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miércoles, 29 de agosto de 2018

CUENTOS CORTOS PARA MENTES LARGAS


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Aquella noche soñó que cabalgaba sobre un punto y seguido, sorteaba pronombres, adverbios y preposiciones, saltaba adjetivos, verbos y nombres. Lo que más le cansaba era enfrentarse a los interrogantes. A la mañana, cuando despertó y echó la vista atrás se dio cuenta de que había dejado la habitación plagada de puntos suspensivos. 

*

Por la noche le gustaba abrir las puertas de su armario y colocar los espejos de las hojas interiores uno frente a otros. Modificaba el ángulo en que estaban situados para que ante sus ojos se revelasen una sucesión de magníficas galerías luminosas que se extendían una tras otra hasta el infinito. Innumerables estancias, cercanas y cotidianas las primeras, al alcance de la mano tras el cristal, que luego y a pesar de ser idénticas, se van imperceptiblemente transformando con la distancia. Allí, tras su rostro, encontraba de nuevo su imagen, aunque esta vez parecía no advertir su presencia y ni siquiera le miraba.
Le era irresistible asomarse al interior del espejo, casi acechando a ese otro yo tan ajeno él que se iba perdiendo en la lejanía. Sentir en su espalda el escalofrío de la mirada de su otro yo con el que nunca podía mirarse cara a cara, pues siempre giraba su cabeza al darse la vuelta. Así pasaba los minutos en ese juego mágico intentando atrapar la mirada de alguno de sus innumerables yo hasta que oía acercarse los pasos de su madre para comprobar que ya estaba acostado, entonces cerraba a la carrera las puertas del armario y sus reflejos iban desapareciendo uno tras otro, desde el más lejano hasta el más cercano, sin despedirse ninguno quedando encerrados en la oscuridad del armario hasta que al cerrarlo con llave él mismo se desvanecía dejando en su lugar el simple hueco de un recuerdo. 

 *

Cuando paseaba a lo largo del parque y se sentía cansado se tumbaba a lo largo de un banco y echaba una cabezada, entonces soñaba que una joven se le acercaba y le acariciaba el rostro mientras dormía soñando que le besaba en los labios mientras soñaba que le cogía una de sus manos. Ese movimiento hacía despertar al chico que soñaba que le cogían la mano mientras soñaba que le besaban en los labios al soñar que le acariciaban la cara. Al despertar e incorporarse veía que en el banco de enfrente esa misma joven le acariciaba la cara, le besaba en los labios y le cogía suavemente las manos.

El dragón de tres cabezas, dos colas y ocho grandes patas se le acercaba amenazante y él solo se encontraba armado de un simple y minúsculo puñal. Conforme se aproximaba emitía grandes rugidos y expulsaba largas bocanadas de fuego. El muchacho se mantenía erguido ante él sujetando el puñal con una mano temblorosa. Cuando estaban a punto de entrar en contacto afortunadamente despertaba de la pesadilla, tenía miedo de aquel chaval que podía haber percibido el pánico que lo atenazaba y de ese puñal que seguramente hubiera rasgado su cuerpo de trapo. 



Cuando se despertaba se asomaba a la ventana y veía pasar las nubes bajo el cielo azul, imaginaba que tumbado sobre ellas sobrevolaba ciudades fantasmagóricas en las que las torres taladraban el firmamento en un juego infinito de espirales, las escaleras las rodeaban en un loco efecto óptico de subidas y bajadas, los jardines flotaban entre ellas y desde ellos la hiedra se enredaba allá donde llegaba, las calles formaban un laberinto en el que las personas nunca sabían con certeza si iban o venían. Luego, se colgaba la mochila a la espalda y salía para la escuela con sus zapatillas gastadas pisando los charcos de la calle creyéndose el rey del mundo. 



El enorme maestro le gritaba agigantándose hasta el techo, él apenas le llegaba a las rodillas; conforme los gritos iban creciendo la boca se expandía las palabras se convertían en un ruido indistinguible que se le enredaba dejándolo inmovilizado. Cada vez se sentía más minúsculo en la medida en que su maestro se encontraba a punto de reventar las paredes del aula. Era el mismo maestro al que en el atardecer encontraba sentado en el bordillo de la puerta de su casa y que le sonreía levemente con una mirada triste y húmeda y que apenas le llegaba a la altura de sus tobillos. 



Aquel libro le dejó completamente impresionado, durante el tiempo de su lectura había podido recorrer todos los estados emocionales, era incapaz de quitárselo de la cabeza, una y otra vez su pensamiento volvía a las palabras que en él había leído, pero era tanta la huella que en él había dejado que al abrirlo de nuevo ya no veía signos de escritura sino su propio rostro con la imagen que en cada página había tenido, así veía la faz del asombro y al pasar la hoja la del miedo, y después la de la risa para luego pasar a las del llanto, la del enojo, la ternura, el miedo, la sorpresa, el asco, la euforia, la pena y el bienestar. Cuando cerraba sus páginas una coctelera se agitaba en su interior que inevitablemente le llevaba a volver a abrirlo. 

*
La luz de la mañana atravesaba las rendijas de la persiana para iluminar su cara mientras dormía, era tanta la belleza que esa imagen desprendía que el Sol se detuvo de pronto para no iluminar nada más, para que todo, menos su rostro, permaneciese en la oscuridad y no pudiera rivalizar con él. 

*

El padre estaba decidido a que aquel hijo que esperaban se viese rodeado de lo mejor y que cualquiera que se cruzara en su vida supiera desde el primer momento que se encontraba ante el más grande. Para ello hizo que sus sirvientes recorrieran los caminos del mundo en busca de todo aquello. No contento con eso decidió que aquella realidad solo se podía culminar poniéndole el nombre más excelso y colosal. Su hijo murió aplastado por sus letras. 



Atrapado en la lectura como estaba era incapaz de escuchar la voz de su madre como le llamaba, cada vez la oía más lejana y entrecortada, poco a poco se sumergía en las páginas del libro. Atrapado en la lectura estaba incapaz de escuchar la voz su madre como le llamaba, cada vez más lejana y entrecortada, poco a poco se sumergía en las páginas. Atrapado estaba incapaz de escuchar la voz como le llamaba, lejana y entrecortada, poco a poco se sumergía. Atrapado estaba incapaz de escuchar la voz como le llamaba, lejana y entrecortada, se sumergía. Atrapado estaba incapaz de escuchar, se sumergía. Atrapado, se sumergía. Atrapado.

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