Ramón Sampedro, tetrapléjico
durante años y confinado a una cama durante todo ese tiempo, cuando la
entrevistadora le preguntó cómo era posible que, en su situación, siempre
respondiera a las preguntas con una sonrisa en la boca., le contestó que había
aprendido a llorar riendo. La risa no anula el sufrimiento, la tristeza ya hizo
su nido en el interior del ser, se adhirió a él de forma permanente, una costra
casi inseparable del resto de ti. Hay situaciones en las que la vida necesariamente
te enseña a llorar riendo, otra cosa es que tú seas capaz de aprender. Por
todos aquellos que te rodean y, especialmente, por ti, es cuestión de supervivencia.
Sobrevivir al dolor que con frecuencia es permanente en nosotros, dos son las
opciones: la autocompasión y la fortaleza. La primera de ellas te hace
adentrarte más en el pozo y te convierte en un personaje incómodo para los que
te rodean, una persona débil que pide continuamente que los demás la
compadezcan, que hace de la queja su principal argumento, él siempre más, más
enfermo, con más problemas, mucho más de lo que quejarse, que envidia la
situación de los demás, un comportamiento que resulta, para ellos, insostenible
en el tiempo, inaguantable. Todos los seres humanos tienen sus miserias, sus
dolores, sus llantos, quebrantos para los que tienes que dejar espacio, tu
servicio ha de ser dar testimonio de la posibilidad de sobrevivir con la cabeza
en alto sea cual sea el malestar, ser una persona que, a pesar de todo, ayuda a
vivir con cierta alegría, una persona a
la que agrada acercarse pues uno sale de allí en calma y, si es posible, con
una sonrisa en la cara. Todo lo anterior supone fuerza de voluntad, una
fortaleza capaz de esbozar una sonrisa, deseosa de recibir noticias gratas, de
disfrutar de la belleza que la vida nos puede mostrar a veces, de saberla
contemplar cuando tenemos la oportunidad. La inmovilidad debe hacernos gozar
más del movimiento, la decrepitud del cuerpo admirar más la belleza de un
cuerpo joven, el agotamiento el impulso vital de la curiosidad y la energía de la infancia, la tristeza de nuestro estado hacernos cada vez más sensibles al
humor que nos puede mostrar la vida; es necesario mantener hasta el final el
sentido del humor y si es posible humor negro. Personas positivas que ayudan a
percibir el lado bueno de la vida, abiertas incluso a la crítica más personal, críticas
y autocríticas y siempre agradecidas. Todo eso no evitara nuestros momentos de
tristeza y llanto, de dolor y lágrimas, como tampoco evitará nuestro anhelo de
que la muerte se acerque, la aparente contradicción de reír y al mismo tiempo
desear la muerte. Tenemos el derecho para elegir ese momento, pero no a amargar
la vida al resto, se trata, si es necesario, hasta entonces, de llorar riendo.
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