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miércoles, 27 de mayo de 2015

TENGO ESCLEROSIS MÚLTIPLE



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Tengo esclerosis múltiple, en mí es evidente pero no siempre es así. Esta enfermedad de las mil caras reúne tantas que con cierta facilidad podemos tener personas a nuestro alrededor que la tienen pero aún así pasarán desapercibidas para nosotros. El último miércoles del mes de mayo, es el Día Mundial contra la Esclerosis Múltiple, no se celebra una enfermedad, se celebra la batalla que cada día miles de afectados libran contra ella, batalla con pobres recursos, a veces con manos desnudas, pero con el convencimiento de que hay que librarla por cada uno de nosotros, por cada uno de ellos. La E.M. es una enfermedad neurodegenerativa pero el punto al que puede llegar esa degeneración es una incógnita para cada uno de nosotros, no tiene cura conocida pero el avance en los tratamientos es cada vez mayor, la realidad de hoy no tiene nada que ver con la que era ayer, la de mañana será muy distinta a la de hoy; no se trata de una condena segura siempre podremos encontrar en nosotros respuesta al golpe sea cual sea la intensidad de este. Actualmente es la segunda causa de discapacidad más frecuente en adultos jóvenes, entre los 30 y 40 años, por detrás de los accidentes de tráfico, y su impacto sobre la calidad de vida es muy alto y el coste para la sociedad muy importante. Lamentamos que, sin embargo, el apoyo institucional sea tan escaso, como enfermos crónicos se nos niega el derecho a una rehabilitación que, por otro lado, se nos dice es necesaria; se nos alerta del golpe emocional pero se nos niega el apoyo psicológico; desde el servicio médico se ignora la importancia del asociacionismo como ayuda ante ese golpe; apoyándose en la crisis ha habido una reducción drástica de los apoyos a las asociaciones sean económicos o físicos; el simple diagnóstico puede cambiarnos el futuro laboral, especialmente cuando se parte desde el paro, pero aún así, una reivindicación a nuestro juicio lógica, como es el reconocimiento de un 33% de discapacidad por ese diagnóstico que abra nuevos caminos laborales a quien los necesite se nos sigue negando.
Todo eso forma parte de nuestra batalla como es también aquella otra que hemos de librar en nuestro interior. La batalla estrictamente personal es inevitable pero es muy importante no librarla solos, hacerlo con la ayuda del grupo, hacerlo con la ayuda de los iguales, es por eso por lo que salimos a la calle, para decir aquí estamos, no estamos solos, no estás solo, para animarnos a salir de nuestro especial armario, para no sentir miedo, para decir que esta enfermedad no es sinónimo de silla de ruedas, para decir que no es un final, en todo caso es un principio más de los que la vida a menudo nos obliga y que tenemos que saber cómo responder.

jueves, 21 de mayo de 2015

NUESTROS HIJOS DE PUTA



El año pasado Pablo Iglesias recordó en el Parlamento Europeo a  propósito de la política que los países occidentales han practicado y practican con los países árabes una frase atribuida al presidente estadounidense Franklin Delano Roosevelt sobre el dictador nicaragüense Anastasio Somoza y la  política que ese país ejercía sobre su “patio trasero”, la América Latina. En 1939, el presidente americano Roosevelt estaba despachando con un colaborador que le hablaba de los desmanes del dictador nicaragüense Anastasio Somoza. Roosevelt escuchaba atentamente. Cuando su interlocutor terminó de describir la opresión que el pueblo de Nicaragua se veía obligado a soportar, el presidente de los Estados Unidos se le quedó mirando fijamente y le espetó: "Puede que Somoza sea un hijo de puta. Pero es nuestro hijo de puta", haciendo referencia a que aquel dictador resultaba útil para ellos.


La anécdota es muy ilustrativa no sólo para entender cómo funciona la política internacional sino también lo es para comprender muchos de los comportamientos de nuestra política local. De qué otra manera puede razonarse cierta ”fidelidad” de voto en las elecciones sean a nivel nacional, autonómicas o locales.


Es para pensar el por qué se permanece en el voto a políticos declaradamente corruptos o sospechosamente aunque solo se haya llegado hasta un nivel de imputación pero con unas sospechas públicas que se han ido transformando en evidencias aunque el paso por el juzgado no se haya realizado o se haya dado como frustrado. ¿Por qué votamos a políticos corruptos? ¿Son nuestros hijos de puta o nuestras hijas de puta? ¿Pensamos como Roosevelt que nos pueden ser útiles? ¿Para evitar que acceda el lobo malo del que se empeñan en asustarnos (con éxito) que nos traerán males mayores? ¿Asumimos que nuestra sociedad es así y si no son los nuestros serán los de los otros? ¿Nos sentimos identificados con ellos más allá y pensamos que la utilidad consiste en la ocasión de reproducir sus comportamientos?


El “hijo de puta” no sólo hurta, extorsiona, enchufa, se enriquece, también se le descubre en la prepotencia, en la soberbia, en la mentira, en el que busca el poder por el poder sin temor a dejar víctimas por el camino, el que vive la política como una guerra, tapa su basura y santifica a sus ladrones hasta que ya no puede hacerlo más y condena por adelantado a todos aquellos que pueden rivalizar en la búsqueda del poder. El que lleva a cabo trapicheos posiblemente legales pero faltos de ética. El hipócrita, el necio dispuesto a lo que le manden y el mediocre que encuentra aquí la manera de hacer carrera en un reino de mediocres sin ética ni estética. Todos estos también pueden ser nuestros hijos de puta.


¿Por qué el empeño en votarles? Puede ser el miedo a la desubicación, al rompimiento, al conflicto. El miedo a sentirnos obligados a revisar nuestro pasado y a obligarnos también a tomar nuevas opciones para el futuro. El rebaño es cómodo y muy problemático sentirse oveja negra pero son pasos que hay que dar. Asumir que no hay más opción que nuestros/as hijos/as de puta debería llevarnos también a asumir que, de alguna manera, nosotros ya podemos haber pasado a ese círculo. Pero otra política tiene que ser posible y nosotros tenemos en ello nuestra cuota de responsabilidad.