Cada vez tengo más dificultad en
encontrar las palabras, a menudo sólo encuentro sus huellas, el rastro que
dejaron algún día, pero no están allí, sólo la memoria sensitiva parece querer
recordar el aroma que dejaron. Pero no están allí.
Tanteando en esa memoria a veces
encuentro alguna de ellas y esto me permite avanzar lentamente entre la
oscuridad, como pisando cuidadosamente cada una de las piedras dispuestas en la
Laguna Estigia temeroso de caer en sus aguas y con un trago de ellas perder
definitivamente mi voz. Es entonces, cuando al encontrar la primera, con
frecuencia sola, yo, con una antorcha encendida voy siendo capaz de penetrar en
ella y es cuando una palabra me lleva a otra, y esta segunda a una tercera y
esta a otra, y así sucesivamente voy armando aquello que permanecía agazapado
en mi interior. Solo cuando he podido parir aquello es cuando me veo y me
reconozco, cuando adquiero una forma definida y puedo distinguir una naturaleza
distinta dentro de esa amalgama en la que estamos inmersos.
Son las palabras las que nos unen
y las que nos diferencian, los puentes que nos llevan hacia los demás, los
instrumentos que nos permiten ser uno y todos a la vez, las que nos otorgan
humanidad en la medida en que sean realmente nuestras, fruto de una intuición y
de una búsqueda personal no el simple reflejo de un ser gregario. Las palabras
nos hacen y nos deshacen, son las herramientas con las que podemos destruir
nuestras carencias y construir un ser nuevo, sin ellas nada seríamos salvo una forma
inanimada, insulsa y prescindible. Es por ello por lo que, cuando como ahora se
me van escurriendo entre las grietas de mi memoria, merece mucho más la pena el
esfuerzo por recuperarlas.
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