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domingo, 30 de septiembre de 2018

Diario de un dependiente



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Soy un dependiente, un gran dependiente. No puedo hacer nada por mí mismo sin necesitar la ayuda de otra persona   salvo pensar, demasiado tiempo para ello sin tener que batallar contra los monstruos que pueden ir surgiendo. De principio a fin del día necesito ayuda de una persona cerca de mí para resolver los pequeños o grandes problemas que puedan aparecer. Despertar, desnudar, duchar, echar crema y colonia, vestir, pasarme de la cama a la silla,levantarme, acostarme, moverme de una habitación a otra, prepararme todas las comidas y dármelas por sencillas que sean, encender y prepararme el ordenador (afortunadamente solo necesito eso pues lo manejo con la mirada),tiene que haber  una persona que pueda atender a cualquier necesidad que me surja, un largo etcétera que pueda aparecer a lo largo del día.
Depender es volver a la infancia, es éste el sentimiento cuando al finalizar la ducha se me envuelve con la toalla, así hacía yo con mis hijos, cuando se cubre mi cuerpo  con colonia  tal y como hacía mi madre conmigo en las grandes ocasiones, comer con la servilleta a modo de babero, irme dando poco a poco la comida, arroparme cuando llega la hora de la  ganas y despedirme con  un beso. lo que ayer hacía yo con mis hijos hoy lo hacen ellos conmigo al igual que mi mujer.
Soy un gran dependiente, mi movilidad ha llegado a cero. Soy un peso muerto, una carga con la que hay que convivir, a la que no es posible dejar de lado, una carga física y moral, muy difícil de soportar para los que tienen que llevar ese peso y para el peso mismo, más allá de la calma en ocasiones un tormento, más allá del aire fresco en ocasiones una asfixia, un ahogo, una vía sin salida, entre la vida una llamada a la muerte. Agotamiento.
 Todo esto forma parte de mi vida, y sin embargo también forma parte la fortuna. imaginamos una situación similar en una casa sin recursos económicos suficientes como para poder contratar a una persona que te acompañe y cuide. imaginamos como se incrementa la tormenta cuando se ha perdido además la cabeza. Falta de recursos que también impide disponer de medios técnicos necesarios como puede ser una silla eléctrica que te otorga cierta autonomía o una cama articulada que te evita pasar el día tumbado. Es importante disponer de un circulo afectivo y social que te impida el aislamiento, mis hijos con mi mujer al frente pendientes de mí, mis amigos que sé que estén presentes físicamente o no se encuentran cerca de mí. La posibilidad o no de salir a la calle. La presencia de unas escaleras y la ausencia de un ascensor te obliga a pasar un año tras otro encerrado en casa. La combinación de todo eso supone un castigo inmerecido: la soledad y la presencia inacabable de una rutina reducida a un repetir constante  las mismas cuatro acciones.  Las aparentes condenas  pueden compararse pero en mi caso junto al agotamiento la realidad permite la existencia de momentos de felicidad. Puede uno tener ocasiones para maldecir la vida, las mismas quizás, al menos, que para estar agradecido a ella.
Este texto ha sido escrito con la mirada, ya no puedo utilizar las manos para ello y la voz es un sistema poco fiable. La mirada me ha permitido poder manejar el ordenador y escribir, algo inesperado, un verdadero regalo de mi hijo menor. Este discapacitado, incapaz de casi todo descubre que cuando él se encuentra haciendo pasar el tiempo de alguna manera otros piensan en él y para él, que cuando él duerme otros velan su sueño, un círculo de afecto le rodea. Este sistema no se trata de un simple aparato electrónico, es también, para mí, un acto de amor, es  ese amor el que me libera de mis inutilidades.












 

jueves, 27 de septiembre de 2018

PERDÓNAME

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De pequeño nunca fui buen comedor,
hacia bola con la carne.
escupía la verdura.
regaba de puré la ropa de mis padres.
Y mi papá se enfadaba.
Mucho.
Se le cambiaba el color de la cara.
Los ojos le echaban fuego
Y por la boca expulsaba sapos y culebras.
Y yo me asustaba.
Y yo lloraba.
Y él, después, cuando se quedaba solo
Se enfadaba. Con él.
Se entristecía. Por mí.
Y también lloraba.
Terminaba junto a mí, cogiéndome de la mano y mirándome a los ojos me decía:
¡Perdóname!

Cuando empecé a ir al cole
prefería los castillos de las historias de mis sueños
a las que me contaban las cartillas,
los caballos que imaginaba en las hojas en blanco
a los de los cuadernos de caligrafía,
los principitos que imaginaba en planetas lejanos
a los que me dictaba la maestra.
Y mi padre se enfadaba conmigo porque no quería ir al cole.
Lloraba yo y el me regañaba.
Me agarraba a los muebles y él me levantaba enfadado mientras me gritaba.
Pataleaba mucho y a veces terminaba recibiendo algún azote.
Mientras yo jugaba con mis amigos en el colegio, sé que él
Se enfadaba. Con él.
Se entristecía. Por mí.
Y también lloraba.
Cuando me recogía terminaba junto a mí, cogiéndome de la mano y mirándome a los ojos me decía:
¡Perdóname!

A veces, cuando salíamos de paseo y pasábamos a alguna tienda y yo me encaprichaba con algo me daba una pataleta si no me lo compraban y mi padre tenía que sacarme de allí a rastras.
Cuando íbamos al parque y me subía al tobogán y a los columpios, cuando llegaba el momento de irnos y yo no quería, me entraba una rabieta y mi padre tenía que sacarme de allí a rastras.
Cuando andábamos por la calle y pasábamos por delante de algún escaparate en el que descubría algo que me gustaba yo me empeñaba en que pasáramos y si no podía ser me entraba un berrinche, me sentaba en el suelo y lloraba y lloraba y lloraba y mi padre tenía que llevarme de allí a rastras.
Cuando volvíamos a casa algo runruneaba en mi interior
Me iba a mi habitación y
me enfadaba. Conmigo.
Me entristecía. Por él.
Y también lloraba.
Terminaba junto a él, cogiéndole de la mano y mirándole a los ojos le decía:
¡Perdóname!

jueves, 13 de septiembre de 2018

ABRÁZAME


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Hay noches en las que los ojos se me quedan abiertos como platos y no me duermo. Me acerco silencioso a la cama de mis padres y subiéndome a ella le digo al oído a mi padre:
- No me puedo dormir. ¡Abrázame!

En las tardes de tormenta, cuando los truenos retumban por toda la casa y los relámpagos parece que vienen a por mí, voy corriendo hacia mi padre y le digo:
- Tengo miedo. ¡Abrázame!

Cuando me toca la vuelta al colegio, los días anteriores no sé qué hacer. Empiezo cosas que no acabo, voy y vengo de una habitación a otra, ando siguiendo a mis padres por toda la casa. Cuando me canso, me acerco al sillón donde está mi padre y le digo:
- Estoy nervioso. ¡Abrázame!

Cuando alguien de mi casa se pone enfermo, mi padre, mi madre, mi hermana o mi perro, yo me asomo a su habitación esperando que todo haya pasado ya y la vida vuelva a ser igual. En la espera me acerco hasta donde está mi padre y le digo:
- Estoy triste. ¡Abrázame!

El otro día mi padre andaba raro. Estaba ojeroso y silencioso, tenía como un pequeño charco húmedo en los ojos y me miraba con una sonrisa que parecía derramarse encima de mí. Vino hacia donde yo estaba y me dijo:
- Necesito que me quieran. ¡Abrázame!
Mi padre sigue siendo un niño muy grandote.