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miércoles, 11 de marzo de 2015

EL TESORO DE PITU





POR QUÉ UN CUENTO INFANTIL

Lo pequeño a menudo encierra un tesoro. Este es el pequeño (gran) mensaje del cuento y esto es lo que, si se cuida, puede encerrar la literatura infantil. “El tesoro de Pitu” es un cuento para los más pequeños, para los pre-lectores o primeros lectores. Es un libro que en cantidad tiene poco texto y mucha ilustración. Así ha de ser. Lo contrario sería contranatura.
¿Pero por qué un cuento infantil y en concreto uno tan pequeño?
En primer lugar por Mercedes, mi eterna estimuladora, mi eterna conseguidora. La vida en pareja  nunca es siempre un camino de rosas, pero, ¿sería yo quien soy sin ella?¿habría andado los mismos caminos y obtenidos los mismos frutos? Es evidente que no, quizás me hubiera visto arropado por la pereza y envuelto con el frío de la soledad. Sé el Jesús que encierro y el que soy y por qué y por quién lo soy. Es ella la que echó en falta en la colección Calipso algún libro para los más pequeños, es ella la que me insistió a que me pusiera manos a la obra e hiciera una propuesta. Es ella hoy la que está detrás de mi y hablando a través de mí

En segundo lugar por la defensa de la lectura. Resalto que hablo de lectores aunque todavía no sepan leer. La lectura es un proceso que comienza desde el nacimiento, antes me atrevería a decir, que comienza con la palabra. Poseer la palabra es poseer la vida, ser, de alguna manera dioses capaces de poner nombre a las cosas. Ofrecerles esa palabra es ofrecerles su música, su ritmo, su magia, el poder de su sonido antes incluso de que descubran su sentido. Es el juego, la emoción con los que se van a adentrar con confianza en el bosque de las palabras, que les van a guiar en el laberinto de la vida, pasar del dominio de lo concreto al dominio de lo abstracto, de la palabra hablada a la escrita, de la lectura a la escritura, de la voz ajena a la propia, de la dependencia a la independencia de la que nunca le podrán apear en la medida en que posea esa palabra. Al principio fue el verbo, la palabra y sobre ella el hombre fue escalando los peldaños en los que fue creciendo. Y la palabra se hizo libro.

Y el libro se hizo cuento y no hay cuento si no se cuenta. El contar no es algo mecánico, no es esa mecánica la que me ha movido a ello, son las emociones que suponen, todas aquellas que me vienen a la memoria. Quizás sea el intento de rescate de estas lo que verdaderamente me ha traído hasta aquí. El cuerpo de alguno de mis hijos apoyado sobre el mío, sus manos sobre mi espalda o sobre mis piernas, su cabeza adelantada sobre mí como dispuesta a zambullirse en el libro, la memoria festiva que empieza a ocupar su lugar a la hora de recordarlo, leyendo sin saber leer, el pequeño teatro en que se convierte el dormitorio y que me permite vivir a lo pequeño pero profundo el juego de la voz, la inflexión, el susurro, el grito, el silencio, la carcajada, el llanto, el miedo, el amor. Y con el libro abrir la puerta al ritual de cada noche, el llanto del elefante y el lagarto convertido en un juego sonoro, la máquina cosquillera, mi mano convertida en el peluche que atrapa mi hijo y con el que desea dormir, el ritual de cada noche que me lleva a la cama con una sonrisa dibujada en mí por dentro y por fuera. Es esa necesidad que quedó anidando en mí la que seguramente me ha llevado a recuperar esta pequeña fiesta de la palabra.
Me es imposible separar la palabra de todos esos recuerdos, de esos rostros, de la sonrisa y del llanto, de la alegría y la tristeza. La palabra se hace cuerpo y acontecimiento y se resiste a quedar atrapada entre cuatro paredes. Me lleva al recuerdo de mis tiempos escolares en los que he de reconocer que el currículum siempre fue un corsé en el que me sentí incómodo, fundamentalmente quería contar y que me contaran, y son los rostros asociados a ello los que hoy me vienen a la memoria, y con los rostros los nombres y con los nombres su voz y sus miradas, las emociones que quedaron en mí, todo aquello con los que los guardo en mí, la materia prima de los cuentos.

SU MENSAJE

No concibo un relato desgajado de lo esencial del ser humano, incluso uno tan escaso en palabras como este. Nos pasamos la vida buscando el tesoro y en ese pasar pasa la vida y pasa el tesoro buscado. Salvador Pániker habla de dos momentos en la vida, un primero en el que la persona busca irse cargando de ego, un espacio propio, un peso específico; el tesoro es poseer, nombre y riqueza, tamaño y cantidad. La segunda mitad de la vida es, sin embargo, el momento de irse desprendiendo de ese ego, de tomar conciencia de la finitud del ser humano, de su pequeñez, para que, en palabras de Antonio Machado
…cuando llegue el día del último viaje,
y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,
me encontraréis a bordo ligero de equipaje,
casi desnudo, como los hijos de la mar.
Esa desnudez es el tesoro, así lo creo, el tesoro no cargamos con él, no es el fardo que nos limita el movimiento y que nos impedirá, llegado el caso, poder levantar el vuelo.
Es lógico que en los años de juventud el tesoro lo situemos en el oropel que nos adorna, en el título que nos engrandece o el poder que nos hace creer superiores. Yo también anduve en esas fantasías. ¿Quién no ha tenido esos sueños de juventud? Sueños que al menor descuido se tornan pesadillas. Pero la vida me ha ido cambiando ese tesoro, reduciéndolo de tamaño, creo yo que dejándolo en la esencia. Lo busqué fuera de mí y se encontraba dentro, creía que me deslumbraría la vista cuando lo viera y resulta que tenía que mirar hacia mi interior, debí cambiar de lentes para poder ajustar la mirada. Desde la atalaya en la que me encuentro he ido viendo como se marchaba el gran hombre que creía podría ser pero lo vi exiguo y desamparado cuando se iba, como el brillo que me cegaba los ojos cuando abría el cofre no era sino bisutería que únicamente lo volvía pesado pues no valía nada, un cofre que podía abrazar como “mi tesoro” pero que arrastraba allá por donde iba.
¿Qué encierra ahora ese cofre? El aire de un abrazo que te envuelve y acompaña, el aroma de un beso que te invita a degustar la vida, la vida que perdiste y que renace en tus hijos, los nombres propios que se repiten en ti una y otra vez. El cariño regalado porque sí que no sabes como pagarás, los te quieros que te sorprenden, las palabras que te arroban, el regalo que te llega sin obligación alguna y que más allá de la preciosa materia que supone me viene a decir que esa persona pensó en mí cuando se encontraba lejos, cuando nada ni nadie se lo pedía esa persona pensó en mí. La tranquilidad de no estar en la carrera, la libertad de no ser nadie para poder llegar a ser alguien, la alegría de vuestra compañía, la imagen de mí que tenéis algunos y que me embellece quizás inmerecidamente.
Si tuviera que adivinar como Quique lo que contiene mi cofre hoy iría sin dudarlo a lo cercano, a lo pequeño, erradicaría de mi pensamiento la grandeza que hace años soñé y que hoy es quincalla para mí. Pitu encerraría allí, mi último paseo, el último baño, sueños que me hacen ser. Os encerraría a vosotros, aquellos sin los que mi vida carece de sentido.
También una obra aparentemente menor puede tener su moraleja:
El tesoro más grande a menudo se encuentra en lo más pequeño.
El tesoro de más valor no tiene precio.
El tesoro que más anhelamos se encuentra dentro de nosotros.

REPRESENTATIVO DE UNA VIDA

Puede ser representativo de ellas y de la evolución de mi vida el hecho de que después de pasarme media vida escuchando el sermoneo de que publique por fin lo haga con un cuento para los más pequeños, tan corto en palabras y tan grande en ilustraciones que además no son mías. Es así la vida, un círculo que se va cerrando, un camino en el que después de cargarte de egos en su primera parte afrontas una segunda de descenso hacia el final de la marcha, desprendiéndote de muchos de esos egos. La descarga que te hace ligero, las decisiones que te liberan de lastre,  el bulto sin el que vuelves a ser tú, sencillamente tú, el que eras en tus primeros años antes de participar en la farsa en la que hemos detestado el papel que nos han adjudicado y que nosotros, no obstante, hemos representado, cuando como Pitu y Quique nos podíamos permitir sencillamente jugar y soñar… casi desnudos, como los hijos de la mar.



2 comentarios:

  1. Gracias Jesús por estos regalos de energía que, al sintonizar, tenemos la sensación de que nuestro mundo es un contínuo,sin distancias. Nos haremos con el cuento, por ahora nos hacemos con el mensaje y, como encendiendo otra señal de luz para seguir avisando, nos permitimos publicarlo en nuestro blog findesdeespiritualidad. Gracias a tí y a la terca que te empuja. Vuestros amigos y homónimos sin distancia.

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  2. Gracias por compartir tu tesoro, que es también el de todos, y que se encuentra como bien dices dentro de cada uno de nosotros.
    Gracias por este libro que hoy, el día del libro, ha llegado como un regalo a mis manos, cargado de luz y de vida.
    Gracias, Jesús.

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