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miércoles, 24 de noviembre de 2010

VOLVER A MIS FRONTERAS

¿Quién no ha tenido y tiene dolores y tristezas en su vida? Podemos optar entre la amargura permanente y hacer las paces con ese pasado y presente. Dolidos por lo que nos ha hecho la vida, por lo que no hemos llegado a ser o por una actitud de aceptación paciente de las adversidades. El miedo a las palabras, ¿resignación?, quítémosle ese halo de sometimiento y de tufillo clerical que envuelve la palabra y quizás sí, resignación. La vida no es más que un encadenamiento de causas y azares en el que cada uno de ellos nos lleva a otro, una pequeña modificación, milimétrica quizás, tendría una repercusión multiplicada en nuestra vida, se trata de nuestro particular efecto mariposa, en el que el simple aleteo de una mariposa puede cambiar nuestra vida, la mujer que nos acompaña, el hijo que tenemos, los amigos que son, los pasos de los que nos sentimos orgullosos... Claro que en ese encadenamiento habrá cosas que ojalá nunca hubieran sucedido o que lo hubiesen hecho de otra manera, pero, ¿seríamos quienes somos sin ellas? ¿Tendríamos a nuestro alrededor las personas que nos rodean y nos sustentan, las que nos dan sentido, las que queremos? ¿Estaríamos dispuestos a prescindir de ellas? ¿Quéremos lo que tenemos? ¿Nos importa prescindir de ello? Las alegrías de hoy son también hijas del dolor y la tristeza de ayer. ¿Aceptaríamos renunciar a lo que somos por las hipótesis que pudiéramos haber sido? Se trata, si podemos, de hacer las paces con el pasado, que es también hacerlas con nuestro presente, dejar de mirar con rabia la vida, con resentimiento y darnos la oportunidad de sonreír y sentirnos agradecidos. No es mistificar los daños, se trata más bien de positivismo lógico mondo y lirondo, de una visión de la vida en la que no interviene ni Dios ni el destino, de un estricto desencantamiento no exento, sin embargo, de la posibilidad de mirar la vida con ternura y emoción, con una felicidad tranquila, con más compasión y caridad y de la posibilidad de seguir soñando.

Si volviera a nacer me gustaría volver a ser yo.
Cuando digo que si volviera a nacer
me gustaría volver a ser yo
no es una afirmación fruto de un arrebato narcisista,
quiero decir que me gustaría volver a recorrer los mismos senderos,
a recalar en los mismos puertos,
a tararear las mismas canciones.
Y sin embargo,
no en todos esos senderos he comprendido hacia donde llevaban,
ni he caminado hacia donde yo quería.
No en todos esos puertos he sido feliz.
No todas esas canciones la música mecía mis oídos.
Y sin embargo,
si volviera a nacer me gustaría volver a ser yo.
Y cuando digo que si volviera a nacer
me gustaría volver a ser yo,
quiero decir que me gustaría tropezar en las mismas piedras,
adentrarme en las mismas oscuridades,
sangrar por las mismas heridas.
Y sin embargo,
la locura no se ha apoderado de mi,
ni me he dado a la virtud del sacrificio
o he asumido el deber de la penitencia.
Quiero decir que ese yo,
a ratos grande,
en muchas más ocasiones mediocre;
a ratos bueno,
en muchos más momentos mezquino;
a ratos palabra,
en la mayor parte de los trances silencio;
está hecho de roturas y remiendos,
de sonrisas y de lágrimas,
de certezas y de incertidumbres,
de aciertos y de errores.
Mis remiendos,
mis lágrimas,
mis incertidumbres,
mis errores,
mi yo.
Pero no es ese yo con el que me volvería a encontrar,
no ese yo el que me seduce,
el que me atrae.
Cuando digo que si volviera nacer
me gustaría volver a ser yo
quiero decir que me volvería a encontrar contigo
y no sólo alrededor de tus luces
sino también entristecido atravesando tus sombras,
y no sólo cobijado entre tus brazos,
sino también expuesto a tus tempestades,
y no sólo recorriendo contigo las verbenas,
sino también asomándome contigo a los precipicios.
Y cuando digo que si volviera a nacer me volvería a encontrar contigo
quiero decir también ellos.
Tú eres la puerta que me hace descubrir este yo.
Sin ti, sin ellos, yo no sería yo, sería otro.
No digo peor, no digo más triste,
digo que otro,
en quien no me reconozco,
en quien no te reconozco,
en quien no les reconozco.
Sería otro yo limitado por otras fronteras.
Pero son éstas las fronteras que yo elijo.
Las fronteras del corazón,
de este corazón viejo y canoso
que si volviera a nacer
le gustaría volver a ser él.

1 comentario:

  1. Llevas razón, Jesús. En otro sitio he escrito que, en gran medida, somos lo que comunicamos de nosotros mismos. Pero, aunque parezca una obviedad, lo somos no por comunicarlo sino porque los otros nos escuchan y nos atribuyen "significado". Nadie es en sí, sino en interacción con los suyos.

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