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miércoles, 11 de septiembre de 2013

ASESORES


 
Existe, según parece, una multiplicada figura llamada asesor y encargada, según parece también, de aconsejar a nuestros políticos. Viendo repetidamente la eficacia de tales figuras uno se plantea los criterios que se siguen a la hora de elegir tales personajes y la capacidad de esos políticos para elegir algo que vaya más allá de su propia imagen y semejanza.

¿Para qué se eligen? ¿Para descubrir la realidad al político o para ayudarle a disfrazarla? ¿Para generar interrogantes o para fabricar admiraciones? ¿Para hacer ver las caras que uno no puede descubrir o para reforzar la única visión a la que se está dispuesto? ¿Para hacer ver los errores o para dorar la píldora y alimentar los egos?

¿Qué valores se buscan en ellos? ¿La falsa fidelidad o el espíritu crítico? ¿La capacidad de pensar o la verborrea sin sustancia? ¿La talla intelectual y moral o la estricta similitud? ¿La experiencia en un campo determinado o el mero seguidismo?

¿Qué hacen? ¿Decir lo que piensan (si lo hacen) a riesgo de convertirse en unos tocapelotas o callar lo que contradiga y asegurar el puesto? ¿Buscar los matices y las contradicciones o reforzar la voz de su amo? ¿Insertarse en la realidad a la que el político no llega o instalarse en la cómoda y “fructífera” capa de aceite incapaz de mezclarse con el resto? ¿Atreverse a decir no o acostumbrarse a decir sí?

¿Qué se pretende con ellos? ¿Encontrar buenos consejos o pagar favores? ¿Rodearse de personas capaces o compensar fracasos? ¿La exogamia para cultivar la riqueza de la diferencia o la endogamia para conseguir la homogeneidad al interior de la formación? ¿Las voces diferentes o el eco que se repita?

Si es posible dudar del cerebro alojado en la cabeza de algunos de nuestros políticos y políticas, más lo es del juicio alojado en su dedo elector. Tendrá la verdad un triste y antiguo refrán: Dios los cría y ellos se juntan.

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