Etiquetas

martes, 24 de noviembre de 2015

ALÁ ES GRANDE



“¡Alá es grande!” exclama repleto de testosterona el guerrero antes de utilizar a quemarropa el Kaláshnikov o de inmolarse con un cinturón de explosivos creyendo que ese gran Alá le protege o le reserva una eterna dicha en el paraíso. Da igual el sustantivo que le apliquemos, ya sea Alá, Dios o Yahveh, da igual el nombre siempre que esté sustentado por alguna religión, en todo caso estará configurado por el antropomorfismo: la imagen de un ser humano anciano, venerable, algún atributo que le mantenga unido inevitablemente a esa imagen, grande, omnipotente, omnisciente, bueno, creador… Seguramente es inevitable anclar nuestro pensamiento en algún atributo o imagen que nos permita dar forma a esa abstracción, siempre es mucho más sencillo un pensamiento concreto que uno abstracto, descender del segundo al primero en la medida en que para hablar de ello sólo podemos utilizar nuestro lenguaje, aquel que hemos ideado y que sólo puede hacer referencia a nuestros objetos, nuestras experiencias o nuestra realidad. Un pensamiento abstracto que para ser expresado necesita un lenguaje que podamos conectar con algún aspecto de nuestra realidad, un lenguaje completamente abstracto no nos expresa nada y para nada nos sirve pues es completamente ininteligible. Algo completamente ininteligible para nosotros como puede ser el concepto Dios sólo podemos expresarlo mediante términos lingüísticos inteligibles, el problema es que en ese salto nos podemos quedar en la limitación del significante. La relación entre el significante (la palabra Dios) y el significado (el concepto) es completamente arbitraria, para otorgarle sentido es necesario definir ese concepto, algo que solo podemos hacer mediante la utilización de otros significantes que nos ayuden a concretar cada vez más esa abstracción a la que llamamos Dios para poderla entender. El problema es que un concepto supuestamente infinito, sin un referente concreto, queda atrapado en los límites de los significantes que lo definen. Esta limitación funciona del mismo modo tanto en un creyente como en un ateo, en la afirmación y en la negación se afirma y se niega el mismo significado, ni en un caso ni en otro se plantea la posibilidad de variar los significantes que lo definen, incluso la negación es tajante sin dar la oportunidad de mantener un significante variando su significado, es por ello que una discusión manteniendo ese significante pero variando el significado se hace completamente imposible ya que esta posibilidad es inconcebible, verdadero problema para aquel que sin afirmar y sin negar el término cuestiona los significantes que lo definen y se encuentra interesado en reflexionar sobre él.
Lo problemático es que las características del concepto lo convierten en algo auténticamente acomodaticio incluso dentro del conflicto. Dios nos determina qué  es lo que hay que hacer pues lo dicta, nos otorga la seguridad de una vida sin preguntas pues ya nos ha dado las respuestas, nos encauza en una vida de sumisión no ya ante la palabra de Dios sino ante la de quien habla en su nombre pues es este y no nosotros quien está autorizado a interpretarla. Su poder nos da autoridad, su conocimiento nos da certeza, su incuestionable justicia y bondad nos otorga una moral cuya validez no radica en a quien beneficia (el hombre, la vida) sino en donde está su origen (Dios y lo sobrenatural) de tal manera que no importa las vidas que se sacrifiquen si es en cumplimiento de la palabra de Dios o de Alá, incluso la propia vida pues este acto siempre será recompensado.

Juguemos a creer que pensamos y qué aquello que pensamos se ajusta a la realidad como si hablar de realidad no fuese un disparate en este caso, como si hablar de Dios fuera posible sin estar convencido de que uno está equivocado. El error es inevitable y aún así uno se empeña en transitar por él como si por definición no nos sobrepasara y todo aquello que creemos a nuestro alcance es por ello un sinsentido, simplemente decir que Dios existe es un contrasentido porque es encerrar entre las cuatro paredes que permiten nuestra comprensión aquello que es imposible llegar a comprender en la medida en que es un horizonte absolutamente inalcanzable porque al pretender que hemos llegado siempre nos  está abriendo uno nuevo. Pero aún así, aceptemos la necesidad de Dios, de un absoluto que nos genera sentido, de un fin que nos hace caminar y por dónde caminar, de aquello que establece conexiones entre cada punto de nuestra realidad, de aquello que da lo mismo como lo llamemos y que da lo mismo si lo afirmamos o lo negamos en la medida en que aquello que podemos afirmar de hecho por ese mismo motivo sólo podemos negarlo y aquello que si está a nuestro alcance negarlo por eso mismo se abre una posibilidad de afirmación. Es la necesidad que tenemos dentro de nosotros de algo que nos desborda, aceptemos qué lo que estamos definiendo no es a ese Dios sino nuestra necesidad de ello, que nos estamos definiendo a nosotros mismos.    

Pero arriesguémonos, pensemos en un Dios que nos necesita a nosotros, que depende de nosotros, que se encuentra en nuestras manos ayudarle o abandonarle; un Dios mudo que nada nos dice y que es al contemplarlo cuando surge en nosotros la pregunta de qué hacer; un Dios que nos ignora, que puede desconocer incluso nuestra existencia, ante el que nos encontramos en completa libertad, una libertad que nos incomoda y ante la que la única certeza es el error y con la que no nos podemos escudar en nada, nosotros somos los responsables de todo lo que hacemos. Un Dios que está ahí, en silencio, en quietud, que nos rodea y nos incluye y ante el que podemos sentirnos su señor. Un dios cuya mayúscula es la constatación de esa continua minúscula. Es dios, dios, dios, dios en todo aquello que existe; en aquello solo y en todo a la vez. Un Dios al que da lo mismo como nombrarlo, que es nuestro inicio y nuestro final, nuestro exterior y nuestro interior, al que no necesitamos para vivir y que siempre está en nosotros alimentándonos.
¡Alá es grande! ¡Dios es grande! ¡Yahveh es grande! Es esa barbaridad que cometes en nombre de una grandeza que pretendes te exima del pecado de lo que haces la que te vuelve nadie, ridículo, patético, monstruoso, loco. Eres tú el qué serás grande o pequeño en función de lo que hagas, de cómo cuides a ese Dios que te rodea y te necesita y que no es nadie sin ti.

No hay comentarios:

Publicar un comentario