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miércoles, 3 de febrero de 2016

LA UNIDAD INDIVISIBLE





En 1981 se aprobó la ley de divorcio en España, hasta entonces el matrimonio era considerado indisoluble, de todo el periodo nacional-católico se arrastraba la rémora de la sagrada unidad matrimonial.  Alcanzar aquello no fue fácil por la presión de la Iglesia Católica y de los partidos de derecha empeñados en esa unidad y una buena parte de la población escandalizada por esa posibilidad. La dificultad se plasmó en la propia ley ya que sólo se alcanzaba el divorcio cuando fuera evidente que, tras un dilatado periodo de separación, su reconciliación ya no era factible, y después de que se demostrase el cese efectivo de la convivencia de las partes o la violación grave o reiterada de los deberes conyugales. La separación había que ganársela. Hoy nos puede parece ridículo ese pensamiento en la medida en que tenemos asumido el sinsentido que supone forzar a la convivencia cuando esta ya no es posible. La posibilidad de divorcio como un derecho es algo irrenunciable y hoy viviríamos como una agresión que nos privaran de ese derecho. En 2005, entraba en vigor la controvertida Ley del 'Divorcio Express' por la aquí se suprimía ese amplio periodo de separación previa. Cualquier abogado aconsejará a una pareja en estos trámites qué en la medida de lo posible se opte por un divorcio de mutuo acuerdo antes que por un contencioso que supondrá un enfrentamiento entre las partes. La cuestión a dirimir no será divorcio si o divorcio no sino la elaboración de su convenio regulador, es decir, de las condiciones con las que se pacta la separación. Un divorcio supone un intento de convivencia fracasado en el que a menudo las culpas están repartidas. La solución a ese fracaso no puede estar en prohibir el divorcio sino en trabajar la convivencia.


El conflicto generado con Cataluña me recuerda, salvando las lógicas distancias, a todo lo anterior, desgraciadamente parece que las partes están interesadas más en el derecho o no al divorcio que en la restauración de la convivencia. Todo invento humano es perecedero del mismo modo que lo es su creador. La nación no deja de ser un invento humano que tuvo su principio y tendrá su final, sea este ahora o más adelante. La verdadera prueba no será cuanto se mantendrá entera sino como se pactará ese final. No todos aquellos que piden un referéndum pretenden romper España, al contrario, buscan la manera dialogada de mantenerla tal cual la conocemos hoy. Aquellos que se niegan a tratar de modo alguno este problema son los que verdaderamente la están rompiendo. Comprobar que son mayoría aquellos que pretenden permanecer en España es la primera manera de cerrar la boca a aquellos que defienden lo contrario. La locura de unos no puede contestarse con la locura de los otros. Los conflictos son la ocasión de pensar su solución no para encerrarse en ideas intocables, es el momento del encuentro y no el de levantar muros para la confrontación. Lo que verdaderamente es necesario tener en cuenta al final no es como queda España sino como quedan los españoles.


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