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domingo, 13 de marzo de 2011

CÍRCULO VICIOSO


La señora Rodríguez leía una revista de corazón sentada en el sofá del salón comedor de su casa y el señor Delgado realizaba un crucigrama del periódico del día arrellanado en el sillón enfrente de su mujer, mientras, la televisión, situada en el centro de la pared que había delante de los dos, permanecía encendida. Ninguno la veía con atención, únicamente necesitaban sentir su sonido de fondo dando vida artificial al hogar. De vez en cuando levantaban la vista y la miraban en un acto casi reflejo para volver rápidamente a su ocupación.

En el aparato de televisión una mujer rubia que sobrepasaba ampliamente los cuarenta a pesar del intento evidente por ocultarlo con mucho maquillaje sonsacaba de mala manera las turbiedades de su vida marital: los reproches por el comportamiento desapegado de su esposo, la muy rara cohabitación que realizaban en los últimos años, los celos que sus frecuentes salidas le generaban. Tras ella lucían decenas de televisores con programaciones diferentes.

En el corazón de ese panel un varón treintañero respondía ardorosamente a las preguntas que le realizaba el presentador, cabello engominado, voz chillona y atronadora, chaqueta verde oliva, corbata naranja y sonrisa postiza clavada en el rostro. Parecían jugarse más que la honra, la vida, adivinando a qué programas respondían las sucesivas imágenes que iban apareciendo en el receptor de televisión que el varón tenía frente a sí. El público coreaba su nombre de una manera falsamente espontánea y ridícula.

En ese momento en la pantalla una serie con risas enlatadas reflejaba la vida de un hogar absolutamente excéntrico en el que la una madre histérica bramaba contra el esposo absorto ante el televisor, hombre pusilánime y vacuo, que sorbía un plato de sopa mientras los fideos le chorreaban por las comisuras de los labios. La hija menor entraba y salía de la estancia vestida a la manera de una putilla barata y coloreado y repintado su rostro de una forma estrafalaria, interrumpiendo los rugidos de su madre con una voz desagradablemente aguda de vodevil de poca monta.

En el televisor un reality show pretendía reflejar la vida en una familia normal. En él la señora Rodríguez leía una revista de corazón sentada en el sofá del salón comedor de su casa y el señor Delgado realizaba un crucigrama del periódico del día arrellanado en el sillón enfrente de su mujer, mientras la televisión, situada en el centro de la pared que había delante de los dos permanecía encendida. Ninguno la veía con atención, únicamente necesitaban sentir su sonido de fondo dando vida artificial al hogar. De vez en cuando levantaban la vista y la miraban en un acto casi reflejo para volver rápidamente a su ocupación.

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