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miércoles, 8 de diciembre de 2010

MENSAJE EN UNA BOTELLA


El anterior chiste del, siempre genial, El Roto, me hubiera gustado que hubiera servido de emblema de esta página, pero mis escasos conocimientos técnicos y el hecho de que no pasara el filtro de las emociones compañeras me hizo desistir de ello, y, sin embargo, de alguna manera, me veo así, un "seudoagitador" postrado en una cama supuestamente elaborando discursos incendiarios.

Aquí me veo, ante una pantalla y un teclado volcando en él la poca sabiduría que con el paso de los años pueda haber atesorado. No sería mala instantanea de este momento de mi vida si en ella queda reflejada la sensación de libertad de espíritu que pueda tener. No debo nada a nadie, salvo el afecto de la gente que me rodea y me quiere; a nada especial aspiro, salvo a hacer felices a esas personas y a mí con ello; puedo permitirme el lujo de decir lo que pienso sin más ataduras que la verdad en la que creo, y de esa sensación surge la necesidad de lanzar al mar estos mensajes a la espera de que con ellos encuentre eco en otras personas y, con ello, la rara experiencia del librepensador (me gustaría poderme catalogar así) de una soledad compartida, con rostros conocidos y también desconocidos para mí. Rostros que nunca conoceré y que sin embargo los siento ahí, míos, detrás de esta pantalla, a la espera de esta botella.


Esa situación de libertad es conquistada, ha sido el paso de los años lo que me ha permitido ir soltando amarras y lastre, un empeño, a veces insensato, en ser yo, en mis singularidades, puede que una perseverancia en mi derecho al error, a mi error, a mi propia equivocación; pero también es una libertad que, de alguna manera, me ha sido puesta en bandeja, precipitadamente, en mi madurez gozo de la licencia de verbo que parece otorgarse a la ancianidad. Se trata de algo externo a mí, que me permiten los otros, pero también de algo interior, la sensación de haber llegado ya a uno de los puertos de la vida, el de la jubilación donde el júbilo, la alegría que sugiere su etimología es más un remanso de paz que un estado de entusiasmo y exaltación, la mente ha llegado al razonamiento más tranquilo, y tus facultades se concentran en demostrar lo que puedes y vales. No hay prisas para ello, no hay nada que ganar salvo la satisfación personal que me ha sido puesto en bandeja desde la aflicción. Se trata de un final pero también del comienzo de un periodo del que es difícil de calcular su duración, una etapa en la que no sólo no tiene que renunciar uno a la posibilidad de aportar algo a los demas sino que, libre de cargas y frenos que anteriormente ejercían de impedimentos objetivos o subjetivos para desatar cabos, puede optar por volar... desde la cama o el sillón en el que se encuentra quieto. Puede uno no tener otras opciones pero se trata de una imposición que puede llegar a resultar gozosa.

Una etapa en la que uno se puede permitir la satisfacción de caer en la tentación de los consejos, desde la humildad, desde la conciencia de los errores cometidos, sin pretensiones de sentar cátedra y sabiendo que los caminos de la vida ha de recorrerlos uno solo y tropezar cada uno en sus propias piedras (aunque sean idénticas a las del resto). Es por eso por lo que no quisiera concluir este escrito sin uno de ellos dirigido a todo el mundo pero especialmente a la juventud: no esperéis toda una vida para sentiros libres para ser quien queráis ser, no aguardéis a que alguna circunstancia externa venga a tiraros del caballo (Clavileño es su nombre), no desperdiciéis años sin disfrutar del valor de la ternura, de la sensibilidad, de las pequeñas cosas, de la vida que, a nuestro lado, aguarda callada a que despertemos, del cuerpo, antes de que te abandone.


Y, sin embargo, feliz en este puerto al que he arrumbado, sin renunciar al placer de sentirme libre y en paz, cuanto hecho de menos otra realidad.

Te daré la palabra.

Te daré la palabra
pero me gustaría entregarte el cuerpo;
un cuerpo transgresor y transgredido,
un cuerpo de burdel y lenocinio,
un cuerpo de esperma y sudor,
un cuerpo que hablara con sus manos y sus pies,
un cuerpo que me reviviera,
gritara,
llorara,
riera,
que estallara de existencia.
Y sin embargo, te daré la palabra,
la incolora,
la inodora,
la insípida palabra;
y le daré forma,
y le daré carne
y le daré sexo.
Pero me gustaría entregarte el cuerpo.

Esto es lo que me queda, que el verbo se haga carne y habite entre nosotros. No está mal.

3 comentarios:

  1. Oye, Jesús, ya sabes que yo te quiero mucho pero he pensado que mejor me quedo sólo con la palabra, ¿vale?, ¿a qué no te importa, verdad?... Por lo demás, aunque te sé deudor de la cultura judeo-cristiana imperante en que fuimos educados, es mejor que la última oración (de tu escrito), la leamos sólo a la luz del Nuevo Testamento. Aunque yo, desde mi confesa ignorancia y atrevimiento, creo que Dios se nos acercó, se hizo hombre (y con ello el Hombre se hizo dios) sólo por seguir entre nuestras palabras más entrañables. Un fuerte abrazo y mi mayor agradecimiento por regalarnos siempre palabras tan elocuentes y repletas de contenido, de sentido y de sentimiento.

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  2. Creo que el chiste apunta en otra dirección, hacia los agitadores dormidos, apalancados, "revolucionarios rutinarios" que no sé dónde he leído esto y me encanta. Jesús, este no es el caso:necesitamos gente como tú, etc. etc. y no te voy a dorar más la píldora...

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  3. El chiste, como el buen humor, permite varias lecturas. Me gustó en su momento y me quedé con él. No tengo voluntad de agitador ni tendría a quien agitar pero me gusta esa paradoja que refleja, me veo un poco así. Sabes que siempre me ha gustado el humor negro y creo que es bueno empezar por reírse de uno mismo.

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