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miércoles, 29 de agosto de 2018

CUENTOS CORTOS PARA MENTES LARGAS


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Aquella noche soñó que cabalgaba sobre un punto y seguido, sorteaba pronombres, adverbios y preposiciones, saltaba adjetivos, verbos y nombres. Lo que más le cansaba era enfrentarse a los interrogantes. A la mañana, cuando despertó y echó la vista atrás se dio cuenta de que había dejado la habitación plagada de puntos suspensivos. 

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Por la noche le gustaba abrir las puertas de su armario y colocar los espejos de las hojas interiores uno frente a otros. Modificaba el ángulo en que estaban situados para que ante sus ojos se revelasen una sucesión de magníficas galerías luminosas que se extendían una tras otra hasta el infinito. Innumerables estancias, cercanas y cotidianas las primeras, al alcance de la mano tras el cristal, que luego y a pesar de ser idénticas, se van imperceptiblemente transformando con la distancia. Allí, tras su rostro, encontraba de nuevo su imagen, aunque esta vez parecía no advertir su presencia y ni siquiera le miraba.
Le era irresistible asomarse al interior del espejo, casi acechando a ese otro yo tan ajeno él que se iba perdiendo en la lejanía. Sentir en su espalda el escalofrío de la mirada de su otro yo con el que nunca podía mirarse cara a cara, pues siempre giraba su cabeza al darse la vuelta. Así pasaba los minutos en ese juego mágico intentando atrapar la mirada de alguno de sus innumerables yo hasta que oía acercarse los pasos de su madre para comprobar que ya estaba acostado, entonces cerraba a la carrera las puertas del armario y sus reflejos iban desapareciendo uno tras otro, desde el más lejano hasta el más cercano, sin despedirse ninguno quedando encerrados en la oscuridad del armario hasta que al cerrarlo con llave él mismo se desvanecía dejando en su lugar el simple hueco de un recuerdo. 

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Cuando paseaba a lo largo del parque y se sentía cansado se tumbaba a lo largo de un banco y echaba una cabezada, entonces soñaba que una joven se le acercaba y le acariciaba el rostro mientras dormía soñando que le besaba en los labios mientras soñaba que le cogía una de sus manos. Ese movimiento hacía despertar al chico que soñaba que le cogían la mano mientras soñaba que le besaban en los labios al soñar que le acariciaban la cara. Al despertar e incorporarse veía que en el banco de enfrente esa misma joven le acariciaba la cara, le besaba en los labios y le cogía suavemente las manos.

El dragón de tres cabezas, dos colas y ocho grandes patas se le acercaba amenazante y él solo se encontraba armado de un simple y minúsculo puñal. Conforme se aproximaba emitía grandes rugidos y expulsaba largas bocanadas de fuego. El muchacho se mantenía erguido ante él sujetando el puñal con una mano temblorosa. Cuando estaban a punto de entrar en contacto afortunadamente despertaba de la pesadilla, tenía miedo de aquel chaval que podía haber percibido el pánico que lo atenazaba y de ese puñal que seguramente hubiera rasgado su cuerpo de trapo. 



Cuando se despertaba se asomaba a la ventana y veía pasar las nubes bajo el cielo azul, imaginaba que tumbado sobre ellas sobrevolaba ciudades fantasmagóricas en las que las torres taladraban el firmamento en un juego infinito de espirales, las escaleras las rodeaban en un loco efecto óptico de subidas y bajadas, los jardines flotaban entre ellas y desde ellos la hiedra se enredaba allá donde llegaba, las calles formaban un laberinto en el que las personas nunca sabían con certeza si iban o venían. Luego, se colgaba la mochila a la espalda y salía para la escuela con sus zapatillas gastadas pisando los charcos de la calle creyéndose el rey del mundo. 



El enorme maestro le gritaba agigantándose hasta el techo, él apenas le llegaba a las rodillas; conforme los gritos iban creciendo la boca se expandía las palabras se convertían en un ruido indistinguible que se le enredaba dejándolo inmovilizado. Cada vez se sentía más minúsculo en la medida en que su maestro se encontraba a punto de reventar las paredes del aula. Era el mismo maestro al que en el atardecer encontraba sentado en el bordillo de la puerta de su casa y que le sonreía levemente con una mirada triste y húmeda y que apenas le llegaba a la altura de sus tobillos. 



Aquel libro le dejó completamente impresionado, durante el tiempo de su lectura había podido recorrer todos los estados emocionales, era incapaz de quitárselo de la cabeza, una y otra vez su pensamiento volvía a las palabras que en él había leído, pero era tanta la huella que en él había dejado que al abrirlo de nuevo ya no veía signos de escritura sino su propio rostro con la imagen que en cada página había tenido, así veía la faz del asombro y al pasar la hoja la del miedo, y después la de la risa para luego pasar a las del llanto, la del enojo, la ternura, el miedo, la sorpresa, el asco, la euforia, la pena y el bienestar. Cuando cerraba sus páginas una coctelera se agitaba en su interior que inevitablemente le llevaba a volver a abrirlo. 

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La luz de la mañana atravesaba las rendijas de la persiana para iluminar su cara mientras dormía, era tanta la belleza que esa imagen desprendía que el Sol se detuvo de pronto para no iluminar nada más, para que todo, menos su rostro, permaneciese en la oscuridad y no pudiera rivalizar con él. 

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El padre estaba decidido a que aquel hijo que esperaban se viese rodeado de lo mejor y que cualquiera que se cruzara en su vida supiera desde el primer momento que se encontraba ante el más grande. Para ello hizo que sus sirvientes recorrieran los caminos del mundo en busca de todo aquello. No contento con eso decidió que aquella realidad solo se podía culminar poniéndole el nombre más excelso y colosal. Su hijo murió aplastado por sus letras. 



Atrapado en la lectura como estaba era incapaz de escuchar la voz de su madre como le llamaba, cada vez la oía más lejana y entrecortada, poco a poco se sumergía en las páginas del libro. Atrapado en la lectura estaba incapaz de escuchar la voz su madre como le llamaba, cada vez más lejana y entrecortada, poco a poco se sumergía en las páginas. Atrapado estaba incapaz de escuchar la voz como le llamaba, lejana y entrecortada, poco a poco se sumergía. Atrapado estaba incapaz de escuchar la voz como le llamaba, lejana y entrecortada, se sumergía. Atrapado estaba incapaz de escuchar, se sumergía. Atrapado, se sumergía. Atrapado.

lunes, 20 de agosto de 2018

MI CASA ESTÁ ABIERTA



Ilustraciones realizadas y propiedad de Irene Gutiérrez Lenguas

Mi casa es un planeta que gira y gira sin parar. En él caben todos los colores: blanco, negro, rojo y amarillo, y todos los idiomas. A menudo no entiendo nada pero me gusta ver tanta variedad.

Mi casa es un musical en el que suenan muchos instrumentos: guitarras, pianos, saxos y violonchelos. Timbales y tambores. Los amigos de mis padres los tocan y cantan canciones. Casi siempre terminamos cantando todos, aunque unos mejor que otros.


Mi casa es un restaurante de alto copete. Mi padre usa el delantal y mi madre la chaqueta del maître. Podemos comer tacos y fajitas, todos los tipos de arroz, alubias y frijoles, las comidas de mis padres y las de sus amigos. Siempre hay un asiento en la mesa para el que llega. Yo como de todo, o casi todo.


Mi casa parece un parlamento, se habla y se habla sin parar. Hay opiniones para todos los gustos, los que creen y los que no, los que saben y los que no, los de n lado y los de otro. A veces parece que regañan pero siempre terminan en abrazos. Yo a menudo me aburro y me duermo y mis padres me llevan en brazos a la cama.

Mi casa es como  una gran familia. Siempre hay besos a la entrada y besos a la salida, y besos entremedias. Cuando hay que reír se viene a reír, cuando hay que llorar se viene a llorar, a veces toca alegrías y a veces tristezas, pero siempre hay una mano tendida, unas veces la nuestra y otras la de ellos.

Mi casa a veces parece una pensión, siempre hay un plato en la mesa y una cama por deshacer, a veces los conozco y otras veces no. Ya no sé quien tiene llaves de la puerta. Lo peor es que algunos roncan mucho.

En mi casa nunca me siento solo ni desanimado. Aunque parezca una locura, como dicen mis padres, es una feliz locura.

miércoles, 15 de agosto de 2018

La luz interior


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Cuando uno avanza por los sótanos de la vida lo hace en la oscuridad, agarrándose a las paredes por temor a tropezar y caerse y no ser capaz de levantarse. La vida en la oscuridad  es  también en soledad y silencio, un silencio lleno de palabras, palabras  que giran y giran en nuestro cerebro o palabras  que forman una tupida red de ruido que va envolviendo nuestra cabeza y zarandeándola. Caminar a oscuras genera una ansiedad que va incrementando la sensación de ahogo, solo nos puede ir librando poco a poco encontrar nuestra luz interior, nuestra  propia luz interior.
Somos por encima de  todo animales, seres que traemos con nosotros desde nuestro inicio una, larga historia genética, la  del cuerpo, la de la primera frontera con la realidad que nos rodea, la  epidermis, el tacto. Somos seres que necesitamos ser tocados y tocados con  sentido, intentando transmitir emoción, fundamentalmente afecto y sexualidad, y si es posible las dos cosas juntas. No podemos convertirnos en burbujas aisladas de lo más esencial de nuestra existencia, hablo de las caricias, de los besos, de la posibilidad de hacer el amor, la sorpresa de la primera vez y las lágrimas de emoción de la última. Recuerdos que pretenden alimentarte pero que no bastan, el cuerpo no puede moverse pero no deja de desear. Uno ayer buscaba pero hoy necesita ser buscado y esa búsqueda también se realiza en penumbra. Quien vendrá hasta este cuerpo si algo no lo ilumina, sin esa luz Interior, sin una llama titilando que oriente a la otra persona a encaminarse hacia ti, cuerpo inútil y desvencijado que sólo es capaz de llamar en la oscuridad. Quien vendrá hacia ti si aportas más oscuridad, que será de ti sin los otros.
Llegarán pero sólo de paso si tú conversación es superficial y vulgar, si lo que aporta es barato, para mascar y escupir. Huirán de ti si solo transmites amargura y negativismo. Si te encuentras en una ciénaga, quién  te encontrará, quién se atreverá contigo odioso sepulturero, si solo generas oscuridad, paletadas de tierra, si acercarse a ti apaga toda claridad. Las palabras son armas que pueden liberar o esclavizar, adentrar en la luz o en las tinieblas, a ti o a los otros. Lo que salga de ti ha de hacerlo desde dentro, cálido y luminoso, te hayes donde te hayes, aunque sea en las fronteras de la vida. Quien se acerque a ti solo lo hará tras una senda de luz y calor, de un fuego interno que es capaz de transmitirlo. Solo esa luz interior será camino para ti y para ellos, la  tentación a seguir. Una vez se vaya agotando la llama y te hayas ganado el descanso, apaga la luz y sal de la habitación .