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jueves, 28 de febrero de 2013

RESISTENCIA

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Se trata de una época gris en la que todo parece desmoronarse a tu alrededor. No ya realidades añejas, vetustas, injustas; realidades a las que quizá, inevitablemente, te sientas apegado, sobre las que inflaste tu propia burbuja, esa que ahora te estalla; donde erigiste tu propio señor de las moscas para controlar las criaturas que amenazan con nacerte y romper tu imagen, pero, al fin y al cabo, realidades que realmente merece la pena perder. Es el hundimiento sombrío de miles de sueños, la victoria aplastante de la mediocridad llevándose por delante presentes y futuros hechos carne y vida. No es la amenaza vulgar de las estadísticas sino el dolor de los nombres que hay tras ellas, el resquebrajamiento de los rostros que tú conoces y sientes, la solidificación de sus lágrimas, lo que te deja sin voz, sin encontrar la palabra adecuada que quieres y debes decir; lo que te hace sentir impotente, inmensamente débil, sin saber como pelear, como golpear, como defenderte; convertido en un saco de arena recibiendo golpes. Y, sin embargo, sabes que debes responder, que no puedes permanecer quieto esperando que pase la tormenta, que no puedes contentarte con recoger los restos del naufragio, con lamentar el desastre e ir intentando recuperar los fragmentos que han quedado de ti, que han quedado de ellos, que han quedado de todos.

Sabes que debes reaccionar, que la parálisis no solo detendrá tus músculos sino que te inmovilizará por dentro, embotará tus sentidos y te hará imposible volver a ser sujeto activo, protagonista real de tu propia vida. Que anulará tus juicios y construirás tu propio engaño, disfrazando de victoria lo que no es sino un paso vergonzante al enemigo.

Sabes que debes resistir y no dejarte convertir en un guiñapo que mira la vida al bies, en el simple reflejo antónimo de un sin vivir. Resistir, construir en ti una alternativa que les desoriente, con la que no puedan jugar porque desconozcan su libro de instrucciones, que no pueda ser utilizada para hacer su otro yo fabricado de la misma miseria. No basta con responder, la resistencia es aprovechar la respuesta para renacer construido con otros mimbres.

Siente rabia, descarga la rabia, pero que la furia no maneje tu cuadriga, que la cólera no sea tu dueña y ahogue todo espacio para la serenidad. Que el resentimiento no se vaya instalando en ti para ir haciéndose dueño y señor de tus días.

Siente tristeza, abre tus costados a las heridas para que estas puedan sangrar, conmisérate hasta que tú seas el otro y no el burdo simulacro con el que hoy queremos convertir en gran teatro del mundo el espectáculo de títeres de cachiporra  que hoy nos domina; pero que la tristeza ocupe su justo lugar, que no se convierta para ti en un gran lago helado en el que la vida deje de fluir.

Sé un animal político, no dejes en manos de nadie la voz que es a ti debida, estate allí donde nadie te puede representar, sé por ti mismo pueblo con el pueblo, no te desentiendas nunca de su caminar, de su permanente migrar;   pero no dejes de ser también un animal poético, que la intimidad sea un gran jardín en el que todo florezca, que el símbolo sea un tesoro que no dejes de tallar, que tu lenguaje sea capaz de remover todas las esquinas del ser humano, que tu poética sea poiesis, un permanente hacer y crear que derive en la autopoiesis, un hacerte y crearte sin fin.

Indígnate, rebélate, levanta la voz, altera el gesto, manifiesta tu enojo, pero que la ternura, cuando llegue, nunca te encuentre cansado y torcido el semblante, que no te impida descubrir y celebrar la vida allá donde brote, maravillarte de lo que es imposible robar aún dentro de una cueva de ladrones.

Reconoce y haz tuyo el pensamiento colectivo, pero nunca dejes de pensar por ti mismo, nunca abandones el buril de la crítica, siempre punzante con ese mismo pensamiento, siempre afilado, siempre sutil contigo mismo. Nunca detengas la máquina de tu cerebro y nunca pares de generar energía emocional en tu viaje a Ítaca, pues habrás de sortear para arribar a ella, lotófagos y cíclopes, lestrigones y sirenas.

Que en todo instante, sean cuales sean los golpes que hayas recibido, la mirada de la vida te descubra en pie, erguido, dejando correr su savia por ti, que la dignidad sea tu frontispicio hasta el ultimo momento.


domingo, 24 de febrero de 2013

LA MATERIA DE LA QUE ESTÁN HECHOS LOS SUEÑOS

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Hay momentos en los que la vida se ve zarandeada por golpes terribles que irremediablemente la transforman y en los que, al menos en un principio, el miedo preside tus días. La transformación, en estos casos, supone pérdidas, certeras o probables, pero siempre está marcada por la incertidumbre. ¿Cómo será mi vida de ahora en adelante? ¿Cómo será la vida de los míos? ¿Qué será de mis sueños?

El sueño se proyecta hacia el futuro, quede lo que quede del futuro anterior, aunque solo aparenten ser los restos de un naufragio. Las perspectivas del futuro pueden cambiar, de hecho siempre van cambiando con el paso de los días y con ese cambio lo hacen también los sueños. Parecemos ir pasando de la edad inicial de los sueños a las edades finales de los recuerdos, lo hacemos con el paso de los años y también con la llegada de una realidad frustrante, la vida y el crecimiento supone el encuentro con la frustración, con los límites y con el dolor. En mi caso, ahora, con la esclerosis múltiple y las pérdidas que me acarrea, no es poco, en otros casos suponen otras perdidas igualmente o en mayor medida dolorosas, desgajadas violentamente de nuestra zona de confort. Y, sin embargo, sueño, a pesar de todo sueño, inevitablemente sueño, afortunadamente sueño.

Cambia la materia de la que están hechos los sueños, de los estrictamente gozosos de la infancia, hechos de irrealidad, puro deseo y juego sin calibrar, a los de la madurez, marcados por el pasado, ¿qué es el pasado sino la realidad hecha presencia? La presencia de los límites y del dolor, el aprendizaje frustrante de los mismos. Y, sin embargo, sueño, a pesar de todo sueño, inevitablemente sueño, afortunadamente sueño.

Soñar es amar, pasar de esos sueños infantiles a los de la madurez y senectud. Del carácter épico de los primeros a la naturaleza mínima de los otros. Mínima, aún así puede ser preciosa. En los primeros no hay nada que perder y nada que se encuentre en riesgo perder, en los segundos ya se ha perdido. La condición para poder seguir soñando es no quedar anclado en el pasado, no amar lo ya perdido, sino amar lo que todavía tenemos y que podemos correr el riesgo de perder. Amar lo perdido no es sueño sino simple añoranza, pesadumbre, permanente mirada hacia atrás y no hacia delante. Aceptar que la vida ha cambiado y con ella la materia de la que se encuentran hechos nuestros sueños; de la fantasía, que no se puede perder porque no se tiene, a la vida, con lo ya perdido porque se ha tenido.

Y a pesar de todo sueño, todavía, sueños hechos de infancia a través de ellos; ellos son el objeto de esos sueños; construyo posibles realidades que puedo no ver y no por ello será un fracaso. No los elaboro para llegar a verlos, los elaboro para que sean. Son mis sueños pero son sus realidades. No los sueño para, necesariamente, llegar a disfrutarlos, sino para disfrutar la tarea de hacerlos posible. Construyo castillos que solo temo hacerlos en el aire. No temo que no lleguen a cumplirse, temo estar, de hecho, socavando sus cimientos. Pero esos y el resto de mis sueños están cargados de madurez y senectud. La vida me ha llenado de matices y me ha enseñado sus límites, que lo que se alcanza rápidamente puede perderse con igual celeridad; me ha enseñado la fragilidad con la que estamos hechos y no por ello imposibilitados para la felicidad; que el sueño de hacernos cambia de formas pero no tiene fin y que resulta gozoso no en la manera en como lo imagino sino en la forma en como lo voy haciendo y me veo siendo con él. Siendo para terminar no siendo.

Sueños hechos de pasado y de futuro. Es mucho más lo que va quedando atrás, no solo por el transcurrir del tiempo, sino también por el peso de las pérdidas que, inevitablemente, cercenan posibilidades. Construidos sobre el pasado no para enfangar sus trazos sino para aportarles la única sabiduría que puedo poseer, la que la vida me haya ido dando; no para encementar sus pies, sino para proyectarlo hacia el mañana, el mañana del paso a paso, del día a día, el mañana del presente, del hoy que siempre está por venir, hasta que ya no llega porque habremos cedido el testigo.

Sueños hechos de tristeza y alegría, de las lágrimas que nos ha traído el quebranto y de las sonrisas que hemos arrancado de entre sus resquicios, de la merma que nos ha supuesto el deterioro y de la sensibilidad que con él nos ha dulcificado la mirada, de los sollozos que lo acompañan y de la necesidad de reír que surge de él.

Sueños hechos de dolor y de placer, el tormento del resquebrajamiento que has sufrido, de la parte de ti que te ha sido extirpada; sueños que duelen cargados de ausencia, lo que no tendrás, lo que no serás, lo que no estará junto a ti inevitablemente presente, sueños rasantes; y en ese vuelo la posibilidad de ganarse una caricia, una sonrisa, un beso. El lento placer de una conversación que se introduce en los entresijos de tu ser para dejarlos al descubierto; el lento placer de una lágrima, de la cálida emoción que puede llevar; el tórrido deleite de lo prohibido a lo que no renunciarás aún sabiendo que solo será eso, un sueño.

Sueños construidos de la vida misma, de sus heridas y cicatrices, del connatural deseo que nos acompañará siempre, de la ilusión con la que construiremos pequeños refugios donde descansar, y, en algún momento, el anhelo de dormir; sueños hechos de muerte, ¿por qué no?, el sueño de morir, de cerrar los ojos y decir adiós, un adiós tranquilo y, en cierto modo, satisfecho, una despedida feliz.

viernes, 18 de enero de 2013

VÓMITOS


 
Que los aparten de mi vista que voy a vomitar.

Es inaguantable la manera en como los sostenes de la patria se han enriquecido, la manera en como han amasado fortunas en paraísos fiscales.

El cinismo con el que justifican su tren de vida.

La hipocresía con la que se presentan ante los ojos de los demás, critican la  paja en el ojo ajeno y esconden la viga en el propio.

La forma en como hacen leyes para su beneficio utilizando para ello el discurso del bien común.

La chulería con la que se jactan de sí mismos.


Que los aparten de mi vista que me provocan nauseas

La arbitrariedad y el escándalo con la que aplican las medidas de gracia.


La sobreactuación con la que se comportan en público, la simulación, siempre interesada y partidista, con la que actúan.
Los responsables políticos últimos de todo este cambalache que juegan a no saber nada y mirar hacia otro lado.

La estulticia que desprenden y con la que soportamos ese espectáculo.

Que los aparten de mi vista… y que les den… un buen escarmiento.


viernes, 11 de enero de 2013

¿DISCAPACITADO? Claro que sí.

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Vivimos en una sociedad hipócrita empeñada en coger con pinzas todo aquello que puede manchar, que puede doler, que exige cambios e iniciativas. La sociedad de lo políticamente correcto que se ha enseñoreado del lenguaje. No es gratuito este enseñoramiento disfrazado de paternalismo, tras la apariencia del cuidado y del respeto solo pretende mantener la realidad tal cual, eso sí, con un ficticio lavado de conciencia.

Soy un discapacitado, claro que sí. No quiero decir con ello que no tenga capacidades, claro que no. No quiero decir con ello que no sea capaz de desarrollar otras capacidades más allá de las perdidas y que quizás, de otra manera, no hubiera desarrollado igual, claro que no. Pero es obvio lo perdido, es inútil pretender mirar hacia otro lado, cerrar los ojos. Es patente lo que ya no volveré a hacer, evidente el retroceso, lo que la vida me ha privado y tuve, las limitaciones que me va imponiendo. A qué pretendo jugar si lo negara, si participara cual castrati de esta ópera bufa, simulando que no pasa nada, que lo que se pierde por un sitio se recupera por otro. No es así, lo perdido perdido está y se echa de menos, se echa mucho de menos. Cuestión aparte es qué hago yo con mi vida, como manejo el timón, que recursos desarrollo. Pero esto es cosa mía, poco importa más allá de mi ámbito privado, poco valor, más allá de eso, puede tener aunque lo tenga.

Poco me importa el término que me otorguen. Soy un discapacitado, he perdido capacidades, claro que sí. Soy un minusválido, no me puedo valer por mi mismo de igual manera que ayer, claro que sí. Me encuentro hecho un cascajo aunque mi cabeza intente llegar cada vez un poco más lejos; un pequeña (o gran) ruina, aunque la vida dibuje monumentos en el vertedero. No me afectan las palabras, sí me afecta la tibieza, ese andar de puntillas en torno al dolor. Llamemos a las cosas por su nombre. No agreden las palabras, agrede la actitud aunque se envuelva en papel de celofán. El problema no es cómo lo llamamos, el problema es qué hacemos con ello, qué hace la sociedad con ello, qué hacen sus gestores. El encubrimiento lingüístico no es una cuestión de pudor, no es solo un tabú, es un problema político. La diversidad funcional no dice nada salvo una obviedad y esta sí puede llegar a ser insultante pues puede esconder el factor político del asunto: la compensación. La diversidad es una categoría fundamental de toda sociedad pero se encuentra en todos los frentes y en todos ellos ha de tenerse en cuenta si aspiramos a una sociedad justa; el de la movilidad no tiene por qué ser el primero. No se trata solo de diversidad, se trata también de que las situaciones de partida son desiguales y por tanto los alcances también lo serán. Hay realidades con difícil solución pero no es el caso de la mayoría de ellas, falta la disposición para tenerlas en cuenta y compensarlas.

Llámenme tullido, lisiado, impedido, pero preocúpense de aplicar las leyes, de establecer políticas compensatorias, de tener en cuenta las normas de accesibilidad, de facilitar la integración real de niños y de adultos y no teman tanto ofender mi sensibilidad con sus palabras.

jueves, 10 de enero de 2013

SER Y NO SER



Los elogios, cuando llegan a ti se desmoronan, descerrajan la niebla que los cubre y con la que juegas a engañarte y exponen a tus ojos lo que eres.
Aquello a lo que honrosamente renunciaste y que, sin embargo, continúas deseando.
Las puertas que no quisiste traspasar y que envidias lo que ocultan.
Lo que diste y echas de menos.
Lo que eres y no eres a la vez, santo y demonio, virgen y puta.
Lo que no quieres ser aunque lo quieras, lo que quieres ser aunque no lo quieras. La contradicción en la que se ha movido tu barca siempre a punto de zozobrar.
De lo que estás orgulloso aunque hubieras preferido pasar de ese cáliz.
Lo que te dices, lo que sientes y que se encuentra ahí, centinela del dolor y de la duda, de la pregunta impenitente.
La blanca túnica de la que solo tú ves las manchas.
El dolor del que no puedes pasar pero del que deseas alejarte.
Los pecados que cometiste y con los que sigues soñando.
El hombre que soy y el que no soy. El que soy desde el no ser y el que no soy a base de arrancarme las costras de mi ser.
Soy el que he querido ser dejando que mi no ser le arrastre la corriente, pero las aguas de este río no cesan de bañarme. 

martes, 18 de diciembre de 2012

TENGO ESCLEROSIS MÚLTIPLE. ¿Y QUÉ?

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Tengo esclerosis múltiple, ¿y qué? No soy menos ni soy más, no soy poco ni soy mucho, no soy el primero ni soy el último, soy el que soy, soy el que fui, soy uno más.

Es cierto, no puedo andar, pero nadie me podrá quitar el deseo de iniciar nuevos caminos y avanzar en ellos.

En mi cabeza el procesamiento se ha vuelto más lento, mi memoria más remisa, los equívocos más frecuentes, pero permanece en mí el placer de pensar y de pensarme a mí mismo, de reflexionar sobre lo que he sido y lo que soy, sobre aquello que puedo llegar a ser, incluso de soñar sobre ello. 
El más mínimo esfuerzo, pequeños movimientos, me suponen una fatiga demoledora, aún así ansío las largas conversaciones sinceras, a flor de piel, a calzón quitado; la música, la poesía y el teatro rearman mi desmoronado cuerpo, los gestos de afecto lo rejuvenecen.

He perdido la sensibilidad en el tacto, mis dedos difícilmente reconocen, pero mis manos siguen deseando tocar, acariciar, explorar nuevos territorios, traspasar nuevos preceptos.

Soy, de cintura para abajo, un torpe recuerdo de lo que fui, pero mi piel sigue deseando ser tocada, mi cuerpo sigue vivo, necesita ser complementado, mis fronteras quieren ser transgredidas.

Mi historia es, desde hace años, una historia de pérdidas, pero eso me permite acercarme, cada vez más, a los perdedores, de conquistar la humildad, de ganar en humanidad.

Soy dependiente, pero me doy cuenta, que, de alguna manera, siempre lo he sido, pero nada me impide, por ello, desarrollar la rebeldía, la capacidad para exigir, la libertad para la desobediencia. 

A veces requiero de los demás para las necesidades más primarias y allí, tocando fondo, descubro la grandeza de la persona, la seguridad que aporta el amor, la fuerza que transmite el cariño, la capacidad de sobrevivir con una sonrisa en arenas movedizas.

Desde hace tiempo, cada día, cada minuto, me acompaña el dolor, pero es posible transformarlo en un arma de empatía, en un puente sobre aguas turbulentas, en un prisma para mirar al mundo de otra manera, con menos altanería, con menos orgullo, a ras de suelo.

Tengo esclerosis múltiple, ¿y qué? Ha cambiado mi vida, pero en medio del oleaje yo sigo manejando el timón, no ha podido arrebatármelo. Soy sujeto y predicado, voz y silencio, rabia y ternura, lágrima y  risa, espectador y protagonista, la porción de una vida en común empeñada en hacer bien su papel, en dejar su testimonio. Sí, tengo esclerosis múltiple. ¿Y qué? ¿En qué soy diferente?

sábado, 1 de diciembre de 2012

TODAS LAS EDADES


Tengo acumuladas todas las edades,
el despertar balbuciente de la niñez,
la turbia búsqueda de la adolescencia,
el vigor de los años de oro,
la calma triste de la madurez,
la debilidad de la senectud.

Abandonada y perdida entre las sábanas, mi piel busca las huellas que el paso del tiempo dejó sobre ella. Epidermis dormida, aún así tengo sobre mí todas las pieles,
la perfumada de la infancia,
la piel en celo de la pubertad,
la hambrienta de caricias de la juventud,
la necesitada de vida de la prudencia,
la resquebrajada de la vejez.

Reincidente en el fracaso, olvidado en la fortuna, tengo en mi interior todas las derrotas,
el príncipe destronado de la infancia,
el amor maltrecho de la adolescencia,
la brusquedad sangrante del resquebrajamiento de las utopías de la mocedad,
la progresiva pérdida de los sueños de la larga estepa que le sigue,
el vértigo de la otredad de la senilidad.

La figura de cera de semblante serio y gesto prudente, esconde el jugador espontáneo de la niñez,
el atolondrado de la nubilidad,
el que arriesga de la juventud,
el calculador de la madurez,
el despreocupado de los últimos años.

El epicúreo zarandeado por la vida guarda, a pesar de ello, todos los inicios,
el que no puede esperar, que ha de ser satisfecho de inmediato para evitar la rabieta,
el que podemos postergar para un momento mejor
y el que no puede ser pospuesto porque el mañana ya no forma parte del tiempo.

Por todo ello puedo llegar a sentir miedo como un niño aterrorizado,
soy capaz de enamorarme como un adolescente,
de desear como un joven,
de razonar como un adulto
o de esperar tranquilamente como un anciano sentado a la puerta de su casa.

Ninguna edad se nos ha ido del todo, las guardamos a la espera de necesitarlas,
únicamente el miedo a vernos en lo que fuimos puede impedir que hagan su aparición;
la estúpida censura del pasado,
el pánico a ver nuestro interior.

Solo los sueños han ido perdiéndose en la bruma dejada por los años para quedar reducidos a unos pocos nombres,
que no el mío,
a unas cuantas ambiciones,
que no las mías,
y a un cuerpo,
el mío,
cada vez más débil y bamboleante,
cada vez más silencioso y frugal,
soñando la exuberancia de otro. 

Gustave Courbet. El origen del mundo