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lunes, 8 de octubre de 2012

NO ME REPRESENTAN

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Detesto el populismo que se va extendiendo, a menudo sin ser conscientes de ello, cada vez más entre nosotros, el de la clase política, el de todos los políticos son malos, el de solo piensan en robar, el del carro al que se suben archipopulistas archimillonarias como la señora Cospedal, lo detesto. Siempre serán necesarios los políticos, no cualquier político, no, pero sí los buenos políticos. Será necesario un control riguroso sobre el ejercicio de la política pero no se podrá prescindir de personas que se dediquen a ese ejercicio y ese control, tengámoslo claro, de una manera u otra, está en nuestras manos. La democracia directa se podrá intentar extender lo máximo posible pero siempre tendrá sus límites por lo que nunca podremos renunciar ya a la representativa. Lo asumo, siempre tendrán que existir representantes, también los míos, pero he de decir que cada día me siento más huérfano de los mismos, en la orfandad política. No niego que los que hoy se sientan en los bancos de los parlamentos lo son oficialmente, asumo que voluntariamente decidí participar en el juego y ahora, que las bazas me vinieron malas, no puedo retirarme sin más (cabría preguntarse quién puede escapar realmente al juego). Reconozco que no soy persona fácil, que nunca me sentí satisfecho con nadie y, seguramente, nunca lo estaré, que no aspiro a encontrar a alguien con el que poder identificarme plenamente, a un clon de mí mismo que ocupe un cargo político, ni esa persona existe ni existirá, ni sistema político alguno lo permitiría, pero cada día me siento más en la orfandad política, cada día puedo afirmar más categóricamente que estos políticos no me representan. No pretendo realizar una generalización absoluta, ni esconder mi mayor cercanía (a veces más afectiva que otra cosa) a unos que a otros, pero, aun así no puedo dejar de sentir esa aseveración: no me representan.

Los que solo dicen y piensan el argumentario que se les pasa desde los despachos de su partido, los que resultan tan previsibles en el fondo y en la forma, los disciplinados voceros de su amo, no me representan.
Los que, parafraseando a Groucho Marx, con tal de mantenerse en el puesto, pueden decir sin complejos, “estos son mis principios; si no le gustan, tengo otros”, no me representan.
Los obedientes servidores del poder financiero que hacen pasar, sin un ápice de crítica, por inevitables las medidas que este exige, por las únicas posibles, por “lo que hay que hacer”; los que venden pereza mental como sentido común, servilismo  como patriotismo, no me representan.
Los que, desde sus escaños y en los medios de comunicación, patean, vociferan, aplauden mecánicamente sin saber a qué, abuchean mecánicamente sin saber a qué, insultan descaradamente y lo hacen pasar por ingenio, rebuznan y creen que hablan, cocean y creen que caminan, no me representan.
Los que se aferran de por vida a un escaño, a un cargo, a un sillón, a un despacho; hacen de vasallos fieles cuando el cambio de viento puede hacerlos mover, manipulan el poder cuando lo tienen en sus manos para no moverse de él; los que ponen sus intereses al frente de cualquier cambio, los que nunca dimiten, los que nunca dicen basta, los que sienten pánico ante la posibilidad de volver a ser uno más, no me representan.
Los que simplifican la realidad incapaces de ver su complejidad, los que la reducen a una pelea de buenos y malos, de blanco o negro, los que en su discurso solo buscan titulares y la pedagogía política la reducen a propaganda, no me representan.
Los que nunca dirán “me he equivocado”, los que nunca pedirán perdón, los que siempre creerán encontrarse en la posesión de la verdad por el simple hecho de estar donde están, los que nunca reconocerán parte alguna de verdad al otro por el mero hecho de ser el adversario, los que nunca llegarán a darse cuenta de que esto lleva a la estupidez y no a la inteligencia, no me representan.
Los que impiden que avance la realidad cargados de dogmas intocables, los que, por ello, nunca se cuestionan el presente, los que carecen de un mínimo ejercicio de autocrítica, los que son incapaces de imaginar una realidad distinta a la actual, los que, sencillamente, tienen miedo al cambio no vayan a perder su lugar en él, no me representan.
Los del “cuanto peor mejor”, los del “dejad que se hunda que ya la levantaremos nosotros”, los que anteponen el interés partidista, corporativo y personal al de la sociedad, los que no ven personas sino votos, no descubren problemas sino cuentas de resultados, los que hacen cálculos de beneficios con el sufrimiento ajeno, no me representan.
Los que hoy dicen digo y mañana diego y pasadomañana vuelven a decir digo otra vez, los que hoy hacen y dicen lo que ayer criticaron y mañana criticarán, si es necesario, lo que hoy hacen y dicen, no me representan.

Sé que todo lo anterior no es únicamente aplicable a políticos, sé que esas actitudes y comportamientos se encuentran de igual manera en otras muchas organizaciones sociales; la cerrazón intelectual, la estrechez de miras y el interés personal ante todo los podemos encontrar desde en la más grande hasta en la más pequeña, desde la que tiene una importante cuota de poder en la sociedad hasta la que no tiene ninguna, en los que enarbolan una bandera y en los que enarbolan la contraria, en todas ellas podemos reconocer el narcisismo, la rigidez y el egoísmo citados, la miseria intelectual y moral, la violencia gratuita. Es por ello por lo que la sensación de orfandad  es mayor, pero soy consciente que no me puedo constituir en república independiente, que no puedo hacer el camino solo, que en él habré de encontrar otros huérfanos como yo y sé que encontraré compañeros de viaje a mi gusto y otros que me generarán incomodidad, pero, aún así, habré de hacer el viaje con el ánimo siempre alerta para detectar todas esas tentaciones, todos aquellos que hayan caído en ellas y no me representan y aquellas en las que pueda haber caído yo de tal manera que ni yo mismo me represente.

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