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miércoles, 27 de marzo de 2013

CARTA AL HIJO

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Amado hijo:

Hace unos días se celebró el Día del Padre, me pregunto si cualquier padre ha de ser motivo de celebración, si todos los padres somos iguales. Creo que la respuesta a las dos preguntas ha de ser no, pero con esa respuesta un nuevo interrogante se me abre y es dónde tengo que ubicarme yo en esa diversidad de paternidades. Seguramente una buena manera de responder a ello es valorar el producto resultante, es decir el hijo, pero me temo que, al menos en mi caso, puede ser engañoso, estoy convencido que el hijo es mejor que el padre y las virtudes del primero no son siempre debidas a méritos del segundo.

Me llamarás cansino si vuelvo a insistir en uno de los valores que creo, cada vez más, fundamental: la humildad. Casi todos en los que puedo pensar terminan confluyendo, de una u otra manera, en ella. Pero como hablarte de ella si yo no hago antes un mínimo acto de humildad, reconocer algunos de los muchos defectos que han ido jalonando mi vida. La cobardía y la comodidad que me han llevado a asumir riesgos aún dejando a un lado los convicciones que yo parecía tener. Digo parecía porque creo que uno no las tiene de hecho si no es capaz de llevarlas a cabo. La irascibilidad que han multiplicado en mi vida episodios de cólera de los que no puedo sino avergonzarme, en la gran mayoría de los casos desproporcionada si no gratuita. La falta de expresividad, hay tantas cosas que se deben decir y no se dicen, tantos gestos que hay que tener y no se realizan; las ocasiones perdidas para expresarse (especialmente los afectos) difícilmente se recuperan, se van acumulando formando una montaña que luego es muy difícil atravesar o derruir.

La humildad  es la antesala del conocimiento. No la desprecies como algo menor. Hablo de ese conocimiento que te lleva a saber cada vez más de algo. ¿Cómo puede uno profundizar en el conocimiento de algo sin dejarse guiar por las preguntas? ¿Y cómo pueden surgir estas preguntas si uno no acepta sus carencias en el saber? Pero el conocimiento es mucho más, se trata de desarrollar la inteligencia, la capacidad para comprender la realidad, pero esa capacidad no es sólo una cuestión de inteligencia lo es también de una actitud ante la vida que nos facilita el sentido de la realidad y el talento para desenvolverse en ella. Se trata de mantener el deseo y la necesidad de una formación permanente, la exigencia de saber cada día más desde la paradójica conciencia de que uno sabe cada día menos, cuanto más sabes más cosciente eres de lo que te falta por saber, sólo el ignorante se jacta de lo mucho que sabe; y también la exigencia de ser cada día mejor persona. Si en algún momento de tu vida dejas de sentir la necesidad de alguna de las dos cosas, pensarás que no tienes un saber insuficiente o no creerás que eres personalmente mejorable, la humildad se te habrá caído. Mantenerte en esta tensión es complicado pero a la vez apasionante. Es embarcarse en un proyecto sin fin, pero que cómo la Ítaca que nunca terminas de alcanzar adquirirás conciencia de que es el viaje lo que ha merecido la pena.

Se trata de la actitud que te ayuda a situarte en esta vida, allá donde eres necesario porque hay alguien que te necesita. No aspires a codearte únicamente con los grandes (descubrirás que el concepto de grande y pequeño es sumamente relativo) te habrás convertido en un ser ridículo, pura apariencia, un fantoche aunque tenga todo el poder en sus manos. La actitud que te ayuda a enfocar las diferentes situaciones de la vida. No te fijes siempre en lo que te es debido sino también en lo que debes tú y aprende a agradecer lo que recibes al descubrir la gratuidad que encierra a menudo y lo que los demás han puesto en ello. Es también descubrir la necesidad del otro para ese conocimiento, conjugar la autonomía con la conciencia de nuestra heteronimia, difícilmente en nuestro aprendizaje no se cruza el prójimo. La humildad te llevará a una actitud de apertura hacia los demás de los que siempre podrás aprender (aunque sea para rechazar) y con los que siempre podrás crecer como persona. También te hará difícil llenarte la boca con grandes palabras sin aplicártelas a ti mismo. No pretendas cambiar el mundo sin intentar de igual manera cambiarte a ti mismo y el pequeño mundo que te rodea. No hacerlo sólo será un acto hipócrita.

Me pregunto qué habrás aprendido de mí. Todo padre aspira a que sus hijos no cometan las equivocaciones que él cometió, incluso que no cometa equivocaciones (las que él considera equivocaciones), aspiración completamente inútil pues de la misma manera que él cometió sus errores y tuvo sus defectos es inevitable en la vida equivocarse y ser imperfecto, perderíamos la tarea (ya dije que apasionante) de pulirse y recrearse a cada día. Tendré que aceptar tus equivocaciones y tus defectos, cómo no, es tu derecho y es tu vida, pero quisiera poder acompañarte en ese camino y aconsejarte en ello aunque deseches, si es tu opinión, ese consejo. Pero en ese proceso de caminar y tropezar, de hacerse y rehacerse, de formarse y malformarse que es la vida, no puedo evitar la dureza que es para mí descubrir en ti mis propios errores y defectos, verme identificado en ellos. ¿Es eso lo que aprendiste de mí? A menudo te he dicho que te quedes, si quieres, con aquello de mí que te guste y que corrijas en ti aquello que de mí veas detestable. Un ejemplo para aceptar o rechazar formas de ser. Pero supongo que es inevitable la tentación de adoptar aquellos comportamientos con los que has crecido. Tendré que cargar con esa responsabilidad y esa culpa.

Espero que hayas aprendido de mí algo de pensamiento crítico y que sea conmigo con el primero que ejerzas esa disposición. Te será muy necesaria en este mundo empeñado en uniformar con un solo ropaje y con una capacidad de manipulación cada vez mayor. De la misma manera deseo que hayas aprendido de mí la disposición al perdón y que sea también conmigo con el primero que lo pongas en práctica. Son tantos los momentos de los que me avergüenzo, el daño del que me siento responsable aunque no estuviera en mi intención. No puedo dejar de relacionar esa capacidad para perdonar con la humildad. Todos necesitamos ser perdonados en algún momento, ¿vamos a vender caro el nuestro?  Espero por último que hayas aprendido de mí cierta actitud de dignidad ante los contratiempos de la vida. En realidad quiero decir que espero haber mostrado cierta dignidad ante esos contratiempos, la suficiente como para poder ser percibida y poder dejar un poco de huella. Esos contratiempos, eso dolores, son inevitables, los tendrás como todos los hemos tenido y los tendrán, serán tus dolores pero te exigirán respuesta, sólo espero que esta no te obligue a agachar la cerviz.

En estos años has tenido que acompañarme en mi dolor. Siento que con ello he perdido el poder disfrutar de parte de tu infancia y quizá te ha robado a ti una buena parte de ella, espero que a cambio esa experiencia te haya servido de algo, hayas podido aprender algo con ella. A mí sí me ha servido aunque no haya podido evitar fases en las que mi sufrimiento iba más allá de donde debía para extenderse a vosotros. Gracias por el aguante y gracias por la ayuda. A veces los papeles se invierten y el padre pasa a ser hijo y éste pasa a ser padre. Esa es la ley de la vida, el tiempo pasa y en ese transcurrir se van sucediendo muy diferentes etapas no siempre predecibles y que nos van exigiendo distintas respuestas y asumir distintos papeles por lo que siempre debemos andar aprendiendo. Así es el papel de padre, un continuo aprendizaje que continuamente queda desfasado al ir creciendo el hijo; es inevitable por ello cometer errores, espero que los perdones, solo soy un aprendiz y me llegará el final siéndolo.

Un beso, aunque me sabe a poco.




2 comentarios:

  1. Valiente y digna, clara y humilde, desprende Amor y Sinceridad. Creo que ambos sois afortunados. Estás transmitiendo algo parecido al, "de mayor quiero ser alumna", que un día hace ya tiempo escuché con emoción. Aprendices permanentes reincorporando aquello "qué, y con lo qué", nos reinventamos al caminar. He sido afortunada al encontrar la lectura de tus palabras.

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  2. Por casualidad, las cosas que tiene internet, he visto tu nombre. Me he permitido a través del Facebook de Luis Mario leer la carta al hijo. Espero que le llegue a tu hijo y a muchos hijos porque es el sentir de muchos padres, pero tú tienes la facilidad para trasmitir lo que sientes.
    De vez en cuando me pasaré a leer tus escritos.
    Un abrazo
    Carmen Prada

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