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jueves, 16 de febrero de 2017

EUROPA




Está claro, triunfa el provincianismo, todo movimiento acabado en exit, eso sí, disfrazado, como siempre, de nacionalismo. Lo podemos encontrar en cualquiera de las orillas ideológicas, aunque ahora parece que lo que está de moda es la extrema derecha por la que asoma, aunque se empeñe en negarlo, un tufo a pasado fascista. Quizás es este su nido natural y sus antípodas no hacen sino alimentarlo para luego entregárselo bien cebado. La antiglobalización está de moda, las dos orillas se dan la mano en ella aireando su contenido xenófobo. La estúpida idea de que nosotros siempre lo haremos mejor que ellos. Un nosotros y un ellos que alimenta ese movimiento. Cataluña es un ejemplo, todo lo demás sobra, lo esencial es la independencia, dar entidad a la nación catalana; allí la izquierda mas radical se abraza con la derecha más poderosa, la que siempre, de hecho, ha ido construyendo la sociedad catalana. Es la xenofobia que ha triunfado en Estados Unidos, la que lo ha hecho en el Reino Unido, la que amenaza con hacerlo en Francia y asoma su hocico para olfatear al extranjero y asientan sus posaderas en tronos cada vez mas altos en países como Suiza, Dinamarca, Polonia, Hungría, Austria, Grecia… Predomina un movimiento antiglobalización que tiene los ojos puestos en primer lugar en Europa y considera que sólo cerrando fronteras se podrá conservar la identidad (un ente abstracto que en el fondo quiere decir riqueza). La idea de Europa ha desaparecido en el primer momento en el que se le ha puesto verdaderamente a prueba. Los extranjeros han llegado en manada y todos nos hemos puesto a temblar, los principios democráticos se han mandado a hacer puñetas. La retórica queda muy bien mientras no haya que pagar por ella.

La globalización no admite posturas de estar a favor o en contra. Está aquí para quedarse, otra cosa es lo que queramos o podamos hacer con ella. A algunos se nos ha llenado la boca de internacionalismo y ahora ha llegado el momento de ponerlo a prueba. Nuestras fronteras, nuestros países no son sino producto de un pasado que antes o después tendrá que acabar. Nuestro mundo ha crecido y nosotros no podemos, como respuesta, empequeñecernos. Una decisión habrá que tomar: reducir nuestra soberanía, si así lo deseamos, hasta el individuo o compartirla y ampliarla, reinventar la forma de la entidad jurídico y política que pensamos que nos une y nos gobierna. La nación tal como la hemos entendido hasta ahora carece de sentido, la superficie física que la delimitaba no es sino un concepto relativo, se ha reducido, hoy es más pequeña que ayer, los medios de comunicación y de información así lo han hecho; el gobierno que teóricamente nos rige no es tal y no lo será por mucho que nos empeñemos en cerrar la puerta. Nuestros enemigos no son los extranjeros, los extraños, es el poder económico y el dinero fluye de un país a otro en cuestión de segundos, se ríe de nuestros muros, estos únicamente están construidos para los pobres. Pensar que todo irá mejor cuando el poder esté en nuestras manos, en las nuestras, las de nosotros y no las de ellos, es el gran engaño del poder económico, éste también está en nosotros. La respuesta política tendrá entidad en la medida en que el instrumento que la genera tiene el peso considerable, cuando nos demos cuenta que la separación entre ellos y nosotros no viene marcada por las fronteras. El reto es intentar manejar de forma adecuada ese instrumento, teniendo claro que en este mundo sin fronteras reales o se salvan todos o no se salva nadie, no es admisible que para que sobrevivan unos (vs. vivir bien) sea necesario ahogar a otros muchos. La venganza llegará, incluso podemos decir, que está en camino. No bastará con ese paso, luego hay que aprender a andar, pero ese paso se llama Europa.


viernes, 3 de febrero de 2017

LOS QUE LLEVAN RAZÓN



Es sorprendente la tranquilidad que mantienen los que conducen los trenes que avanzan hacia el choque final. Quizá esa imagen no sea del todo exacta y sea mas apropiada una de dos viejas locomotoras, una de ellas avanzando al grito de “¡más madera!” y la otra permaneciendo inmóvil en la vía a la espera de ese choque, empecinadas ambas en que son los buenos y llevan razón. No importa que la colisión sea inevitable si no deciden pisar el freno o cambiar de vía. No importa pues ellos llevan razón.

No importa que en los trenes lleven gente que no comparten con ellos ese encontronazo fatídico. Uno de ellos ha decidido ignorar a esa mayoría de personas a las que llevan al golpe brutal. No son ciudadanos, no son de los suyos, no son de los buenos, no llevan razón, por lo que no es necesario considerar esa opinión. No importa pues ellos llevan razón. No importa que ese comportamiento huela a una antigua xenofobia y lleve a la fractura de una comunidad. A estas personas no hay que tenerlas en cuenta pues sencillamente no son como deben de ser. Los que conducen la locomotora no están allí para tenerlos en cuenta sino para ejecutar los planes para los que han sido elegidos por un ser superior, planes por los que pasarán a la historia, por eso el tren avanza toda velocidad enardecidos por ese designio casi divino. Mientras tanto el otro tren les aguarda, inmóvil, silencioso, tranquilo. Tampoco importa que esté lleno de pasajeros, que un importante número de ellos no compartan la opinión de aquellos que están al frente de la locomotora, tampoco son como deben ser, no son buenos, no llevan razón. Del mismo modo no es necesario calcular las consecuencias del golpe, para todos, para las dos partes, para los buenos y para los malos, para los que son como deben ser y para los que no. No importan esas consecuencias, también están iluminados, no importan las consecuencias, sino los principios; no importan las personas, sino las leyes, no importa que éstas las hagan y deshagan las personas, una vez hechas resultan inamovibles y están por encima de toda la gente; ellos están donde deben estar, llevan razón.

Alabado sea el señor, la historia esta por fin en manos de los iluminados, nuestros descendientes desearán haber vivido este momento y haber contemplado a estos elegidos conduciendo el tren de la historia, los efectos secundarios de este momento apenas ocuparán un par de líneas, no tendrán nombres, no se oirán sus quejas, no se sentirá su dolor. Una de las dos locomotoras quedará destrozada, o las dos, pero sea como sea sus conductores sueñan con que mañana sus nombres aparecerán en los libros de texto.

Y serán malditos por mí desde la tumba.