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martes, 4 de diciembre de 2018

MAMAPAPA




La gran ilusión de mi vida no tuvo que ver nunca con el terreno profesional, era mucho más vital, se trataba de llegar a ser padre. La vida no me lo puso fácil, me puso por medio las suficientes trabas como para sospechar que esa ilusión se podía ver frustrada. No se trataba solo de una cuestión biológica, se trataba también de tener la ocasión de poder desempeñar un rol que en mi infancia lo cumplía la madre, era esta la que batallaba con los hijos, la que establecía. los vínculos afectivos. Afortunadamente tuve la ocasión de disfrutar de ambas cuestiones. Si alguien me hubiera preguntado algo tan simple como que cual era mi palabra favorita hubiera contestado sin vacilación alguna que esta era “papá” escuchada de boca de mis hijos. Mi felicidad está asociada a ellos, los recuerdos que desde el primer momento de sus vidas me acompañan. Desde ese momento intenté ganarme a pulso un papel en sus vidas que no fuese algo tan arcaico como el varón que trae el sobre de dinero a final de mes y se encuentra toda la semana preocupado por los resultados de fútbol. El tiempo me ha acompañado y facilitado esto pues, para bien, los roles han cambiado, aunque no sea lo suficiente, en la sociedad y en el interior de la familia. El tiempo que ocupé en la infancia de mis hijos ha sido, sin duda alguna, el mejor ocupado de mi vida, las noches sin dormir han sido las mejor empleadas de ella; el hábito diario de la lectura y el juego ha sido el hábito que con mayor ansiedad esperaba y con mayor alegría realizaba. Siempre envidié el papel que la naturaleza ha otorgado a la mujer, la incomparable experiencia de llevar dentro de ti a un ser vivo. No dudo la respuesta que las mujeres a las que se lo he dicho me han dado, seguro que se trata de una idealización realizada por mi parte, que pensaría de otra manera si hubiera sufrido las penalidades que a menudo acompañan al embarazo, sin embargo la imposibilidad que por mi parte tengo para imaginar la experiencia del lento crecer de una criatura en mi interior creo que me seduce aún más, esa gran barriga que siempre me ha gritado que la acaricie, la enorme belleza del desnudo de una mujer embarazada, el poder hipnótico de una madre amamantando, el vínculo tan especial madre-hijo que tú, varón poderoso, nunca serás capaz de imaginar. Varón poderoso y ridículo, más estúpido en la medida en que pretendes representar un papel cada vez más alejado de ese vínculo. Lo mejor en esta vida es esa infancia que te encuentras a punto de perder.
Ese papá que escuché por primera vez me conmovió por dentro (o esa exclamación, “Ay,mi papaíto” de un hijo hizo abrazando una de mis piernas y que todavía hoy me emociona). No es fácil imaginar todo lo que lleva dentro esa palabra de tan solo cuatro letras, parece difícil suponer que pueda encontrarse otra palabra de mas valor, salvo madre o mamá que pertenece a otra categoría que el hombre nunca podrá alcanzar. En el transcurrir de mi vida apareció otra no exenta de cierta ironía pero que yo ostento como si fuera un galardón épico: mamapapa. Esa “medalla” me fue colgada por algunos comportamientos que recordaban a los de las viejas madres y que, todo hay que decirlo, cansaban o cansan a mis hijos pero que yo no podía evitar. La madre persecutoria que acostumbrada a levantarse todas las madrugadas lo siguió haciendo durante años despertando automáticamente al oír abrir la puerta de la habitación de ellos y se levantaba para investigar lo que ocurría, aunque solo fuera salir para orinar y les crispaba que a sus edades apareciera la cabeza de su padre asomándose a la puerta del wc mientras echaban tranquilamente el chorro o sigue controlando las raciones de comida no fuera a ser que alguno recibiera 50 gramos menos y muriera de inanición, crispación que también ocurre en cuanto se me ve mover los ojos pasando revista a la mesa, doña preocupaciones, don piensa que te piensa. Soy consciente del enfado y la ironía que supone, del mismo modo que suponían algunos comportamientos de mi madre que hoy recuerdo con cariño.
Todo esto no hubiera sido posible sin la presencia de mi esposa, con la que he compartido tareas y por ello he tenido la fortuna de haber podido ser padre en la práctica y no solo de forma oficiosa, pero esto no me eximió de meteduras de pata típicamente varoniles y paternas que llevaré toda la vida en mi memoria y sobre mi conciencia por muy menores que puedan parecer y por anacrónico que pueda parecer el sentimiento de culpa pero que siempre defenderé como necesario para crecer en humanidad y poder convivir en sociedad, comportamientos irracionales y típicamente masculinos que ni de lejos pueden valer una sola lagrima de un niño. No solo se trata de asumir tareas tradicionalmente femeninas sino también de hacerlo con actitudes que han sido propias de la madre, es necesario tener abiertos los ojos, el cerebro y el corazón; mi madre y mi mujer me han servido como referencia.
El tiempo te va dando sorpresas no siempre gratas que te pueden obligar a reubicarte en la vida, a irte desprendiendo del papel que desempeñabas hasta ese momento por mucho que lo añores. Todos esos roles suponen actividad, movimiento, esfuerzo; juntos el sin parar que ha sido el tradicional desempeño de la mujer en casa; la enfermedad con la que cargo me ha obligado a irme desprendiendo paulatinamente de parte de mis actividades hasta haberme desprendido casi de todas, mi cuerpo hoy permanece inmóvil, he ido cediendo a mi mujer todo lo que yo hacía y ella ha ido cargándose cada vez más hasta asumir el rol tradicional de la madre. Me siento orgulloso de ese título honorifico pero contemplo pasivo desde mi cama quien es hoy la verdadera  “mamapapa”, Mercedes, mi compañera,

1 comentario:

  1. Ay, Jesús, eres tan necesariamente hondo que leerte es beber de un pozo sanador que alivia y aligerar la esperanza. Te quiero

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