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domingo, 4 de diciembre de 2011

TODO UN HOMBRE. SOLO UN HOMBRE



Ya he citado en alguna otra ocasión la frase latina “Memento mori” que se puede traducir como “Recuerda que eres mortal” y que se decía Cuando un general desfilaba victorioso por las calles de Roma, tras él un siervo se encargaba de recordarle las limitaciones de la naturaleza humana, con el fin de impedir que incurriese en la soberbia. Aunque también pudiera ser esta otra frase de un significado similar: “Respice post te! Hominem te esse memento!” "¡Mira tras de ti! Recuerda que eres un hombre" (y no un dios). En una sociedad tan dada a construir ídolos y tan dados nosotros a dejarnos enredar en la soga del halago no vendría nunca mal que alguien, cerca de nosotros, se ocupara de representar ese papel.
Quiero ejercer sobre mí de ese siervo incordiante que te impide llegar a creerte más de lo que eres cuando los demás se exceden en los elogios. Es necesario en la vida mantener firme la máxima por la cual no eres más cuando te cubren de elogios, ni eres menos cuando lo hacen de críticas. Eres el que eres, sin más.
Mi mujer, que es la persona que mejor me conoce, me dice a menudo que puedo llegar a ser el más tierno y el más borde, una catarata de palabras y el rey de los silencios. El doctor Jekyll y Mr. Hyde que quizás todos llevemos dentro, más o menos escondidos, más o menos terroríficos.
Soy pura materia orgánica sometida a todas sus servidumbres. Mi cuerpo expulsa materia en cualquier estado: sólido, líquido y gaseoso. Lamentablemente y dada mi circunstancia a veces da la impresión de que esa materia manda sobre mí y no yo sobre ella. Realiza todas aquellas funciones en las que nunca pensamos cuando hemos idealizado a alguien y algunas las realiza pobremente, igual que otras en las que sí pensamos.
Mi cuerpo es “fieramente humano”. Mi piel desea y se frustra en cantidades similares. Ángel y animal a partes iguales y de ninguna de ellas quisiera prescindir para sentirme gozosamente humano.
Mi cabeza ilumina y se oscurece, alcanza éxtasis y desciende a lugares que me avergonzaría se conocieran (¿yo solo transito esas tinieblas, esos basureros?) No me siento pecador por ello, solo me siento débil, y humano.
Mis pecados, que los ha habido y hay, han sido, fundamentalmente, de omisión, producto de la cobardía y de la comodidad. Pero la omisión no excluye las víctimas ni mi responsabilidad sobre ellas. Recuerdo un libro de Stefan Zweig, “Los ojos del hermano eterno”, un guerrero se lanza a la inacción en busca de la tranquilidad de espíritu y la experiencia es un fracaso pues siempre encuentra víctimas de cada inacción.
He cometido errores en muchas facetas de mi vida, errores que han tenido consecuencias y de las que yo me siento responsable, especialmente porque en esas consecuencias siempre han estado involucradas personas. Errores en los que yo también he salido perdedor.
Con algunos de esos errores, he hecho daño, mucho daño, quizás nunca queriendo, pero lo he hecho, incluso a personas a las que quiero y se lo he hecho, tanta es mi torpeza, intentado manifestar ese cariño. A veces resulta muy difícil amar sin transmitir dolor. Amas, quieres, no sé bien que término utilizar para que no cargue con la carga de prejuicios que alguno tiene como lastre. Nunca es pecado querer, tampoco lo es la torpeza, puede llegar a serlo insistir en ella.
No puedo ser ciego, aun con esclerosis múltiple no dejo de formar parte en este mundo del selecto club de los privilegiados. Sería un ofensa a Dios, a la Vida (llamadlo como queráis) sentirme una víctima más, tenga mi sistema inmunológico lo que tenga, mis lamentos deberían quedar petrificados en el momento en el que la verdad desnuda de esta sociedad se presenta. Incluso dentro de las personas afectadas por esclerosis múltiple no dejo de ser un privilegiado. Hay evoluciones mucho más agresivas que la mía, en las que el golpe es más brutal y la respuesta mucho más complicada. Es fácil, además, llevarlo bien con un entorno de apoyo como el mío, quiero creer lo que me dice familia y amigos, yo lo he ganado, pero, sé bien que esto en gran medida es suerte y que esa suerte, como muchos de los afectos que recibo, los siento como inmerecidos, sé bien que es así. Por ello no me creo capacitado para dar lecciones, sería un hipócrita, solo intento compartir mi experiencia, para dejarla escrita para mis hijos, que entiendan cual era mi pensamiento y comprendan por qué y cómo actuaba, y también por si puede servirle de utilidad a alguien. Con los años y mis vicisitudes he comprendido que tengo mucho que aprender, que he gastado mi tiempo en aprender cosas que ahora se me hacen inútiles y que he ignorado otras que ahora me resultan esenciales. ¿Qué puedo enseñar pues?
Hice referencia en otro lugar al fin de semana que la fotógrafa Lurdes R. Basolí, pasó con mi familia y conmigo haciendo un reportaje fotográfico de mi día a día. Quiero contar algo de ese fin de semana. La tarde del domingo la dedicamos a buscar a una persona con un nivel socio-económico bajo, pues Lurdes, con buen criterio profesional y humano, creía que sin alguien así el trabajo quedaría incompleto. En la esclerosis múltiple no podía ser todo tan guai. Lo intentamos y contactamos con una persona afectada y con una realidad social casi en las antípodas de las mías. Físicamente mejor pero aparentemente condenado a la soledad y al encierro. Acudimos a su casa, a su mundo, en busca de autorización de la familia. Fue un fracaso. No pudo ser. La visita, nos afecto mucho a Lurdes y a mí. Por distintas circunstancias había dificultad para rellenar el espeso silencio. Pero un acuerdo estaba claro, ninguno de los dos deseábamos continuar con las fotos, había que ponerle fin. Me hubiera sentido un hipócrita, me hubiera resultado una obscenidad hacer ostentación de mi situación “idílica” o de mis capacidades “heroicas”, después de haber visto y vivido aquello, fue lo que le dije a Lurdes. No porque esos días hubiera hecho algo diferente a lo habitual, ni porque hubiera actuado, sino porque después de aquello no me sentía con fuerzas. El heroísmo verdadero estaba en enfrentarse a esas dificultades. ¿De qué le serviría a esas personas? Me pregunto ahora si era necesaria esa experiencia para caer en la cuenta de ello y albergar ese sentimiento, si no estaba ya anteriormente participando de esa hipocresía aunque no fuera consciente de ello. Estas cosas tienen utilidad, pero para quien. También aquí, quizás, yo no era el ejemplo adecuado.
No quiero ser ídolo alguno para nadie, el ídolo está condenado a venirse abajo, a ser descubierto en sus contradicciones, a que se tornen los halagos en vituperios, a romperse por dentro mientras le rompen por fuera, cuanto más alto se le encumbre más dura será la caída, y todo por ser simplemente él.
Lo ejemplar como ideal inmaculado no existe. Cualquier idealización de una persona creo que no es sino sinónimo de inseguridad e inmadurez del otro. Lo que hace grande el esfuerzo no es la perfección (¿dónde está la grandeza de ese esfuerzo?) sino la imperfección, lo que nos hace mejorar no es lo conseguido sino lo que nos resta por conseguir, lo que nos hace sabios no es la ausencia de errores sino nuestra capacidad para reconocerlos y aprender de ellos, lo que nos puede hacer modelos no es lo inalcanzable que pudiera haber en nosotros sino lo que se puede encontrar al alcance de otros; lo que nos ayuda de verdad es el encuentro de carencias y de anhelos de superación comunes y diferentes, es aquello que tenemos que nos hace plenamente humanos, únicamente humanos.

1 comentario:

  1. Querido amigo Jesús, ¿porqué será que habiendo pretendido con este hermoso escrito "humanizarte", descabalgarte del pedestal al que dices que te hemos elevado los que te queremos, ahora te hallo en una hornacina del verdadero Templo de la Amistad? Eres un puñetero y seguiré criticándote de vez en cuando, aunque sólo sea para reconocer que engradeces a nuestros ojos hasta en lo más humilde de tu existencia.

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