Debo reconocer en el principio que no domino en profundidad el asunto, sólo
pretendo poner de manifiesto su complejidad, no únicamente la de este en concreto, utilizarlo no deja de ser un pretexto. Ahora, cada vez más, la realidad
tiene múltiples ramificaciones que nos pueden pasar desapercibidas. Hace años
cada problema podía estar perfectamente localizado, en aquel lugar parecía
poder situarse nítidamente los protagonistas del mismo, las partes en
conflicto. Si existían consecuencias asociadas al mismo o nos eran desconocidas
o las percibíamos tan lejanas que no tenían por qué ser tenidas en cuenta. El mundo en el que
habitamos esto ya no es posible, podemos ignorar esas ramificaciones pero esa
ignorancia no deja de ser un acto voluntario; si lo deseamos podemos seguir el
hilo de las mismas hasta su final o, al menos, darnos cuenta de su complejidad
tal que nos hace perdernos en esa ramificación.
Bruselas exige liberalizar la estiba, por esto el Tribunal de Justicia de la Unión
Europea condenó el 11 de diciembre de 2014 a España por considerar que el régimen legal en que se desenvuelve el
servicio portuario de manipulación de mercancías contraviene el artículo 49
Tratado de Funcionamiento de la Unión Europea. Este régimen que castiga
Bruselas obliga con carácter
general a las empresas estibadoras que operan en los puertos de interés general
españoles a inscribirse en una Sociedad Anónima de Gestión de Estibadores
Portuarios (SAGEP) y, no permite recurrir al mercado para contratar su propio
personal, ya sea de forma permanente o temporal, a menos que los trabajadores
propuestos por la SAGEP no sean idóneos o sean insuficientes. El valor de la
mercancía que se mueve por los puertos
españoles en exportaciones e importaciones alcanza el 20% del PIB. Junto a la
importancia económica del sector de la estiba nos encontramos con que el citado tribunal falló en diciembre de 2014 una multa que ya
acumula un importe de 21,5 millones de euros. Para intentar cumplir con esa
sentencia el Consejo de ministros elaboró un Real Decreto Ley. La no reforma
podría ampliar la multa en 134.000 € al día.
Los estibadores, sin embargo, estaban en contra de esta reforma, que,
según el Ministerio de Fomento, pretende romper el monopolio del colectivo para
gestionar el sector, y por eso desde el momento que se puso en marcha este
decreto anunciaron huelga. Los sindicatos de estibadores anunciaron un preaviso de huelga que comenzaría el 6
de marzo y duraría tres semanas, con
paros alternos de tres días por semana (lunes, miércoles y viernes).
El Congreso votó el pasado jueves
16 de marzo ese Real decreto y por primera vez se tumbó un Real decreto del
gobierno del PP. La huelga fue desconvocada y la votación del Congreso muy
celebrada entre esos trabajadores.
Por supuesto, me alegra esa
alegría. Lo que está en juego no es sólo un problema que se puede reducir a
cifras macroeconómicas, sino que es un problema humano que pone en juego
puestos de trabajo y modos de vida de familias enteras. Ahora bien, también
viene a reflejar algunas cuestiones que
la izquierda ha planteado en el plano
teórico desde hace años pero a las que no ha sabido afrontar en el plano
práctico. Cuestiones como, por ejemplo,
el tema de la globalización. Este es un asunto que, querámoslo o no, ha
venido para quedarse y que exige de las fuerzas sociales una evidente y amplia
renovación. El cambio en la realidad hace necesario otro en las fuerzas
sociales que intentan modificar esa realidad. No sirve para nada manejar
instrumentos añejos para enfrentarse a nuevas realidades, a lo único que aboca
esto es a la frustración y a la pérdida de peso político de esas fuerzas. La
globalización implica un evidente cambio en el lugar de la toma de decisión. El
poder económico siempre ha sido aquel que se encontraba en la práctica detrás
del poder político y moviendo sus hilos. Si antes podíamos localizar casi sin
problema la persona que ejercía ese poder desde hace tiempo esto ya no es así,
este poder difícilmente se puede personalizar y localizar, parece escaparse de
nuestras manos.
Una segunda cuestión que no
termina la izquierda de afrontar en toda su complejidad es la del cambio de
manos del ejercicio de ese trabajo bien por el deseo de la privatización, el
empresario siempre desea poder elegir la opción más barata, o por el
añadido de la deslocalización. Allá
donde la pobreza es mayor la mano de obra siempre será más barata. Las
distancias que antes eran una dificultad difícil de resolver ahora son una
cuestión menor.
Estas cuestiones ponen de
manifiesto lo que las organizaciones sociales de izquierda (partidos y
sindicatos) no plantean en su discurso. Efectivamente, es necesario creer que
otro mundo es posible pero será imposible hacerlo con las herramientas de antaño.
La crítica al poder de las grandes multinacionales, a la presión que ejercen
las grandes instituciones financieras internacionales, a la fe en el mercado
como solución de todos los problemas y a la falsa igualdad que supone el libre
comercio difícilmente será eficaz si no se hace desde una entidad a un nivel lo
más cercano posible a la de esas instituciones capaz de articular una presión
que pueda actuar sobre la realidad y modificarla. Conseguir la Tasa Tobin, la
condonación de la deuda externa, la libre circulación de personas, el control
político de las multinacionales y el establecimiento de una democracia
participativa que consulte a los ciudadanos sobre como gastar el dinero, entre
otras cuestiones, exige unir fuerzas no de una manera coyuntural sino de una
forma estable y permanente. La solución, en estos casos, no puede ser local
sino global, ha de tomarse a una altura similar a la que muestra el poder
económico. Estoy hablando del problema del soberanismo. No hace mucho Pablo
Iglesias reivindico en el parlamento una recuperación de parte de la
soberanía cedida a la Unión Europea. Hay
en esta petición un planteamiento, desde mi punto de vista, erróneo. El
internacionalismo de la Asociación Internacional de Trabajadores creada en el
siglo XIX prácticamente no existió. En teoría la izquierda vendría a defender
ese internacionalismo, y, por lo tanto, difícilmente podría entenderse como
nacionalista. El enfoque equivocado es pensar que en el ámbito local,
entendiendo como eso aquel que se encuentra más a nuestro alcance, las
decisiones de tipo económico y social serán más adecuadas; esto carece de
sentido pues nada garantiza que las personas que han de tomar esas decisiones
serán así las mejores, lo que si se garantiza es que cuanto menor sea el ámbito
en el cual se toman esas decisiones éstas tendrán cada vez menor incidencia y
menor capacidad transformadora de la realidad social. La leyenda de David
contra Goliat no deja de ser una leyenda; en todo caso hacen falta muchos David
unidos para enfrentarse al gigante. El discurso internacionalista sencillamente
no existe, las fuerzas sociales desean espacios menores que les garanticen una
mayor probabilidad de ocupar el poder con los beneficios añadidos al mismo
aunque su capacidad transformadora sea mucho más que mínima.
El mundo se ha globalizado nos
guste o no y ese mundo mejor posible tendrá esa característica y las
consecuencias de la misma que no podemos ignorar. Es cierto que es mucho más
duro ver padecer al vecino y no a otro que vive a miles de kilómetros de
nosotros, pero nos guste o no no podemos dejar de ser conscientes que las
decisiones y comportamientos que tomamos aquí inciden a esos miles de
kilómetros y, por lo tanto, en sus habitantes. La izquierda no puede dejar de
recordar el enorme desequilibrio económico y social que tenemos en el mundo de
hoy. La búsqueda de soluciones ha de tener esto en cuenta. Nuestra alegría a
menudo genera profunda tristeza lejos de nosotros. Volvemos a encontrarnos con
un ellos y nosotros en el que este último término viene delimitado por unas
líneas fronterizas que siempre son artificiales. Este análisis complejo trae
como consecuencia un discurso complejo que no es nada cómodo ni popular, pero,
no nos engañemos, no hacerlo es no estar centrados en el problema real y en la
coherencia del discurso, únicamente es un discurso a la búsqueda del voto en el
mercado electoral, pretendiendo ignorar que la victoria de esos votantes puede
hacerse a costa de otros mucho más
empobrecidos. Puede que no seamos conscientes de ello, pero este planteamiento
es darle alas al pensamiento localista, vs. de extrema derecha, por eso, es
frecuente encontrarnos con un salto de un extremo a otro del espacio electoral.
El ejercicio de la política es
mucho más complejo, difícil y duro, de lo que nos gusta creer, y además tiene
un último vacío que se encuentra por llenar y que las fuerzas de izquierda hace
mucho que abandonaron. En la política no basta con la propuesta de unas medidas
para organizar la vida económica, política y social; antes, durante y después
de estas están las personas, estamos nosotros y si no se nos educa a la par de
esas medidas no dejaremos de ser unas veletas que hoy señalamos hacia un lado y
mañana hacia el otro, siempre en función de nuestro interés. No todo el tipo de
personas vale para un mundo nuevo, ese cambio será imposible si con él no va
aparejado un cambio en el hombre y en la mujer. La izquierda no puede eludir
este asunto. El mundo no se renovará si la fuerzas sociales no lo hacen antes y
estás tampoco cambiarán si no lo hacen las personas que las forman. Es bueno
alegrarse de la alegría de los estibadores pero no podemos quedarnos ahí, no
basta con votar en un parlamento para luego seguir encerrados en nuestro propio
interés ignorando que cada medida forma parte de una tela de araña que todo lo
interrelaciona y que será pura ficción si no cambiamos de verdad las personas
que la tejemos.
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