Etiquetas

sábado, 9 de octubre de 2010

INTELIGENCIA DE ESTABLO


Si la inteligencia hay que entenderla como la facultad de conocer, analizar y comprender mucho me temo que resulta cada vez más difícil encontrarla. Si la inteligencia está escondida, prácticamente han desaparecido los intelectuales. Los podemos encontrar enseñoreados en el supuesto cultivo de las ciencias o de las letras, instalados en el regusto de la superioridad, dominadores de un lenguaje críptico que a través de la oscuridad y del enigma les distancia del resto de sus mortales. Ésta es su gran paradoja, juegan a ser diferentes y al mismo tiempo se camuflan en su entorno, haciendo honor a la doble acepción del término. Caudillos de medio pelo temerosos de perder sus subordinados, intelectuales de establo que sólo sobreviven al calor del mismo. En esto han devenido los antiguamente llamados intelectuales orgánicos, en servidores de un órgano, en cautivos del pre-juicio.
Sois tan previsibles. Es todo tan aburrido. Son vuestras palabras tan huecas. Es tan degradante continuar oyéndoos. Es tan triste contemplar como surgen vuestros imitadores, como están siendo amamantados en el pesebre, como aguantan sin pudor el tufo del servilismo, como se selecciona al necio. Es tan insensato pensar que siempre lleváis razón por el mero hecho de ser vosotros, es tan rancia la película de buenos y malos que nos vendéis, son tan deprimentes los aplausos que os corean, es tan falso el concepto de fidelidad por el que os justificáis. Sois tan ciegos al no ver el abismo hacia el que vamos.
Da lo mismo la razón sobre la que se sustente ese comportamiento, el fin está en los medios y son estos los que educan. Unos y otros educan en la misma dirección: la suspensión del juicio, del pensamiento, la renuncia a la única facultad que nos hace humanos. El órgano que no se ejercita se termina perdiendo, la función que no se ejerce se olvida. Es en eso en lo que se educa, en la miseria intelectual. No pensar por sí mismo, no juzgar por sí mismo, no actuar por sí mismo. Es eso lo que vemos. Es eso lo que es. Un pensamiento propio que queda reducido al ámbito de lo privado no pasa de ser mera masturbación destinada al goce personal, a la autojustificación.
Pero la miseria intelectual ha de ser, por fuerza, miseria moral. ¿Por qué extrañarnos entonces de algunas cosas? Las palabras que utilizamos no son sino el velo que cubre lo que realmente somos, el cebo que arrojamos para nuestros objetivos, sólo tienen valor de cambio. Ese es el verdadero drama, el de la banalidad del mal, en palabras de Hannah Arendt, no hay reflexión sobre los actos, ni reflexión sobre sus consecuencias, se actúa por obediencia, por imitación, por tradición, siguiendo la estela de la masa en la que nos hemos disuelto. ¿Qué estamos construyendo? ¿Qué cimientos son esos? ¿Por qué no ha de poder repetirse la historia?
Es la soledad el destino del verdadero intelectual, quizás sea esa una de sus unidades de medida. Condenado al destierro, abandonado al desamparo. Y, sin embargo, es tanta la necesidad de los demás, son ellos los que le dan razón de ser, ¿cómo sustentarse en el equilibrio? ¿Cómo aguantar la tensión? ¿Cómo crecer en la incertidumbre? ¿Cómo estar más cerca de ellos desde su nostalgia?

1 comentario:

  1. Amén! De una precisión semántica apabullante. Brillante y demoledor.

    ResponderEliminar