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martes, 25 de octubre de 2011

LIBERAR A DIOS




Unos me negarán el derecho a tratar este tema por no ser uno de ellos, otros lo rechazarán de entrada ya que, incapaces de percibir los matices del lenguaje, negarán sin más discusión lo que yo parezco afirmar, y otros directamente me ignorarán, no les interesa el asunto. Difícil ubicación tengo, no me siento ni creyente ni ateo ni agnóstico, me interesa la pregunta por el posible absoluto del que este ser condicionado y relativo que soy yo formaría parte; por el principio y el final que soy incapaz de ver; por el sentido de la vida y de mi vida que aporte razón a todos los sinsentidos; por el contrasentido de la experiencia de lo trascendente que podemos percibir en lo inmanente; por todo eso imposible de darle forma, de ser definido, de ser nombrado, aunque el ser humano se empeñe en cosificarlo y en domesticarlo.

El primer paso para hacer comprensible lo incomprensible es ponerle nombre al interrogante y ese nombre, a lo largo de la historia del hombre, ha sido el de Dios; nombramos y creemos conocer y tener a nuestro alcance todas la respuestas, gran ironía ante una pregunta que, casi por definición, carece de ellas. Pero lo verdaderamente interesante, a mi modo de ver, no son esas respuestas sino la pregunta en sí y el ejercicio inacabable de contestar a la misma. Es ese proceso el que te hace crecer y el que puede llegar a tener poder liberador si lo haces verdaderamente tuyo, pero toda liberación ha de tener su carga contestataria y su capacidad de subversión y aquí reside lo inadmisible para toda autoridad, es por ello por lo que se arrebata el derecho a recorrer un camino propio y se lo sustituye por otro preestablecido y seguro, y por lo que se reemplaza la pregunta por una batería de respuestas, los dogmas; el aprendizaje de unas respuestas para una pregunta que uno no ha llegado a formularse, supuestas verdades que no suponen, de hecho, contestación a nada, salvo a la necesidad de control, por un lado, y al ser gregario, por otro, y al miedo al vértigo ante toda pregunta (y su duda consecuente) que nos cuestione radicalmente nuestro ser.

Pero ese Dios indefinido resulta indomable sin una autoridad capaz de someterlo, una autoridad que sustituya la incertidumbre del camino de su búsqueda por la seguridad de las certezas del establo. ¿Qué fin social último han de tener iglesias y religiones que anatemizar la búsqueda y santificar el encuentro? ¿Y qué encuentro es ese que no se ha buscado, qué encuentro aquel que se sirve en bandeja y que se conmina a su aceptación so pena de exclusión y soledad? Ese Dios predicado como omnipotente se torna impotente en manos de sus mediadores, estos y su palabra son el camino, fuera de ese camino no hay salvación. El poder está en sus manos y difícilmente aceptarán renunciar al filón que supone. Sacerdotes, obispos, arzobispos, cardenales, papas, imanes, ayatolás, mulás, rabinos, pastores, sus lugartenientes, estamos bajo su jurisdicción, le han sustituido, y defenderán sobre todo y sobre todos su derecho de mando sobre ese territorio, el que consideran suyo.

Porque el silencio es indómito si no se cubre de palabras, se hace necesaria la doctrina; porque el camino es peligroso si no se le encauza, se hace imprescindible la fetua; porque la intemperie se encuentra cargada de tentaciones se hace inevitable el templo; porque los profetas necesitan ser reinterpretados para que no supongan una amenaza era necesario rehacer el hombre para el sábado y no el sábado para el hombre.

Pero de dónde podremos crecer si no es desde la humildad del que nada es y solo empieza a ser con los nadies, y dónde podremos alcanzar la sabiduría si no es desde la ignorancia del que solo encuentra en su vida preguntas, y desde dónde podremos empezar a ser libres si no es desde el caminar abierto a las contradicciones; y cuando podremos incorporar el sinsentido de Dios si no es desde su silencio, desde su impotencia, desde su no ser, si no es desde su necesidad del hombre, su necesidad de la siembra y de la cosecha, de la calma y la tormenta, de la noche y el día, del invierno y de la primavera, de cada ser. Cómo alcanzar la libertad si no es liberándolo y dándole una oportunidad para la existencia.



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