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miércoles, 23 de noviembre de 2011

POBRE DIABLO


Azazel es uno más de los nombres que se utilizan para referirse a Satanás, al ángel caído. En el Levítico, 16, uno de los libros del Antiguo Testamento, se cuentan las instrucciones de Jehová a Moisés para que un macho cabrío purgue los pecados e iniquidades del pueblo de Israel, sea el chivo expiatorio que cargue con sus culpas. El libro dice así:

8 Y echará suertes Aarón sobre los dos machos de cabrío; la una suerte por Jehová, y la otra suerte por Azazel.

10 Mas el macho cabrío, sobre el cual cayere la suerte por Azazel, lo presentará vivo delante de Jehová, para hacer la reconciliación sobre él, para enviarlo a Azazel al desierto.

21 Y pondrá Aarón ambas manos suyas sobre la cabeza del macho cabrío vivo, y confesará sobre él todas las iniquidades de los hijos de Israel, y todas sus rebeliones, y todos sus pecados, poniéndolos así sobre la cabeza del macho cabrío, y lo enviará al desierto por mano de un hombre destinado para esto.

22 Y aquel macho cabrío llevará sobre sí todas las iniquidades de ellos a tierra inhabitada: y dejará ir el macho cabrío por el desierto.

La necesidad de un chivo expiatorio para mantener la cohesión de la sociedad, de sacrificar para restablecer el orden, orden restablecido sobre ruinas sacrificiales, es práctica común en toda sociedad y en la gran mayoría de sus sectores y organizaciones. Este es el planteamiento del antropólogo francés René Girard, para el que esa práctica victimaria tiene su origen en las distintas religiones y su final en el cristianismo ya que pondría al descubierto que las víctimas son inocentes. La necesidad del desconocimiento de esa inocencia sería clave para mantener la cohesión. El chivo expulsado al desierto cargado con las culpas de otros, con las que no son suyas o que son, al menos compartidas.

Imagino a ese diablo sentado en una silla en el centro de un círculo de personas desencajadas, vociferando insultos, escupiéndole. Un circulo de personas deseosas del linchamiento que solo puede ser contenido gracias a un cinturón de seguridad que les impide llegar hasta él. Cualquiera de sus gestos, especialmente cuando les mira a los ojos, irritaba todavía más a la turbamulta que lo sentían como una provocación. Periódicamente el gentío va relevándose, hombres y mujeres entran y salen, sustituyéndose unos a otros, cada una de esas personas deja prender su mecha con celeridad en el fuego de esa hoguera permanente, su vehemencia explosiona de golpe, se trata de un proceso cíclico que se repite en todos y cada uno de ellos: pábilo, cartucho, explosión, incendio, brasa y vuelta a casa venerando el rescoldo de ira que puede quedar, y hasta la próxima. Han descargado sus resquemores, sus intranquilidades, sus escondidas malas conciencias y vuelven a casa inocentes, a seguir su vida como si nada. La necesidad del diablo para justificar sus deslices, sus pecados, su deseo de que todo permanecerá igual. La necesidad del chivo expiatorio como carnaza para ser devorada por la plebe. Ese diablo condenado día tras día a ese suplicio. Alguien sobre quien descargar la rabia, el odio, toda la agresividad acumulada, un instrumento necesario para nuestra tranquilidad. Es el verdadero ángel caído. No es su maldad lo que se condena, sino el hecho de estar caído. Es la otra cara de la moneda de la religión de esta sociedad, un dios todopoderoso, en manos de unos supuestos mediadores, y un ángel caído, indefenso, destinado al linchamiento, a quien hacerle responsable de los males que entre todos hemos generado.

No comparto la visión optimista de Girard. Las religiones victimarias permanecen y el cristianismo no es una excepción, y esta dinámica ha impregnado la cultura de estas sociedades. España no solo no es ajena a esa dinámica sino que creo se la puede considerar alumna aventajada. Estos últimos tiempos pueden ser manifestación de ello, de la práctica del chivo expiatorio y de la cohesión social en torno a ese linchamiento. También la jerarquía eclesiástica española es fervorosa seguidora de esta práctica y no faltan ejemplos de la misma siempre que gobierna un partido de izquierdas, al que se le critican sus políticas sociales de izquierda, no sus políticas económicas de derechas. Uno reciente ha sido la intervención del arzobispo de Oviedo, Jesús Sanz, llamando al voto a los partidos de derechas, como siempre ha mostrado sin complejos su identificación con los mismos. Me recuerda a la proclamación del cardenal Cañizares según la cual impartir la asignatura Educación para la Ciudadanía era colaborar con el mal. Como dijo Nacho Dueñas, en la página de Redes Cristianas, ¿Alguien ha escuchado de boca de Cañizares la afirmación de que la desigualdad, el consumismo, la telebasura, la deuda externa, la carrera de armamentos, la tortura, las multinacionales, el FMI, el BM, la OMC sea cooperar con el mal? Seguramente de D. Jesús Sanz se puede decir algo similar. El mal, Azazel, Satanás, la necesidad de encontrar un chivo expiatorio, la delicia de poder cebarse en él y sentirse uno más en ese deporte nacional, el placer de llevarlo al hoyo y después permitirse la generosidad con el difunto, hombre de Estado, hombre de bien. Azazel deambula por el desierto, despreciado, en soledad y cargando con las culpas de todos. El Mal ha sido desterrado.

Pero no es así, si el Mal es la convicción de que es responsabilidad de todo educador educar en valores, valores para una ciudadanía democrática, solidaria, sensible y crítica, valores que no son patrimonio de ninguna iglesia ni de ninguna ideología, entonces no ha sido desterrado. Yo soy el Mal.

Si el Mal es considerar que el auténtico reside en todas aquellas cuestiones que ni el cardenal Cañizares ni la Iglesia jerárquica como tal se han tomado la molestia de condenar, al menos con el énfasis que ponen en otras cuestiones, entonces, está claro, no se ha ido pues yo soy el Mal.

Si el Mal es la certeza vital de que la vida y la muerte es patrimonio de cada uno y que facilitar esta última o dar la muerte es, a veces, un acto de misericordia, que morir también es un acto de libertad y vivir no puede convertirse en una condena, entonces, se encuentra entre nosotros, yo soy el Mal.

Si el Mal es pensar como el excomulgado Spinoza que la voluntad de Dios ideada por los hombres no es utilizada sino como asilo de la ignorancia y que, por lo tanto, la responsabilidad de todo gobernante ha de ser hacer extensiva a toda la sociedad una educación pública y laica independiente de toda iglesia, entonces aquí está: Yo soy el Mal.

Si el Mal es condenar la homofobia, el doble juego y cinismo instalado en nuestra sociedad y fomentado desde instancias eclesiásticas, mediáticas y políticas; me atrevería a decir, a pesar de que alguien se escandalizará, que de igual manera que decimos que Dios es padre, madre, hombre o mujer, con una inclinación sexual u otra, a buen seguro también se podría decir sin que se ofendiera que es gay, es entonces evidente que yo soy el Mal.

Si el Mal es detestar la caza de brujas, las excomuniones, los insultos como arma permanente para el hundimiento personal, la constante descalificación y persecución en nombre de un dios pelele de los aparatos eclesiásticos y en nombre de una ciudadanía de bien trasunto de una ciudadanía esclerósica, miedosa y acomodada, la ortodoxia erigida para hacer anatemas, entonces, no lo duden, yo soy el Mal.

Si el Mal es no resignarse a que todo permanezca siempre igual, a buscar la felicidad en la paz de los cementerios, a considerar que la tradición es ley cuando como todo suceder histórico tuvo su principio y deberá tener su final, a considerar que entelequias como esa Tradición, Patria y Dios han de estar por encima del hombre concreto y real, entonces es claro, está y estará: Yo soy el Mal, es decir, un pobre diablo.



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