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lunes, 8 de enero de 2024

HUMOR




Es bueno un rato de risa que oxigene nuestro vivir. Risa, pero no para evitar enfrentarnos con ella a nuestro sufrimiento. Reír es necesario como también lo son la tristeza y el llanto siempre que ambas no sean un continuo en ese vivir, por nuestro bien y por el de los otros. Todas las emociones son necesarias siempre que sepamos manejarlas, que durante nuestra vida hayamos aprendido su control. Tan negativo puede ser no ser capaz de llorar nunca como no serlo de reír. Ambas cosas pueden ser signo de la dificultad para tener una verdadera empatía.

Pero el humor puede tener muchas caras y no son siempre saludables. Reír del sufrimiento ajeno es una villanía. Reírse siempre del otro es de mezquinos y corear la burla del grupo hacia el más débil o al diferente es cobardía y falta de una personalidad propia, como su defensa sería prueba de valor y fortaleza de carácter. Este uso de la risa no es sentido del humor ya que en la mayoría de las ocasiones el que ríe acepta mal que lo hagan de él. Una cara del humor situada en el otro extremo es aquella que hace bromas de uno mismo especialmente si su estado físico no es perfecto. Hacer bromas de uno mismo o reírse de las bromas sobre uno mismo que hagan siempre que éstas no tengan ni burla ni maldad. Hacer esto último considero que es signo de sentido del humor y fortaleza de carácter.

Ponerle tabúes al humor, creer que hay temas sobre los que no se deben hacer bromas, genera el riesgo de una sociedad pacata, timorata, en la que resulta difícil producir creación porque la mayor parte de la sociedad se transforma en policía de la moral. No quiere esto decir que todo esté permitido, es necesario tener claro el cuándo, el dónde y el desde donde. No todos los momentos son adecuados, pero esto no invalida la posibilidad de hacerlo pasado el tiempo. Cuántos de nosotros lo que nos ha hecho llorar hoy nos hemos reído mañana. El dónde y el desde donde viene a ser, en el fondo, una misma cosa, el lugar y la posición social desde la que se realiza. Si se realiza desde una superioridad jerárquica sobre los subordinados no deja de ser un abuso de poder o una burla, claramente cuando se realiza en un lugar de ciudadanos con una homogeneidad en su discapacidad o en el motivo de la risa, no para reírse con ellos sino para reírse de ellos. El sentido del humor se pone de manifiesto cuando es uno el que bromea sobre sí mismo.

Soy tetrapléjico y me gustaría creer que soy poseedor de ese sentido del humor. Siempre he disfrutado de las bromas que mis hijos han realizado sobre mí. Bromas que hacen posible la risa o la sonrisa porque se realizan en un ambiente en el que uno se siente querido. Llevo años en los que distintas personas han cuidado de mí, que han estado trabajando conmigo como asistentes personales. Supongo que no es nada fácil enfrentarse por primera vez a una persona con mis condiciones físicas y terminar siendo no trabajadores sino amigos; quizás una de las claves es ser tú mismo el que realizas la primera broma sobre ti para romper la tensión que pudiera haber. Es bonito encontrarse cada mañana con sonrisas en las caras. No somos intocables, no somos personas rígidas con corazas que dificulten el acercamiento a nosotros generando la soledad. Es necesario saber distinguir entre la broma que es burla y aquella que es sana comicidad. No seamos hipersensibles. El que esté de acuerdo conmigo que levante la mano. Yo no la levanto.


 

martes, 29 de agosto de 2017

HABLAR POR HABLAR




La globalización no es buena ni es mala, es sencillamente inevitable. Podemos plantearnos  como gestionarla pero nunca negarla sin más. El término “anti globalización” es un absurdo planteado en su literalidad como movimiento social de transformación; puede ser de alguna manera comprensible tratado como movimiento personal por el cual alguien decide adoptar un modo de vida contrario al dominante, movimiento que puede llegar a ser grupal siempre que cada uno de sus miembros adopte un modo de vida similar. Taparse la cara, romper escaparates o incendiar coches no va contra ningún sistema únicamente forma parte de la sección bárbara y un tanto descerebrada que todo sistema necesita para justificar ciertos niveles de represión. Esos jóvenes, una vez se deshacen de la máscara vuelven a ser tan integrantes del sistema como el resto más allá de la retórica que puedan esgrimir.
El movimiento antideslocalización, planteado como formando parte de ese otro mayor llamado anti globalización no pasa de ser una farsa. Pelear esa batalla, en justicia, sería combatir los derechos humanos y sociales de los trabajadores adonde han ido a parar las plantas de producción. Reivindicar su vuelta atrás en el fondo es demandar que la realidad permanezca tal cual, un Norte pudiente y desarrollado y un sur pobre y sobreexplotado. La globalización nos exige dos cuestiones:

·             La adaptación de las fronteras a ese mundo globalizado y la unión formal de los movimientos sociales capaz de enfrentarse a las nuevas problemáticas que surgen con la globalización. Los movimientos nacionalistas hoy no dejan de ser una iniciativa del pasado rancio  e inoperante vestida con ropas transgresoras de actualidad. La globalización exige recuperar de hecho el concepto de internacional mucho más allá de una retórica vacía. El internacionalismo ha de suponer una reestructuración de las relaciones internacionales económicas y de poder, que, de alguna manera, nos va a exigir un decrecimiento en el consumo de recursos naturales y un apoyo en el crecimiento de las infraestructuras económicas de los países más atrasados.

·             El empobrecimiento que puede suponer esa deslocalización debe intentar corregirse con la solidaridad, con el compartir. El empobrecimiento debería ser de todos pero empezar por aquellos que más tienen. Los fondos de solidaridad debería ser una práctica habitual en una sociedad como la nuestra, pero somos una de mucho hablar y poco hacer. Hacemos la revolución pero tranquilamente sentados en el café, toda acción social debe de ser cosa del Estado que nunca nos debe afectar al bolsillo, al menos al nuestro.

 Tomemos nota, llevémoslo a la práctica, pero ¡ojo! mi bolsillo el último.


miércoles, 14 de junio de 2017

Discapacidad, sexo y prostitución.




Hablar de sexo y prostitución siempre es un tema complejo y polémico, más aún si se le añade un tercer ingrediente, la discapacidad. Tengo en mi mente la película “Las sesiones”, un tetrapléjico de 38 años decide que ha llegado el momento de perder la virginidad, para ello busca la ayuda de una profesional del sexo, llámenla ustedes como quieran. Ojalá fuese una película más vista. El sexo, el placer, el cuerpo, la ternura, el afecto, el éxtasis que dura unos segundos, la felicidad que puede durar una noche, una tarde, una mañana, un día. Una felicidad que puede que después quede en nada, pero ahí estuvo, ahí quedó. El derecho a ser tocado, a ser besado. La humedad, los fluidos, los gemidos, esa mirada que todo lo abarca y en todo se concentra. Las yemas de los dedos, la humedad de la lengua, el sudor de las axilas, el olor de la vagina, la magia de una erección, los susurros del después, la cabeza sobre el pecho, el lento baile de unos dedos, las confidencias, las confesiones, los deseos, el llanto, la risa, el silencio que se escucha.
Si hablar de sexo y sexualidad no está del todo asimilado, hacerlo de sexo y sexualidad de las personas discapacitadas es prácticamente rechazado, entra directamente en el terreno del morbo, de lo desagradable, de lo prohibido. ¿Tiene derecho a la sexualidad el impotente, la mastestomizada, aquella persona que carece de manos, que tiene la piel de su cuerpo arrasa por un fuego, la que no se puede mover, la que solo mira? ¿cómo ha de ser esa sexualidad? ¿quién la puede practicar? ¿dónde se encuentra el límite de lo perverso? ¿dónde se encuentra el morbo, en la cabeza del que mira o en los cuerpos que se juntan? ¿es necesario el amor?  Recuerdo en este momento un relato de Mario Benedetti, La noche de los feos, que puede servirnos para expresar la dificultad y el gozo de estos momentos. Quién no va a tener derecho a la sexualidad, quién no va a tener derecho al uso de su cuerpo para ello, quién va a estar condenado de nacimiento a no ser tocado, a no vivir la ficción de un amor. La discapacidad no nos convierte en seres asexuados.
Sobre este derecho es sobre lo que habla la película antes citada y lo que pone sobre el tapete, lo admitamos o no, es el tema de la prostitución, su regulación sí o no, su legalización sí o no. Mark O'Brien (John Hawkes), poeta y periodista tetrapléjico y con un pulmón de acero, decide que, a sus 38 años, ya es hora de perder la virginidad. Con la ayuda de su terapeuta y la orientación de un sacerdote (William H. Macy), Mark se pone en contacto con Cheryl Cohen-Greene (Helen Hunt), una profesional del sexo. Una película llena de ternura y de verdad. ¿Quién puede oponerse a lo que ahí ocurre? La dulzura con la que es tratado el tema por Cheryl y la simpatía que desprende el personaje de Mark, lo hace imposible. Seguramente alguien podría decir: eso no es prostitución. Bueno, será cuestión de extender un certificado de discapacidad para poder acceder a los servicios de una profesional del sexo, seguramente también será necesario fijar el grado de minusvalía. ¿O bastará con una prueba de virginidad? ¿Se podrá acceder también con un certificado de soledad? ¿Y quién pueda demostrar la vivencia de una sexualidad muy lastrada? ¿Será un problema de edad? ¿Los mayores sí o no, sólo para ellos o ninguno? Dónde podemos poner el límite para el ejercicio de la sexualidad.
La prostitución es ejercida mayoritariamente por mujeres, mientras que los clientes son mayoritariamente hombres. Quizás es un problema terminológico, prostitutas o putas suena despectivo, mejor llamémoslas profesionales del sexo, trabajadoras sexuales o asistentas sexuales, puede que así podamos engañar a esa parte de nuestra conciencia que todavía está instalada en el prejuicio. Es verdad que la sexualidad no es sólo genitalidad, y que la mayoría de nosotros no sabemos vivir el antes, el durante y el después, que necesitamos un buen repaso a nuestra educación sexual. ¿Es que es necesario para corregirlo crear un ciclo formativo de formación profesional sobre asistencia sexual? ¿De grado superior (una educación universitaria de grado parece excesivo) o bastaría con uno de grado medio?. Puede que así lográramos diferenciar como es debido un trabajo tan digno como este de ese puterío que tanto nos indigna.
Si hemos salvado de la quema alguno de los casos anteriores, quizás no nos hayamos dado cuenta de qué hemos empezado a regular la prostitución. Dentro de nosotros, aun cuando presumamos de modernos y de no creyentes, todavía persiste ese prejuicio judeocristiano que condena la sexualidad como algo escandaloso y que debe estar circunscrita al ámbito de lo privado. El diccionario de la RAE habla de la prostitución como mantener relaciones sexuales a cambio de dinero. ¿Dónde está lo vergonzoso? Seguramente puede ser una actividad no deseada, para la que no hay vocación. ¿Es la única? Quién desea recoger basura, quién limpiar alcantarillas, quién aguantar borrachos, quién quiere trabajar asfaltando una carretera, quién buzonear por las casas. Por qué el contacto corporal de un masaje está permitido; quizás por el mismo motivo que se critica a lo que hemos reducido la sexualidad: la genitalidad. Ese es el lugar prohibido, aquel que todo lo convierte en vergonzoso, aquel que quien lo toca o aquella que lo ofrece quedan señalados.
El problema no es la actividad en sí, tan legítima y natural como otra cualquiera, el problema real son las circunstancias en las que se desarrolla este trabajo, circunstancias a las que la ilegalidad la aboca. Los problemas son la prostitución infantil, el proxenetismo, el tráfico de personas, la violencia a la que se encuentran expuestas, la explotación sexual, las enfermedades de transmisión sexual a la que se encuentran expuestas. La clandestinidad propicia todo esto, su regulación y poder realizar este trabajo a la luz de los demás puede permitir diferenciar el trigo de la cizaña. La persecución de esas prácticas, la diferencia legal entre víctima y verdugo, los beneficios para la primera y el duro castigo para el segundo. El tráfico de personas es perverso sea cual sea el destino al que estas son llevadas, la esclavitud igualmente, esté una persona confinada en un barracón para prostituirse, para la mendicidad, para tejer camisas o para trabajar en el campo. Esta sociedad hipócrita habla del mal uso que hacemos de la sexualidad y es incapaz de asumir que la educación sexual de todos es una tarea pendiente. Saber que la violencia es condenable sea cual sea el ámbito en el que se desarrolle, que la sexualidad es también un lenguaje a utilizar, que el abuso de edad, sexo o poder físico o social siempre es deleznable y denunciable, que aportar felicidad corporal a quien no la tiene también es un acto de caridad y que en este aspecto es necesario respetar al máximo y potenciar el respeto a la diversidad sexual. La mujer no es un objeto también puede ser la que necesite esa felicidad temporal, el hombre no es el macho ibérico poderoso también puede ser el agente tierno que aporte esa felicidad. La sexualidad en la sociedad es una mirada de lágrimas, bien de tristeza o alegría, la educación fundamental consiste en tener la sensibilidad para percibir ambas cosas y no tener prejuicios para aceptar su resolución.


viernes, 15 de octubre de 2010

EL RARO


Levantarse un día. Mirarse al espejo y descubrir allá enfrente, fuera de uno, un raro, no es fácil.


Pudieramos tener la tentación de huir, salir corriendo, pero no serviría de nada. Uno reconoce demasiado a aquel ser que le mira fijamente a los ojos. Estaría allá donde uno quisiera ir, agazapado contigo mismo en el oscuro rincón del armario, pegado a la sombra que va lanzada contigo a la carrera, presente en las imágenes que ves cuando cierras los ojos.


Un raro, demasiado vulgar como para brillar entre los demás y también demasiado distinto como para reconocerse en ellos. Quizás la peor especie de raro.


¿Cuándo toma conciencia uno de esa idiosincrasia? Cuando descubre que ya no forma parte de su “nosotros”. Todos necesitamos formar parte de un “nosotros” que nos acoja, en donde sentirnos a refugio, donde sentirnos, de alguna manera, mimetizado y descansar en ellos. Aflojar el rictus, desconectar el cerebro, y dejarse llevar. Pero no hay un nosotros. Poco a poco uno descubre que no tiene ese nosotros a su alcance, que no hay abrigo donde refugiarse, que no hay amparo colectivo donde esconderse de uno. Condenado a su mismidad. Condenado a reconocerse cada día en ese espejo y querer huir, a reconocerse y querer huir, a reconocerse… Condenado a no tener excusas, a ser uno siempre responsable de sus actos. Condenado a ser libre (dijo Sartre). Quizás sea esa la libertad: la condena de ser raro, obligado a ser distinto, a ser uno entre los demás. Siempre uno. Siempre un nosotros del que no formo parte. Siempre un nosotros.


¿Cuándo se aligera esa condena? Nunca. Siempre se encuentra desubicado. Cuando el raro encuentra su nosotros entre otros raros y se recrea en la identificación con ellos es porque también padece la enfermedad del gregarismo, y, a veces, con más intensidad; la misma necesidad eternamente humana de cada uno de nosotros: la del calor del establo. El raro es raro aún entre los raros., y para los raros. Pero uno aprende a encontrar en la condena espacios de desembarazo, caminos de emancipación, uno descubre que el atrevimiento le libera dentro de la cárcel, que la voluntad te excarcela. Que tu nosotros está formado de nombres propios, individualidades como tú; cuando aceptas y quieres hacerte responsable de tu circunstancia, cuando encuentras tu sentido en ella. “Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo”, dijo Ortega y Gasset.


Entonces ríes y desconectas con una boca compañera, y sigues siendo tú, ese raro del espejo. Pero no importa, ríes.


Entonces lloras y te desahogas alrededor de un corazón amigo, y sigues siendo tú, ese raro al que estrangularías algunas veces. Pero no importa, lloras, y te desahogas.


Entonces también encuentras cobijo entre unos brazos amantes, y descansas, y te mimetizas, despareces por unos instantes, fluyes, eres cielo y tierra a la vez; y sigues siendo tú, ese raro que te acompaña siempre. Pero no importa, te sientes que, raro y todo, formas parte de la vida y ésta solamente tiene sentido si tú eres tú, raro, extraño, difícil, solo, uno… y abierto a todos.


Entonces quieres. Esta es la palabra que resume tanto discurso, la posada en la que desemboca tanta palabrería: quiero. Os quiero. Mi nosotros. Mis raros.


Asumes como objetivo de tu vida, la máxima y mejor expresión de la rareza, aquella que nunca alcanzarás del todo: ser bueno. Espontáneo y bueno, atrevido y bueno, sincero y bueno, amigo y bueno, crítico y bueno, solidario y bueno, misericordioso y bueno. Y descubres que es un privilegio poder llegar a ser raro y bueno a la vez.


Un día te levantas, te miras en el espejo y descubres en él a una persona que te sonríe con ternura, con la misma sonrisa tierna que tu boca esboza. Un raro, igual que tú. El raro de todos los días.