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jueves, 5 de enero de 2017

TREINTA Y TRES AÑOS DESPUÉS




Octubre de mil novecientos ochenta y cuatro. Me resulta complicado recordarme por aquellos años. ¿Quién era yo? Quizás un jovenzuelo pletórico de futuros. Hay una pantalla difusa entre él y yo que me impide reconocerme. Quizás porque es imposible reconocer el futuro desde el pasado. Los sueños fácilmente se olvidan cuando uno despierta y quién era yo sino un soñador. ¿Y quién soy yo hoy sino un des-encantado? Alguien que despertó de una pesadilla con la respiración al galope. Han pasado tantas cosas en estos treinta y tres años. Han pasado muertes que nos han ido arrancando cada una de ellas una parte de nosotros, nos han despojado de parte de nuestra identidad y nos hemos visto obligados a irla recomponiendo con esfuerzo y dolor. Han llegado fracturas, distancias, soledades, noches, cicatrices que nos han entristecido la mirada, que nos han tornado algo escépticos, que nos han dibujado en el rostro los rasgos de la vida. La vida del desencanto cuando el hechizo se ha roto, cuando esa nube en la que vivíamos se ha desvanecido, cuando esas creencias que nos aportaban seguridad las hemos descubierto hechas de la misma fragilidad que nosotros mismos, carne de nuestra misma carne, pura y sencilla humanidad. ¿Cómo no perder la esperanza en ese desencanto del que ya no podremos regresar?
También han llegado vidas, nuevos ojos con los que ver, nuevas ilusiones en las que renacer. Sólo los otros nos hacen crecer, crecer en la conciencia de lo que somos, piedra pequeña y ligera, que no ha sido hecha “para ser ni piedra de una lonja, ni piedra de una audiencia, ni piedra de un palacio, ni piedra de una iglesia”, tal vez sólo para una honda. Descubrir la grandeza en la humildad, la fortaleza en la fragilidad, las grandes esperanzas hechas de pequeñas esperanzas, de minúsculos pasos, de diminutos gestos, de palabras sinceras, no huecas, todo a la altura y tamaño de nuestra realidad.
También han permanecido vidas. ¿Qué soy yo sino esas vidas que han permanecido junto a mí, que han ido configurándome? Una vez abandonada la estúpida soberbia del que se cree en la verdad absoluta he podido descubrir la absoluta verdad de los afectos, de los verdaderos afectos, aquellos que permanecen aun en caminos diferentes, los que establecen puentes aun en las distancias, los que guardan un rincón en uno mismo aun en el silencio.
Treinta y tres años después no he perdido la esperanza porque no he perdido los afectos, porque no he perdido algunos afectos; porque los que me han acompañado en el camino me han ido descubriendo cada vez más el encanto de la sencillez (porque me has acompañado); porque los que me han querido han sabido entender mis fisuras en el barro, mis debilidades a veces enmascaradas de genio (porque me has querido); porque hemos hablado y hemos pronunciado palabras diferentes que me han hecho salir de mi (porque me has hablado). Treinta y tres años después como agradezco a la vida (o a Dios, qué importa como lo llamemos) poder estar hoy aquí, junto a ti, desde la humildad, desde el silencio, desde el cariño.
Sólo así, en la noche oscura, estando ya mi casa sosegada, podré salir a buscar a la amada. ¡Y la amada está tan cerca!.
Gracias por todo.

2 comentarios:

  1. Es un lujo poder leer tus profundas reflexiones envueltas en las palabras más bellas y sentidas.
    Un abrazo.

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