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miércoles, 26 de marzo de 2014

GRACIAS A LA VIDA


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Sé que puedo resultar repetitivo pero no lo escribo para ser leído (total, esta es una opción libre de cada cual) sino para otorgar corporeidad a mis pensamientos, para que no escapen por el sumidero de la desmemoria. Hace unos días recibí este emotivo mensaje de una antigua alumna:
¡Buenos días! ¿Qué tal va todo? Espero que muy bien. Te escribo para decirte que eres una de las personas que más me ha marcado en mi vida. Que siempre me ha encantado tu forma de ver la vida, tus valores y sobre todo la emoción y la ilusión que le ponías (y seguro que pones) a todo lo que hacías con nosotros. Para mí eres esa persona a la que guardas en un cofre en el corazoncito para que nadie pueda alterar el profundo cariño que le guardas, para que se conserve intacto y dure para siempre. Te preguntarás que a qué viene todo esto... Esta noche, he soñado contigo. Te veía recitar poesía como muchas veces lo has hecho y yo me quedaba absorta como siempre me he quedado y, por supuesto con ganas de más. Me he despertado con la necesidad de contarte esto porque he supuesto que si yo le hubiera aportado a alguien algo tan grande sería para mi muy bonito saberlo. Espero que te sirva para ser un pelín más feliz en el día de hoy. Un abrazo y un beso enorme con muchiiiiiisimo cariño, pero sobre todo, GRACIAS de corazón.
Es imposible permanecer indiferente al mismo si uno tiene un mínimo de sensibilidad. Yo, al menos, no pude hacerlo. Siempre pensé que en mi oficio de maestro tenía mucho por mejorar y por aprender. No he cambiado esa opinión a pesar de ese mensaje. Aunque a  lo largo de mi vida he recibido mensajes escritos, orales o simplemente actitudinales, más o menos elaborados pero casi siempre en ese sentido, sin embargo sé que tenía que haber sido mejor maestro. Intenté hacerlo aceptablemente bien, no sé si lo conseguí siempre, sí intenté siempre ser buena persona aunque también sé que tuve errores. Por supuesto esa opinión no será generalizada, estoy convencido de que en mi trayectoria profesional habré dejado buenos recuerdos y no tan buenos; temo incluso haberlos dejado malos o indiferentes que en esta profesión es algo casi similar. Pero aún así no deja de emocionarme este mensaje, quizá sea la edad o el momento físico y anímico en el que me ha llegado. Aunque para la inmensa mayoría haya pasado desapercibido mi vida no ha sido fácil, no sólo en estos últimos años en los que la enfermedad me ha atrapado; no ha sido fácil, no, ha habido en ella momentos muy duros.
Mentiría si dijera que no me ha subido el ego. ¿A quién no se lo acarician unas palabras así? Pero aseguro que no cambian la opinión que tengo sobre mí mismo. Creo que puedo ser mi crítico más severo. Las personas que me conocen bien lo saben. Nunca habrán oído salir de mi boca unas palabras de autosatisfacción desmesuradas, no me habrán oído jactarme de algo que habría hecho. Por eso no puedo dejar de sentir por ello un profundo agradecimiento. Esas palabras son mayores que mi persona, ésta no las merecen, es por ello que el sentimiento de gratitud es mayor. No merezco lo que he recibido en la vida, ni quizá merezco la categoría de las personas con las que me he encontrado en ella y que me han ido haciendo.
Nuestro paso por ella queda satisfecho si somos capaces de dejar una buena huella tras nosotros. Si lo logramos eso justifica toda una vida. Es por eso que mi agradecimiento es mayor. Dejar huella no es tener hijos sin más, esto responde a una satisfacción biológica más o menos placentera. Lo realmente difícil es educarlos, lo realmente dichoso es dejar un recuerdo alegre y tierno en ellos y que tú puedas sentirte contento al ver las personas en las que se han convertido. El júbilo de una vida satisfecha. Dejar esa huella más allá de ti y más allá de ellos, que forman parte de ti, es doblemente satisfactorio. No importa si la huella es pequeña, no podía ser de otra manera, lo que importa es que sea positiva y sea un reflejo de ti, de lo que has sido. Es muy gratificante que alguien te diga que no seas tan duro contigo mismo, que puedes perdonarte, que esa pelea por mejorar como persona fue percibida por alguien, que tu ejemplo, inevitable, no fue vano, y así poder hacer las paces con tu pasado y con el futuro que prevés dejarás tras de ti. Quedarás en algunos cofres que guardarán algo de lo bueno que encontraron en ti. Puedes llorar tranquilo, tu vida no ha sido en vano.
He de decir que esa persona también ocupa un lugar en mí, como todas las que me han ido haciendo, como todas las que han representado algo en mi vida. Cada una a su tiempo, cada una a su momento, a su manera. Somos un gran (o pequeño) puzzle en el que cada pieza tiene su singular forma pero encaja a la perfección en ese lugar. Un puzzle formado por las huellas que algunas personas han ido dejando en nosotros o están ahora ajustando su hueco o dando forma a la pieza que serán. Todas ellas son lo que somos. Nuestra individualidad y singularidad se encuentra construida con las impresiones que los otros han dejado en nuestro ser. Por eso podemos decir que justifica toda una vida saber que también se puede encontrar la rodada de nuestro paso por la vida de otras personas y se puede seguir nuestro rastro en ellas; y ese recuerdo siempre es presente y ese recuerdo se asocia con la felicidad, por eso, saberlo, a mí me hace feliz, por eso, a pesar de sus dolores, puede uno estarle agradecido a la vida.  



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