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sábado, 7 de abril de 2018

A LOS QUE APLAUDEN.



¿Ninguno se avergüenza cuando como al chasquido de un látigo rompe a aplaudir el grupo parlamentario entero? ¿Realmente todos saben qué es lo que aplauden? ¿Han escuchado la palabras o ya tienen automatizado el despertar al sonido del primer aplauso? Puede que no se avergüencen pero les aseguro que sí produce vergüenza ajena. Es indiferente lo que se diga que con toda seguridad se aplaudirá. ¿Cómo podría llamarse este comportamiento? ¿A qué responde?  Me cuesta creer que un tipo de comportamiento tan acrítico tenga el merecimiento de llamarse humano pues responde a una mente perezosa y a una inteligencia en desuso. Es ese tipo de perfil el que parece requerirse para ser político y medrar en ello. Es sonrojante verlos responder sin rechistar a la voz de su amo. Más sonrojante aún es cuando se celebra el acierto y el éxito de la persona portavoz poniéndose todos en pie cual batallón de infantería. Éxito y acierto que, por otro lado, está garantizado por su pertenencia al equipo local. Nadie queda sentado en su asiento, nadie discrepa, la selección del equipo titular se ha hecho con acierto. Más allá de este ejercicio gimnástico siempre están los que aspiran a nota y ansían ser señalados con el dedo de Dios, entonces vociferan, insultan, gesticulan. Nunca serán recriminados, al contrario, recibirán la merecida palmada en la espalda que les llevarán satisfechos a casa. ¿Cuáles son los resortes que disparan estos automatismos? Cuando se alza la voz es el momento de aplaudir, no importa qué se ha dicho, hay que batir palmas. Cuando se pronuncia una burla hacia el contrario hay que aplaudir la agudeza intelectual del compañero o compañera. Cuando junto a lo anterior se escuchan palabras y gestos de reprobación en la bancada enemiga, es también el momento de ponerse en pie. Es duro el papel de la persona encargada de iniciar este tipo de movimiento, es necesaria una sensibilidad especial, hay que hilar muy fino, es necesaria una cultura política muy vasta y, sobre todo, lo más difícil, no despistarse ni mucho menos dormirse.
Este comportamiento ha pasado a formar parte del hacer político español en cualquier grupo político sea del matiz que sea (si utilizar la palabra matiz en el mundo político de hoy tiene algún sentido). Es impensable lo contrario. Para mí resulta patético e incompatible con una cultura política verdaderamente transformadora, lo cual importa poco ya que es sabido que yo no dejo de ser una anomalía. La realidad pone de manifiesto que este tipo de personajes prospera y que los críticos quedan al margen. Decir que hacer política es también educar a la población estoy convencido que resulta, cuando menos, extraño y que, por lo tanto, se está maleducando a la población. Da igual, lo importante es vencer en la pelea. Con este perfil el resto está garantizado: que el fin justifica los medios, incluida, por supuesto, la mentira y el ocultamiento de la verdad, si no otras cosas mayores si son necesarias, que quien no está conmigo está contra mí, que el amigo de mi enemigo es también mi enemigo. Si lo hacemos bien llenaremos pabellones ondeando miles de banderas y curtiéndose en el arte de aplaudir.