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domingo, 23 de octubre de 2011

PREFIERO LOS HOMBRES QUE LLORAN


Podría haberlo titulado prefiero a las personas que lloran, y así sería, pero decidí mantener este otro que habrá quien pueda calificarlo de sexista (yo no lo haría) pues la verdadera novedad estriba en que los varones lloren, que lo hagan en público y que no se avergüencen de ello. Estos últimos días han sido idóneos para valorar el tipo de hombres públicos con los que nos encontramos cada jornada en los medios de comunicación. Los gestos, las palabras vertidas ante el anuncio (insuficiente por lo que falta y patético por la jerga que utiliza, lo sé) de ETA han dado ocasión para contemplar un buen abanico de reacciones más o menos representativas de las personas, los varones en este caso, que las llevan a cabo. Prefiero a los hombres que lloran y no creo que por ello se les pueda tildar ni de pusilánimes, ni de débiles, ni mucho menos de “perfectos mierdas” como hace tiempo un “egregio” escritor se atrevió de tildar a un político; todo lo contrario. Solo quien no ha llorado desconoce el poder liberador del llanto y la libertad y fortaleza de carácter que representa.

Hay varios tipos de llanto que yo destacaría, el primero el que proviene de la vergüenza y del arrepentimiento de una acción que hemos llevado a cabo. Se trata de un llanto inconsolable entremezclado de sollozos y convulsiones, uno no puede ocultarse a sí mismo ni a lo demás lo que es ni las consecuencias de sus actos. Estas personas tendrán mucho más fácil la capacidad de pedir perdón. No imagino a algunos de nuestros políticos especialmente engreídos, soberbios, vanidosos, arrogantes y chulescos, haciendo ni una cosa ni la otra, como tampoco imagino a la mayoría de esos voceras que solo saben exigir a los energúmenos de ETA que pidan perdón, con capacidad de llorar y de pedirlo por cuestiones incluso más nimias. Esos hombres que lloran me resultan de fiar.

El segundo de los llantos, es el del agotamiento, del no puedo más, del cansancio de la batalla, del dolor de las heridas. Imagino a estas personas especialmente desarmadas, inofensivas, sin la personalidad adecuada para continuar hasta el encarnizamiento, sin el deseo de hacer sangre tan habitual en los partidos y en sus voceros mediáticos. Es también el llanto de las víctimas, de quien no se encuentra dispuesto a vender su dignidad por un misero plato de lentejas de poder y gloria, a envilecerse en una establecida rutina sin sentido. Esos hombres que lloran me resultan de fiar.

El tercero de los llantos es el de la empatía, el de quien es capaz de llorar ante el dolor de los otros, por la impotencia por no poder evitarlo, por no haberlo podido evitar, por la sensación de injusto privilegio del que se siente gratuitamente a salvo, por la conciencia de ser uno con el sufriente. No imagino ese llanto en aquellos que justifican miles de muertos sin modificar ni un ápice su discurso ni su gesto altanero y su voz prepotente. Los creo más capaces de escuchar, más sensibles ante los problemas de los otros, con mayor posibilidad de piedad, más humanos. Esos hombres que lloran me resultan de fiar.

Por último, el llanto de la emoción, de la alegría, mayor cuanto más esfuerzo se ha puesto en el asunto, cuantas más cicatrices te quedarán del camino, cuantos más hay y más débiles son los que se reconfortan contigo. Los imagino capaces de mayor ternura y afectividad. ¿Quién dijo que no son necesarias en política? Con mayor humanismo en su forma de entender la política y la vida. La mayoría confundirá ese llanto con la debilidad, con el afeminamiento (ridículos), ellos sí, perfectos y patéticos remedos de ser humano. Esos hombres que lloran me resultan de fiar.

Ninguno de ellos se encontrará libre del error, nadie lo estará, pero infunden más naturalidad, y puestos a caminar en las tinieblas que es el ejercicio de la política (me producen risa los vendedores de certezas que todo lo ven claro) y puestos a tropezar con frecuencia y a levantarse, prefiero ir de la mano de alguien que me genere, al menos, confianza y del que yo me sienta cercano incluso en sus limitaciones.


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