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sábado, 26 de noviembre de 2016

VIOLENCIA DE GÉNERO. CON VIOLENCIA DEGENERO.



Es imposible que pase una temporada medianamente larga sin que tengamos noticias de algún episodio de violencia de género. Puedo intentar mirarlo desde la distancia. Pero no es posible. Esta violencia es ejercida sobre una persona sobre la base de su sexo o género. Estamos dos sexos, hembra y varón, y en la violencia encontramos dos papeles, sobre quién se ejerce la violencia y quien la ejerce. La realidad es inopinable, la inmensa mayoría de la violencia física que se ejerce se hace sobre la mujer y la hace el hombre. Existen dos bandos y yo, inevitablemente, me encuentro en el bando agresor. Puedo mirar hacia otro lado, puedo elaborar un bonito discurso, pero seguiré estando en el bando agresor. El problema de la violencia sobre la mujer no es cosa mayoritariamente de ésta, lo es también, en lugar muy importante, mío, nuestro, y no por solidaridad con ellas sino también porque ya es hora de intentar limpiar nuestro género. Lo que ocurre nos envilece, nos degenera.
Hombre y mujer no son dos géneros estrictamente puros, es decir sin componentes psicológicos y comportamentales el uno del otro. Encontramos, en mayor o menor grado, rasgos masculinos en la mujer y rasgos femeninos en el hombre. Mi sensación es que aquello mejor que tengo en mi se corresponde con ese componente femenino, y viceversa, aquello peor, mas duro, más hiriente, más agresivo, es claramente masculino. El ejercicio del poder físico o psíquico, la necesidad de control, el sentimiento de propiedad, han sido actitudes históricamente en manos del macho. Mía o en manos de nadie más, como yo la quiero o de ninguna otra manera, se hará lo que yo diga o nada se hará de otra forma. El sentimiento que me hará crecer a mí humillándola a ella todo lo que pueda, su cuerpo es mío y he de hacer todo lo posible para que no llegue a tomar conciencia del mismo. Yo no vivo al margen de esta realidad, hay gestos, comentarios, que parecen corroborarla. La violencia se encuentra escondida en la intimidad del hogar o en la descerebrada cabeza de algún macho. Yo no la veo hasta que no explota y pasa a engrosar el mundo de las estadísticas. Mientras tanto, el macho, presuntamente inocente, que únicamente asume el papel que socialmente le ha venido dado, duerme sobre un colchón cargado de bombas racimo. Mientras tanto yo también duermo tranquilo satisfecho en mi papel de hombre de hoy, sin carga de prejuicios.
Es violencia el asesinato, como lo es toda agresión física por pequeño que parezca, como lo es el insulto, el desprecio, la humillación, incluso el silencio que ignora, que ningunea. Es violencia la complicidad que calla, que oculta, que mira hacia otro lado, que pretende esconder nuestra cobardía y miseria. Es violencia las palabras pretendidamente inocentes que ríen, se burlan, agreden y construyen con nuestra colaboración los cimientos de un perfil donde el macho se reserva el poder para sí, que abonan el campo donde crecerá, cuando nos hayamos marchado y creeremos limpias nuestras manos, la microviolencia y, más allá, la planta carnívora de lo macro y nos escandalizará cuando una vez más lo contemplemos en televisión, aquello que creemos sentir tan alejado de nosotros. ¿Cuál ha de ser nuestro papel? Aislar, denunciar, enfrentarnos si es necesario y reconstruirnos, sacudirnos el polvo mefistofélico del hombre arcaico que se aferra al poder y a la dominación, del animal carnívoro que necesita devorar para sentirse vivo, que detesta la civilización que lo hace frágil pero más humano. Ya va siendo hora de desmontar el patriarcado y darle a ella el espacio que le debemos; ha de ser nuestra tarea. Ya es hora de desmontar ese patriarcado en nosotros, nuestra liberación  tiene rasgos femeninos. ¿Cuándo seremos conscientes de ello?

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