Mercedes Sosa, Todo cambia
Hace unos días escribí un texto,
“El sentido”, que creo merece algunas
aclaraciones y es que no siempre uno encuentra las palabras adecuadas. Quizá
sea necesario establecer con claridad desde donde se escribe algo, en este caso
se hace en primer lugar desde una segunda fase de la vida, ese momento en el
que como dice Salvador Paniker uno se va desprendiendo de ego; en la primera
parte uno se carga del mismo para hacerse un hueco en el mundo y en esa
personalidad llena de ego los sueños y las expectativas han de estar al nivel
de la misma, es lógico, no debe de ser de otra manera, mientras que en la
segunda parte, cuando uno
vislumbra en el horizonte la decadencia física y la muerte, algo completamente
natural y no por ello negativo, también es lógico que las ilusiones se
empequeñezcan. El lenguaje siempre puede tener algo de paradójico, que una
ilusión sea pequeña no tiene por qué significar una falta de grandeza pues lo
pequeño y lo grande cambia dependiendo del momento de la vida en el que se esté
pues la visión con la que se percibe también es diferente, siempre es posible
la ilusión aunque las ilusiones se fijen en otras cosas, como siempre es
posible la esperanza aunque esta se tenga en algo distinto.
El segundo lugar desde el que
escribo es el profundo deterioro físico, y este es evidente e inevitablemente
conlleva momentos de desánimo en los que la vida se oscurece. Lo valeroso no
reside en que estos momentos no existan, eso sería sorprendente por no decir
imposible. La visión de la vida también cambia del mismo modo que cambia la
visión del futuro, incluso, me atrevería a decir, que cambia la visión del
pasado. En ese cambio se generan sombras, cómo no han de generarse, sombras
contra las que hay que luchar y contra las que una victoria ocasional no va a
significar que no vuelvan a producirse alguna vez. Es en ese forcejeo en el que
se produce la musculatura anímica necesaria para enfrentarse a los nubarrones
que de vez en cuando llegarán.
Desprenderse de ego es caminar más
ligero y hace posible descubrir un sentido de la vida que debería haber estado
ahí desde siempre y que nunca dejará de estar sea cual sea nuestro estado
físico, sea cual sea nuestra posición en el mundo, este sentido no es otro que
el de ser mejor persona, sentido que está desapercibido mientras queremos
comernos el mundo pero que valoramos cada vez más cuando el tiempo pasa y las
dificultades de la vida se van haciendo presentes, es ahí donde hay que encajar
cualquier otro fin como el de ser mejor enfermo. Es ese el papel que me ha tocado y el que debo hacer bien, es ese el testimonio a dejar a los que vengan detrás y puedan encontrarse en un aprieto semejante. Padecer una enfermedad no nos
da patente de corso, es una realidad incontestable que vivenciar una enfermedad
amarga a bastantes personas y que esta amargura amarga a su vez a las personas
que tiene alrededor. Ser buen enfermo es mantener la alegría aún dentro de una
tristeza inevitable, es mantener la esperanza sabiendo bien lo que podemos
esperar de la vida, no una esperanza en cualquier cosa, alocada, con el
riesgo de vivir en una permanente
montaña rusa generándonos ilusiones y desencantos después, de ser proclives al
engaño, de necesitar salvadores aunque sean falsos; ser buen enfermo es ser
sensible, empático, con el sufrimiento ajeno, es evitar la queja permanente, el
lamento continuo y la necesidad de descargar en otro mi insatisfacción, es percibir
nuestros errores, nuestros pecados y saber pedir perdón, es aceptar nuestra
dependencia (dependencia que en alguna medida siempre habremos de tener) y
darnos cuenta de las ayudas que recibimos y saber dar las gracias. Querer ser
buen enfermo no supone falta de ánimo sino que es una toma de conciencia de la
que es nuestra realidad primera y desde ahí a por todo lo que podamos teniendo
claro que la enfermedad implica renuncias pero que también nos abre caminos que
antes nos eran insospechados y que la grandeza no se encuentra en lo que
creímos en un pasado, en la fama, la riqueza y el poder, sino en cuestiones que antes nos pudieron parecer pequeñeces. La felicidad no deja
de estar a nuestro alcance, cambia sus registros pero nos puede acompañar
ahora, incluso, más que antes.
Apreciado Jesús, te leo a menudo, me gusta, y casi siempre estoy de acuerdo con tus planteamientos. Yo no soy tan cerebral, mi cabeza está más en las nubes (es un buen lugar) ultimamente estoy descubriendo la poesía, es un lugar maravilloso donde estar a salvo.Tengo una máxima sobre el vivir la vida: Gozar y aprender. También tengo un sentimiento de eternidad, creo que la vida no se acaba cuando nos deja el cuerpo, y en ese sentido voy construyendo y atendiendo la mía, justo ahora estoy en la etapa adulta mas joven de mi vida. Yo también estoy "enferma y deteriorada" nada que ver con lo tuyo, lo mio es más metafórico, me invaden penas y tristezas (a veces necesarias para la comprensión) y aplico una máxima: Aprender y Gozar, cuando eso no ocurre es que estoy fallando y lo vuelvo a intentar de nuevo. Comparto contigo que la felicidad está a nuestro alcance, no se si tu compartes conmigo que la felicidad también exige de valentías y renuncias. Aprecio tu lucha, tu manera digna de encarar la enfermedad, de llamar a cada cosa por su nombre, como también valoro a los que sufren contigo y te acompañan, para ellos y para ti un gran abrazo fraternal.
ResponderEliminarApreciada Elena, comparto tu máxima, la vida no merece la pena si es para mortificarnos, y estoy de acuerdo con que la felicidad exige valentías y renuncias, yo diría más, la felicidad no es incompatible con cierta tristeza, aunque parezca paradójico. La felicidad no la regalan, hay que ganársela, así, además, sabe mucho mejor. Comparto también tu valoración de la poesía, hay cosas que no se pueden expresar si no es con ella. Gracias por tus palabras. Un fuerte abrazo.
EliminarGracias a ti por las tuyas. Un abrazo
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