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viernes, 8 de abril de 2011

¿DE QUÉ HABLAMOS?


Hablamos de política, de mucha política. Casi siempre de forma despectiva, casi siempre de aquellos con los que no nos sentimos identificados. Hablamos de política y de los políticos, de personajes más que de personas, de una escenificación que decimos nos disgusta y de la que argumentamos nos sentimos ajenos, que no nos afecta y por la que, sin embargo, somos capaces de polemizar, incluso de montar en cólera, de cavar la zanja que nos separe. Hablamos de otros.

Hablamos de religión. De curas, de monjas, de santos, de pecadores, de Dios. Ontología pura, del Ser y la Nada, cátedra de café y copa. Nos declaramos ateos, nos declaramos fervientes creyentes, nos apasionamos, nos aburrimos. Nos adentramos en la historia de la Iglesia y en la historia de la humanidad. Desciframos dogmas. Repetimos letanías. Verbalizamos rituales mientras la cabeza se nos va por otras callejuelas. Hablamos de otros.

Hablamos del corazón. Del corazón de papel cuché. De bodas, bautizos, comuniones. De divorcios, escándalos, traiciones. De hijos legítimos, hijos naturales, hijos políticos, hijos de p…, hijos de papel cuché. De la vida televisada, de la vida cotilleada, de la vendida al mejor postor. De la vida de otros.

Hablamos de resolver el mundo. Tenemos la receta perfecta, soluciones para todo. Simples, sencillas, baratas, radicales, efectivas, totales, definitivas, nuestras. Resolvemos todo aquello que pueda caer en nuestras manos: la educación, la sanidad, el tráfico, el hambre, el tabaco, las guerras, la macroeconomía, la microeconomía, el fútbol, la vivienda, la vida estratosférica que no es la nuestra. Hablamos de lo que no está a nuestro alcance.

Hablamos de la tele, hablamos del tiempo, de la última ocurrencia de un político, de la última parida de otro, de la mala educación de otras generaciones, del partido del domingo, del que habrá el próximo miércoles, del vecino, de la vecina, de cómo ha crecido el precio de la vida, de lo poco que vale el euro. La vida es un teatro y nosotros los espectadores.

Hablamos, en fin, de otros, y si puede ser mal, mejor. Nada une más que una crítica conjunta, cuanto más despiadada mejor. De otros, conocidos o no, cercanos o lejanos, con nombre propio o ciudadanos anónimos (como si cada ciudadano no tuviese su nombre). Hablamos de otros, ese es el objetivo. O el objetivo es no hablar de nosotros, de lo que nos duele, de lo que nos emociona, de lo que está a nuestro alcance, de lo que somos responsables, de lo que somos culpables, de lo que no queremos saber nada, de lo que no queremos que se nos recuerde, de lo que hacemos mal, de lo que hacemos bien, de lo que queremos, de a quién queremos, de aquello que nos pierde, de nuestros sueños, de nuestras frustraciones, de lo que nos conmueve, de lo que nos hace llorar, de lo que nos debería hacer llorar, de lo que nos hace débiles, de lo que nos hace humanos.

¿De qué hablamos? Quizás esta no sea la pregunta, quizás las preguntas sean otras, ¿con quien hablamos? ¿de qué hablamos con nosotros mismos? ¿Las palabras en nuestra cabeza no dejan de ser un regurgitar de nuestras vísceras, un eco del pensamiento que nos viene dado?. Quizás la pregunta clave sea: ¿ de qué huimos?

1 comentario:

  1. Yo siempre pensé que vamos por ahí adelante contando nuestras penas a los demás para evitar que los demás nos cuenten las suyas. Pero quizás esta "extroversión" solo sea aplicable a este extremo de nuestra vida social. Realmente hablamos mucho de los demás, puede -en este caso- que para evitar hablar de nosotros mismos. Y quizás el verdadero déficit de comunicación lo tengamos con nosotros.

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