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martes, 26 de noviembre de 2013

1984



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El domingo se publicó en EL PAIS el artículo “Futuros fatídicos que ya están aquí” de Juan Jacinto Muñoz Rengel, centrado en la literatura distópica y, especialmente, en la obra Un mundo feliz de AldousHuxley, a la que considera cada vez más terrible y poderosa debido a su vigencia siendo la pesadilla a la que parecemos dirigirnos. En ese artículo menciona 1984 de George Orwell, pero considera que ha perdido verosimilitud al quedar fuera de nuestro horizonte. ¿Es así?

Hace unas pocas semanas releí, después de más de treinta años, esa novela y lejos de quedar trasnochada como una vieja obra de ciencia ficción se resaltaba, conforme avanzaba en su lectura, su vigencia; lejos de significar una posible amenaza por llegar veía en ella una realidad que, en buena medida, se encuentra ya instalada.

En ella la visión del mundo inventada por el Partido se imponía con excelente éxito a la gente incapaz de comprenderla. No estamos ante una sociedad de partido único de origen totalitario. No. ¿No? No existe un solo partido acaparando el poder, pero sí parecemos existir en una sociedad de pensamiento único que se permite ser adornado por ornamentaciones ideológicas variadas. Una sociedad en la que los diferentes partidos parecen formar parte de una misma maquinaria. Unas partes de esa maquinaria que reproducen igualmente comportamientos esenciales. La necesidad de rectificar el pasado continuamente a través de la mentira. La palabra no tiene valor y el hecho de variar en lo que se dice y hace es uso común del que no es necesario dar explicaciones porque no se demandan. El control del pasado depende por completo del entrenamiento de la memoria y para ello es necesario hacerse con un público fiel que asuma en cada momento el presente a pesar de haber llegado a él a través de la mentira. Convencer de la infalibilidad del Partido, poseedor de la verdad absoluta. Infalibilidad a la que se llega a ella a pesar del doblepensar, que significa el poder, la facultad, de sostener dos opiniones contradictorias simultaneamente. Un acto que ha de ser consciente, para asegurar su  precisión y, a la vez, inconsciente, para que no haya sentimiento de falsedad. Ese público fiel es consciente de la contradicción en el discurso pero a la vez asume su no contradicción porque la verdad no depende de la realidad sino de quien la enuncia, el Partido. Este comportamiento evita el ejercicio de pensar y otorga tranquilidad y seguridad al recaer la responsabilidad en una entidad superior.

En ese ejercicio de control del pensamiento tiene un papel importante la neolengua, en la que se transforma el léxico para no decir lo que no se quiere decir pareciendo que lo dice. Terminología que se esconde y se sustituye por eufemismos para reflejar una realidad diferente. La realidad deja de existir como tal para solo existir en la mente humana, no en la individual sino en la colectiva, la del Partido. La creencia que se quiere transmitir es que es imposible ver la realidad sino a través de los ojos del Partido. 

El Partido no se preocupa de perpetuar su sangre sino de perpetuarse a sí mismo. Es decir, un mismo modo de ver y de tapar la vida, de mantener el poder por el hecho de mantenerlo y no tanto por la capacidad que teóricamente supone para transformar la realidad. Y es que la realidad es intransformable, se impone por sí misma, sólo puede ir a peor si no la dejamos en manos del Partido. La idea de que se está en guerra permanente, y por tanto en peligro, hace que la entrega de todo el poder a una reducida casta parezca la condición natural e inevitable para sobrevivir. Es la doctrina del shock de Naomí Klein, el auge del capitalismo del desastre, a través de impactos en la psicología social a partir de desastres o contingencias, se provoca que, ante la conmoción y confusión, se puedan hacer reformas impopulares o se mantenga una estructura social deteriorada.

Lo anterior incluye la necesidad permanente de un enemigo. Un enemigo que, en este caso, se encuentra dentro del mismo sistema y que juega un doble papel, el del peligro de la destrucción del sistema, el de enemigo, y, a la vez, de sostenedor de ese mismo sistema. Entre ellos se pueden intercambiar los papeles sin que, en el fondo, nada cambie. Para ello es necesario fomentar el odio, asegurar los minutos diarios de odio personalizándolo en otro.

Por último la figura del omnipresente y vigilante Gran Hermano. Vivimos en una sociedad en la que la tecnología permite que seamos permanentemente espiados y controlados. Pero no son necesarias las telepantallas para llegar a conocer los actos de cada individuo en la medida en que este se convierte en Gran Hermano de sí mismo y de los demás. Basta con echar un vistazo a las redes sociales y a los millones de mensajes diarios por wassap para darnos cuenta de que vivimos en un escaparate elegido, en muchas ocasiones, voluntariamente. Optamos por una vida en abierto para los otros renunciando a la privacidad de actos y sentimientos. Un Gran Hermano también para los otros. Precisamente en uno de los días de la lectura de 1984 un joven fue atropellado y muerto. Las imágenes del suceso circularon por smartphones minutos después del mismo, por wassap se divulgó inmediatamente la identidad de la víctima, antes incluso de que su familia fuese informada. ¿Quién nos vigila?

     ¿Estamos condenados? La obra dibuja una sociedad en la que los simples impulsos y sentimientos de nada sirven, nada importaba lo que se sintiera o dejara de sentir, lo que se hiciera o dejara de hacer. Le apartaban a uno con toda limpieza del curso de la historia. La visión que ofrece la obra es fuertemente pesimista, sin embargo en algún momento de la misma, Winstom Smith, el protagonista, realiza la siguiente reflexión referida a los proles, la masa de gente que vive atemorizada y aislada de la política: “Lo que importaban eran las relaciones humanas, y un gesto completamente inútil, poseía un valor en sí”. Un Winstom completamente derrotado cierra el libro con “dos lágrimas, perfumadas de ginebra” resbalando por sus mejillas. Con anterioridad Orwell ofrece la siguiente afirmación: “Si podemos sentir que merece la pena seguir siendo humanos, aunque esto no tenga ningún resultado positivo, los habremos derrotado”. ¿Qué significan esas dos lágrimas?

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