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viernes, 28 de octubre de 2011

NECESIDADES

La vida está llena de matices. Toda vida está llena de matices. Mi vida está llena de matices. Los matices acompañan a los mitos, les dan cuerpo, carnalidad, les dan existencia, los sostienen. Uno de los mitos sobre mí, fabricado en gran medida por ti, es el de que soy una persona fuerte, independiente y este mito, como todos, también tiene sus matices o si lo quieres, sus paradojas. Si tengo cierta ración de independencia la tengo gracias a otra dependencia; si tengo mis dosis de autosuficiencia es en buena medida otorgadas por mis necesidades cubiertas. ¿Y qué necesidades son esas? Hoy quiero hablar de una de ellas. Te necesito a ti.

Te necesito para mantenerme al borde de la esperanza sin caer en la permanente tentación del desaliento.

Cuando el telón se cierre y el silencio inunde la platea enciende los focos, pon una Cantata de Bach como fondo, cógeme la mano...y sonríe.

Cuándo mi firmamento se tiña de lágrimas y no haya albergue donde cobijarme, rodéame con tus brazos y déjame que llore sobre la esponja de tu pecho.

Cuándo perdido y atemorizado, vacío, desorientado, roto e incapaz vuelva a casa, por favor, estate ahí. Estate para que pueda comprobar que la vida sigue y que yo tengo un espacio en ella.

Cuándo no sepa qué decir porque se hayan borrado de mi mochila todas las palabras reescribe el guión de mi existencia con tu compañía y da voz a mis silencios con los tuyos.

Cuando de nuevo falle envuélveme con el aliento de tu espera confiada y firme.

Soy consciente de que aquel que soy lo soy gracias a mi historia y que mi historia no es mía sino de todos los nombres propios que la han poblado y que me han ido tallando unas veces queriendo, otras sin querer. Tiempo he tenido de irme conociendo y con ello tiempo he tenido de conocer mis abismos. Abismos como el de la cólera.

Cólera, irritación, furia, rabia, enojo, ira.

El espejo sobre el que me miro, tantas veces roto, tantas veces hecho añicos. Tantas veces yo hecho añicos en él. ¿Cómo habría recompuesto una y otra vez esa figura sin tu reflejo? ¿Cómo habría sido capaz de enjaular la fiera que hay en mí? ¿Cómo habría podido bañar esa fiera con ternura?

Ira, calma,

Enojo, calma,

rabia, calma,

furia, calma,

irritación, calma,

cólera, calma, calma, calma.

Como el abismo de la comodidad, la tentación de encerrarme en una burbuja de confort fatuo.

Naturalmente despedazando mis máscaras sobre las que aspiro a construir un personaje que me libre del riesgo y no pague la cuota de la mediocridad y el vacío. Naturalmente fracturando mis corsés sobre los que instalar mis seguridades. Naturalmente quebrando mis excusas sobre las que conformar mi discurso. ¿No he aprendido contigo ese desapego a las excusas? ¿No has llenado tú muchas de las maletas de mi pensamiento viajero?

Te necesito para la ternura, para que me ayudes a mirar en lo mejor que puede haber en mí, a asomarme al pozo de mis contradicciones y discernir en ellas las luces de las sombras, la apuesta de futuro de la condena del pasado. Te necesito para que mis manos no se cierren y para que mis besos no pierdan su brillo, para escarbar lo que de rabiosa humanidad pueda haber en mí bajo la costra del desafecto. Te necesito para que golpees con tus puños un corazón languidecido hasta arrancarle nuevos y vigorosos latidos.

Te necesito para poner orden en mi caos, racionalidad en la disparatada tiranía de la razón, para ponerle nombre a las cosas pequeñas, aquellas sobre las que duermen y nacen los afectos, aquellas que dan razón de ser a una existencia.

Si pese a todas esas necesidades sigo dando sensación de fortaleza, de autonomía, de entereza, es porque ahí estás tú. Ahí has estado. Ahí estarás.

¿He hablado de ti o de mí? ¿Puedo hablar de mi pasado sin tu huella en él? ¿Puedo hablar de mi presente sin el tributo que te debo? No quiero hablar de mi futuro sin que tú me ayudes a construir mi autonomía. He hablado de mí, pero he querido hablar de ti, quizás porque, más matices de la vida, yo también quería ayudarte a mirar en el pozo de tus contradicciones y que discernieras tus luces de tus sombras, esas luces que no siempre he sabido mostrarte y que sin embargo sostienen mi vida.

martes, 25 de octubre de 2011

LIBERAR A DIOS




Unos me negarán el derecho a tratar este tema por no ser uno de ellos, otros lo rechazarán de entrada ya que, incapaces de percibir los matices del lenguaje, negarán sin más discusión lo que yo parezco afirmar, y otros directamente me ignorarán, no les interesa el asunto. Difícil ubicación tengo, no me siento ni creyente ni ateo ni agnóstico, me interesa la pregunta por el posible absoluto del que este ser condicionado y relativo que soy yo formaría parte; por el principio y el final que soy incapaz de ver; por el sentido de la vida y de mi vida que aporte razón a todos los sinsentidos; por el contrasentido de la experiencia de lo trascendente que podemos percibir en lo inmanente; por todo eso imposible de darle forma, de ser definido, de ser nombrado, aunque el ser humano se empeñe en cosificarlo y en domesticarlo.

El primer paso para hacer comprensible lo incomprensible es ponerle nombre al interrogante y ese nombre, a lo largo de la historia del hombre, ha sido el de Dios; nombramos y creemos conocer y tener a nuestro alcance todas la respuestas, gran ironía ante una pregunta que, casi por definición, carece de ellas. Pero lo verdaderamente interesante, a mi modo de ver, no son esas respuestas sino la pregunta en sí y el ejercicio inacabable de contestar a la misma. Es ese proceso el que te hace crecer y el que puede llegar a tener poder liberador si lo haces verdaderamente tuyo, pero toda liberación ha de tener su carga contestataria y su capacidad de subversión y aquí reside lo inadmisible para toda autoridad, es por ello por lo que se arrebata el derecho a recorrer un camino propio y se lo sustituye por otro preestablecido y seguro, y por lo que se reemplaza la pregunta por una batería de respuestas, los dogmas; el aprendizaje de unas respuestas para una pregunta que uno no ha llegado a formularse, supuestas verdades que no suponen, de hecho, contestación a nada, salvo a la necesidad de control, por un lado, y al ser gregario, por otro, y al miedo al vértigo ante toda pregunta (y su duda consecuente) que nos cuestione radicalmente nuestro ser.

Pero ese Dios indefinido resulta indomable sin una autoridad capaz de someterlo, una autoridad que sustituya la incertidumbre del camino de su búsqueda por la seguridad de las certezas del establo. ¿Qué fin social último han de tener iglesias y religiones que anatemizar la búsqueda y santificar el encuentro? ¿Y qué encuentro es ese que no se ha buscado, qué encuentro aquel que se sirve en bandeja y que se conmina a su aceptación so pena de exclusión y soledad? Ese Dios predicado como omnipotente se torna impotente en manos de sus mediadores, estos y su palabra son el camino, fuera de ese camino no hay salvación. El poder está en sus manos y difícilmente aceptarán renunciar al filón que supone. Sacerdotes, obispos, arzobispos, cardenales, papas, imanes, ayatolás, mulás, rabinos, pastores, sus lugartenientes, estamos bajo su jurisdicción, le han sustituido, y defenderán sobre todo y sobre todos su derecho de mando sobre ese territorio, el que consideran suyo.

Porque el silencio es indómito si no se cubre de palabras, se hace necesaria la doctrina; porque el camino es peligroso si no se le encauza, se hace imprescindible la fetua; porque la intemperie se encuentra cargada de tentaciones se hace inevitable el templo; porque los profetas necesitan ser reinterpretados para que no supongan una amenaza era necesario rehacer el hombre para el sábado y no el sábado para el hombre.

Pero de dónde podremos crecer si no es desde la humildad del que nada es y solo empieza a ser con los nadies, y dónde podremos alcanzar la sabiduría si no es desde la ignorancia del que solo encuentra en su vida preguntas, y desde dónde podremos empezar a ser libres si no es desde el caminar abierto a las contradicciones; y cuando podremos incorporar el sinsentido de Dios si no es desde su silencio, desde su impotencia, desde su no ser, si no es desde su necesidad del hombre, su necesidad de la siembra y de la cosecha, de la calma y la tormenta, de la noche y el día, del invierno y de la primavera, de cada ser. Cómo alcanzar la libertad si no es liberándolo y dándole una oportunidad para la existencia.



domingo, 23 de octubre de 2011

PREFIERO LOS HOMBRES QUE LLORAN


Podría haberlo titulado prefiero a las personas que lloran, y así sería, pero decidí mantener este otro que habrá quien pueda calificarlo de sexista (yo no lo haría) pues la verdadera novedad estriba en que los varones lloren, que lo hagan en público y que no se avergüencen de ello. Estos últimos días han sido idóneos para valorar el tipo de hombres públicos con los que nos encontramos cada jornada en los medios de comunicación. Los gestos, las palabras vertidas ante el anuncio (insuficiente por lo que falta y patético por la jerga que utiliza, lo sé) de ETA han dado ocasión para contemplar un buen abanico de reacciones más o menos representativas de las personas, los varones en este caso, que las llevan a cabo. Prefiero a los hombres que lloran y no creo que por ello se les pueda tildar ni de pusilánimes, ni de débiles, ni mucho menos de “perfectos mierdas” como hace tiempo un “egregio” escritor se atrevió de tildar a un político; todo lo contrario. Solo quien no ha llorado desconoce el poder liberador del llanto y la libertad y fortaleza de carácter que representa.

Hay varios tipos de llanto que yo destacaría, el primero el que proviene de la vergüenza y del arrepentimiento de una acción que hemos llevado a cabo. Se trata de un llanto inconsolable entremezclado de sollozos y convulsiones, uno no puede ocultarse a sí mismo ni a lo demás lo que es ni las consecuencias de sus actos. Estas personas tendrán mucho más fácil la capacidad de pedir perdón. No imagino a algunos de nuestros políticos especialmente engreídos, soberbios, vanidosos, arrogantes y chulescos, haciendo ni una cosa ni la otra, como tampoco imagino a la mayoría de esos voceras que solo saben exigir a los energúmenos de ETA que pidan perdón, con capacidad de llorar y de pedirlo por cuestiones incluso más nimias. Esos hombres que lloran me resultan de fiar.

El segundo de los llantos, es el del agotamiento, del no puedo más, del cansancio de la batalla, del dolor de las heridas. Imagino a estas personas especialmente desarmadas, inofensivas, sin la personalidad adecuada para continuar hasta el encarnizamiento, sin el deseo de hacer sangre tan habitual en los partidos y en sus voceros mediáticos. Es también el llanto de las víctimas, de quien no se encuentra dispuesto a vender su dignidad por un misero plato de lentejas de poder y gloria, a envilecerse en una establecida rutina sin sentido. Esos hombres que lloran me resultan de fiar.

El tercero de los llantos es el de la empatía, el de quien es capaz de llorar ante el dolor de los otros, por la impotencia por no poder evitarlo, por no haberlo podido evitar, por la sensación de injusto privilegio del que se siente gratuitamente a salvo, por la conciencia de ser uno con el sufriente. No imagino ese llanto en aquellos que justifican miles de muertos sin modificar ni un ápice su discurso ni su gesto altanero y su voz prepotente. Los creo más capaces de escuchar, más sensibles ante los problemas de los otros, con mayor posibilidad de piedad, más humanos. Esos hombres que lloran me resultan de fiar.

Por último, el llanto de la emoción, de la alegría, mayor cuanto más esfuerzo se ha puesto en el asunto, cuantas más cicatrices te quedarán del camino, cuantos más hay y más débiles son los que se reconfortan contigo. Los imagino capaces de mayor ternura y afectividad. ¿Quién dijo que no son necesarias en política? Con mayor humanismo en su forma de entender la política y la vida. La mayoría confundirá ese llanto con la debilidad, con el afeminamiento (ridículos), ellos sí, perfectos y patéticos remedos de ser humano. Esos hombres que lloran me resultan de fiar.

Ninguno de ellos se encontrará libre del error, nadie lo estará, pero infunden más naturalidad, y puestos a caminar en las tinieblas que es el ejercicio de la política (me producen risa los vendedores de certezas que todo lo ven claro) y puestos a tropezar con frecuencia y a levantarse, prefiero ir de la mano de alguien que me genere, al menos, confianza y del que yo me sienta cercano incluso en sus limitaciones.


jueves, 20 de octubre de 2011

LA BURBUJA



Más aeropuertos que nadie, eso sí, sin aviones; más kilómetros de alta velocidad que nadie, más autopistas de peaje, más viviendas, más, más, más. El milagro económico español, la séptima potencia económica del mundo. La burbuja que explotó no era solamente una burbuja inmobiliaria, ni una burbuja económica, era también y quizá, fundamentalmente, una burbuja vital en la que casi todos, con nuestras aspiraciones, creencias y deseos, estábamos inmersos. Nos creímos ricos, nuevos ricos. Instalados ya en el mundo del crecimiento permanente, del progreso sin fin, del derecho a la ostentación, y perdimos el juicio todos, empezando por nuestros gobernantes, el fausto con réditos políticos, la vanagloria como arma electoral, el boato y la suntuosidad se hicieron comportamientos disculpables, pecados menores deseados por todos y de la envidia pasamos al rencor. Nos volvimos petulantes, jactanciosos, afectados, exhibicionistas, y olvidamos nuestro pasado y nuestras raíces. La pompa que exhibíamos se convirtió en burbuja y con ella nos elevamos al cielo de los elegidos que pueden mirar desde arriba a los demás, la nueva raza aria destinada a dominar el mundo, la burbuja que nos aislaba de otras realidades, la burbuja que nos protegía de toda amenaza. Seguros, todo riesgo era execrable. Poderosos, capaces de poseer todo lo deseado. Y la burbuja explotó y el rey estaba desnudo y no nos gustaba lo que veíamos, el imperio que se nos desmoronaba era ficticio. Era necesario buscar culpables, chivos expiatorios en los que vengar nuestra rabia, delirios que taparan nuestras vergüenzas. Nos habíamos construido una burbuja en la que vivir, una cómoda burbuja en la que aislarnos de todo aquello que nos pudiera afectar, una burbuja refractaria a todo argumento que nos cuestionara, en la que también alcanzar, cada uno en la medida de nuestras posibilidades, o en la sin medida, más, más, más.

Pero la burbuja explotó, tenía que explotar, cuanto más grande y lujosa fuera más cerca se encontraba de su fin. Y la realidad desnuda estaba ahí, la que no queríamos ver, la que seguimos sin querer ver, pero una realidad que no se puede obviar. El domingo tuve una inmersión corta pero profunda en esa realidad cruda, dura, de la que parece fácil escapar una vez que sales de allí. Ellos se lo han buscado. Yo no tengo ninguna responsabilidad ante ella. Y ahí parece acabar su mención, porque qué decir cuando la mayor parte de las palabras resultan artificiosas, huecas, cuando solo resultan simulacro, esconden nuestra porción de hipocresía. Qué decir que no te manche más de lo que ya estás, ruido, voz sin más, carente de sentido, carente de corazón. Qué decir si sientes que toda tu vida se haya construida sobre palabrería, que razón exponer sin que suene a mera justificación.

Nos animan al consumo para reactivar la economía, para evitar la recesión, a montarnos de nuevo en la bicicleta y seguir pedaleando, a no parar para evitar que la bicicleta caiga, a no detenernos. Esa es la solución. ¿O ese es el problema?. ¿Qué tipo de persona somos dentro de la burbuja? ¿Qué valores nos dejamos en el camino? ¿Qué víctimas? ¿Qué precio pagamos para esa ficción de poder y gloria? Toda burbuja será en el fondo una pompa de jabón que terminará explotando, pedalearemos hasta estrellarnos contra el muro, hasta destrozar la máquina que nos llevó hasta allí y destrozarnos nosotros con ella. De victoria en victoria hasta la derrota final. De ficción en ficción hasta hundirnos en la única sustantividad, la verdad cenagosa que estábamos construyendo.


miércoles, 12 de octubre de 2011

DEBERÍAMOS PEDIR PERDÓN

Esta mañana he tenido uno de esos momentos dulces de la vida, pequeños momentos que son los que justifican a veces una labor aunque sean gratuitos, inmerecidos (o quizás por eso mismo), las pequeñas cosas que unidas frágilmente entre sí aportan la felicidad. En la calle, sentado en mi silla de ruedas, he visto acercarse para saludarme a un joven al que he reconocido enseguida. Fue un alumno mío de esos que ocasionalmente atiendes en labores de apoyo, clases de esas en las que es difícil distinguir bien donde acaba el deseo del tutor de desprenderse de lo que considera una carga para la clase y donde empieza el de que ese tiempo sea provechoso para el alumno; horas, que deseo que cada vez sean más extrañas, en las que tú, como docente, no tienes claro que es mayor si el provecho que el alumno pueda sacar de ese tiempo o la perdida que está sufriendo por no estar en ese momento aprendiendo junto a sus compañeros. Quizás es inevitable porque es humano pero siempre me ha resultado odiosa la manía de catalogar al alumnado y predecir su futuro convencidos de nuestras capacidades videntes que una experiencia de años (y que, sorprendentemente, es heredada por los jóvenes que se van incorporando al cuerpo místico del profesorado) nos ha otorgado. Sin embargo esa experiencia debería decirnos que, a pesar de todo, nos equivocamos, afortunadamente nos equivocamos.

¿Cuántos alumnos hemos dejado por imposibles considerando que no merecía echar en ellos más esfuerzo sin llegar a darnos cuenta que ese era precisamente el problema, que todavía no habíamos echado en ellos el esfuerzo necesario? ¿Cuántas ínfulas de sabiduría hemos derrochado en pronosticar futuros calamitosos simplemente por justificar nuestra desidia o por estúpida venganza? ¿Cuántas veces esos pronósticos se han demostrado equivocados, hemos errado en nuestras apuestas y, sin embargo, esa constatación no ha sacado de nosotros ni un gramo de autocrítica? Deberíamos pedir perdón por ello, por el tiempo no empleado, por el esfuerzo no echado, por las palabras arrogantes, por los calificativos insultantes, por la falta de profesionalidad.

Afortunadamente nos equivocamos, somos falibles, la vida es mucho más que el pequeño espacio que abarcamos, no somos los responsables de extender el salvoconducto hacia el éxito, hacia al felicidad, y, a menudo, ese salvoconducto, es un fiasco. La vida nos corrige y no siempre nos damos cuenta de ello, no comprendemos su grado de censura ni la necesidad de la enmienda. La vida nos supera, siempre nos supera, si no fuera así carecería de sentido, una vida minúscula que no merecería la pena vivirla. Nos supera y nos exige estar siempre ojo avizor, alerta ante sus demandas, ensanchando los espacios en los que nos movemos, creciendo con ellos, no rindiéndonos nunca, no abandonando a nadie a la deriva.

No nos colguemos medallas que no nos corresponden, lo verdaderamente grande, lo verdaderamente bello es que una persona para la que el sistema educativo fracasó (aquí el único triunfo es solo el suyo) sea capaz de olvidar o de perdonar y se acerque a ti, que al fin y al cabo solo eres un representante de ese sistema, y te salude con un afecto que percibes con claridad y que te permite, tras la despedida, sentirte, de alguna manera, liberado de una de tantas cargas que sobrellevas.

jueves, 6 de octubre de 2011

PIENSO, LUEGO ESTOY EQUIVOCADO


Con la edad cada vez soy más consciente del célebre “solo sé que no sé nada” de Socrates, incluso me atrevería a enunciarlo de otro modo, “sólo sé que estoy equivocado”. Las distintas etapas de mi vida me han supuesto un viaje gradual, nunca traumático, por mi manera de pensar. De la misma manera que hoy no soy el mismo que cuando tenía veinte años, que mis circunstancias no son las mismas, no es exactamente la misma mi manera de pensar. Ese ha sido un proceso de la certeza a la duda, de las respuestas a los interrogantes. La verdad no cambia conmigo, la verdad, si existe tal cual, está ahí, el que cambia soy yo; y en ese cambio solo puedo llegar a una conclusión, en mis posiciones pasadas estaba equivocado o al menos contenían errores y la conclusión no puede ser otra que en la actualidad me ocurre igual. No creo que sea un espécimen raro, también estoy convencido que este trayecto lo es por diferentes etapas de la vida que en esencia son similares en todo ser humano, la disparidad estriba en si ese resto alcanza las mismas conclusiones que yo. Por esto cada vez me asustan más (o me producen más risa, a veces la propia comicidad da miedo) aquellas personas que presumen de mantener incólumes sus creencias del pasado, que pasean el orgullo de haber pensado toda la vida lo mismo, temo que en realidad no hayan pensado; del mismo modo que me aterrorizan (y me producen hilaridad) aquellas otras que han dado giros radicales en su vida y en todos y cada uno de ellos se han comportado con la misma certidumbre, garantes de una infalibilidad que les acompaña allá donde vayan; exaltado, fanático, intransigente, dogmático, ayer pensando en rojo hoy en azul, ayer en la increencia hoy en el fervor. Tampoco han pensado, solo se han ido dejando llevar por sus intereses y por la turbulencia emocional. Hacia estos perfiles apuntan la mayor parte de nuestros representantes políticos, sindicales o religiosos y los frecuentes adlátere que llevan consigo, siempre con un discurso en el que no existe espacio para la duda ni para el error, con un tono categórico y maximalista, pregonando el maniqueísmo, convirtiendo el insulto a la inteligencia en la manera contagiosa de utilizar la misma, si es que se puede llamar a eso hacer uso de la inteligencia.

Y entre ese pantanoso ejercicio del pensamiento me encuentro yo con mis dudas y mis errores y extrayendo de ellos algunas consecuencias, la primera de ella la humildad. Siempre he manejado el cuento de “Los siete ciegos y el elefante”:

En un pueblo, había siete hombres ciegos que eran amigos, y ocupaban su tiempo en discutir sobre cosas que pasaban en el mundo. Un día, surgió el tema del «elefante» Ninguno había «visto» nunca un elefante, así que pidieron que los llevaran a un elefante para descubrir cómo era. Uno tocó su costado, otro la cola, otro la trompa, otro la oreja, otro la pata, etc. Después se reunieron para discutir lo que habían «visto». Uno dijo: «un elefante es como una pared» (pues había tocado su costado). «No, es como una cuerda», dijo otro. «Estáis los dos equivocados» dijo un tercero, «es como una columna que sostiene un techo». «Es como una serpiente pitón», dijo el cuarto, «es como una manta», dijo el que había tocado la oreja. Y así siguieron y siguieron discutiendo.

La moraleja es clara, cada uno de nosotros solo tiene capacidad para percibir una parte de la realidad y necesitamos distintas perspectivas para poder husmear, al menos, una parte mayor de ella. Lamentablemente la mayor parte de las organizaciones tienden al monolitismo ideológico y dogmático en el que la disensión siempre está mal vista.

La segunda consecuencia es evidente, aprendemos del que nos aporta información diferente a la nuestra o que desconocemos y del que no piensa como nosotros. No para que aceptemos su punto de vista sino porque solo ellos estimulan nuestro pensamiento y pueden hacerlo avanzar. Me aburren extremamente los órganos (personas incluidas que actúan como órganos) de opinión en los que no hay margen para la sorpresa, en los que ya sabes de antemano cual es su parecer y hasta puedes adivinar con meridiana exactitud las palabras que van a utilizar.

Quizás podría parafrasear la celebre frase de Descartes «cogito ergo sum», pienso luego existo, con esta otra “pienso, luego estoy equivocado”. No pretendo convertirme en un abanderado de un relativismo intelectual a ultranza, mantengo convicciones que me resisto a cuestionar, pero son convicciones que tienen que ver, sobre todo, con el terreno ético. Dos de ellas son las anteriormente citadas que tienen que ver con una ética del conocimiento, pero hay otras, unas tienen que ver con la declaración de derechos del hombre y también con la inexistente, pero cada vez más urgente, declaración de deberes, el “no hagas a los demás lo que no desees para ti”, que todo “sábado (toda institución) está hecha para el hombre y no el hombre para el sábado” y otras máximas (la sabiduría no es de hoy) el deber de cada uno de nosotros de que la justicia social se construye compensando los déficits de todo tipo, la certidumbre de que no somos sino un componente más de la Naturaleza, de la Tierra, del Universo, de la Vida (llámenlo Creación si quieren) y nos salvamos Todo o no se salva nadie, menos nosotros.

Certezas del tipo que entre egoísmo y generosidad me quedo con esta última, que entre crueldad y humanidad, la primera te destruye a ti mismo, la otra te enaltece; que la dureza te vuelve piedra y la misericordia te vuelve humano; que entre la envidia y la conformidad solo ésta es la puerta hacia la felicidad; que la violencia aniquila el futuro que pretende construir, que la agresividad nos ciega la razón y nos empobrece como personas; que no es posible construir grandes edificios si no somos capaces de alzar con afecto nuestra casa. No se tratan solo de pautas de comportamiento íntimo como si lo público se viera forzado a regirse por otros criterios, estoy convencido de que son juicios válidos para todo discernimiento, renunciar a ellos es darse por vencido.

Puede ser que también en esto me encuentre equivocado, pero se trata de mi opción. Si estos criterios no son válidos pienso que no merece la pena la vida, si estas convicciones también se tratan de un error prefiero morir en él, ejerciendo hasta el final el sagrado derecho a equivocarme.


lunes, 3 de octubre de 2011

EN DEFENSA DE LA EDUCACIÓN PÚBLICA.

Vivimos malos tiempos para lo público y, por lo tanto, para la enseñaza pública. Nos encontramos con una clara amenaza para los servicios públicos, en la que no está en cuestión el concepto de lo público, está en juego su desaparición. Es lo publico entendido como un gasto estentóreo que la sociedad no puede soportar y cuya prestación puede ser suplida en mejores condiciones económicas y de gestión por la iniciativa privada. La amenaza es pues la progresiva sustitución de lo público por la iniciativa y gestión privada. Es esta amenaza a la que hay que responder de la manera más inmediata. Destruir es fácil, reconstruir mucho más difícil.

En esa contienda es necesario evidenciar los valores diferentes que afrontan cada una de esas concepciones políticas. En concreto, en la educación, dejar claro que una estructura educativa privada nunca podrá sustituir ni los objetivos ni las formas del sistema educativo público. Esa es la tarea de todos los días más allá de las circunstancias políticas dominantes de cada momento.

EN EL ORIGEN DE TODO.

Ésta es la salmodia que resuena permanentemente:

Yo. Yo. Yo. Yo.

A toda pregunta la respuesta es un Yo.

La medida de todas las cosas es Yo.

Yo es fundamentalmente comodidad, tranquilidad, seguridad, ganancia. Yo

Pero se han olvidado, ya no se escuchan, otras cuestiones, ecos de viejo, añoranzas de otros tiempos.

Fe, esperanza, caridad.

Prudencia, justicia, fortaleza, templanza.

Ternura, misericordia, pasión, servicio, afectos, cariños, caricias.

Capacidad reflexiva, crítica. Libertad.

Es otra manera de ser un Yo, pero una manera en la que necesariamente en ese Yo entran los Otros. Los cercanos, los de media distancia, los lejanos. Los Otros.

¿Y a qué esto?

Una y otra manera de ser Yo implica una u otra manera de entender, de vivir la vida, de entender, de vivir la educación; de entender, de vivir la función pública. Detrás de todos los debates que podamos tener aquí o en el centro siempre asoma esta vieja diatriba, soterrada quizás, atemperada y edulcorada, descafeinada puede ser, pero esa diatriba entre diferentes maneras de ver la vida, la educación, todo. Diferentes maneras de ser persona, de ser Yo. Hubiera debido decir de ser uno mismo. No lo creo.

Para mí en el primer sentido del Yo, ese YO mayúsculo y centrípeto. Uno mismo tiende a ser un clon. Ya no es uno mismo. Nos mimetizamos en el paisaje. Incorporamos un único discurso que se repite una y otra vez. Pero nos sentimos dentro de un colectivo formado por innumerables e idénticos Yos que se reproducen unos a otros.

En la segunda manera del Yo, abierta, minúscula, comunitaria; nos encontramos ante diferentes formas de ser uno mismo. Paradójicamente en esta segunda nos encontramos con la autonomía y en la primera con la heteronomía más absoluta. Pero también, ese es el riesgo, nos podemos sentir cada vez más solos.

Nosotros elegimos.

FUNCIÓN PÚBLICA DOCENTE. ¿Qué es eso de la FPD?

El acceso a la Función Pública Docente seguramente se había convertido en uno de los objetivos fundamentales de nuestra vida. Ya nos empezaba a quitar el sueño. Logralo es un descanso. Un verdadero descanso. Parece haber llegado la hora de descansar. Es así. Sin duda. Pero venimos a decir que puede ser el final de una etapa, pero necesariamente ha de ser el comienzo de otra. Y lamentablemente vengo a deciros. El descanso no existe, todo es un mismo camino, todo es caminar. Andar, caer, recomenzar. No es una condena, así es la vida. Andar, caer, recomenzar.

Función Pública Docente. ¿Qué es eso de la función pública docente? No nos andemos por las ramas y a riesgo de incurrir en obviedades vayamos a las ideas básicas.

En el diccionario de la RAE el término función tiene estos dos significados:

  1. Actividad propia de alguien o algo.
  2. Actividad propia de un cargo, oficio, etc.

Primer paso, sin actividad no hay función, por lo tanto el funcionario es el que realiza una actividad, no se trata de una condecoración, ni de un título, se trata de realizar una actividad, de hacer algo. Primer tópico que ha de venirse abajo, no es funcionario de hecho el que no “funciona”, el que espera que el tiempo pase sin más, el que no quiere complicarse la vida.

¿Y qué entendemos por actividad?

Actividad:

  1. Facultad de obrar: se mantiene en constante actividad.
  2. Diligencia, eficacia: es impresionante la actividad del secretario.
  3. Conjunto de operaciones o tareas propias de una persona o entidad: actividad docente, empresarial.
  4. Tarea, ocupación:

Estar en actividad lo entendemos pues como estar en acción, movimiento o funcionamiento, tener una tarea que realizar, hacerlo con eficacia, con diligencia.

El termino actividad no deja de ser neutro por lo que es necesario preguntarnos: ¿Pero es una actividad para qué? ¿Para quién?

Función Pública.

Publico:

  1. Para todos los ciudadanos o para la gente en general, se opone a privado: transportes públicos.
  2. Del Estado o de sus instituciones o que está controlado por ellos: el gobierno procederá a la privatización de algunas empresas públicas

Somos funcionarios públicos. Es importante la matización entre estatal y público. Los colegios son colegios públicos, no simplemente estatales. Nosotros también somos funcionarios públicos, es decir: funcionarios del Estado para todos los ciudadanos. Al servicio de los ciudadanos. Para todos los ciudadanos no significa acoger sin más a escolares de todo tipo en las aulas, significa atender a las necesidades reales de todos ellos.

Hay un concepto en principio equiparable al de función pública que peligrosamente, casi con el beneplácito de todos se ha ido perdiendo, es el de servicio público. Nos guste o no hemos de ser servidores públicos

Servicio:

  1. Labor o trabajo que se hace sirviendo al Estado o a otra entidad o persona
  2. Organización y personal destinados a satisfacer necesidades del público.
  3. Conjunto de criados.
  4. Favor en beneficio de alguien: me hizo un servicio sustituyéndome esa tarde.
  5. Utilidad o provecho: esta cafetera aún nos hace servicio.

Somos servidores públicos. Realizamos un trabajo sirviendo al público, en beneficio de ese público, un trabajo que ha de serle de utilidad y provecho. En estas aparentes obviedades se encuentran encerradas las preguntas que siempre tenemos que hacernos:

¿Cuál es nuestra labor? ¿Cuál han de ser nuestros objetivos?

¿Estamos sirviendo? ¿Somos de utilidad?

¿A quién estamos sirviendo? ¿Para qué y para quién servimos?

¿Cuál ha de ser nuestro público?

Nuestro trabajo será muy diferente dependiendo de las respuestas que demos a esas preguntas. Es más, aunque conscientemente no nos las realicemos, las preguntas siempre están ahí y siempre les estamos dando en la práctica una u otra respuesta. Y servimos a unos o a otros, a los que no nos necesitan porque van solos, o a aquellos que necesitan un esfuerzo público que compense su realidad social o personal, a los que tienen un entorno cultural que los apoya y potencia o a los parten con ese hándicap en la carrera. La escuela pública es de todos pero en la práctica tendemos a abandonar a estos últimos.

Nos queda un término del triplete:

Docente:

  1. De la docencia o relativo a ella: prácticas docentes.
  2. adj. y com. Que se dedica profesionalmente a la enseñanza: los docentes de secundaria.

No parece decirnos mucho Docente nos suena fundamentalmente a dar clase. Docente es el que da clase. Sin embargo sí aparece otro término que quizás nos pueda dar alguna pista:

Enseñanza:

  1. Acción y resultado de enseñar: enseñanza de idiomas.
  2. Sistema y método empleados para enseñar: enseñanza mixta.
  3. Conjunto de medios, instituciones, personas, etc., relacionados con la educación: el mundo de la enseñanza.
  4. Ejemplo que sirve de experiencia: que esto te sirva de enseñanza.
  5. pl. Ideas, conocimientos, etc., que una persona transmite a otra: sus enseñanzas le fueron de gran ayuda.


Ya salió la vieja diatriba entre enseñanza y educación. ¿Enseñamos o educamos? ¿Estamos para educar? ¿Puede hacerse una cosa sin la otra?

Educación:

  1. Proceso de socialización y aprendizaje encaminado al desarrollo intelectual y ético de una persona.
  2. Instrucción por medio de la acción docente: educación primaria.
  3. Cortesía, urbanidad: saltarse el turno en una cola es de mala educación.

Nos fijamos en la segunda acepción: Instrucción por medio de la acción docente. Lo siento señores y señoras en contra de aquellos que pensaran lo contrario, la docencia, la enseñanza, la instrucción, la educación, todo va en el mismo paquete. Nunca se hará una cosa sin la otra, podremos responsabilizarnos más o menos, hacerlo de una manera o de otra, pero siempre que pretendamos hacer una de ellas estaremos haciendo también las otras. Y en esa educación es fundamental la anterior acepción cuarta, el ejemplo. Educamos mediante nuestro ejemplo y con nuestro ejemplo destrozamos todo lo que pretendemos educar. Y con el concepto ejemplo volvemos a nuestro inicio: ¿Cuál es nuestra manera de ser? ¿Cuál es nuestro Yo? Todo se encuentra teñido por él. El reto de la docencia es el reto de ser persona, en la enseñanza pública más, han de ser inevitables algunas preguntas clave de esas que nos acompañarán toda la vida, que tendrán que encontrarse detrás de toda reflexión pedagógica que nos hagamos.

¿Por qué educamos?

¿Para qué educamos?

¿Para quién educamos?

Es cierto, pueden existir condicionamientos objetivos que dificulten esta idea de educación generalizada y personalizada a la vez, pero ante estos condicionamientos no vale dejarse llevar por los lamentos paralizantes y justificantes, ese Yo nos exige tener en cuenta tres cuestiones:

1. Esas situaciones exigen la respuesta comprometida, la respuesta política (entendido el concepto más allá de un sentido partidista restrictivo).

2. Ante circunstancias iguales la actitud y el trabajo de una u otra persona marca la diferencia.

3. Esas preguntas han de encontrarse permanentemente presentes, lo que exige un auténtico trabajo en equipo y una constante reflexión crítica. El docente como intelectual.