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sábado, 18 de febrero de 2012

LOS ONIS Y YO


Como el pájaro que equilibra su vuelo, el maestro domina al oni.

Una buena amiga me dedicó un retrato, realizado por ella, con el texto que da comienzo a este escrito. Para los que lo desconozcan (yo lo desconocía), los oni () son criaturas del folclore japonés, similares a los demonios occidentales, personajes populares en el arte, literatura y teatro japoneses. Existen muchos tipos de onis, la mayoría de ellos son fuerzas malignas que causan desgracias y roban las almas a personas inocentes. No sé bien que imagen doy a las personas que me rodean para que con frecuencia coincidan en esa imagen de maestro japonés, sereno y firme, controlando los demonios, pero nunca termino de identificarme con ellas. Supongo que eso ocurrirá con la mayoría de las personas, la percepción que se tiene de alguien nunca es completa (podría uno preguntarse si llega a serlo para uno mismo), está en función de las situaciones en las que se le ha visto desenvolverse, del grado de confianza que exista, de la cantidad y la calidad del tiempo que se ha compartido. No me encuentro en ese ser relajado y templado, no lo soy, en ocasiones todo lo contrario; aunque el tiempo siempre aplaca a la fiera todavía hay ocasiones en las que esta ruge. Mi respuesta siempre es la misma, yo no soy ese, si hay alguien que me conozca bien ese soy yo, convivo conmigo cada segundo y soy el único que se asoma sin problemas y censuras a mi interior, conozco mis demonios. Me turban los halagos porque conozco mis contradicciones, puedo llegar a sentirme un hipócrita, un farsante (tenía que salir la palabrita). No sé si este sentimiento es generalizado, si todos (o casi todos) llevamos dentro esos demonios, si lo admitimos. Esos onis son variados, la tradición de las diversas culturas, por alejadas que se encuentren, tienen similitudes, pienso que su función viene a ser cercana a la que en nuestra tradición judeo-cristiana cumplía ese diablo que te acompañaba y siempre andaba tentándote. La posible faceta de generosidad, en mí, se encuentra acompañada por un oni que me insiste en el egoísmo. Aquel que se sienta a mi lado en el sofá, y con el brazo alrededor de mis hombros me convence de dejarme llevar por la comodidad, este lo sabe hacer, es seductor y nada agresivo, políticamente correcto, que con frecuencia logra convencerme de que la omisión es un pecado menor. Está el transgresor, el provocativo, el obsceno, el libidinoso, el del lenguaje zafio e insultante que sabe hurgar en los recovecos de mi ser, en sus cavernas y mazmorras. También se encuentra el violento y agresivo, que sale disparado sin previo aviso y al que, en su actuación, contemplo desde el exterior, como si no fuera yo, o fuese otro yo, ese Mr. Hyde que mantengo encerrado en un aposento de mi ser, como la mujer del señor Rochester en la novela Jane Eyre, de Charlotte Brontë; ese misterioso y siniestro personaje que ríe y grita en las noches y agrede a quien se le acerca, y que Rochester intenta mantener oculto.

Pero, en general, mis demonios y yo convivimos más o menos tranquilamente, hemos llegado a un acuerdo de coexistencia que me permite no llegar al extremo de la greguería de Ramón Gómez de la Serna, "Si te conoces demasiado a ti mismo, dejarás de saludarte". Dejo que se permitan ciertas libertades en la oscuridad y el silencio de la noche, que jueguen como malos chicos en mi cerebro, aunque, poco a poco, parecen irse retirando a espacios más profundos, quizás aburridos ya por un juego que no les satisface del todo; les doy gusto a través del monólogo interior, ese que puede permitirse ser políticamente incorrecto aún en las situaciones más formales y estiradas. Les doy gusto y me doy gusto yo, para qué negarlo, quizás sea bueno conservar una parte primaria y un tanto salvaje que nos permita recordar de donde venimos.

Pero no todos los onis tienen por qué ser malvados por naturaleza, pueden llegar a ayudar a los humanos en apuros o aparecer como feos y tontos, pero llegar a ser más astutos de lo esperado y tener un efecto positivo en la vida, incluso puede identificarse con esa voz interior (daimonion, daemon o daimon) por la que fue condenado Sócrates por corromper a los jóvenes. En mi caso, pueden lucir como un muchachuelo todavía algo vehemente, alborotado y de escasa cabeza, con cierta facilidad para meterse en problemas, como un iluso concupiscente torpe y frágil, un trasto lascivo incapaz de hacer daño a nadie (lo que no quiere decir que no pueda salir alguien dañado), como un viejo pretendiendo nadar contracorriente intentando obviar los años que han ido depositando, uno tras otro, sus inevitables sedimentos. Pobres diablos, soñadores fracasados, que me permiten mirarlos (mirarme) con ternura, cabreado y divertido a la vez, dolido y feliz, que me invitan a explorar las zonas obscuras sin amargura y enfrentarme a las equivocaciones de los demás con la complicidad necesaria. Yo no me entendería sin ellos, no me reconocería en un hombre de una pieza, sin líneas quebradas y cicatrices, sin errores que corregir y de los que aprender, los retos que pueden hacer apasionante la vida.


2 comentarios:

  1. Ni demoníaco ni farisaico, para mi que eres un buen chico, orgullo de tus mayores detractores.

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  2. Desde cierta distancia, hace algún tiempo que te sigo.Al cabo de varios años he vuelto a encontrarme contigo. Me gusta lo que escribes, lo que dices y lo que callas. Gracias. Ánimo y fuerza.

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