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lunes, 9 de septiembre de 2019

LLORAR RIENDO




Ramón Sampedro, tetrapléjico durante años y confinado a una cama durante todo ese tiempo, cuando la entrevistadora le preguntó cómo era posible que, en su situación, siempre respondiera a las preguntas con una sonrisa en la boca., le contestó que había aprendido a llorar riendo. La risa no anula el sufrimiento, la tristeza ya hizo su nido en el interior del ser, se adhirió a él de forma permanente, una costra casi inseparable del resto de ti. Hay situaciones en las que la vida necesariamente te enseña a llorar riendo, otra cosa es que tú seas capaz de aprender. Por todos aquellos que te rodean y, especialmente, por ti, es cuestión de supervivencia. Sobrevivir al dolor que con frecuencia es permanente en nosotros, dos son las opciones: la autocompasión y la fortaleza. La primera de ellas te hace adentrarte más en el pozo y te convierte en un personaje incómodo para los que te rodean, una persona débil que pide continuamente que los demás la compadezcan, que hace de la queja su principal argumento, él siempre más, más enfermo, con más problemas, mucho más de lo que quejarse, que envidia la situación de los demás, un comportamiento que resulta, para ellos, insostenible en el tiempo, inaguantable. Todos los seres humanos tienen sus miserias, sus dolores, sus llantos, quebrantos para los que tienes que dejar espacio, tu servicio ha de ser dar testimonio de la posibilidad de sobrevivir con la cabeza en alto sea cual sea el malestar, ser una persona que, a pesar de todo, ayuda a vivir con cierta alegría, una  persona a la que agrada acercarse pues uno sale de allí en calma y, si es posible, con una sonrisa en la cara. Todo lo anterior supone fuerza de voluntad, una fortaleza capaz de esbozar una sonrisa, deseosa de recibir noticias gratas, de disfrutar de la belleza que la vida nos puede mostrar a veces, de saberla contemplar cuando tenemos la oportunidad. La inmovilidad debe hacernos gozar más del movimiento, la decrepitud del cuerpo admirar más la belleza de un cuerpo joven, el agotamiento el impulso vital de la curiosidad y la energía de la infancia, la tristeza de nuestro estado hacernos cada vez más sensibles al humor que nos puede mostrar la vida; es necesario mantener hasta el final el sentido del humor y si es posible humor negro. Personas positivas que ayudan a percibir el lado bueno de la vida, abiertas incluso a la crítica más personal, críticas y autocríticas y siempre agradecidas. Todo eso no evitara nuestros momentos de tristeza y llanto, de dolor y lágrimas, como tampoco evitará nuestro anhelo de que la muerte se acerque, la aparente contradicción de reír y al mismo tiempo desear la muerte. Tenemos el derecho para elegir ese momento, pero no a amargar la vida al resto, se trata, si es necesario, hasta entonces, de llorar riendo.

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