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martes, 14 de julio de 2020

DIOS. VERDAD Y MENTIRA






Para Sartre el hombre se encuentra condenado a ser libre en la medida en que no existe un ser superior que determine el curso de la existencia, lo que implica que el ser humano es responsable de sí mismo, de sus acciones y decisiones. El existencialismo sartriano se basa en la tesis de que la existencia precede a la esencia. El hombre no es otra cosa que lo que él se hace. Su esencia no proviene de Dios, carece de un molde de referencia con el que identificarse. El hombre resulta una pasión inútil en la medida en que libertad y angustia se encuentran vinculadas por lo que el ser humano para huir de esa angustia huye también de la libertad y es en esa huida dónde va a parar a la religión y a la figura de Dios como rescate de esa angustia.
Lamento decir a los ateos sartrianos algo que quizás no esperen: Dios existe. Sin embargo, que los creyentes no canten victoria pues precisamente por lo anterior es el hombre el que tiene que hacerse a sí mismo, se encuentra solo, no tiene molde en el que cobijarse ni creador que le otorgue la esencia que facilite su mirada en el espejo. Su vida es una pesada y permanente carga de responsabilidad.
Dios existe. Existe lo trascendente del mismo modo que existe el infinito. El ser humano se encuentra rodeado de una realidad que le desborda, de la que forma parte pero de la cual forma menos de una microscópica parte. Una realidad que va mucho más allá de él y que es incapaz de comprender en su totalidad incluso ciñéndonos a la realidad que hoy algunos creen conocer y saber su origen, con unas respuestas que dejan sin explicar una pregunta básica y fundamental: ¿por qué hay algo en vez de nada? El célebre big bang deja sin responder esta pregunta, se trata de una Gran Explosión que quiere explicar el inicio del Universo pero que no es capaz de hacer lo mismo con la singularidad que le precedió. Si ese Universo no es suficiente para abrirnos múltiples interrogantes que no somos capaces de responder esa singularidad nos deja sobre la mesa interrogantes con mayúsculas, nos deja abierto el Gran Interrogante, el Absoluto. Absoluto que nos plantea el enigma Dios. Si a todo lo anterior le unimos también el concepto de infinito las preguntas se multiplican sin parar o nos deja sobre nosotros el gran Interrogante que no sabemos cómo formular en la medida que no sabemos qué preguntas encierra. Tendemos a entender el concepto de infinito de forma longitudinal, el Universo es inacabable, pero esa imagen que nos hacemos en nuestro cerebro se encuentra muy lejos de corresponderse con la realidad, el Universo es infinito en todas sus dimensiones teniendo en cuenta que ninguna de ellas tiene fin y en todas ellas encontramos nuevos inicios, esta multiplicación se reproduce una y otra vez expandiéndose hacia el exterior pero también hacia el interior, los agujeros negros y nuevos big bang y otros procesos que desconocemos generan permanentemente nuevas realidades. Un ejemplo que intenta hacer comprender lo anterior: Si una célula de nuestro cuerpo tuviera razón se sentiría formando parte del órgano en el que se encuentra y del cuerpo que puede percibir como su universo o incluso como su Dios, al que cree omnipotente. Puede creer que ese cuerpo es infinito sin saber que fuera de él hay mucho más, lo que conoce es nada.



Sí, Dios existe pero no es ese ser todopoderoso bajo el que cobijarse y nos orienta en esta vida, Dios es débil, no nos puede ayudar, al contrario, somos nosotros los que tenemos que ayudarle a él, se encuentra en nuestras manos, la responsabilidad es toda nuestra, somos nosotros los que debemos de tomar las decisiones contando únicamente con su silencio. Diréis que ese dios es ficción mía, en efecto, del mismo modo que el otro lo es vuestra. Toda definición de dios es creación del ser humano y por lo tanto errónea. Ese ser humano es incapaz de imaginar la naturaleza de ese dios, sus palabras son únicamente un intento de aproximarse a su comprensión y para ello sólo puede utilizar su vocabulario y aquella realidad de la que forma parte y que para él forma parte de ese Dios y debe cuidar. Ser el absoluto supone estar muy por encima de nosotros, aunque resulte paradójico ese absoluto se encuentra en manos de una nimiedad como nosotros. Un absoluto que da sentido a nuestra vida aunque no nos adoctrine ni nos diga cual ha de ser nuestro papel. Nuestra vida carecería de sentido si no fuese para formar parte de ese Todo, para irlo construyendo y reconstruyendo, para amarlo por encima de cada nimiedad en la medida en que su realidad nos desborda, nos transciende. Somos hermanos pues formamos parte de ese Todo y Él forma parte de nosotros, y es por eso que amamos a nuestro prójimo como a nosotros mismos. Y son estos principios básicos los que han de configurar nuestra forma de ser y es la coincidencia en esa forma de ser lo que importa y no la definición, siempre equivocada, que damos al término Dios o la palabra que elegimos para nombrarlo, conscientes de que es lo innombrable, aquello que nombrar es cosificar, aquello que nombrar es pretender hacer manejable lo inmanejable. Sean cuales sean las palabras que utilicemos se trata de vivir. Vivir una vida lo más solidaria y empática posible y trascendente pues somos conscientes de una realidad que va infinitamente más allá de nuestro egocentrismo. Una actitud trascendente ha de tener una mentalidad abierta que supone tener más preguntas que respuestas, preguntas acerca de la realidad que no consiguen encontrar respuestas que cierren definitivamente esas preguntas. Tener respuestas para todo pone de manifiesto una mentalidad estrecha, cerrada, para la que no hay nada por encima que nos desborde. Ni la ciencia ni religión alguna son capaces de ofrecemos respuestas para todo que nos evite convivir con los enigmas, de igual manera que evitar los interrogantes para los que sabemos no vamos a encontrar solución pone de manifiesto una mentalidad conservadora y perezosa. Vivir es convivir con los grandes interrogantes.
Todo esto no deja de ser un intento de arañar certidumbre a esos grandes interrogantes, intento que seguro contiene, como todos, sus propios fracasos. Fracasos que no tienen por qué suponer una frustración en la medida en que lo verdaderamente importante, lo esencial, es nuestro quehacer, la manera en como afrontamos la vida y no nuestras creencias. Lo que nos une es nuestra práctica vital y no nuestros dogmas que sólo necesitamos para otorgarnos seguridad.



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