Etiquetas

martes, 25 de febrero de 2020

EUTANASIA , SÍ




Decir que la ley para legalización de la eutanasia sólo pretende ahorrar costes es una simpleza de tal grado que resulta insultante para aquellos que la defendemos desde hace bastantes años como, incluso, para aquellos que lo enuncian. La simpleza de la afirmación denota a la vez simpleza intelectual, pero resulta imposible que toda la gente que la argumenta crea en ella en realidad. Por muy alejado que pueda estar yo de esa posición ideológica me resulta imposible creer que esa pobreza sea masiva, lo que ocurre es que pensar esto lleva a creer que determinadas personas mienten conscientemente por mandato superior o, también, para hacer el mayor daño posible al contrincante difamándolo gravemente con la esperanza de que en ese juego siempre habrá personas que aceptarán esa barbaridad.
Buena parte de las personas que critican esa legalización utilizan como primer argumento, y a veces único, para esa crítica, el que para la defensa de la legalización se expone siempre un caso extraordinario como el de Ramón Sampedro o María José Carrasco pretendiendo insinuar con ello la inexistencia del problema como tal en España ya que no existen casos de manera ordinaria que parece ser la única realidad que exigiría la promulgación de una ley sobre el asunto. Esta insinuación es falsa en dos aspectos, uno, sí existe esa realidad ordinaria aunque se trate de personas que no salen en los medios de comunicación, es, por ejemplo, mi caso, enfermo de esclerosis múltiple secundaria progresiva, en la actualidad afectado por una tetraplejia y que no descarto una posible utilización de esa eutanasia en un futuro; dos, en el hipotético caso, que de hecho no es tal, de que se tratara de casos “extraordinarios” no deja de ser necesaria la legalización aunque fuera para ser aplicada de modo muy puntual.



El mayor de los argumentos en contra de la eutanasia es el de que la vida humana no nos pertenece a nosotros sino a Dios, un Dios construido a nuestra imagen y semejanza y no a la inversa; se trata, a mi juicio, de la necesidad del ser humano de un ser superior que determine lo que hay que pensar y hacer y nos libere de nuestra responsabilidad de hacerlo por nuestra cuenta, no deja de ser el miedo a la libertad, miedo que se hace presente en nuestra sociedad más allá de lo religioso y que se pone de  manifiesto por la incomodidad que supone la figura de la persona librepensadora. Se trata de un Dios contradictorio con el comportamiento humano, ¿qué haría la persona ante una situación límite en la que se viera forzada a abandonar a otra moribunda pero que en la soledad sería devorada por animales carnívoros o torturada hasta la muerte por el enemigo? ¿La abandonaría viva o la ejecutaría para evitarle el sufrimiento? ¿A quién pertenece esa vida? ¿No sería más coherente al aparente dogma de una vida intocable abandonarla con vida a su suerte? ¿Qué hacemos todos cuando nuestro perro tiene una enfermedad incurable que le está suponiendo sufrimiento y aumentará en el futuro? ¿Lo llevamos al veterinario para evitarle ese sufrimiento y que pueda morir en paz? ¿Lo hacemos porque lo queremos o porque ya nos es inútil? La cercanía biológica entre nosotros y el perro es infinitamente menor que la que pueda existir entre nosotros y ese Dios que vigila cada uno de nuestros actos y, podemos suponer, que él (o ella) tiene una capacidad de amar también infinitamente superior a la nuestra. ¿Qué hará ante nuestro sufrimiento irremediable? Realmente es Dios el que nos prohíbe esa decisión o somos nosotros los que preferimos no mancharnos las manos y evitar tomar una decisión tan dura.
Ante toda esa complejidad los antieutanasia responderán con la solución ideal: los cuidados paliativos. Es necesario mantener y mejorar esos cuidados, pero siempre habrá realidades a las que estos cuidados no pueden llegar y, por lo tanto, evitar. Cuando yo llegue a una situación como la de María José Carrasco y no pueda mover nada ni prácticamente hablar qué harán los cuidados paliativos, ¿bastará con decir, es un caso extraordinario, y ya está? Cuando año tras año mi mujer y yo hayamos envejecido y yo me encuentre agotado y dolorido de sufrir día a día y momento a momento la carga que sí o sí, por mucho que me quieran, supondré para mi familia qué podrán hacer los cuidados paliativos. Cuando me encuentre agotado de vivir y, también literalmente, de respirar, qué podrán hacer los cuidados paliativos. Cuando el dolor neuropático aumente y la morfina no sea suficiente, qué podrán hacer por mí los cuidados paliativos. Son importantes, son necesarios, pero no son suficientes.
El dolor y el sufrimiento no es un valor para nada. Crear un Dios que no se conmueve por el sufrimiento humano y que no se escandaliza ante la torpeza del ser humano que llega a transformarse en sadismo y que además se lo atribuyen a él es muestra del escaso o falso razonamiento del ser humano y de como permitimos el dolor de nuestros semejantes sin querer implicarnos en su resolución, la banalidad del mal se encuentra más extendida de lo que parece. Creemos que nada nos incumbe del sufrimiento ajeno mientras la ley nos permita mantenernos indiferentes y sin mácula, creemos. Vivir es, casi siempre, un privilegio, pero la vida puede ser larga y morir es el final, pero también forma parte de esa vida, una vida que hay que tenerla con dignidad desde su principio hasta su fin, un fin que debería ser siempre con posibilidad de despedida y en calma, un fin también con la misma dignidad.



No hay comentarios:

Publicar un comentario