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lunes, 20 de enero de 2020

No seas como yo



Si alguna vez acudiste a mí solicitando ayuda
y yo no te escuché,
no seas como yo.
Si alguna vez
ante tu presencia
o tus palabras
o tu demanda de atención,
respondí de forma bronca,
no seas como yo.
Si alguna vez me hablabas,
quisiste hacerte presente en mí
y yo te ignore,
no seas como yo.
Si alguna vez disfrutabas de un momento feliz,
sonreías y todo tu cuerpo era puro gozo
y yo lo convertí en un mar de lágrimas,
no seas como yo.
Si alguna vez me viste convertido en pura soberbia.
incapaz de aceptar un error,
percibiendo a los demás siempre desde arriba,
no seas como yo.
Si alguna vez aquello que viste en mí
te pareció despreciable,
nunca lo utilices como excusa
para justificar tus pecados.
Si cuando la memoria te remonta a tu infancia
y esta no te lleva a mis brazos,
a mis besos o a mis rodillas,
si en eso solo escuchas
mis gritos o mi violencia,
por favor,
tú,
no seas como yo.
Nunca seas ese yo
que entonces rechazaste.



jueves, 26 de enero de 2017

CHIQUILLADAS




Diego, Lucía, Arancha, Jokin, son sólo algunos de los nombres que terminaron suicidándose como consecuencia del acoso escolar. Efectivamente, como bien dijo  Olga Carmona en un artículo publicado en el diario El País el pasado 14 de enero, el acoso escolar no puede ser causa suficiente para esos suicidios. Junto al acoso hay múltiples variables que hacen que ese detonante unido a otros factores de la personalidad del adolescente termine acabando de esa manera; y es bastante probable que los responsables últimos del suceso no se encuentren solo en el centro escolar, seguramente la mirada ha de detenerse también en otros lugares en los cuales la personalidad de ese adolescente se ha ido forjando, especialmente en el ámbito familiar. Dicho eso parece que entonces podemos dormir tranquilos, libres de culpa, pues una parte intentará culpabilizar a la otra y esta se exculpara responsabilizando a la primera.
El acoso escolar parece frecuente en nuestros centros educativos, un amplio porcentaje de nuestros escolares se han sentido acosados en algunos momentos. El acoso es algo habitual en los patios, pasillos y aulas de estos centros; y algo habitual desde las edades tempranas, en los centros de primaria y en los institutos de secundaria; y con frecuencia se intenta restar valor a estos comportamientos tachándolos de chiquilladas, es decir, puerilidades, simples travesuras. Seguramente llevan razón, forman parte de los comportamientos habituales de los niños, son chiquilladas, más o menos afortunadas pero chiquilladas. La imagen idílica que queremos transmitir de los niños como seres inocentes no es del todo exacta, nuestros niños son hijos de esta sociedad y esta sociedad deja mucho que desear. El diferente ya sea por el color de su piel, por su estructura corporal, por su orientación sexual, por su idioma, por sus gustos, por su forma de pensar o por el motivo que sea tiene difícil ubicación en ella; los adultos aprenden las normas de convivencia y con ellas las formas del disimulo, pero los niños todavía no han aprendido a ser políticamente correctos por lo que no es raro que esas diferencias generen burlas o aislamiento, aprenden de lo que ven y de lo que oyen, y tienen mucha más sensibilidad para percibir los comportamientos de fondo y las actitudes de lo que nosotros creemos o deseamos creer. El ser humano es un ser social y esto que naturalmente es positivo supone también que utiliza el grupo para parapetarse tras él, para esconderse y dejarse llevar. Es un animal gregario que tiende con facilidad a someterse a las iniciativas ajenas, puede ser servil y cruel a la vez. Este comportamiento es frecuente en un centro educativo; el escolar puede llegar a ser una persona muy diferente camuflado en el grupo o en solitario y, como el resto de los humanos puede llegar a ser muy sumiso frente al líder. Manifestar una opinión diferente a la del grupo y enfrentarse a él es algo que generalmente necesita ser aprendido pero que normalmente no es enseñado. Al igual que los micromachismos, en la escuela también se dan microacosos que tienden a pasar desapercibidos como chiquilladas que no merecen demasiada atención. En la disputa en torno a la educación para la ciudadanía las asociaciones que se manifestaban en contra lo defendían con un enorme disparate: la educación corresponde a las familias y no al centro educativo. Entendemos ese concepto de educación como educación en valores y emocional; el centro educativo queda reducido a la simple instrucción. Desgraciadamente, así ocurre en muchos casos. No estamos suficientemente atentos a lo que ocurre entre nuestros alumnos y difícilmente nos implicamos en la práctica defendiendo los valores correspondientes y criticando sus antivalores. Es fácil identificar el tipo de alumnos que se encuentran en riesgo, algunos de ellos saltan a la vista rápidamente, otros los podremos descubrir con algo de atención. Uno de los valores a defender siempre ha de ser la defensa del débil. Ahí tenemos que estar nosotros y ahí es necesario animar desde el primer momento a nuestro alumnado, sea en el centro o sea en la calle. De igual modo es necesario establecer una complicidad y confianza con ellos para que ese tipo de comportamientos no forme parte de un silencio cómplice que nos mantenga en la ignorancia. No formamos parte del enemigo, esto no se transmite teóricamente sino que hay que ganárselo en el día a día.
Estos comportamientos no los resolveremos nunca escurriendo el bulto que nos corresponde y acusando a la otra parte de su responsabilidad. Todos tenemos alguna y todos hemos de implicarnos en ello. Trabajar este aspecto es trabajarnos a nosotros mismos. No se trata de sustituir a nadie, se trata de asumir nuestro papel y descubrir, aunque nos parezca mentira, uno de los aspectos más gratificantes de esta profesión por complejo y duro que realmente sea: el hecho de cuestionarnos y mejorar como personas para poder ser verdaderamente útiles en el crecimiento de otras muchas.


jueves, 19 de enero de 2017

Lectura y pensamiento





El último barómetro del Centro de Investigaciones Sociológicas (C.I.S.) recoge un dato fiel reflejo de nuestra realidad. El año 2015 casi el 40% de los españoles (cuatro de cada diez) no leyeron ningún libro. No se trata únicamente de señal de la progresiva pérdida de un hábito trasnochado, el libro, ese viejo objeto del culto para extraños seres de tiempos acelerados. Asumamos el cambio de los tiempos y con él asumamos también el cambio de formato. No nos referimos aquí al libro de papel o al electrónico, al texto impreso o al digital, nos referimos en primer lugar al hecho de la lectura amplia y tranquila que necesita unas actitudes y características cada vez más alejadas de las personas que estamos construyendo. Ese acto lector necesita realizarse bajo una serie de características: en soledad, en silencio, en quietud y con esfuerzo, se trata de un espacio de tiempo duradero, continuo y a pesar de lo aparentemente dicho, a realizar de forma activa, el acto de la lectura supone un diálogo en el que el lector no puede permanecer pasivo. La sociedad en la que nos movemos viene a ser la antítesis de este acto. El hombre de hoy tiende a huir de esa soledad que fácilmente se identifica con el aburrimiento. No estamos preparados para ese aburrimiento ni lo estamos para encontrarnos solos. Sinónimo aparente de esa soledad es el silencio, necesitamos el ruido a nuestro alrededor, la televisión ocupa un lugar central en nuestra casa y en nuestra vida, es uno más de la familia, no tiene sentido que un aparato de tal interés se mantenga apagado, es importante encenderlo desde el momento que nos encontramos allí y, en la medida de lo posible, sin que nos exija esfuerzo alguno pues su objetivo, no siempre declarado, no es este sino nuestro adocenamiento. Si al hecho de la soledad y silencio añadimos la quietud con lo que nos encontramos es el puro y simple aburrimiento, algo para lo que raramente estamos educados desde nuestra más tierna infancia. Esa sociedad acelerada o líquida no está construida para exigirnos esfuerzo, hemos pasado del texto continuo (el libro) al discontinuo (la Red), de la lectura prolongada de un texto a la lectura a salto de mata, aquí y allá. Esa Red nos aporta una capacidad nueva que hemos de desarrollar pero nunca a costa del sacrificio de nuestra capacidad lectora clásica. Estemos donde estemos, estemos ante lo que estemos, estemos como estemos, estemos con quien estemos, estemos activos que no quiere decir en movimiento. Que la opción de los entretenimientos pasivos no la convirtamos en un hábito, el hecho de la relajación ya es una decisión activa y el hecho de poner en off nuestra mente en algún momento en nuestra vida también ha de ser una decisión activa, consciente y puntual. La gran paradoja es creo que lo que llamamos animación lectora también va por caminos opuestos a ese acto lector. Nos encontramos fundamentalmente con actividades grupales, en movimiento, con alboroto la mayor parte de las veces y buscando la diversión. No es raro que después, cuando el niño se encuentra con el libro en las manos descubra que aquello no tiene nada que ver con lo que le hemos vendido.
Pero la perdida de esas capacidades va más allá del acto lector. Ese esfuerzo completamente personal, plenamente activo aunque no se perciba desde fuera actividad alguna, necesitado de un trabajo mental, no está poniendo en juego únicamente la acción lectora sino también el acto de pensar. Pensamos cuando nuestra mente está en on, siempre que establecemos un diálogo con la realidad, con nuestro exterior. Adocenarnos, sentir la incapacidad para encontrarnos en soledad y silencio, faltos de un ruido que impida que la información nos llegue con claridad, es algo bien representativo de la pérdida de la suprema capacidad humana, la del pensamiento. No se trata de grandes elaboraciones teóricas, seguramente hay muy poco por inventar y lo poco que haya no está a nuestro alcance. Se trata de sentir que nos encontramos en diálogo con la vida, que la rapidez que se nos impone desde fuera no nos impide detener el tiempo necesario para asumir la realidad en la que nos encontramos y descubrir nuestro lugar en ella. No buscamos grandes titulares, quizás sólo sea descubrir al otro, por pequeño que sea, y dialogar con su realidad. Se trata de cuestionarnos a nosotros mismos y estar siempre atentos a la lectura de la realidad que nos rodea, sea esa realidad en el formato que sea, incluido, por supuesto, un libro.

sábado, 4 de junio de 2016

LOS VIRUS EMOCIONALES




Víctor Moreno, profesor, escritor y crítico literario, especializado en el fomento de las competencias lingüísticas, especialmente de lectura y escritura, afirma en uno de sus libros refiriéndose a la animación lectora que es imposible contagiar el virus que no se padece. Si esto puede ser perfectamente asumible es lo que se refiere a esa lectura y escritura no puede ser de otra manera cuando nos referimos a la educación emocional. Discutir si esta última es o no es una competencia docente, es una discusión estéril en la medida en que la pregunta no debería ser si es o no es sino qué tipo de educación emocional es la que transmitimos ya que, de hecho, en todo momento estamos educando en ello y no podemos ni debemos eludir nuestra responsabilidad sobre la misma. Toda estrategia o procedimiento educativo va acompañado de una conducta que las resalta o anula. Educar ha de ser trabajar las diferentes inteligencias múltiples y entre ellas, con una importancia especial, la inteligencia emocional.
Tener una adecuada inteligencia emocional nos supone tener autoestima, ser personas positivas, tener empatía, reconocer, controlar y expresar nuestros sentimientos tanto los positivos como negativos, ser capaz de superar las dificultades y frustraciones y alcanzar un equilibrio entre la exigencia y la tolerancia a uno mismo y a los demás. Alcanzar el dominio de esta inteligencia no es, sin más, un proceso racional ya que las emociones poseen unos componentes conductuales que es necesario contagiarlos, no sólo que se comprendan; y ese contagio sólo será posible en la medida en que nuestra conducta así lo transmita. Es nuestro comportamiento el que, en buena medida, genera o no autoestima si logramos ese equilibrio entre la exigencia y la tolerancia ante nuestro alumnado, difícilmente transmitiremos empatía si este alumnado no percibe en nosotros que sus sentimientos son comprendidos, que percibimos la particularidad de cada uno de ellos y actuamos en consecuencia a ella, raramente se educa en la capacidad de control y expresión de las emociones si el desconcierto nos sobrepasa, si se percibe fácilmente nuestra irritabilidad, si la ira nos descompone y domina, si transmitimos generalmente unas expectativas negativas, si mostramos un predominio de la inseguridad en nuestro quehacer diario. Las emociones se educan con emociones y la preparación pedagógica de esta educación tiene un muy importante componente personal. Difícilmente tendremos siempre un completo dominio de las capacidades expresadas más arriba. Mejorar profesionalmente, en la docencia, ha de suponer también una mejora personal para este quehacer emocional. Recordemos que la educación en este ámbito es inevitable y, por lo tanto, también lo es el crecimiento personal del docente. Es un reto difícil, duro pero también es una aventura apasionante. Qué persona construimos, con qué ambiente la estamos envolviendo, son las preguntas fundamentales que necesariamente conllevan otras: qué persona soy yo y qué relaciones se han establecido en el equipo de trabajo. La docencia supone situar un espejo en el que quedamos reflejados y en el que analizamos nuestros puntos fuertes y nuestros puntos débiles, se trata de un proyecto educativo en el que también tiene cabida nuestro proyecto personal, desde donde partimos, hacia dónde queremos crecer, cuáles son nuestros obstáculos y qué pasos vamos a ir dando. El examen también es nuestro. La autocrítica es necesaria.
La educación emocional ayuda al resto del proceso educativo, se trata de un proceso inacabable, en el que siempre nos quedarán objetivos por conseguir, es también ese permanente quehacer al que nos enfrentamos como personas y del que no podemos escapar. Educo a los otros en la medida en que yo también me educo.



jueves, 20 de junio de 2013

POLÍTICA Y EDUCACIÓN

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El ejercicio de la política es a la vez un ejercicio de educación popular y con lo que ello conlleva la posibilidad de maleducar.  Lamentablemente la experiencia en nuestro país es que predomina la maleducación sobre la buena y lo hace de tal manera que anula la percepción de las experiencias positivas que seguro que las hay para entrar todos y todo en un mismo saco de negatividad. No se trata solo de la creciente aparición de casos de corrupción que con toda seguridad no es extensible a todos los políticos aunque tal extensión forme parte de los tópicos del discurso general, más allá de esos casos conocidos (y seguro que otros muchos no conocidos) de corruptelas varias, enriquecimientos indebidos y desmedidos, sobornos, cohechos, deshonestidad y otros términos cada vez más populares, se da una descomposición de los conceptos de política y políticos con comportamientos no siempre criticados o suficientemente criticados e incluso adoptados por buena parte de la sociedad (aunque nunca es fácil decir qué es antes si el huevo o la gallina), masivamente el ejercicio de esta actividad se asimila a una conducta que, al menos desde mi puntos de vista, no sería deseable para la ciudadanía en general. Esta práctica lleva a un rechazo de política y políticos o a una asimilación de la conducta por parte de los ciudadanos.

Ser político parece identificarse con comportamientos tales como una falsa fidelidad. Para este término encontramos acepciones como exactitud y veracidad, sin embargo nada más lejos de la realidad, los mensajes que los políticos transmiten no buscan esa identificación desde el punto de vista objetivo ni del valorativo, la única identificación que buscan es con el argumentario del partido y este se encuentra en función de sus intereses, es decir, la realidad se oculta o se deforma en función de esos intereses y el político no tiene pudor en convertirse en mensajero de este argumentarlo diciendo hoy lo contrario que ayer si es beneficioso para la organización, defender la misma actuación que ayer condenaban en otros, silenciar lo que ayer denunciaban de otros, deformando la realidad que resulta contraproducente. No se trata de fidelidad, se trata de seguidismo y servilismo, nada más lejos de los sinónimos que podemos relacionar con la primera como franqueza, nobleza, honestidad, confianza. La mentira no encaja en ninguno de estos términos, el político parece no ser digno de esta última en la medida que habla según su exclusiva conveniencia y promete sin intención alguna de compromiso. La palabra carece de valor alguno. 



El efecto sobre la sociedad es generar rivalidad, incompatibilidad,  enemistad y oposición, una sociedad desunida y enfrentada, apática o anómica. Se persiguen no seguidores sino “seguidistas”, fans, más ofensores ajenos que defensores propios, convertir el ataque en la mejor e incluso única defensa.

Esta actitud implica una falta de pensamiento crítico y de juicio propio, poseer ambos parece convertirse en un obstáculo para dedicarse a la política. Las conductas favorecedoras parecen ser asentir, callar, incluso en los órganos internos, lo que lleva a plantearse que se busca y suscita no solo la falta de pensamiento crítico sino, más allá, la falta de pensamiento sin más, el prohibido pensar se provoca a partir de la simplificación del discurso, se elude la complejidad cayendo en la más burda simplificación. No se enseña a pensar, se produce propaganda y no ideología. Unos políticos a la espera de recibir órdenes y una sociedad a la espera de las mismas y que no sabe comportarse sin ellas.

La percepción que se obtiene es que la personalidad demandada es aquella que es capaz de convertir los intereses del aparato en los intereses propios en la medida en que él se siente aparato y pretende mantenerse en él. No se percibe la política como vocación pública sino como salida personal beneficiosa que uno se encuentra dispuesto a defender hasta el final. Se aprende el pensamiento del aparato de tal manera que este parece adquirir vida propia, se reproduce a sí mismo cooptando a sus miembros y provocando el anquilosamiento de la organización. Consecuencia: el distanciamiento social y la aparición de términos como clase o casta política y de un aparentemente paradójico corporativismo entre los supuestos rivales políticos.

La clave de toda educación es el ejemplo. La ejemplaridad pública se convierte en algo incómodo solo deseable en el plano teórico en la medida en que su testimonio deja en evidencia al resto, solo encontramos ejemplaridad de baja intensidad en la medida en que esta es soportable y digerible. Tampoco la ejemplaridad privada es condición para el acceso a la vida política, su incumplimiento que ya de entrada puede desembocar en una previsible corrupción es tolerable en la medida en que esta se mantiene en el ámbito privado y no perjudica al aparato. El mal ejemplo se convierte en un "buen" ejemplo para los ciudadanos (aunque podemos volver a lo del huevo y la gallina) y, por lo tanto, en un comportamiento aceptado (siempre que se encuentre dentro de la organización con la que yo ejerzo como seguidista) e incluso premiado, en muchos lugares y ocasiones, a la hora de las elecciones.




Todo esto se incorpora a la hora del discurso político pero en una muestra más de la ruptura existente entre discurso y acción política. La recuperación de la vida política exigiría una fuerte actuación regenerativa pero frente a esta se impone el peso del aparato, en esta regeneración exigiría la “caída de cabezas” (perdón por el componente belicista del término) actuación para que el aparato se encuentra incapacitado y capacitado para ejercer un simple maquillaje, por varias razones, la personalidad citada es la que predomina en su interior y su sustitución no interesa ni a quien habla ni a quien aplaude, porque llevarla a cabo supondría a menudo el escándalo de descubrir comportamientos indeseables o el castigo de la aparente fidelidad mantenida durante años a la espera de que le llegara su ocasión y en último lugar porque uno siempre tiende a sentirse fuera de estas categorías y aunque así fuera uno no es consciente de que la mancha que se ha extendido afecta a todo un grupo social independientemente de la manera en que se encuentre implicado en su causa y por lo tanto, el sacrifico necesario también habría de afectarle a él. Falta la generosidad y valentía necesaria para este sacrificio y así lo percibimos en la ratificación que vamos viendo de cabezas de lista para las próximas elecciones, el único cambio que se pretende hacer es el de las palabras y estas fueron las primeras que ya perdieron su valor. El nivel de protagonismo es excesivo así como la creencia de sentirse indispensable.

He hablado desde un primer momento de la política y los políticos debido, en parte, al reduccionismo al que la partitocracia ha llevado al concepto “política”, pero entendiéndolo en un sentido más amplio y positivo deberíamos incluir en él  a otras organizaciones sociales que intervienen en los asuntos públicos y pretenden incidir en ellos, hablaríamos entre otras de los sindicatos y las iglesias también poseedoras de un aparato similar, de un perfil de sus miembros parecidos y de un interés en generar un semejante seguidismo.

Todo ello nos lleva a una anestesia social, a la desconfianza ante cualquier mensaje o a una aceptación acrítica del mismo si el mensajero es el adecuado, una sociedad acostumbrada a ello y desestructurada en la medida en que va perdiendo el armazón necesario para soportarla. Este es el precio a pagar de todo esto, no solo el de las personas que han llevado a esta situación sino también el de las estructuras que las han acogido.


domingo, 26 de febrero de 2012

EL DISCÍPULO Y EL MAESTRO




El maestro desgranó ante su alumno cada una de las dudas principales que él tenía sobre la vida, de las respuestas que no compartía, y le expuso la peculiar visión que él tenía sobre cada uno de esos puntos, unas veces ingeniosas, otras heréticas, siempre provocadoras, siempre inusuales, siempre heterodoxas.
- Ahora quiero que reflexiones acerca de todo lo que te he dicho y que dentro de unos días, cuando tú lo consideres conveniente, me expongas tu visión.
El alumno marchó a casa un tanto desconcertado, pero no necesitó muchos días para decirle al maestro lo que le había pedido. Cuando se sentó ante él y comenzó a enumerar su visión acerca de todo lo que le había sido expuesto, vino a decir que, después de haberlo reflexionado detenidamente, había comprendido su perspectiva y que estaba de acuerdo con todo ello, y relató de la a a la z la lección del maestro.
- Veo que no comprendiste nada – le respondió enojado este.
La duda y el error son el camino para el conocimiento. Quien solo tiene certezas imagina vivir en la luz desde un cuarto completamente oscuro. Aquel que no sabe reconocer sus errores no es libre y simula hacer kilómetros sobre la cinta de la estupidez. Solo quien contiende con la duda tiene la valentía de vivir sin dogmas, solo quien se enfrenta a sus errores puede avanzar pues se deshizo del insufrible lastre de la infalibilidad.
La realidad es sumamente compleja, nadie es capaz de percibir todas sus caras, pretendemos conocer el todo y solo hemos llegado a palpar parte del elefante,  presumimos a gritos de omnisciencia sin habernos quitado la venda de los ojos. Solo ayudado por los ojos de los demás podré acercarme a una imagen más ajustada de esa realidad, especialmente por los ojos de aquellos que tienen sus pies en el fango, que habitan los intestinos y las cloacas, que contemplan las vergüenzas en toda su crudeza y son capaces de transmitirlas sin mordaza por inocencia o decisión.
Porque solo lo que no se quiere oír es lo único que es verdaderamente necesario decir. Aquello que no se toca es lo que hay que tocar, aquello que no se saborea es lo que hay que gustar, aquello que no se huele es lo que hay que oler, aquello que no se ve es lo que hay que ver, aquello que no se oye es lo que hay que oír. Es necesario sentirse extranjero en la patria de uno para poder entenderla. Solo el contraste educa la sensibilidad y la lucidez, solo desde la antítesis podemos llegar a la síntesis.
Solo se aprende del que piensa distinto y de aquello que se desconoce. Quien me ofrece la cara que no quiero o no puedo ver es a quien merece la pena escuchar y con quien puede ser útil dialogar. Nos satisface oír lo que ya creemos para poder así confirmarnos en el gregarismo, jaleamos nuestra insignificancia mientras cerramos la puerta del establo para que nadie tenga la tentación de escapar. Para ser lo que yo soy y pensar lo que yo pienso para eso ya estoy yo, solo el otro merece ser mi compañero alrededor del fuego.
Es la forma de pensar, cómo se utiliza la cabeza y el corazón, lo que importa transmitir, no aprender el catecismo. Asumir los riesgos para estar en paz interior, pero será una paz conflictiva porque será la paz de cada uno no la del redil. Atreverse a adentrarse en las tinieblas para encontrar la luz, pero será una luz tenue, suave, a la que poco a poco nos iremos acostumbrando y desde un principio veremos como en sombras, porque será nuestra propia luz, no el destello cegador con el que la soldadesca nos introduce en batallas que nunca han de ser las nuestras, mientras los señores sin rostro vigilan desde la cima de la montaña.
Un día, a caballo entre la rigidez del invierno y los apuntes modestos de una primavera, el alumno se presentó en casa del maestro con  un rostro cambiado.  
- Creo que eso que ha dicho no es del todo cierto – le espetó en un momento de la conversación al maestro.
- Veo que al fin me has comprendido. – le respondió él con una sonrisa en el rostro.

miércoles, 12 de octubre de 2011

DEBERÍAMOS PEDIR PERDÓN

Esta mañana he tenido uno de esos momentos dulces de la vida, pequeños momentos que son los que justifican a veces una labor aunque sean gratuitos, inmerecidos (o quizás por eso mismo), las pequeñas cosas que unidas frágilmente entre sí aportan la felicidad. En la calle, sentado en mi silla de ruedas, he visto acercarse para saludarme a un joven al que he reconocido enseguida. Fue un alumno mío de esos que ocasionalmente atiendes en labores de apoyo, clases de esas en las que es difícil distinguir bien donde acaba el deseo del tutor de desprenderse de lo que considera una carga para la clase y donde empieza el de que ese tiempo sea provechoso para el alumno; horas, que deseo que cada vez sean más extrañas, en las que tú, como docente, no tienes claro que es mayor si el provecho que el alumno pueda sacar de ese tiempo o la perdida que está sufriendo por no estar en ese momento aprendiendo junto a sus compañeros. Quizás es inevitable porque es humano pero siempre me ha resultado odiosa la manía de catalogar al alumnado y predecir su futuro convencidos de nuestras capacidades videntes que una experiencia de años (y que, sorprendentemente, es heredada por los jóvenes que se van incorporando al cuerpo místico del profesorado) nos ha otorgado. Sin embargo esa experiencia debería decirnos que, a pesar de todo, nos equivocamos, afortunadamente nos equivocamos.

¿Cuántos alumnos hemos dejado por imposibles considerando que no merecía echar en ellos más esfuerzo sin llegar a darnos cuenta que ese era precisamente el problema, que todavía no habíamos echado en ellos el esfuerzo necesario? ¿Cuántas ínfulas de sabiduría hemos derrochado en pronosticar futuros calamitosos simplemente por justificar nuestra desidia o por estúpida venganza? ¿Cuántas veces esos pronósticos se han demostrado equivocados, hemos errado en nuestras apuestas y, sin embargo, esa constatación no ha sacado de nosotros ni un gramo de autocrítica? Deberíamos pedir perdón por ello, por el tiempo no empleado, por el esfuerzo no echado, por las palabras arrogantes, por los calificativos insultantes, por la falta de profesionalidad.

Afortunadamente nos equivocamos, somos falibles, la vida es mucho más que el pequeño espacio que abarcamos, no somos los responsables de extender el salvoconducto hacia el éxito, hacia al felicidad, y, a menudo, ese salvoconducto, es un fiasco. La vida nos corrige y no siempre nos damos cuenta de ello, no comprendemos su grado de censura ni la necesidad de la enmienda. La vida nos supera, siempre nos supera, si no fuera así carecería de sentido, una vida minúscula que no merecería la pena vivirla. Nos supera y nos exige estar siempre ojo avizor, alerta ante sus demandas, ensanchando los espacios en los que nos movemos, creciendo con ellos, no rindiéndonos nunca, no abandonando a nadie a la deriva.

No nos colguemos medallas que no nos corresponden, lo verdaderamente grande, lo verdaderamente bello es que una persona para la que el sistema educativo fracasó (aquí el único triunfo es solo el suyo) sea capaz de olvidar o de perdonar y se acerque a ti, que al fin y al cabo solo eres un representante de ese sistema, y te salude con un afecto que percibes con claridad y que te permite, tras la despedida, sentirte, de alguna manera, liberado de una de tantas cargas que sobrellevas.

lunes, 3 de octubre de 2011

EN DEFENSA DE LA EDUCACIÓN PÚBLICA.

Vivimos malos tiempos para lo público y, por lo tanto, para la enseñaza pública. Nos encontramos con una clara amenaza para los servicios públicos, en la que no está en cuestión el concepto de lo público, está en juego su desaparición. Es lo publico entendido como un gasto estentóreo que la sociedad no puede soportar y cuya prestación puede ser suplida en mejores condiciones económicas y de gestión por la iniciativa privada. La amenaza es pues la progresiva sustitución de lo público por la iniciativa y gestión privada. Es esta amenaza a la que hay que responder de la manera más inmediata. Destruir es fácil, reconstruir mucho más difícil.

En esa contienda es necesario evidenciar los valores diferentes que afrontan cada una de esas concepciones políticas. En concreto, en la educación, dejar claro que una estructura educativa privada nunca podrá sustituir ni los objetivos ni las formas del sistema educativo público. Esa es la tarea de todos los días más allá de las circunstancias políticas dominantes de cada momento.

EN EL ORIGEN DE TODO.

Ésta es la salmodia que resuena permanentemente:

Yo. Yo. Yo. Yo.

A toda pregunta la respuesta es un Yo.

La medida de todas las cosas es Yo.

Yo es fundamentalmente comodidad, tranquilidad, seguridad, ganancia. Yo

Pero se han olvidado, ya no se escuchan, otras cuestiones, ecos de viejo, añoranzas de otros tiempos.

Fe, esperanza, caridad.

Prudencia, justicia, fortaleza, templanza.

Ternura, misericordia, pasión, servicio, afectos, cariños, caricias.

Capacidad reflexiva, crítica. Libertad.

Es otra manera de ser un Yo, pero una manera en la que necesariamente en ese Yo entran los Otros. Los cercanos, los de media distancia, los lejanos. Los Otros.

¿Y a qué esto?

Una y otra manera de ser Yo implica una u otra manera de entender, de vivir la vida, de entender, de vivir la educación; de entender, de vivir la función pública. Detrás de todos los debates que podamos tener aquí o en el centro siempre asoma esta vieja diatriba, soterrada quizás, atemperada y edulcorada, descafeinada puede ser, pero esa diatriba entre diferentes maneras de ver la vida, la educación, todo. Diferentes maneras de ser persona, de ser Yo. Hubiera debido decir de ser uno mismo. No lo creo.

Para mí en el primer sentido del Yo, ese YO mayúsculo y centrípeto. Uno mismo tiende a ser un clon. Ya no es uno mismo. Nos mimetizamos en el paisaje. Incorporamos un único discurso que se repite una y otra vez. Pero nos sentimos dentro de un colectivo formado por innumerables e idénticos Yos que se reproducen unos a otros.

En la segunda manera del Yo, abierta, minúscula, comunitaria; nos encontramos ante diferentes formas de ser uno mismo. Paradójicamente en esta segunda nos encontramos con la autonomía y en la primera con la heteronomía más absoluta. Pero también, ese es el riesgo, nos podemos sentir cada vez más solos.

Nosotros elegimos.

FUNCIÓN PÚBLICA DOCENTE. ¿Qué es eso de la FPD?

El acceso a la Función Pública Docente seguramente se había convertido en uno de los objetivos fundamentales de nuestra vida. Ya nos empezaba a quitar el sueño. Logralo es un descanso. Un verdadero descanso. Parece haber llegado la hora de descansar. Es así. Sin duda. Pero venimos a decir que puede ser el final de una etapa, pero necesariamente ha de ser el comienzo de otra. Y lamentablemente vengo a deciros. El descanso no existe, todo es un mismo camino, todo es caminar. Andar, caer, recomenzar. No es una condena, así es la vida. Andar, caer, recomenzar.

Función Pública Docente. ¿Qué es eso de la función pública docente? No nos andemos por las ramas y a riesgo de incurrir en obviedades vayamos a las ideas básicas.

En el diccionario de la RAE el término función tiene estos dos significados:

  1. Actividad propia de alguien o algo.
  2. Actividad propia de un cargo, oficio, etc.

Primer paso, sin actividad no hay función, por lo tanto el funcionario es el que realiza una actividad, no se trata de una condecoración, ni de un título, se trata de realizar una actividad, de hacer algo. Primer tópico que ha de venirse abajo, no es funcionario de hecho el que no “funciona”, el que espera que el tiempo pase sin más, el que no quiere complicarse la vida.

¿Y qué entendemos por actividad?

Actividad:

  1. Facultad de obrar: se mantiene en constante actividad.
  2. Diligencia, eficacia: es impresionante la actividad del secretario.
  3. Conjunto de operaciones o tareas propias de una persona o entidad: actividad docente, empresarial.
  4. Tarea, ocupación:

Estar en actividad lo entendemos pues como estar en acción, movimiento o funcionamiento, tener una tarea que realizar, hacerlo con eficacia, con diligencia.

El termino actividad no deja de ser neutro por lo que es necesario preguntarnos: ¿Pero es una actividad para qué? ¿Para quién?

Función Pública.

Publico:

  1. Para todos los ciudadanos o para la gente en general, se opone a privado: transportes públicos.
  2. Del Estado o de sus instituciones o que está controlado por ellos: el gobierno procederá a la privatización de algunas empresas públicas

Somos funcionarios públicos. Es importante la matización entre estatal y público. Los colegios son colegios públicos, no simplemente estatales. Nosotros también somos funcionarios públicos, es decir: funcionarios del Estado para todos los ciudadanos. Al servicio de los ciudadanos. Para todos los ciudadanos no significa acoger sin más a escolares de todo tipo en las aulas, significa atender a las necesidades reales de todos ellos.

Hay un concepto en principio equiparable al de función pública que peligrosamente, casi con el beneplácito de todos se ha ido perdiendo, es el de servicio público. Nos guste o no hemos de ser servidores públicos

Servicio:

  1. Labor o trabajo que se hace sirviendo al Estado o a otra entidad o persona
  2. Organización y personal destinados a satisfacer necesidades del público.
  3. Conjunto de criados.
  4. Favor en beneficio de alguien: me hizo un servicio sustituyéndome esa tarde.
  5. Utilidad o provecho: esta cafetera aún nos hace servicio.

Somos servidores públicos. Realizamos un trabajo sirviendo al público, en beneficio de ese público, un trabajo que ha de serle de utilidad y provecho. En estas aparentes obviedades se encuentran encerradas las preguntas que siempre tenemos que hacernos:

¿Cuál es nuestra labor? ¿Cuál han de ser nuestros objetivos?

¿Estamos sirviendo? ¿Somos de utilidad?

¿A quién estamos sirviendo? ¿Para qué y para quién servimos?

¿Cuál ha de ser nuestro público?

Nuestro trabajo será muy diferente dependiendo de las respuestas que demos a esas preguntas. Es más, aunque conscientemente no nos las realicemos, las preguntas siempre están ahí y siempre les estamos dando en la práctica una u otra respuesta. Y servimos a unos o a otros, a los que no nos necesitan porque van solos, o a aquellos que necesitan un esfuerzo público que compense su realidad social o personal, a los que tienen un entorno cultural que los apoya y potencia o a los parten con ese hándicap en la carrera. La escuela pública es de todos pero en la práctica tendemos a abandonar a estos últimos.

Nos queda un término del triplete:

Docente:

  1. De la docencia o relativo a ella: prácticas docentes.
  2. adj. y com. Que se dedica profesionalmente a la enseñanza: los docentes de secundaria.

No parece decirnos mucho Docente nos suena fundamentalmente a dar clase. Docente es el que da clase. Sin embargo sí aparece otro término que quizás nos pueda dar alguna pista:

Enseñanza:

  1. Acción y resultado de enseñar: enseñanza de idiomas.
  2. Sistema y método empleados para enseñar: enseñanza mixta.
  3. Conjunto de medios, instituciones, personas, etc., relacionados con la educación: el mundo de la enseñanza.
  4. Ejemplo que sirve de experiencia: que esto te sirva de enseñanza.
  5. pl. Ideas, conocimientos, etc., que una persona transmite a otra: sus enseñanzas le fueron de gran ayuda.


Ya salió la vieja diatriba entre enseñanza y educación. ¿Enseñamos o educamos? ¿Estamos para educar? ¿Puede hacerse una cosa sin la otra?

Educación:

  1. Proceso de socialización y aprendizaje encaminado al desarrollo intelectual y ético de una persona.
  2. Instrucción por medio de la acción docente: educación primaria.
  3. Cortesía, urbanidad: saltarse el turno en una cola es de mala educación.

Nos fijamos en la segunda acepción: Instrucción por medio de la acción docente. Lo siento señores y señoras en contra de aquellos que pensaran lo contrario, la docencia, la enseñanza, la instrucción, la educación, todo va en el mismo paquete. Nunca se hará una cosa sin la otra, podremos responsabilizarnos más o menos, hacerlo de una manera o de otra, pero siempre que pretendamos hacer una de ellas estaremos haciendo también las otras. Y en esa educación es fundamental la anterior acepción cuarta, el ejemplo. Educamos mediante nuestro ejemplo y con nuestro ejemplo destrozamos todo lo que pretendemos educar. Y con el concepto ejemplo volvemos a nuestro inicio: ¿Cuál es nuestra manera de ser? ¿Cuál es nuestro Yo? Todo se encuentra teñido por él. El reto de la docencia es el reto de ser persona, en la enseñanza pública más, han de ser inevitables algunas preguntas clave de esas que nos acompañarán toda la vida, que tendrán que encontrarse detrás de toda reflexión pedagógica que nos hagamos.

¿Por qué educamos?

¿Para qué educamos?

¿Para quién educamos?

Es cierto, pueden existir condicionamientos objetivos que dificulten esta idea de educación generalizada y personalizada a la vez, pero ante estos condicionamientos no vale dejarse llevar por los lamentos paralizantes y justificantes, ese Yo nos exige tener en cuenta tres cuestiones:

1. Esas situaciones exigen la respuesta comprometida, la respuesta política (entendido el concepto más allá de un sentido partidista restrictivo).

2. Ante circunstancias iguales la actitud y el trabajo de una u otra persona marca la diferencia.

3. Esas preguntas han de encontrarse permanentemente presentes, lo que exige un auténtico trabajo en equipo y una constante reflexión crítica. El docente como intelectual.