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miércoles, 14 de septiembre de 2016

ELOGIO DEL LIBREPENSADOR



Cabe valorar si es posible hablar del acto de pensar sin que éste se realice en una situación de libertad, y cabe valorar si solo mediante el uso de la coacción es posible hablar de privación de esa situación, es decir, ¿podemos afirmar que esa privación es a menudo un acto voluntario? Considero que así es aunque se trate de un acto no consciente. Difícilmente alguien admite que su decisión está tomada más por motivos psicológicos que por la lógica y la razón. La ausencia de coacción puede resultar incómoda hasta tal punto que genere miedo a la misma, que uno no sepa qué hacer en ella. La solución a esa incertidumbre se busca en el sometimiento a una autoridad y en la conformidad a las normas y creencias de la sociedad que le rodea a uno de tal manera que todo esto determine qué pensar y cómo actuar. La superación del miedo sólo se consigue con un establo en el que pacer, un rebaño al que acompañar y un pastor al que obedecer. Esto supone el sometimiento a los dogmas impuestos y la actuación dentro de la ortodoxia; es decir, la fidelidad a la autoridad y el comportamiento dentro del grupo sin que uno pueda ser puesto en evidencia. La antítesis a esta tesis la podemos encontrar en el rechazo per se a toda norma que parezca provenir de esa autoridad y a todo comportamiento que parezca identificarnos con el grupo. Este comportamiento que parece emanciparnos con el orden original no deja de encerrar una contradicción y es la búsqueda, de igual manera que aquello que rechazamos, de la seguridad para huir de la incertidumbre, de un grupo con el que identificarnos (rebaño) y de una autoridad a la que someternos aunque esta no se encuentre personalizada (pastor). La verdadera emancipación solo la encontraremos en la complejidad de una síntesis en la que la seguridad nunca será absoluta pues tendremos que convivir con la incertidumbre. El librepensador es por naturaleza heterodoxo, se mueve fuera de las reglas del grupo y esto siempre resulta incómodo para este, por lo que el aparato que lo domina, sea de la naturaleza que sea, siempre tiende a excluirlo del mismo. El librepensador siempre será el chivo expiatorio ideal en la medida en que no hay mejor chivo expiatorio que la oveja descarriada. La iniciativa para la exclusión no tiene por qué partir de ese aparato, sino que se puede tratar de una necesidad del propio grupo que lo excluye y lo condena en la medida en que le resulta incómodo, necesita señalarlo pues en su comportamiento se sienten puestos en evidencia. Al aparato le interesa uniformizar pues de esta manera se le facilita el control, los miembros del grupo también desean esta uniformización pues de esta manera nadie les pone en cuestión ni les plantea interrogantes que no saben cómo responder sin que estas respuestas les desestabilicen.

Decir librepensador es decir valentía y fortaleza en igual medida que es decir soledad y conflicto. El librepensador piensa por sí mismo sin que sea la autoridad o el grupo el que lo haga por él. Al librepensador se le excluye pero su soledad no viene determinada únicamente por el grupo sino que es su propia forma de ser la que lo lleva hacia ella. Resulta imposible pensar por uno mismo si uno se encuentra arropado por el rebaño, el ruido que le rodea le impide hacerlo, del mismo modo que resulta imposible pensar por uno mismo sin generar conflicto allá donde se esté. No se puede ser librepensador sin asumir las situaciones de conflicto por lo que es necesario cierto grado de valentía en la medida en que o se tiene o hay que renunciar a ser uno mismo; de igual manera que no se puede ser sin cierto grado de fortaleza. La fragilidad puede hacer que uno se quiebre, los momentos de conflicto, el sentimiento de soledad, la duda permanente que genera la incertidumbre, la inseguridad que produce todo ello: ¿merece la pena vivir de esa manera? El librepensamiento no es garantía de verdad, es búsqueda pero no tanto encuentro, es esfuerzo y no comodidad. El librepensador es incómodo para el grupo y para uno mismo, pero es, a la vez, necesario; lamentablemente esto no es percibido por el aparato que lo rige. Un grupo social no avanza si sus ideas no se mueven. La tendencia del grupo es a mantenerlas intactas, inmóviles, sólo ese librepensador las hará mover si una parte, al menos, de ese grupo se encuentra receptiva. De no ser así la respuesta será el silencio, la crítica sólo se planteará, de hacerse, en la intimidad. El final será la decadencia; la renovación, de producirse, llegará exigida desde el exterior aunque el interior intentará resistirse a ella. En la dinámica social habitual podríamos decir: el librepensador ha muerto, Dios salve al librepensador, o hemos matado al librepensador, Dios lo guarde.




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