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domingo, 21 de enero de 2018

Prejuicios





Cuando entró por la puerta de mi casa no pude evitar un sentimiento de rechazo. Era una persona que conocía únicamente de vista y la impresión no era buena. Lo recordaba a la carrera por la calle y escandalizando con dos niños pequeños de la mano y acompañado de un hermano mayor que él. Sabía cuál era su familia y creía conocer así como tenía que ser él. El trabajo para el que lo requería era demasiado delicado e íntimo como para que una persona como él pudiera realizarlo con un mínimo de eficacia y sensibilidad pero mi vergüenza me impidió decirle no en aquel momento. El no es una palabra difícil de utilizar cuando juntas prejuicios y una visión política y humana en su contra. Complicada de decir salvo que la enmascares con una retórica falsa cuya única intención es salvar tu reputación aunque sea engañando a los demás. Esa impresión era sólo eso, puro y estricto prejuicio. Afortunadamente no fui capaz de decir no y la vida me vino a demostrar hasta el aparente reducto de mi cama el evidente error que intelectual y humanamente supone el prejuicio, juzgar sin conocimiento por mucho que creas conocer; se trata de un recelo y monomanía que pertenece al mundo de  lo emocional y no al racional. Supone un orden jerárquico en el que tú te encuentras arriba y temes que semejante individuo venga a desbaratar tu poder y estabilidad. Repito, afortunadamente no fui capaz de decir no y esa persona sólo desbarató, para bien, parte de mis miedos y obsesiones, te das cuenta de la manera en como te forjas opiniones sin más argumentación que tus prejuicios de clase. También lo personal es político, la manera en como tú te enfrentas a los demás. Entendí muchos años después por qué esa persona corría por la calle llevando de la mano a esos dos niños y eso sólo puso de manifiesto su altura moral y la pequeñez de mi pensamiento.
Hoy soy un niño necesitado de muchos cuidados, alguien cuyo concepto de intimidad cambió hace tiempo, alguien para el que el sentimiento de pudor desapareció casi por completo, alguien para el que su situación necesariamente trastoca su forma de ver la vida. Afortunadamente no me sentí capaz de decir no y hoy es él quien me cuida, el que forma parte de mi intimidad y ante el que me replanteo muchos de los prejuicios que me han acompañado durante mi vida.
La mayor humanidad, la mayor sensibilidad, la mayor ternura la he encontrado en personas cuyos grupos sociales hoy y aquí pueden seguir estando cargados de esos prejuicios que vienen a complicarles la vida, me refiero a familias desestructuradas y económicamente cerca de la miseria o cargando directamente con ella, personas homosexuales en las que esta condición viene a agravar su problemática social, subsaharianos qué han tenido que luchar por hacerse un hueco en nuestra sociedad supuestamente no racista, musulmanes a los que en este momento se les mira con desconfianza por la supuesta amenaza que representan. Ellos son los que me han cuidado, de los que he aprendido a cuestionarme mi propio engreimiento, por los que me he sentido querido, en los que he descubierto la ternura, los que han acariciado y besado a este niño que hoy se encuentra en una edad difícilmente cuantificable pero claramente a merced de los otros.
Prejuicios que hoy leemos en las portadas de los periódicos se llamen como se llamen los grupos sociales que los padecen. Prejuicios que es el objetivo central a transmitir por los diferentes grupos políticos. Es el componente emocional el que viene a asegurar el voto y para eso es necesario identificar al enemigo, dejar claro quién es la amenaza, establecer un juicio ya mascado por otros que nos evite el esfuerzo de hacerlo por nuestra cuenta. Prejuicios políticos, prejuicios religiosos, prejuicios étnicos, prejuicios nacionales, prejuicios sociales que llamamos nuestra forma de pensar. Y aquí encontramos el que ha de ser nuestro principal esfuerzo: desguazar el motor que nos pone en movimiento para poder desmontar cada uno de los muchos prejuicios con los que se nos pone en funcionamiento. Enfrentarnos a la vida con nuestro propio pensamiento, aquel que sabe poner en cuestión todo lo que nos llega para abandonar lo que levanta barreras y quedarnos con lo que nos hace avanzar. Abrir nuestra puerta y dejar entrar al prejuicio para que vaya directamente a la chatarra y evitar que antes de tiempo quedemos oxidados.

martes, 9 de enero de 2018

El pulso




El cuerpo dice basta, la mente, continúa.

Basta, el río desaparece, su cauce se encuentra seco.
Continúa, las nubes anuncian lluvia, la tierra se abre a ella.

Basta, la carrera te ha agotado, cargas con demasiado peso.
Continúa, no es tu carrera ya, es por otros por quién la corres, la historia venidera te la ha arrebatado.

Basta, arrastras tus pies lentamente, prácticamente inmóviles.
Continúa, vuelas hacia rincones que no visitarás, el pensamiento se empeña en lo imposible, por eso continuas volando.

Basta, sueño es tu alimento, asfixia su digestión.
Continúa, ellos van realizando  aberturas en tu inutilidad que alivian tu ahogo.

Basta, ebrio de penas no hay oráculo que dé respuesta alentadora.
Continúa, no hay futuro, solo tu presente importa y este puede ser brillante e inagotable.

Basta, la fuerza del vendaval es ahora brisa tenue y delicada, el férreo músculo una tela deshilachada.
Continúa, tu debilidad es ternura, tu fortaleza reside ahora en tu sabiduría. Es ahora aquello que debes ofrecer.

Basta, el cuerpo se cae a pedazos, nada lo podrá reconstruir.
Continúa, los fragmentos de ti que vas dejando marcan el sendero de tu recuerdo.

Basta, la incertidumbre te ciega, la ansiedad te devora, el tiempo venidero deseas no verlo, no vale nada.
Continúa, atravesar la niebla redobla tu mérito. No importa tanto el lugar a donde llegues como aquel que vas siendo en el camino que recorres.

Basta, eres lo que haces, lo que ibas haciendo va cayendo en el saco del olvido. No eres nadie.
Continúa, no confundas hacer con el movimiento. Nada te impide amar, es posible tu sonrisa, tu pensamiento no está cautivo. Desde tu celda puedes transmitir la necesidad de cambiar.

Inevitablemente, llegará un momento en el que ambos se pondrán de acuerdo, ese será el final.

sábado, 6 de enero de 2018

Enclaustramiento



Hace unos días vi la película de Julian Schnabel “la escafandra y la mariposa” basada en el libro del mismo título cuyo autor fue Dominique Bauby que sufrió un síndrome de cautiverio cerebral tras padecer una lesión del tronco encefálico. En dicha situación el paciente está alerta y despierto pero no puede moverse o comunicarse verbalmente debido a una completa parálisis de casi todos los músculos voluntarios en el cuerpo excepto, como mucho, los ojos. El enfermo se ve enclaustrado en su propio cuerpo. Puede ver y oír pero no puede hablar ni realizar cualquier otro movimiento, la incomunicación es total salvo que pueda establecerse una vía a través de los movimientos de los párpados.
Mi esclerosis múltiple no llega a ese extremo pero poco a poco se va acercando. No llegará al mismo, al menos quedará el lenguaje verbal, la principal característica que diferencia a los humanos del resto de los animales. No obstante, la sensación de encontrarse cautivo en el propio cuerpo puede que sea inevitable, ya por fin convertido en mero espectador. En ese momento puede sentirse que la propia vida sobra, pero no la ajena, especialmente la vida en flor, la infancia que te mira sorprendida, puedes todavía ser protagonista en la sorpresa. Inmóvil, en silencio, te has convertido en el centro de atención para ellos y ellos para ti, su pujanza vital es puro espectáculo. La juventud, el genio que palpita en ella, la ilusión que tú dejaste atrás y que observas con condescendencia y cierta envidia. No te sientes con la dureza suficiente para quebrar ese sueño, no estás convencido de su imposibilidad y de la inutilidad del esfuerzo. Quizás todo pueda haber quedado en la inutilidad de tu vida para alcanzarlo. Escuchas el eco de tus palabras y a veces dudas de su sentido, temes que sólo sean sonidos vacíos. Sólo puedes transmitir pequeñas lecciones de andar por casa, el decaimiento físico pone en evidencia que también nuestra grandeza, si llego existir, decae, es la humildad lo que te enseña esto, lamentablemente en la segunda mitad de tu vida; es entonces cuando puedes deslindar el trigo bueno del malo, la mies sucia de la limpia, en ese esclarecimiento puedes irte quedando solo, por ley de vida, es la vejez o la muerte la que acude a separar los verdaderos amigos de ti, o puede tratarse de otra no menos ley vital: la huida del dolor, el miedo a ver el futuro que está aguardándote. Son  esas lecciones de quién es en verdad el pequeño y quién el grande, qué es riqueza y qué engaño, cuándo camino hacia delante y cuándo hacia atrás, cuando está justificado el orgullo y cuándo la vergüenza, cuándo es el largo túnel que lleva a la salida o el corto que desemboca en un laberinto. Es únicamente eso lo que puedes ofrecer: palabras, diálogo, escucha; algo devaluado hoy en día en el tiempo del mensaje breve, en el que a ti, con facilidad, te podrán tildar de abuelo cebolletas.
Puedes encontrarte atrapado en tu cuerpo, pero este, inmóvil, sigue estando ahí, y con él el deseo. El deseo del cuerpo en la otra persona. La juventud, la belleza del cuerpo humano en su mejor momento, poder contemplar su desnudez, el lento descubrimiento de la piel, de cada centímetro, de los rincones ocultos, el espectador privilegiado de la Venus, de Afrodita. Una caricia, un beso, una mirada tierna, Apolo inmóvil sufriendo en sí mismo la cercanía de la muerte con el único instrumento que tiene para ello: la imaginación, la cuerda a la que te agarras para no terminar de caer, para creer que no estás solo, que todavía la vida te regala. El pozo de agua en el que intentas en parte saciar tu sed.

Y con él la memoria, el recuerdo de aquello que te hizo feliz. Atrapado en este cuerpo, con una frágil memoria, sólo lo emocional es capaz de aportarme pequeños momentos de felicidad: la infancia de mis hijos, el recuerdo de su cuerpo en mis brazos, la casi vivida sensación del contacto con mis manos, el peso, su olor, su cabeza sobre mis hombros, los momentos de juego, el tiempo de lectura antes de dormir, las madrugadas en vela; tantas sorpresas y  regalos que mi mujer me ha aportado, tanto tiempo, tanto esfuerzo dedicado; el recuerdo de las personas han sido importantes en mi vida, ya sea  unos días, unas semanas, unos meses, unos años; aquellos momentos en los que he llorado de emoción; el cariño que percibo a mi alrededor. Ese recuerdo que suaviza tu vida al mismo tiempo que te hace más pesado ser una carga.
Enclaustrado en el cuerpo es contemplar la belleza, la alegría de vivir, su fuerza y dinamismo, lo que puede hacer merecer la pena un nuevo minuto de vida y los recuerdos placenteros que siempre otras personas te han aportado en el pasado los que justifican el tiempo transcurrido a pesar del dolor y las lágrimas que también han podido acompañarlo. Belleza y alegría, fuerza y dinamismo, la deidad que ha recorrido y recorre contigo esa vida.