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jueves, 8 de marzo de 2012

SOBRE EL AMOR


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A Mercedes, el amor de mi vida.
Lo que entendemos como enamoramiento es un virus, gozoso  y doloroso a la vez, que te atrapa y te vuelve esclavo, esclavitud de la que no deseas desprenderte, disfrutas de su placer y de su sufrimiento. Siervos de la dopamina, se vive para la otra persona; taquicardia, tartamudeo, sudoración, aumento de la presión arterial, no se es nadie si no se está con ella, la persona idealizada, exenta de defectos. Es la obsesión por agradar a la persona amada, por mostrar una imagen intachable de nosotros, plenamente seductora. Inexistente, artificial. La necesidad de la cercanía y el trauma de la distancia. Necesidad de la reciprocidad y el intenso temor al rechazo. Ser continuamente el que la otra persona creemos que quiere que seamos, hipersensibles ante sus deseos. No hay espacio para otro pensamiento que no sea ella. El enamoramiento, reconfortante y agotador. No somos esa persona que deseamos mostrar, no es esa persona que creemos ver. Se basa sobre una ficción imposible de soportar, insufrible de vivir. Droga de la que no escarmentamos, a la que seguimos expuestos, soñadores de un sin vivir. Una emoción que, en su ofuscación, se encuentra condenada al fracaso, como refleja la estupenda novela de Albert Cohen, Bella del Señor.
Ese enamoramiento es perecedero, puede llegar de súbito y marcharse con parecida celeridad. En contraposición a ese laberinto de emociones, a esa montaña rusa que nos conduce al desequilibrio, Erich Fromm, en su ensayo, El arte de amar, establece como los elementos necesarios para el desarrollo de un amor maduro, el cuidado, la responsabilidad, el respeto y el conocimiento. Así es.
El amor se fragua lentamente, a menudo de una manera oculta, sin llegar a percibir esa transformación. Ese ser idealizado, poco a poco, deja de serlo; se nos muestra en sus grandezas y en sus miserias, miserias cotidianas, miserias personales, lo que nos permite dejar de ser la star light que nos vemos obligados a representar, lo que nos permite el reposo del guerrero, encontrar el hogar. Descubrimos la fragilidad y la fortaleza, la originalidad y las manías, la tranquilidad y los arrebatos. Comprobamos la confirmación de la teoría de las inteligencias múltiples que complementan mis carencias. Alguien a quien amar y a quien cuidar, a quien admirar y con quien irritarse. Alguien con quien chocar sabiendo que detrás llegará la necesidad del perdón y la reconciliación. Alguien con quien poder ser uno mismo, amar a un ser corpóreo al que besar y acariciar, a un ser espiritual con el que engrandecerse.
Amar desde las diferencias y por las diferencias. Desde el respeto a sus límites y sus libertades, aceptar sus capacidades y atender sus necesidades. Respetar la persona que no es la que yo imaginé, del mismo modo en que yo no soy la que ella imaginó ni la que pretendí aparentar. Respetar es amar la persona tal cual es, no tiene por qué ser amar cada uno de sus detalles, pero sí es amarla con sus luces y sus sombras, con sus virtudes y sus defectos. Es mirarse al espejo y reconocerse con luces y con sombras, con virtudes y defectos, con mucho camino por recorrer.
Con mucho camino que acompañar. Uno crece en la medida en que ayuda a crecer a la otra persona. Nunca se da el crecimiento de manera aislada, al margen de los demás, entonces crecemos hacia ninguna parte, crecen abscesos, pústulas, tumores. El amor es un encuentro entre dos fragilidades buscando en ese encuentro su propia fortaleza; es el reconocimiento de las carencias propias auxiliando la herida, fomentando la cicatrización, impulsando el crecimiento de los miembros talados; es la unión de dos personas dispuestas a hurgar en la tristeza escondida en ellas (siempre la hay) para arrancar una sonrisa de allí. Es aceptar el regalo que supone descubrir el secreto oculto tras ese inicial despliegue de plumas de pavo real convertidas en máscaras baratas, descubrir que tras el príncipe que quisimos ver solo se ocultaba el mendigo. Es participar del desencanto que supone que esos príncipes o princesas no existen y que lo verdaderamente bello reside en esos mendigos que nos permiten sentarnos a su mesa sin farsas ni protocolos.
Es la responsabilidad de lo que has domesticado, de lo que has hecho tuyo. Siempre llevaré conmigo un fragmento de El Principito, de Antoine de Saint-Exupéry.
Luego agregó el zorro:
- Ve y visita nuevamente a las rosas. Comprenderás que la tuya es única en el mundo. Y cuando regreses a decirme adiós, te regalaré un secreto.
El principito fue a ver nuevamente a las rosas:
- Ustedes no son de ningún modo parecidas a mi rosa, ustedes no son nada aún – les dijo. – Nadie las ha domesticado y ustedes no han domesticado a nadie. Ustedes son como era mi zorro. No era más que un zorro parecido a cien mil otros. Pero me hice amigo de él, y ahora es único en el mundo.
Y las rosas estaban muy incómodas.
- Ustedes son bellas, pero están vacías – agregó. – No se puede morir por ustedes. Seguramente, cualquiera que pase creería que mi rosa se les parece. Pero ella sola es más importante que todas ustedes, puesto que es ella a quien he regado. Puesto que es ella a quien abrigué bajo el globo. Puesto que es ella a quien protegí con la pantalla. Puesto que es ella la rosa cuyas orugas maté (salvo las dos o tres para las mariposas). Puesto que es ella a quien escuché quejarse, o alabarse, o incluso a veces callarse. Puesto que es mi rosa.
Y volvió con el zorro:
- Adiós – dijo...
- Adiós – dijo el zorro. – Aquí está mi secreto. Es muy simple: sólo se ve bien con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos.
- Lo esencial es invisible a los ojos – repitió el principito a fin de recordarlo.
- Es el tiempo que has perdido en tu rosa lo que hace a tu rosa tan importante.
- Es el tiempo que he perdido en mi rosa... – dijo el principito a fin de recordarlo.
- Los hombres han olvidado esta verdad – dijo el zorro. – Pero tú no debes olvidarla. Eres responsable para siempre de lo que has domesticado. Eres responsable de tu rosa...
- Soy responsable de mi rosa... - repitió el principito a fin de recordarlo.

Amar es cuidar a pesar de la dificultad, no por masoquismo, sino por que uno (una) encuentra el sentido de una vida en ello; porque su presencia en sí misma es gratificante; porque nos engrandecemos en la medida en que nos vamos haciendo pequeños, en que vamos reduciendo nuestro ámbito de actuación, porque vamos sustituyendo más por menos para descubrir que menos es más. Porque la cercanía nos hace madurar, nos hace más sensibles, nos aumenta la piedad, nos hace más humanos. En una sociedad en la que los grandes nombres se construyen desde la distancia al sufrimiento, desde las grandes y huecas palabras, merece la pena vivenciar que las palabras verdaderamente grandes son las que se susurran al oído y que ningún momento es tan grande si a cambio se pierde la posibilidad de una caricia.
Pero el amor no es solo silencio, pero también es silencio; no es solo sufrimiento, pero también es sufrimiento; no es solo conflicto, pero también es conflicto; no es solo duda, pero también es duda. Pero aún así nada nos impedirá disfrutar o sufrir del aumento de la presión arterial, las taquicardias, la alteración de la percepción del tiempo, el dolor o la ansiedad en el estómago. Nadie nos quitará la posibilidad de admirar a la otra persona, la necesidad de estar con ella, el intenso deseo de intimidad y unión física (tocarla, abrazarla, besarla, ser uno con ella).
Yo he pasado por ese proceso, no exento de momentos dolorosos, no idílico si entendemos por tal un desarrollo carente de sombras. Lo imposible no puede ser ideal, sí lo es aquello en lo que caemos y nos levantamos, aquello en lo que nos alejamos para después acercarnos, aquello en lo que nos herimos y tras ello, curamos tiernamente nuestras heridas, aquello en lo que salimos mejor persona que la que entró. Pero los procesos no son teóricos, cada uno de ellos es algo estrictamente personal que necesariamente está vinculado a una persona. El mío tiene un nombre: Mercedes. Ella ha sacado lo mejor que hay en mí, sin ella yo hubiera sido otro, más mezquino, más conservador, menos sociable. Sin ella hoy podría estar perdido, abandonado, desorientado, indefenso. Es un proceso creador, he ido descubriendo las razones para amar día a día, en la medida en que ella ha ido cambiando, en la medida en que yo he ido cambiando, en que nos hemos ido transformando el uno al otro. Hay razones egoístas a veces (¿puede haber absoluta pureza en los sentimientos humanos?), más desinteresadas otras, pero razones forjadas entre el llanto y la risa, entre el placer y el sufrimiento. Razones arrancadas que desencadenan en primer lugar la rabia o la impotencia pero que van dando paso a otro yo a medida que se cauterizan. He vivido las contradicciones del amor, la pasión vivida con calma, aprender a mirar la vida también con otros ojos, que me vuelven más humano y me ayudan a tener una visión más completa, a sentir a través de las emociones de otra persona, el diálogo de silencios y de miradas, tocar los límites del infinito. El reflejo que ella me ha dado para percibir la manera en como yo iba cambiando a mejor o hacia peor. Los mordiscos y lametones de la vida que hoy son parte de mí, las amputaciones y las regeneraciones milagrosas. Los milagros, si existen, del amor. Hoy volvería a transitar ese pasado, a veces triste, incluso desgarrador, con la certeza de que su futuro ha merecido la pena. Hoy doy gracias a la vida, a Dios, a la naturaleza, al azar, qué más da como lo llamemos sabiendo que solo utilizamos símbolos lingüísticos, por ese nombre propio en mi camino. Lo hablo desde la torpeza que me impone esta enfermedad que me aqueja y consciente de que lo único que puedo ofrecer, en un día como el de hoy, son estas torpes palabras que solo aspiran levemente a recrear en parte lo vivido y que nunca podrán hacer honor fiel a todo ello y a su persona.

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