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jueves, 28 de septiembre de 2023

NADIE




Cuando uno no puede mover nada, la voz casi no se oye y prácticamente no sale de casa, no sería raro que alguien se preguntara si uno ha dejado de existir o sencillamente bastantes se olviden de él. Uno es tangible, pero en gran medida es inmaterial, es decir: nadie.

Esa voz enmudecida pasa desapercibida, en el mejor de los casos alguien cercano a ti parece oírte y se agacha para poner su oreja en mí y preguntar qué es lo que estabas diciendo. Cansa ese reiterado problema en el que, con frecuencia, incluso intentando comunicarte desde la cercanía, se confunde lo que quieres decir y tú intentas corregir el error, solución nada fácil pues volvemos al inicio del problema, círculo que agota.

A menudo te preguntas quién creen los otros como eres, si entre tus discapacidades también está la sordomudez o la psíquica. En algunos bares o restaurantes en el momento de preguntar por la consumición se hace la pregunta de una persona a otra salvo cuando llega tu turno momento en el cual esa pregunta se hace como si yo fuera incapaz de responder.

Una anécdota evidente de esa confusión fue la de un día en el que mi cuidador y yo fuimos a un teatro llamado inclusivo. Cuando llegamos allí nos encontramos con que todo el público era discapacitado psíquico de una residencia cercana salvo Jesús y yo, un guapo mozo, joven y corpulento que guiaba mi silla y yo, en esa silla, viejo y calvorota. Cuando llegamos unos de ese público se acercó a nosotros pero sólo se dirigieron eufóricos a él. Una vez tuvimos que separarnos, él se sentó en una butaca donde se dirigían a él con frecuencia y yo con el resto de las sillas donde no se oía el vuelo de una mosca. La explicación creo que  era sencilla, entiendo que yo fui ignorado porque era uno más entre todos, no tenía interés para ellos. Un personaje en silla de ruedas y, ya lo he comentado, viejo, calvo y completamente inválido, era nadie, especialmente en comparación con el guapo mozo que me acompañaba que, ese sí, llamaba la atención.

Vivir recluido es perder la vida social. Comprensible, dejas de participar en todo aquello que te hacía estar activo y relacionarte con nuevas personas y gente joven que te oxigenara la sangre. Tus amigos y amigas también envejecen, y mucho. Necesariamente la relación cambiaba. ¿Dónde fueron a parar las fiestas, las comidas y las quedadas? Inevitablemente al pasado. La vida pasa factura y de una u otra manera todos vamos quedando recluidos y nos vemos obligados a cambiar nuestras costumbres.

Ese cambio no excluye la casa. Es cierto que también los años pasan por ella y sus habitantes, estos se van y aquí quedamos sólo mi mujer y yo. El papel del así llamado “mama papa” ya no se puede desempeñar por mucho que yo lo lamente. Mi habitación, mi cama, es, inevitablemente, un lugar de mucha soledad, no sólo por el aislamiento que supone sino también porque tú ya no estás en el lugar donde se toman las decisiones. No sales, no estás en el momento adecuado. Has pasado a segunda fila. No se trata de pérdida de cariño, las costumbres en el amor no siempre son felices.

Pero si el nadie mantiene algo de lucidez en su cabeza y un corazón sensible, en el nadie siempre hay alguien.

 


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