Etiquetas

martes, 18 de diciembre de 2012

TENGO ESCLEROSIS MÚLTIPLE. ¿Y QUÉ?

-->

Tengo esclerosis múltiple, ¿y qué? No soy menos ni soy más, no soy poco ni soy mucho, no soy el primero ni soy el último, soy el que soy, soy el que fui, soy uno más.

Es cierto, no puedo andar, pero nadie me podrá quitar el deseo de iniciar nuevos caminos y avanzar en ellos.

En mi cabeza el procesamiento se ha vuelto más lento, mi memoria más remisa, los equívocos más frecuentes, pero permanece en mí el placer de pensar y de pensarme a mí mismo, de reflexionar sobre lo que he sido y lo que soy, sobre aquello que puedo llegar a ser, incluso de soñar sobre ello. 
El más mínimo esfuerzo, pequeños movimientos, me suponen una fatiga demoledora, aún así ansío las largas conversaciones sinceras, a flor de piel, a calzón quitado; la música, la poesía y el teatro rearman mi desmoronado cuerpo, los gestos de afecto lo rejuvenecen.

He perdido la sensibilidad en el tacto, mis dedos difícilmente reconocen, pero mis manos siguen deseando tocar, acariciar, explorar nuevos territorios, traspasar nuevos preceptos.

Soy, de cintura para abajo, un torpe recuerdo de lo que fui, pero mi piel sigue deseando ser tocada, mi cuerpo sigue vivo, necesita ser complementado, mis fronteras quieren ser transgredidas.

Mi historia es, desde hace años, una historia de pérdidas, pero eso me permite acercarme, cada vez más, a los perdedores, de conquistar la humildad, de ganar en humanidad.

Soy dependiente, pero me doy cuenta, que, de alguna manera, siempre lo he sido, pero nada me impide, por ello, desarrollar la rebeldía, la capacidad para exigir, la libertad para la desobediencia. 

A veces requiero de los demás para las necesidades más primarias y allí, tocando fondo, descubro la grandeza de la persona, la seguridad que aporta el amor, la fuerza que transmite el cariño, la capacidad de sobrevivir con una sonrisa en arenas movedizas.

Desde hace tiempo, cada día, cada minuto, me acompaña el dolor, pero es posible transformarlo en un arma de empatía, en un puente sobre aguas turbulentas, en un prisma para mirar al mundo de otra manera, con menos altanería, con menos orgullo, a ras de suelo.

Tengo esclerosis múltiple, ¿y qué? Ha cambiado mi vida, pero en medio del oleaje yo sigo manejando el timón, no ha podido arrebatármelo. Soy sujeto y predicado, voz y silencio, rabia y ternura, lágrima y  risa, espectador y protagonista, la porción de una vida en común empeñada en hacer bien su papel, en dejar su testimonio. Sí, tengo esclerosis múltiple. ¿Y qué? ¿En qué soy diferente?

sábado, 1 de diciembre de 2012

TODAS LAS EDADES


Tengo acumuladas todas las edades,
el despertar balbuciente de la niñez,
la turbia búsqueda de la adolescencia,
el vigor de los años de oro,
la calma triste de la madurez,
la debilidad de la senectud.

Abandonada y perdida entre las sábanas, mi piel busca las huellas que el paso del tiempo dejó sobre ella. Epidermis dormida, aún así tengo sobre mí todas las pieles,
la perfumada de la infancia,
la piel en celo de la pubertad,
la hambrienta de caricias de la juventud,
la necesitada de vida de la prudencia,
la resquebrajada de la vejez.

Reincidente en el fracaso, olvidado en la fortuna, tengo en mi interior todas las derrotas,
el príncipe destronado de la infancia,
el amor maltrecho de la adolescencia,
la brusquedad sangrante del resquebrajamiento de las utopías de la mocedad,
la progresiva pérdida de los sueños de la larga estepa que le sigue,
el vértigo de la otredad de la senilidad.

La figura de cera de semblante serio y gesto prudente, esconde el jugador espontáneo de la niñez,
el atolondrado de la nubilidad,
el que arriesga de la juventud,
el calculador de la madurez,
el despreocupado de los últimos años.

El epicúreo zarandeado por la vida guarda, a pesar de ello, todos los inicios,
el que no puede esperar, que ha de ser satisfecho de inmediato para evitar la rabieta,
el que podemos postergar para un momento mejor
y el que no puede ser pospuesto porque el mañana ya no forma parte del tiempo.

Por todo ello puedo llegar a sentir miedo como un niño aterrorizado,
soy capaz de enamorarme como un adolescente,
de desear como un joven,
de razonar como un adulto
o de esperar tranquilamente como un anciano sentado a la puerta de su casa.

Ninguna edad se nos ha ido del todo, las guardamos a la espera de necesitarlas,
únicamente el miedo a vernos en lo que fuimos puede impedir que hagan su aparición;
la estúpida censura del pasado,
el pánico a ver nuestro interior.

Solo los sueños han ido perdiéndose en la bruma dejada por los años para quedar reducidos a unos pocos nombres,
que no el mío,
a unas cuantas ambiciones,
que no las mías,
y a un cuerpo,
el mío,
cada vez más débil y bamboleante,
cada vez más silencioso y frugal,
soñando la exuberancia de otro. 

Gustave Courbet. El origen del mundo