Los términos espíritu y espiritualidad fácilmente ponen en guardia a la
mayor parte de la población, unos porque vienen de la experiencia de
colonización religiosa en la cultura dominante y todo lo que suene la misma
provoca una reacción negativa, y otros porque vienen de esa misma colonización
y por ello se sienten propietarios de
esos términos y se genera en ellos un mecanismo de autodefensa al considerar un
uso erróneo de los mismos. La palabra espíritu viene del latín spiritus, que significa
aliento o respiro, es decir, aquello que da vida. Como todo termino su uso irá con el tiempo adaptando su significado a las nuevas realidades. Espíritu
y espiritualidad no tiene por qué ver necesariamente con la religión. En
filosofía el espíritu se entiende como la sustancia de los seres humanos,
incluso el término puede referirse a una “espiritualidad atea” sin referencia a
un ser superior o exterior a uno mismo. Del mismo modo no tiene por qué darse
una oposición entre materia y espíritu; la práctica filosófica de origen
oriental habla de la unidad de los opuestos entre ellos materia y espíritu, o
interioridad y exterioridad. En cualquiera de los casos hay una esencia común
en esa palabra, aquello que alienta la vida y da sentido a la misma, venga de
donde venga y se quiera decir de donde se quiera decir. En ninguno de los casos
la espiritualidad supone un abstraerse del mundo, un salir de él para no volver
a entrar. La espiritualidad rodea la acción, va por delante de ella, se encuentra
por debajo y por encima de todo paso y empuja a actuar en la vida. El ser
espiritual no levita flotando por encima de la realidad sin mancharse con ella
sino que siente la necesidad de intervenir en la misma.
La espiritualidad alienta la vida
pero no la hace fácil en la medida en que supone una paradoja existencial,
vivir en una aparente contradicción entre dos términos opuestos, en la que es
necesario experimentar la tesis para después vivir la antítesis. Estamos ante
una actitud que viene acompañada en buena medida de la soledad, con frecuencia
nos sentiremos solos aunque estemos acompañados y a menudo tendremos que buscar
esa soledad para poder encontrarnos con nosotros mismos, pero será una soledad
buscada para después integrarnos más a fondo entre los demás, para sentirnos
uno de ellos. Es necesario buscar la paz, el descanso, para después adentrarse
en el conflicto. La vida es conflicto y es prácticamente imposible sobrevivir
en ese conflicto sin encontrar una dosis de aliento en la paz. Es conveniente
recrearse en el silencio para poder sobrevivir entre el ruido y encontrar en él
la palabra adecuada. La vida es un ruido permanente, una perturbación que
impide que la información llegue con claridad; difícilmente seremos capaces de
interpretar de forma adecuada la realidad que nos rodea si no somos capaces que
apartar ese ruido en algún momento; si nos dejamos arrastrar por la marejada
aquello que digamos será también ruido.
Se trata disfrutar la quietud para poder activar el movimiento; en las encrucijadas
de la vida es necesario detenerse un poco para elegir correctamente el camino;
el movimiento continuo, sin paradas, nos convierte en autómatas dejándonos
dirigir de forma condicionada por el poder; nada nos garantiza el acierto pero
sí es casi seguro el error si las decisiones son tomadas siempre a la ligera.
Se hace necesario elevarse hacia la trascendencia para poder aterrizar en la
inmanencia; el pensamiento no puede tener límites, paredes que lo encierren; la
trascendencia supone ir más allá de esos límites, superar las barreras
impuestas, supone afrontar lo que es el Absoluto, aquello que nos supera; lo
inmanente se hace más comprensible cuando lo observamos desde aquello que lo
sobrepasa, no para huir de él sino para entenderlo en su totalidad, al menos,
en su mayor parte; la realidad no acaba en nosotros, únicamente formamos parte
de ella, esa convicción ha de hacernos saber que nuestro pensar es un ejercicio
limitado y que ha de formar parte de él el esfuerzo por quebrar esos límites.
Hay que practicar la introspección, el análisis riguroso de nuestros
pensamientos, sentimientos y actos para poder comprender cabalmente el mundo
externo; nuestra mirada al exterior siempre es subjetiva, la objetividad plena
no existe sino que nosotros la modificamos en nuestro interior con nuestra
mirada; analizar con rigor esa mirada nos hace comprender con mayor profundidad
esa realidad; se trata de comprender y sentir esa realidad para poder actuar
más acertadamente sobre ella. Ha de cuestionarse uno mismo para acentuar la
sensibilidad ante el error ajeno y acrecentar la humildad propia; no estamos
por encima de los demás ni por encima de nada de lo que existe a nuestro
alrededor, debemos ser conscientes de que la posibilidad de error forma parte
de nosotros y la duda siempre ha de ser nuestra compañera, es necesario rebajar
la tentación de prepotencia y engreimiento, nada se cambiará adecuadamente con
esas cualidades. La espiritualidad supone agradecimiento a ese absoluto,
nuestra pequeñez justifica en mayor grado la exigencia de agradecimiento, somos
mínimos y a la vez somos necesarios, nuestra aportación es pequeña y a la vez
fundamental, el absoluto nos supera pero nosotros mismos ya somos el absoluto,
esta paradoja sólo puede ser comprensible desde esa experiencia de ser todo y
nada, lo último y lo primero, gratuito y necesario. Vivimos inmersos en una
realidad de la que es necesario distanciarse de alguna manera para poder
observarla de una forma desapasionada y hacerlo en su mayor parte; evitar
todo ese ruido que nos hace difícil
comprenderla, así como el ruido interior que nos descoloca e impide ver
aspectos que emocionalmente nos son incómodos. Lo que nos hace necesaria ésa
espiritualidad es el Absoluto que
nos rodea y que se encuentra muy por encima de nosotros y del que somos
responsables. Un Absoluto que también encierra la paradoja: lo pequeño, lo
mínimo, encierra ese Absoluto, esa totalidad, esa enormidad.
Ahora bien, qué sentido tiene ésa espiritualidad si no hay una práctica que
dé razón de ella. El ir más allá se convierte en una regla de vida, no como
algo obligatorio sino como aquello que sale de dentro; no hay una relación de
tareas que nos limita y que no sobrepasaremos nunca. Es falsa la imagen de un
ser “espiritual” que anda cargado siempre con esa lista y tiene la respuesta
rápida de “eso a mí no me corresponde” o “mi tiempo de trabajo se ha acabado”,
esto que puede tener sentido en algunas empresas privadas carece de él cuando
hablamos del empleo público y, fundamentalmente, del funcionariado que se
encuentra relacionado con el público. El reloj no ordena y manda, no hay
espiritualidad posible en la que la persona no esté por delante de todo,
especialmente cuando estamos hablando de los pequeños y de los humildes. Vivimos en una sociedad que
todo lo mide, que todo lo tasa, que nunca está dispuesta a dar más de lo que
considera percibe, a ser posible siempre menos, esto es una muestra de
inteligencia. Comprendo que este planteamiento puede ser polémico en algunos
casos, pero la medición de todo no se limita a lo que es la jornada laboral
sino que está presente las 24 horas del
día y los 365 días del año, allá donde estemos prima nuestro individualismo, la
sociedad está llena de individuos pero casi carece de ciudadanos. La
espiritualidad no elude el conflicto cuando es necesario, no huye del riesgo,
no se instala en la comodidad. No estamos hablando de valentía sino de
responsabilidad. El ser espiritual no puede ignorar aquello en lo que cree si
es severamente violentado y mucho más si en esa violencia alguna persona se
encuentra afectada. Siempre tenemos la obligación moral de preguntarnos por las
consecuencias de nuestras acciones. No podemos renunciar al pensamiento crítico
e intentar quedarnos al margen como simples espectadores. No hay espiritualidad
posible si lo que prima es la comodidad, no hay espiritualidad de sillón, sólo
hay farsa. El ser espiritual es capaz de aguantar la soledad, el silencio, la
quietud, e incluso la reclusión, es mejor sufrir una injusticia que cometerla,
en esos momentos sólo la capacidad de trascendencia puede venir en nuestra
ayuda. No hay dualidad entre cuerpo y espíritu, este último no se puede
entender sin el primero pero los cambios que le afectan, incluido el dolor,
aunque no dejarán de estar presentes, lo que vienen a plantear es la actitud a
tomar, cómo responder a ellos y, si es preciso, cómo sobrevivir a los mismos.
El ser espiritual nunca será fanático, siempre será crítico, en su vida no existen los ídolos, ni siquiera
el del poder o el del dinero. Esta actitud crítica lo convertirá en alguien
incómodo a todo aparato e incomodo para él mismo en la medida en que se sentirá
a la vez formando y no formando parte de él, sintiéndose familiar y extraño al
mismo tiempo. Será esa espiritualidad la que le llevará a menudo a emplearse en
causas perdidas cuando sienta que no puede permanecer impasible, que su
pasividad le hará parecer cómplice y el testimonio que en ese momento ofrezca
va más allá de sacar adelante, entonces, esa causa. La lucha interior que en él
se produzca le forzará a dar un paso adelante; no habrá espiritualidad sin
pelea interior, ese “aliento” le empuja a actuar pero no le calma. Se trata de
una experiencia emocional a la vez que
intelectual, una experiencia muy especial que quien la ha vivido siempre la
recordará como diferente, te remueve por dentro y te abre los ojos y las
entendederas. Ser espiritual es ser abierto, libre, sensible, comprometido,
crítico y decidido.
"La espiritualidad supone agradecimiento a ese absoluto, somos mínimos y a la vez somos necesarios, nuestra aportación es pequeña y a la vez fundamental, el absoluto nos supera pero nosotros mismos ya somos el absoluto, esta paradoja sólo puede ser comprensible desde esa experiencia de ser todo y nada, lo último y lo primero, gratuito y necesario"... Cierto Jesús, así es como yo vivo y siento la espiritualidad, no necesito muchas explicaciones externas convincentes, solo me paro en mí, en silencio sin juicio ni resistencias y vivo la experiencia espiritual, que yo llamo sagrada. Es una experiencia vital y necesaria para que cuerpo y mente sientan la paz y se desarrollen de manera armónica y también como una forma de descontaminarse del ruido y la basura que nos rodea. Gracias por tus reflexiones y conocimientos, siempre hay algo que aprender de ti. Un abrazo
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