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jueves, 1 de octubre de 2020

DUDANTE

 

Hace años, aprendí a utilizar un término de Jorge Wagensberg, ”creedor” con intención de resolver el conflicto personal que puede generar el intento de ser fiel en la práctica diaria a la fe y a la ciencia. El creyente que quiere ser fiel a su fe y a su razón vive en una contradicción crónica pues por imperativo divino la razón nunca puede desmentir algunas de las verdades que asume por fidelidad a su fe, esa creencia siempre se encuentra por encima de los datos que la razón corrobora o desmiente, la fe se encuentra por encima de la realidad medible y demostrable por lo que no tiene por qué haber conflicto entre fe y ciencia. Es con la intención de resolver este conflicto como surge el término “creedor” como aquella persona que cree con garantías razonables y está dispuesta a cambiar esa verdad en la que cree por otra más coherente y completa. El creedor no es creyente ni crédulo que es aquel que asume verdades con facilidad sin exigir demasiadas pruebas. Aunque la referencia a esos términos nos remite fundamentalmente a la teología no podemos negar que vivimos en una sociedad de personas crédulas que asumen “verdades” que hacen agua con facilidad, el momento en el que vivimos es fácil encontrar antivacunas incluso dentro de la clase médica, personas que ven conspiraciones por todas partes, es grato tener a mano un culpable, y grupos importantes de personas que niegan la realidad, incuestionable para la gran mayoría, de la pandemia. Crédulos dispuestos a aceptar sin cuestionarlo todo lo que le transmita su iglesia, su partido o su grupo de referencia, aquello que oiga o lea y satisfaga una razón sin exigencias. Pero no pensemos que el grupo de creyentes o crédulos se encuentran únicamente encerrados bajo esos tres mantos, bajo el capote científico podemos encontrar personas que no acostumbran el uso del matiz ni se encuentran abiertas a cuestionar, si es necesario, la verdad que en ese momento asumen. En la ciencia no caben los creyentes como tampoco deberían caber bajo ese título los crédulos, únicamente los creedores, las verdades han ido cambiando con el paso de los años, nadie puede asegurar con absoluta firmeza que no lo harán en el futuro o que no serán matizadas. Pero si el razonamiento flaquea en el terreno de la ciencia, lo hace más aún en el de la teología, aunque sea en las antípodas de lo religioso, en el ateísmo. Ser ateo no deja de ser otra forma de ser creyente pues utiliza un argumentario muy simple en torno a un concepto de Dios y a unos dogmas fácilmente desmontables y una idea de la religión a menudo más atrasada y simplista que la de los propios creyentes.  A veces ese ateísmo pretende responder a las grandes preguntas de forma excesivamente básica que no desmonta a estas alturas prácticamente nada. Recurrir en última instancia a la teoría del Big Bang pone de manifiesto lo que sabemos, pero también lo mucho que ignoramos respecto a esas grandes preguntas, ¿qué hay más allá del infinito?, ¿cual es el principio de los principios?, ¿comprendemos en toda su complejidad la idea de infinito?, la teoría del Big Bang supone la creación conjunta de materia, espacio y tiempo, pero de qué hablamos más allá de ese infinito y por qué hay algo vez de nada. La última gran pregunta es si es compatible todo eso con la idea de lo absoluto o el concepto Dios replanteando su significado todo lo que sea necesario. Lo cierto, y quizás triste, es que esas preguntas no van a tener una respuesta suficientemente concreta, y el concepto Dios entendido como lo absoluto, sencillamente, no la tendrá. ¿Merece entonces la pena planteárselo? La respuesta es sí asumiendo que del campo científico tengamos que pasarnos al filosófico y entrar al fondo de nuestro yo cuestionándonos nuestro proyecto vital. Quizás una negativa a este esfuerzo solo ponga de manifiesto cierta pereza mental.

Del creedor como la persona que busca los matices en aquello en lo que cree y está dispuesta a modificar o cambiar sus creencias si las pruebas de la realidad así se lo exigen, persona que no tiene una inteligencia dogmática sino una inteligencia que duda, la duda como un elemento fundamental en la vida, pasamos a otro original término, el dudante. Es Atahualpa Yupanqui quien nos regala este término al contarnos una anécdota familiar. Su madre se declaraba creyente, cosa que era con fervor, mientras que frente a ella su padre, con humor, lo hacía como “dudante”. Dudante, cuando la existencia es, en buena medida, duda; cuando la duda es un obstáculo para integrarse en una sociedad de creyentes y crédulos, de dogmas y certezas, de establos y rebaños. El círculo se cierra, del creedor del inicio de Jorge Wagensberg pasamos al dudante de Atahualpa Yupanqui y de éste, para volver al inicio y cerrar el círculo a la perfección, acabamos en el título del último libro de Wagensberg, publicado poco antes de su muerte, “Solo se puede tener fe en la duda”. Un título que parece una contradicción, pero es la vida la que encierra esa contradicción, con la dificultad que supone el que te reiteren casi todos los días que estás “matizando, siempre matizando” o que eres un “tocapelotas” (aunque sea con afecto) o que allá donde vayas encuentres el choque y el conflicto, o que ya te vaticinen de joven que tú no estarás cómodo en ninguna estructura ni serás cómodo para ella. Solo se puede tener fe en la duda. Soy un dudante.

 


 

 

lunes, 7 de septiembre de 2020

SOBRE MORIR


La decisión de Alain Cocq, afectado de una rara enfermedad degenerativa, hoy por hoy incurable, y en un momento de sufrimiento extremo de dejarse morir renunciando a su alimentación ha supuesto una removida que se ha visto acrecentada al acompañarla con otra decisión, la de mostrar en directo su deterioro final a través de Facebook, emisión que la red social en el último momento ha impedido. Fue el conocimiento de esta noticia lo que hizo que me pronunciase apoyando su postura y manifestando mi coincidencia, en buena medida, con ella. Podría ser que la manera de hacerlo no haya sido la más adecuada y es por eso por lo que generó cierto revuelo.

He de agradecer en primer lugar, por supuesto, las muestras de apoyo y cariño. Me duele haber generado malestar y dolor entre la gente a la que quiero. Comprendo que la muerte es una despedida sin retorno, imagino que esto es lo que verdaderamente causa dolor, no la muerte en sí que no es sino un momento más de nuestra existencia. Junto a ese factor negativo existe, sin duda, otro positivo, la muerte puede suponer un descanso del sufrimiento físico y psíquico, sufrimiento que no siempre puede ser paliado.

El tiempo es relativo y anunciar algo sin poner fecha al acontecimiento, especialmente si este es malo, es fácil que se piense en su inmediatez. En este caso no es así; desde hace años defiendo la eutanasia y el suicidio asistido y aún me encuentro aquí. He manifestado que echaría mano de alguna de estas opciones si la enfermedad me llevara a una situación insoportable o se uniera a ella algún tipo de demencia como, por ejemplo, el Alzheimer. No hablo ni de cobardía ni de egoísmo, hablo, fundamentalmente de no ser una carga para mis seres queridos y que me quieren. La carga es evidente cuando se quiere. Tampoco hablo de depresión, durante la vida creo que hay que mantener un punto importante de alegría, creo que mi papel ahora es dar testimonio de que esto es posible. Por muy enfermos que estemos no tenemos derecho a amargar a los otros. Pero mantener esta alegría en una situación como es en la que me encuentro no deja de ser un esfuerzo, no me privéis de la libertad de poder decir basta en algún momento. No confundáis el amor y lo convirtáis en una condena.

Ha llamado mucho la atención que Alain Cocq haya decidido retransmitir en directo su muerte, cosa que al final no ha sido posible. Quizás no, pero todo depende de cómo se mire. Alain no pretendía convertir su muerte en un espectáculo ni generar morbo, su intención era utilizar la red y también los medios de comunicación para dejar en evidencia al poder, su insensibilidad y cerrazón. Su pretensión era mostrarse como un mártir que ha producido esa insensibilidad. Cuando yo pienso en ese momento no comparto nada parecido a un reality sow pero sí la utilización de los medios. Mi deseo es pasar mis últimos momentos en la intimidad con mis seres queridos. Todo siempre en la suposición de que en esos momentos no haya leyes que regulen todo esto o yo quede fuera de la aplicación de esas leyes.

¿Por qué dejar de comer y beber? Porque tanto él como yo no podemos mover parte alguna de nuestro cuerpo salvo la cabeza. Tendríamos que recurrir al suicidio asistido que está igualmente penado por la ley y que castigaría a la persona o personas que nos ayudaran a morir. Ante la falta de autonomía sólo nos queda la posibilidad de dejar de comer, y de beber si se quiere que el proceso sea más rápido. En mi caso creo que dejar sólo de comer da más tiempo para denunciar la situación.

Pero la vida da muchas vueltas. Quién sabe si es la muerte la que vendrá a por ti antes de que seas tú el que vayas hacia ella, o cambien las circunstancias y esa mudanza te haga cambiar de opinión. Quien sabe. Sólo deseo que si llegara el momento respetéis mi decisión sin dramatismo y, si es posible, con buen humor; y a los que cargando con las tablas de la ley, se atreven a juzgar, yo les pediría la posibilidad de que me permitan rogar a su Dios que aparte de mí ese cáliz.

Pero el momento no ha llegado.

lunes, 3 de agosto de 2020

Burra de carga



Recuerdo de las madres de antaño que con cierta frecuencia expresaban su lamento con un “sólo soy una burra de carga”. Supuestamente no trabajaban, pero eso sólo decía que no lo hacían fuera de casa y de forma remunerada porque dentro y sin recibir pago alguno a cambio lo hacían todo. Resulta verdaderamente complicado no pensar en ello desde la situación en la que me encuentro. En el momento en el que comencé la vida en pareja intenté evitar reproducir en ella un reparto tan desigual de las tareas, si es que por aquel entonces ya se podía utilizar el término “reparto” sin sonrojarse uno. He de decir que al menos lo intenté, aunque ha de ser mi compañera la que debe decir si lo conseguí o no. Logrado ese objetivo o no, desde luego no contaba yo con que hacia la mitad de mi vida me iba a sobrevenir una maldita enfermedad que me iba ir arrebatando todos y cada uno de los papeles que me había adjudicado hasta quedar postrado en cama sin poder mover parte alguna de mi cuerpo salvo la cabeza, movimiento que resulta de escasa utilidad para colaborar en las tareas del hogar. Llegado a este punto no sólo entregué mis ocupaciones sino que además me convertí en una ocupación más, una discreta manera de decir que me convertí en una importante carga. Muy difícil resulta la manera de evitar ese lastre por muy llevadera que se quiera hacer la forma de tenerlo. El problema, queramos admitirlo o no, sólo hay una forma obvia de resolverlo.