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sábado, 20 de agosto de 2016

MEMENTO MORI





Quienes han leído otros escritos míos ya me habrán visto citar la costumbre romana según la cual un generalvictorioso desfilada por las calles de Roma entre los vítores del pueblo y con un esclavo a su espalda que al mismo tiempo que sostenía sobre su cabeza una corona de laurel le recordaba que iba a morir, que sólo era un hombre. Quizás la frase en cuestión era algo más larga diciéndole, “Mira tras de ti! Recuerda que eres un hombre". Sólo eres un hombre y no un dios. Hay ocasiones en las que los demás te ensalzan y la única respuesta tuya es engordar tu ego. Se trata de un riesgo en el que es fácil potenciar las situaciones que te puedan halagar y terminar creyendo sin interrogante ni duda alguna aquello que te dicen y quieres oír. Es muy cómodo creer que no tienes error alguno y que te encuentras por encima del actuar de la mayoría de los mortales.
Pero con frecuencia el mayor peligro no se encuentra en ese general victorioso sino en el público que le aclama. Quizás fuera necesario un esclavo para cada una de esas personas que les recordara que nadie es un dios, que nadie es perfecto, que todos somos seres humanos con nuestro punto de mediocridad, que nadie pasa por su vida sin cometer errores, que ese bullir de alabanzas puede resultar dañino para la persona que las recibe, que puede salir de él siendo peor de cómo entró. El sentimiento crítico no es señal de que a alguien no se le quiere, la crítica no tiene por qué resaltar maldad, fundamentalmente destaca la humanidad del otro, una humanidad en la que encontraremos aciertos y errores, fortalezas y debilidades, virtudes y defectos, bondades y, a veces, maldades. Es esa falta de actitud crítica la que pone en peligro no solamente nuestras personas, sino también la misma sociedad.
En los últimos días he podido encontrarme yo en ese borboteo excesivo de halagos, un rebullir que me puede ahogar. ¿Quién me conoce mejor que yo? Quien ha bajado conmigo a los sótanos en los que se encuentran mis humedales, allá donde se mantiene la carne que hoy me da la espalda. Quien me sacará, salvo yo mismo, del fango en el que una parte de mí chapotea en la inmundicia y entre deseos inconfesables. Quien me perdonará las heridas que mis torpezas han generado. Quien las conocerá salvo las personas que las sufren. Cómo podré redimirme salvo desde la humildad, cómo podré crecer si no es desde el descenso a los infiernos para apagar los fuegos que me abrasan. Sólo calmará esa inquietud el beso que se me da ante el espejo que refleja mi verdadero ser, allí donde la comodidad y el egoísmo se encuentran agazapados para no ser descubiertos. No os sorprendáis si me veis desandar algunos caminos y rehacer algunas posturas, será en esos momentos cuando yo necesite vuestro apoyo, cuando me veáis a veces triste, con frecuencia frágil y a menudo torpe. Es entonces, sólo entonces, cuando yo necesitaré las palabras que me muestren mi otro yo, aquel del que me puedo sentir orgulloso sin miedo a la hipocresía.

martes, 2 de agosto de 2016

LO QUE NO DICE ECHENIQUE Y OTROS NO QUIEREN SABER



 
Sigue la merienda nacional festejando tener a alguien a quien merendarse. Estos últimos días se le achaca a Pablo Echenique que prescindiera de los servicios de su asistente personal en 2013 para volverlo a contratar (aunque este contrato no estuviese firmado) en 2015 sabiendo que no se pagaba la Seguridad Social. Seguramente hay cuestiones que Echenique no dice y que mucha gente con voz en los medios de comunicación y en los partidos políticos prefiere ignorar o hacer como que se ignora. Seguramente no se ha dejado claro en ningún momento una cuestión fundamental: la naturaleza de ese trabajo de asistente personal que puede explicar el motivo por el cual a esta persona se la vuelve a contratar pasado un tiempo. Esas voces necesitarán carnaza, aquí la tienen de forma explícita.
Empecemos por el principio. La atención personal que un asistente presta a una persona como Pablo Echenique o a otra persona en situación parecida, como yo, comienza por abrir la puerta del domicilio con la llave que le hemos confiado, confianza que cómo podemos suponer ha de ser ganada y que no se otorga así como así. Una vez dentro te desnuda y pasa a la silla de baño. Antes de esa ducha puede ponerte una botella para que orines y te puede pasar al inodoro para que evacues el vientre, con todo lo que puede suponer en personas que pasamos la totalidad del tiempo sentados o tumbados, con la correspondiente limpieza posterior. En la ducha te enjabonará todo el cuerpo. Sí, todo el cuerpo, también esas partes que parece feo nombrar. Te aclarará con agua y te secará para después volverte a llevar a la cama donde te masajeará el cuerpo con crema hidratante para mantener tú débil piel en la mejor forma posible. Si es necesario te curará alguna úlcera que puede haberte salido en las nalgas o en los talones. Te vestirá y pasará a la silla de ruedas. Acto seguido realizará algunas acciones para facilitarte el inicio de tu día (pastillas, desayuno, teléfonos, gafas, etc.) Y ahí puede acabar la labor de tu asistente personal. Esta labor puede variar en parte pero siempre mantiene ciertas características: cercanía, intimidad, ayudas primarias y básicas para poder salir al mundo. No cualquier persona vale para esta función. Te encuentras literalmente en manos del otro. Tú, con toda tu posible fuerza, eres el débil, el indefenso, el frágil. Tu cuerpo expuesto al otro se eriza si ese otro no lo cuida de verdad. Necesitas la ternura de un niño al mismo tiempo que la complicidad de un adulto. La relación que se establece entre la persona cuidada y su asistente personal debe de ir mucho más allá que una simple relación laboral para desembocar en la amistad. Cuando encuentras una persona así es lógico que intentes mantenerla y que vuelvas a acudir a ella cuando la necesites y que si sabes que tiene una situación personal y laboral difícil, acudas a ella sin pretender complicarle la vida. No tienes juicio moral que hacer, ambos somos humanos. Desde el punto de vista social y económico tú eres el fuerte y él el débil.
Seguramente muchos de los que se comportan hoy como alimañas que se resisten a soltar la presa hasta devorarla del todo, no tienen conciencia de esta situación tan compleja. No tienen conciencia y a menudo se niegan a tenerla. Se niegan porque la conciencia de la debilidad del otro les obliga a establecer una visión compleja de la vida. Nada es negro o blanco, nada es bueno o malo, nada es virtud o pecado sin más. Hay muchas personas que en esta sociedad se ven abocadas a tomar decisiones que no siempre desean. Seguramente pocas personas se han librado de una situación así, pero aún así, algunas de ellas parecen ignorar que se han perdonado a sí mismas y que condenan con rigor a los otros. Lamentablemente esta visión de la vida requiere esfuerzo intelectual e incluso moral y no vende periódicos ni consigue votos. Si en algún momento se dieron cuenta de ello hace tiempo que lo olvidaron y se encuentran a gusto hozando en el teatro de la hipocresía en el que vamos convirtiendo todo.