de la misoginia, bien de modo larvado o despiadadamente claro cuando se le unen algunos atributos catalogados estúpidamente como varoniles: el poder y la violencia. No es necesario pensar mucho para percibir en nuestra sobrevalorada Europa los signos de la xenofobia y el racismo. Francia, Reino Unido, Alemania, Austria, Holanda, Hungría, Polonia, Grecia, en ellas hay fuerzas cada vez con más poder que hacen gala de ambas cosas y, en general, es el pueblo mas llano, sobre el que la globalización ha golpeado con más fuerza, sin trabajo, sin estudios, en los entornos más rurales, el que empodera esas fuerzas, el que compite entre sí, el que exige alzar barreras. Exactamente igual que lo que ha ocurrido en las elecciones norteamericanas. Hemos generado una sociedad en la que la palabra dicha carece de valor. Hoy podemos decir una cosa para decir mañana la contraria, que nadie nos lo echará en cara. Importa la convicción con la que la pronunciemos, no importa que el convencimiento sea falso, se trata de un comportamiento meramente estratégico. Es necesario elevar la voz, generar el aplauso fiel y encontrar un chivo expiatorio sobre el que lanzar nuestros dardos.  Se trata del producto más fiel de este sistema el que se ha presentado ante los votantes como el antisistema y que ha logrado enganchar con una sociedad que se pretende así pero que en el fondo sólo sueña con emularle, sueña con ser el gran consumidor y es para defender este montaje por lo que le vota y por lo que se enfrenta a la amenaza que viene de fuera. Apoya el discurso pretendidamente rompedor para que nuestra cristalería permanezca intacta, para que nada se rompa. Hoy se dice, nada hay que temer porque esas promesas no son posible, pero la bomba ya está activada, el nuevo fascismo ha recibido un empujón de confianza en sus posibilidades. El mal ya está hecho y la respuesta también ha de ser activada. Un stop al machismo, a nuestro machismo; un stop a la  xenofobia, a nuestra xenofobia; un stop al racismo, a nuestro racismo; un stop a la violencia, a la grosería, a la renuncia el pensamiento propio, al pensamiento crítico, al deseo de enriquecimiento como aspiración fundamental en nuestra vida, la renuncia a todo lo que tenemos de ello, la renuncia a nuestro Trump interior y la denuncia a todo lo que, unas veces sigilosamente y otras de forma estentórea, germina y avanza entre nosotros, en una sociedad moralmente e intelectualmente miserable y mediocre.

viernes, 28 de octubre de 2016

CARGANDO CON LA ESCLEROSIS MÚLTIPLE





DE PRINCIPIOS  Y FINALES
La naturaleza no hace nada sin propósito o sin utilidad.
ARISTÓTELES

El hombre necesita un duelo para poder curar las heridas, y el duelo necesita un tiempo para poder desarrollarse, sin embargo no siempre esto es posible en la esclerosis múltiple en la que la progresividad del deterioro no tiene plazos claros, no hay un calendario marcado, previsible, con el que poder contar. Se trata de vivir en la incertidumbre.
La vida con la esclerosis múltiple es una montaña rusa permanente en la que nunca sabes como será la siguiente pendiente de descenso, hasta dónde bajarás, hasta dónde llegarás a subir después, qué altura recuperarás, si podrás evitar esa sensación en el estómago cuando te encuentras en caída libre, si podrás evitar el vértigo. La caída te asalta por sorpresa, el hormigueo en las manos, especialmente en las yemas de tus dedos, la mano que no puedes controlar, esa pierna que arrastras, esos músculos que no te permiten ponerte en pie, la orina que no puedes contener, el pene incapaz de erguirse y de eyacular. ¿Cuándo parará? ¿Qué re-cuperaré? ¿Podré recuperar mi vida anterior? ¿Cómo será en adelante? Subidas y bajadas día a día, hora a hora.
La pérdida se produce de repente, sin previo aviso; de la noche a la mañana no percibes aquello que estás tocando, el mero tacto te resulta desagradable, tienes un manojo de alfileres concentrados en la yema de tus dedos. ¿Cuándo fue la última vez que pudiste acariciar con placer y deseo un cuerpo desnudo, con la alegre parsimonia de quien gusta demorarse en el deleite? ¿Cuándo la última vez que tus manos lo hicieron con la agitación propia de la excitación y el estremecimiento cuando ellas son las que dirigen, quieren buscar y sentir, hallar y robar? La última vez se difumina en el pasado, ocurre sin llegar a ser consciente de ella, cada vez puede llegar a ser la última, cada momento un final.
Tantas rutinas menores que desaparecen sin poderte despedir de ellas: el vaso que puedes levantar sin derramarlo, el botón que eres capaz de introducir en el ojal, el último paseo, la última vez que conduces, el último baño en el mar, la última ducha autónoma, la última vez que pudiste orinar de pie, la última masturbación, el último coito.
Vivir en un permanente e hipotético final puede ayudar a valorar cada momento, cada acción, cada rutina por pequeña que sea, aquello que parece carecer de importancia, una cosa menor y que hemos aprendido que podemos perder. Establecerse en el triste placer de la despedida.
Los finales siempre suponen unos principios. La primera vez que te ayudas para caminar con un bastón o unas muletas, al principio, quizás, como compañeras ocasionales, más adelante como permanentes. La primera vez que te trasladan en silla de ruedas, pendiente de los ojos de los demás, de la expresión de su cara, de sus palabras cuando se topan contigo. Las primeras veces llevas la silla de ruedas no tanto debajo de ti sino dentro de tu cabeza, solo cuando la cambias de lugar llegas a comprender sin rencor el beneficio que te supone. Es muy difícil no vivenciar esas primeras veces de esa manera, sin la percepción de que te estás desmoronando, sin sentir que tu futuro se acaba; la primera vez que utilizas un pañal, la primera vez que has de ser lavado desnudo en la cama, la primera vez que han de sondarte, la primera vez que te dan de comer, que te han de vestir. Vas tomando conciencia a golpes de una palabra: dependiente.
LAS RENUNCIAS Y LOS DUELOS.
Lo que importa no es lo que la vida te hace, sino lo que tú haces con lo que la vida te hace.
EDGAR JACKSON
Sí, toda pérdida exige un duelo, un proceso de adaptación emocional que exige el tiempo necesario para la elaboración de la pérdida. Nos encontramos con un problema evidente, en la esclerosis múltiple podemos encontrarnos con un proceso continuo de pérdidas, una continuidad que podría tener un aspecto positivo, la posibilidad de la anticipación, la preparación previa al momento de la pérdida que puede ayudar a asumir esta. Sin embargo, esa continuidad supone un riesgo: el objetivo de la elaboración del duelo ha de ser la cicatrización de la herida, hablamos del proceso desde la pérdida hasta su superación; la anticipación en nuestro caso supone el riesgo del preduelo inútil, no sabemos cuales serán las pérdidas, podemos llorar pérdidas que no se darán, y podemos encallar en un proceso de duelo permanente en el cual no se llega a superar la pérdida en la medida en que no manejamos una pérdida concreta sino una pérdida existencial que nos desborda. El duelo ha de ser terapéutico, llegar a la curación; el duelo permanente, que no tiene fin, es, sin embargo, patológico, genera una nueva enfermedad.
Se trata de saber renunciar a ello. Renunciar no es abandonar voluntariamente aquello que se pierde, el abandono se hace por pura necesidad, pero al mismo tiempo conlleva una aceptación del hecho, no una resignación fatalista, sí una aceptación tranquila. No es cuestión de renunciar a la esperanza, sí lo es de no esperarla. No añorar el pasado ni ansiar el futuro, no vivir en el lamento ni depender de las ilusiones. El día de mañana puede ser o no ser, no cerrar la puerta a la posibilidad de que lo sea ni vivir pendiente de su llegada.
La correcta elaboración del duelo exige su exteriorización, su manifestación externa. Reprimirla es negar la pérdida y con ella impedir la adaptación a la nueva realidad. Resolver el duelo requiere, en primer lugar, aceptar la realidad de la pérdida, admitir que puede suponer un fin pero también un principio. Aceptar no es negar, al contrario, se trata de sentir la pérdida, el dolor que trae y todas las emociones que conlleva. Es percatarse de cada una de ellas, tomar conciencia de las mismas y verbalizarlas, sacarlas de dentro, racionalizarlas en la medida de lo posible. Darles forma a través de la palabra, compartirlas, transmitir y escuchar. Este acto es la toma de tierra que nos puede proteger de una sobrecarga emocional.
Superar el duelo es aprender a vivir con la pérdida. De alguna manera reinventarse y reinvertir la energía emocional en esas nuevas formas, en nuevas rutinas, en la nueva vida, en el nuevo yo.
DE SUSTOS Y DE TIEMPOS
Añorar el pasado es correr tras el viento.
Proverbio ruso 
 
Cada principio es difícil que no suponga un susto. Sustos que en un principio, afortunadamente, si todo se recupera, se logran olvidar. Conforme la enfermedad avanza (si avanza) estos se repiten y puede que uno no termine de superarlos del todo pero sí a convivir con ellos. Sustos para todos. El afectado por la enfermedad no es solamente el enfermo sino también los familiares que conviven con él. El susto del primer brote y de cada uno de los siguientes, el del diagnóstico, la primera vez que te ves, te ven, en silla de ruedas, la primera vez que te caes, la primera vez en la que no te puedes levantar a pesar de todos los intentos, la primera vez que te haces tus necesidades encima, la primera vez que te ves con pañal, la primera vez que tienen que darte de comer. Es la vuelta al niño que fuiste y que ellos no vieron. El encuentro con una realidad que no sospechaban. El futuro que se viene encima para cada uno de los afectados, sueños que se desmoronan, realidad y presente que se agiganta.
¿Cómo asume cada uno de ellos esa nueva realidad? Cada uno tiene sus fuerzas, sus proyectos y expectativas, su propia manera de enfrentarse a la vida, sus necesidades, sus tiempos. El tiempo para asumir la enfermedad, el tiempo para nombrarla e incluso para escuchar su nombre. La estrategia del avestruz no es tanto propia de ese ave sino especialmente del ser humano. La realidad no desaparece porque se niegue. La negación no deja de ser una obsesión más por mucho que se intente mantener enterrada. Es la naturalidad la norma a seguir desde el principio, sin forzar pero sin evitar.
La verdad tiene muchas caras pero no se puede ni se debe enmascarar, envolverla para hacerla presentable, sí humana pero difícilmente dejará de ser cruda. Un padre en el suelo imposible de levantar es crudo como crudo es también un padre desnudo y manchado de excrementos. La realidad no hay que hacerla entrar por los ojos por la fuerza, llegado ese momento no es la foto que quede grabada lo que marcará en adelante sino más bien la actitud que se muestre en ella, el comportamiento que se tenga. La imagen es cruda y encuentra difícilmente consuelo pero se produce cierto alivio si la respuesta del hijo es serena, si es él el que te invita al ánimo. Cada persona necesita su tiempo, tiempo que no hay que forzar ni demorar, se trata de un proceso de cultivo en el que, aunque parezca sorprendente, pueden darse frutos, el de una mayor madurez y una mayor humanidad, una especial sensibilidad con el desamparado, una mayor empatía con el prójimo.
¿Riesgo? Mientras ese tiempo transcurre, uno evidente, el de la soledad. La sensación de que no eres comprendido, de que te enfrentas en solitario a lo que te ocurre, que las fuerzas te fallarán. Un riesgo que, además desde la entereza y una cabeza fría, solo puede afrontarse desde el apoyo mutuo, con la búsqueda de cobijo allá donde sabes que serás comprendido, que no será necesario que des dos explicaciones, no desde la igualdad de síntomas y sentimientos pero sí desde un punto de partida similar, desde unas circunstancias parejas. Eso sí, una soledad que nunca te abandonará del todo, que por muy grande que sea el círculo que te rodea e intenta protegerte las vivencias serán tuyas y eres tú el que las tendrás que bandear, serán los otros los que te ayuden a crecer en tu yo pero será ese yo el que tenga que solventar por sí mismo la situación.










jueves, 27 de octubre de 2016

CONSECUENCIAS DE LA DISCIPLINA DE VOTO



 
El verdadero daño que la política interna de disciplina de voto impone en los partidos políticos no se encuentra en el acto de votar en sí sino en todo lo que esa política genera en el antes y en el después del aparato en sí mismo y de cada una de las personas que lo integran. La política de un único voto impone también una única manera de pensar. La toma de una decisión debe suponer todo un proceso anterior en el cual se ha de considerar seriamente el asunto con el fin de llegar a formarse una opinión sobre el mismo, opinión que lleve a una decisión concreta. Este proceso inevitablemente se ha de realizar con el único instrumento que tenemos para ello: la palabra. Razonar supone utilizar esa palabra para analizar con la mayor profundidad posible los pros y los contras de una decisión, las distintas caras de un asunto, las convicciones que tenemos y las consecuencias que de las mismas se pueden derivar y que, responsablemente, hemos de asumir. Sin ese proceso mental no hay razonamiento ni, por supuesto, comprensión del mismo. En política este juicio ha de finalizar con la expresión del mismo planteando la decisión tomada y justificándola en base a las argumentaciones realizadas, justificación que ha de ser convincente en la medida en que ha de llegar a un público al que se le ha de persuadir para que tome una decisión concreta en el momento de las elecciones. Los dos momentos, razonamiento y expresión de ese razonamiento, han de ser coherentes ya que el discurso hecho público ha de ser convincente. La obligación de verbalizar en un sentido determinado supone pues la necesidad de asumir aquello que se verbaliza para no caer en contradicciones, es decir, es necesario que la actuación sea convincente para que seduzca al electorado potencial y, al mismo tiempo, para que nos convenza a nosotros mismos. Verbalizar de forma reiterada algo con lo que no estamos de acuerdo nos puede generar un desequilibrio que debemos corregir pues no hacerlo supone aceptar como comportamiento habitual una actitud de hipocresía, para ello debemos aceptar como válida esa decisión y ese razonamiento. Es difícil que tras un razonamiento determinado podamos aceptar, con frecuencia, una decisión opuesta al mismo. Si esto se repite (las motivaciones pueden ser a menudo espurias) la solución más cómoda puede ser la renuncia al acto de pensar y mantenerse a la espera de la decisión colectiva, decisión que, en la práctica, supone la de una jerarquía asumida como tal. Es decir, la disciplina de voto puede implicar una renuncia al acto de pensar.
La aparición de una jerarquía trae consigo que la renuncia suponga un acto de seguidismo. Es el líder el que piensa y son los militantes los que obedecen. No de otra forma puede entenderse el mantenimiento de Antonio Hernando como portavoz del PSOE en el Congreso de los diputados siendo capaz de defender una postura y su contraria. La persona se encuentra al servicio del aparato y dice lo que este le ordena. Uno puede preguntarse cual de las dos posiciones realmente es la suya, si es que lo es alguna de ellas. Este comportamiento no es exclusivo del portavoz sino que lo es de todo el grupo parlamentario extendiéndose no solamente a una disciplina de voto sino también a lo que podríamos llamar una disciplina del aplauso. En los momentos establecidos alguien inicia ese aplauso y todo el grupo, a una, lo acompaña. No es necesario escuchar, únicamente es necesario formar parte disciplinada del coro que aplaude o abuchea según se le diga. El político ha de ser la voz de la organización y esa voz ha de ser una, para eso está el argumentario que se les entrega. No sólo es necesario transmitir la misma idea sino que también es necesario hacerlo, a ser posible, con las mismas palabras. Uno se despierta con aquello que debe pensar y decir por lo que le ahorra ese esfuerzo. El aparato transmite un virus: la pereza de pensar. En la práctica esto supone la ausencia de debate en los órganos internos y en el partido en general. El debate es riqueza, su ausencia es pobreza. Destacar la ausencia de intervenciones en los comités de un partido como signo de homogeneidad del mismo y por lo tanto de valor, significa resaltar los defectos y denostar las posibles virtudes. Así se hace con la ausencia de intervenciones en los órganos del Partido Popular. Ver,  oír y callar en los órganos internos y aprender para transmitirlo al exterior.
Todo esto, es evidente, potencia un determinado perfil del militante. No todo el mundo acepta de buena gana ese papel. En el partido se genera una selección que lleva a primera línea a las personas dispuestas a ese comportamiento y desplaza al exterior hasta llegar a expulsar si es necesario a las personas problemáticas que puedan poner en cuestión la línea oficial. Quien se mueva no sale en la foto. Es necesario un tipo de gente capaz de transmitir con la misma convicción lo blanco y lo negro, una posición y su opuesta, siempre con el mismo criterio, aquello que en ese momento beneficia al partido. Se le pide la voz, no el cerebro. Aquel que plantee unos mínimos problemas de conciencia no tiene duda en ese mundo. El mensaje simple no sólo se elabora para facilitar su asimilación por el público, sino quizás porque el transmisor no es capaz de elaborar algo más complejo. Los matices no pueden existir, los interrogantes no existen sólo puede haber respuestas certeras, directas, agresivas con el otro, soluciones infalibles, aunque parafraseando a Groucho Marx, si no le gustan estas respuestas, llegado el momento, tendremos otras.
Hemos asistido a la devaluación de la palabra. La palabra ya no tiene valor, no importa mentir si es necesario. Uno debe aprender a mentir si quiere prosperar aquí, mentir sin modificar el gesto, haciéndolo con entereza. La promesa forma parte del teatro y su incumplimiento ha de ser también aplaudido por el público. Es necesario el ruido, el énfasis, el grito, el contenido es lo de menos, si el que dirige lo pide habrá que aplaudir disciplinadamente.
Es evidente que esta disciplina de voto puede tener sus beneficios al simplificar la posición de un partido. El electorado valora la unidad y no las contradicciones. El problema surge cuando estas posiciones únicas se solapan y se hace necesario buscar las diferencias como sea. Establecer la libertad de voto (que defiende el texto constitucional) obligaría a muchos cambios en la ley electoral y en los ordenamientos parlamentarios. Sería la hora de preguntarse si un grupo parlamentario ha de tener un portavoz único o han de ser varios en función de lo que se defienda y de la posición personal de cada uno. Sería el momento de establecer las listas abiertas en las elecciones para poder votar a personas concretas y no a un bloque ordenado por el aparato del partido. Y el de plantearse la cantidad de nuestros representantes y su función. Para actuar como un rebaño es excesivo su número pues carecen de una función representativa concreta. Da la impresión que se les está pagando un sueldo importante para nada. Nuestros parlamentos puede ser, en realidad, una imagen bien representativa de todos nosotros. Pensar es molesto y resulta mejor si alguien nos facilita los argumentos que queremos exponer. La representación de mediocres sólo puede hacerse de forma ajustada por otros mediocres. La inteligencia es incómoda y sólo es admisible en la periferia de nuestras instituciones y de nuestra vida.

viernes, 21 de octubre de 2016

¿POR QUÉ YO?




Varia es la suerte, voluble y ligera; al que viste por la mañana, desnuda por la noche.
A. ZANO
Somos una caótica mezcla de azares desde el mismo inicio de nuestra existencia. Ese espermatozoide que, en una loca carrera entre millones llena de obstáculos y trampas, consiguió fecundar al óvulo. Ese espermatozoide y ese óvulo también son mezcla del azar, una pequeña renuencia de la hembra que pospusiera el coito, una llamada de teléfono, una ligera complicación en el macho. Toda esa concatenación de azares que desembocó en ese instante y de esa manera es lo que hicieron posible el encuentro de ese óvulo y de ese espermatozoide. Cualquier mínimo cambio en ese eslabonamiento habría cambiado esos protagonistas y yo no sería yo y tú no serías tú.
Toda nuestra vida es una amalgama de azares, a menudo oscuros, en otras ocasiones, las menos, luminosos; dolorosos y placenteros, esperanzados y descorazonadores. Una masa de eventualidades sobre la que nos vamos moldeando nosotros y nuestro entorno. Casualidades generando constantemente su efecto mariposa que nos lleva a un suceder errático escondido tras una apariencia de lógica. Contingencias que se convierten en causalidades: elegir aquella vivienda, obtener aquella nota en selectividad, coincidir en aquel grupo, escoger aquella calle, aquel hotel, aquella noche, aquella cena, aquel trabajo, aquella silla.
¿Por qué a mí? Es una de las primeras preguntas que te surge. ¿Por qué esta mala suerte? ¿Qué he hecho yo para merecer esto? Se trata de una pregunta sin respuesta, o se trata de una pregunta que bien pudiera ir acompañada de otra alternativa: ¿Por qué no yo? ¿Por qué no me podría tocar a mí? ¿Qué he hecho yo para librarme?
Dentro de esa amalgama de posibles respuestas, ninguna de ellas del todo satisfactoria, la más evidente, al menos en mi caso, parece ser la genética, dentro de mi bombo había más bolas con las siglas EM. Mi probabilidad era mayor. La segunda es el azar. No se trata del destino, se trata de esas contingencias que pudieron haber sido otras que habrían generado otra realidad, distinta, sencillamente distinta, quien sabe si mejor, quien sabe si peor. Distinta. Sabemos cual es nuestro presente, desconocemos cual podría haber sido; únicamente deseamos una posibilidad, una ficción. Es el primer paso: aceptar la realidad, esta es con la que tengo que bailar y no con otra, desde la que tengo que partir, en la que soy. Aceptar la realidad no es una resignación pasiva. Aceptar las adversidades no es renunciar a superarlas, tampoco obsesionarse con su superación porque no siempre son superables. Convivir en paz con el “por qué no iba a ser yo” supone no enemistarse con la vida, no sentirse eternamente enojado con ella. Esta actitud de enojo, de enfado permanente, de la fácil disposición a la cólera, es la actitud de irritación con los demás, de rabia, de venganza, de hacerles pagar a ellos nuestra furia con la vida, y al mismo tiempo de progresivo distanciamiento de ellos y de la misma realidad.
Aceptar las adversidades no es renunciar a lo que esté a nuestro alcance para mejorar nuestra situación física o para ralentizar el deterioro. Se trata de aceptar el presente y con él a uno mismo. Lo que pudo ser no existe salvo en mi imaginación. Aceptar el presente supone hacer las paces con el pasado. Son inútiles los lamentos sobre lo que pudo ser y no fue; son inútiles y dolorosos. Lamer continuamente la herida no hace sino mantenerla abierta. No es posible vivir en el pasado, intentarlo es vivir en el desequilibrio, entregarse al vértigo que nos da vivir cada instante. La realidad gira a nuestro alrededor y nos sobrepasa su movimiento. Somos marionetas en manos de nadie víctimas de la fatalidad. Rencorosos con ese destino no llegamos a atisbar que somos nosotros los que nos hemos convertido en nadies.
La principal cualidad de ese estado es el victimismo. El mundo es culpable de lo que a mí me pasa, mis congéneres son culpables de lo que a mí me pasa y por ello tengo derecho a reprocharles mi situación. Son culpables de salud, culpables de felicidad, culpables de vivir. La inteligencia para mí entonces supone hacer ostentación permanente de desconfianza hacia los otros, es envidiar la suerte que ellos corren, buscar culpables en los que descargar la responsabilidad de mi estado. Se trata de un trastorno mental disfrazado de lucidez, se trata de egocentrismo puro y duro.
Ese mundo de vértigo solo gira en torno a mí, yo soy el centro, exijo ser el centro. Mis derechos son prioritarios, mis necesidades son prioritarias, mis deseos son prioritarios (mi deseo es mi derecho), mi satisfacción ha de ser inmediata y el no serlo no hace sino corroborar ese “el mundo contra mí”. Yo mismo me convierto en una realidad insoportable más allá de la insoportabilidad de mi enfermedad, en algo detestable que genera asfixia y  rechazo a su alrededor.
Y, sin embargo, ¿por qué yo no?