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martes, 21 de marzo de 2017

Lo que el conflicto de los estibadores también pone de manifiesto




Debo reconocer en el principio que no domino en profundidad el asunto, sólo pretendo poner de manifiesto su complejidad, no únicamente la de este en concreto, utilizarlo no deja de ser un pretexto. Ahora, cada vez más, la realidad tiene múltiples ramificaciones que nos pueden pasar desapercibidas. Hace años cada problema podía estar perfectamente localizado, en aquel lugar parecía poder situarse nítidamente los protagonistas del mismo, las partes en conflicto. Si existían consecuencias asociadas al mismo o nos eran desconocidas o las percibíamos tan lejanas que no tenían por qué  ser tenidas en cuenta. El mundo en el que habitamos esto ya no es posible, podemos ignorar esas ramificaciones pero esa ignorancia no deja de ser un acto voluntario; si lo deseamos podemos seguir el hilo de las mismas hasta su final o, al menos, darnos cuenta de su complejidad tal que nos hace perdernos en esa ramificación.
Bruselas exige liberalizar la estiba, por esto el Tribunal de Justicia de la Unión Europea condenó el 11 de diciembre de 2014 a España por considerar que el régimen legal en que se desenvuelve el servicio portuario de manipulación de mercancías contraviene el artículo 49 Tratado de Funcionamiento de la Unión Europea. Este régimen que castiga Bruselas obliga con carácter general a las empresas estibadoras que operan en los puertos de interés general españoles a inscribirse en una Sociedad Anónima de Gestión de Estibadores Portuarios (SAGEP) y, no permite recurrir al mercado para contratar su propio personal, ya sea de forma permanente o temporal, a menos que los trabajadores propuestos por la SAGEP no sean idóneos o sean insuficientes. El valor de la mercancía  que se mueve por los puertos españoles en exportaciones e importaciones alcanza el 20% del PIB. Junto a la importancia económica del sector de la estiba nos encontramos con que el citado tribunal falló en diciembre de 2014 una multa que ya acumula un importe de 21,5 millones de euros. Para intentar cumplir con esa sentencia el Consejo de ministros elaboró un Real Decreto Ley. La no reforma podría ampliar la multa en 134.000 € al día.
Los estibadores, sin embargo, estaban en contra de esta reforma, que, según el Ministerio de Fomento, pretende romper el monopolio del colectivo para gestionar el sector, y por eso desde el momento que se puso en marcha este decreto anunciaron huelga. Los sindicatos de estibadores anunciaron un preaviso de huelga que comenzaría el 6 de marzo y  duraría tres semanas, con paros alternos de tres días por semana (lunes, miércoles y viernes).
El Congreso votó el pasado jueves 16 de marzo ese Real decreto y por primera vez se tumbó un Real decreto del gobierno del PP. La huelga fue desconvocada y la votación del Congreso muy celebrada entre esos trabajadores.
Por supuesto, me alegra esa alegría. Lo que está en juego no es sólo un problema que se puede reducir a cifras macroeconómicas, sino que es un problema humano que pone en juego puestos de trabajo y modos de vida de familias enteras. Ahora bien, también viene a reflejar algunas cuestiones  que la izquierda ha planteado  en el plano teórico desde hace años pero a las que no ha sabido afrontar en el plano práctico. Cuestiones como, por ejemplo,  el tema de la globalización. Este es un asunto que, querámoslo o no, ha venido para quedarse y que exige de las fuerzas sociales una evidente y amplia renovación. El cambio en la realidad hace necesario otro en las fuerzas sociales que intentan modificar esa realidad. No sirve para nada manejar instrumentos añejos para enfrentarse a nuevas realidades, a lo único que aboca esto es a la frustración y a la pérdida de peso político de esas fuerzas. La globalización implica un evidente cambio en el lugar de la toma de decisión. El poder económico siempre ha sido aquel que se encontraba en la práctica detrás del poder político y moviendo sus hilos. Si antes podíamos localizar casi sin problema la persona que ejercía ese poder desde hace tiempo esto ya no es así, este poder difícilmente se puede personalizar y localizar, parece escaparse de nuestras manos.

Una segunda cuestión que no termina la izquierda de afrontar en toda su complejidad es la del cambio de manos del ejercicio de ese trabajo bien por el deseo de la privatización, el empresario siempre desea poder elegir la opción más barata, o por el añadido  de la deslocalización. Allá donde la pobreza es mayor la mano de obra siempre será más barata. Las distancias que antes eran una dificultad difícil de resolver ahora son una cuestión menor.
Estas cuestiones ponen de manifiesto lo que las organizaciones sociales de izquierda (partidos y sindicatos) no plantean en su discurso. Efectivamente, es necesario creer que otro mundo es posible pero será imposible hacerlo con las herramientas de antaño. La crítica al poder de las grandes multinacionales, a la presión que ejercen las grandes instituciones financieras internacionales, a la fe en el mercado como solución de todos los problemas y a la falsa igualdad que supone el libre comercio difícilmente será eficaz si no se hace desde una entidad a un nivel lo más cercano posible a la de esas instituciones capaz de articular una presión que pueda actuar sobre la realidad y modificarla. Conseguir la Tasa Tobin, la condonación de la deuda externa, la libre circulación de personas, el control político de las multinacionales y el establecimiento de una democracia participativa que consulte a los ciudadanos sobre como gastar el dinero, entre otras cuestiones, exige unir fuerzas no de una manera coyuntural sino de una forma estable y permanente. La solución, en estos casos, no puede ser local sino global, ha de tomarse a una altura similar a la que muestra el poder económico. Estoy hablando del problema del soberanismo. No hace mucho Pablo Iglesias reivindico en el parlamento una recuperación de parte de la soberanía  cedida a la Unión Europea. Hay en esta petición un planteamiento, desde mi punto de vista, erróneo. El internacionalismo de la Asociación Internacional de Trabajadores creada en el siglo XIX prácticamente no existió. En teoría la izquierda vendría a defender ese internacionalismo, y, por lo tanto, difícilmente podría entenderse como nacionalista. El enfoque equivocado es pensar que en el ámbito local, entendiendo como eso aquel que se encuentra más a nuestro alcance, las decisiones de tipo económico y social serán más adecuadas; esto carece de sentido pues nada garantiza que las personas que han de tomar esas decisiones serán así las mejores, lo que si se garantiza es que cuanto menor sea el ámbito en el cual se toman esas decisiones éstas tendrán cada vez menor incidencia y menor capacidad transformadora de la realidad social. La leyenda de David contra Goliat no deja de ser una leyenda; en todo caso hacen falta muchos David unidos para enfrentarse al gigante. El discurso internacionalista sencillamente no existe, las fuerzas sociales desean espacios menores que les garanticen una mayor probabilidad de ocupar el poder con los beneficios añadidos al mismo aunque su capacidad transformadora sea mucho más que mínima.
El mundo se ha globalizado nos guste o no y ese mundo mejor posible tendrá esa característica y las consecuencias de la misma que no podemos ignorar. Es cierto que es mucho más duro ver padecer al vecino y no a otro que vive a miles de kilómetros de nosotros, pero nos guste o no no podemos dejar de ser conscientes que las decisiones y comportamientos que tomamos aquí inciden a esos miles de kilómetros y, por lo tanto, en sus habitantes. La izquierda no puede dejar de recordar el enorme desequilibrio económico y social que tenemos en el mundo de hoy. La búsqueda de soluciones ha de tener esto en cuenta. Nuestra alegría a menudo genera profunda tristeza lejos de nosotros. Volvemos a encontrarnos con un ellos y nosotros en el que este último término viene delimitado por unas líneas fronterizas que siempre son artificiales. Este análisis complejo trae como consecuencia un discurso complejo que no es nada cómodo ni popular, pero, no nos engañemos, no hacerlo es no estar centrados en el problema real y en la coherencia del discurso, únicamente es un discurso a la búsqueda del voto en el mercado electoral, pretendiendo ignorar que la victoria de esos votantes puede hacerse a costa  de otros mucho más empobrecidos. Puede que no seamos conscientes de ello, pero este planteamiento es darle alas al pensamiento localista, vs. de extrema derecha, por eso, es frecuente encontrarnos con un salto de un extremo a otro del espacio electoral.
El ejercicio de la política es mucho más complejo, difícil y duro, de lo que nos gusta creer, y además tiene un último vacío que se encuentra por llenar y que las fuerzas de izquierda hace mucho que abandonaron. En la política no basta con la propuesta de unas medidas para organizar la vida económica, política y social; antes, durante y después de estas están las personas, estamos nosotros y si no se nos educa a la par de esas medidas no dejaremos de ser unas veletas que hoy señalamos hacia un lado y mañana hacia el otro, siempre en función de nuestro interés. No todo el tipo de personas vale para un mundo nuevo, ese cambio será imposible si con él no va aparejado un cambio en el hombre y en la mujer. La izquierda no puede eludir este asunto. El mundo no se renovará si la fuerzas sociales no lo hacen antes y estás tampoco cambiarán si no lo hacen las personas que las forman. Es bueno alegrarse de la alegría de los estibadores pero no podemos quedarnos ahí, no basta con votar en un parlamento para luego seguir encerrados en nuestro propio interés ignorando que cada medida forma parte de una tela de araña que todo lo interrelaciona y que será pura ficción si no cambiamos de verdad las personas que la tejemos.



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