Tumbado en la cama esperas. Inmóvil, con los ojos abiertos, esperas. Tu
cabeza le da vueltas a algún pensamiento, algo a lo que darle forma luego y
déjalo vivir en la nube, esa en la que buscas pedazos de vida y en la que
quieres ser medianamente útil. Ahora esperas. La nube es para ti la ventana por
la que te asomas a la vida pero no es la vida. No te mueves, no puedes hacerlo,
la inmovilidad es un trago duro de asumir, la vida continúa pero tú no puedes
hacer nada para seguirla, sencillamente esperar.
Oyes subir los escalones de la vivienda común y girar la llave de la casa.
La vida entra por la puerta. No la vida que has dejado abandonada porque esa
que está entrando tú no la conocías, únicamente hablabas de ella porque habías
oído hablar de la misma, habías leído algo, has tenido que esperar a esta
situación para dejarle las llaves de tu casa y que entre en ella cuando quiera.
Es la vida en estado puro. Quizás no sea una inmaculada existencia, difícilmente lo es alguna, pero
es aquella que viene a cuestionar tus prejuicios, la que pone en evidencia tu
acomodado estado aún desde esa quietud que siempre puedes tener la tentación de
utilizar como coartada; tu conservadora vida por mucho que quieres teñirla de
rojo. Es la de los supervivientes, la del señalado y castigado grupo de los
gays, la de la permanente cuesta arriba de los inmigrantes, los del riesgo de
ahogo más allá del Mediterráneo de los subsaharianos, los del devaluado y
apartado grupo de los sudamericanos, la de los "amenazadores" musulmanes, la
de los de familias desestructuradas, la de quienes sobreviven a la soledad, la
de la mujer castigada doblemente por mujer y por pobreza. Supervivientes al fin
y buenos. A pesar de las dificultades a las que se enfrentan, buenos. A pesar
de sus orígenes siempre catalogados y sospechosos, buenos. Los de la permanente
sonrisa a cambio de nada. Los del beso y la caricia, los que saben que nunca se
rebajan cuando sirven, los que verdaderamente están cambiando el mundo.
La vida entra por la puerta cuando creías que en tu burbuja ibas a
permanecer sin estar en ella. Es la vida la que ha venido a ti y te ha envuelto
con su manto, la que te ha regalado su presencia, la que te ha abierto los ojos
un poco más, la que desde tu inmovilidad
te ha removido por dentro. La que, a pesar de tu pequeñez, te ha dado
valor y la que, sorprendentemente, entró y ahora también sale por la puerta, pero
es también la tuya, a pesar de que quedes aquí inmóvil, es tu vida la que sale
también con ellos, la que te ha enseñado una parte del mundo que desconocías y
que te ha convertido, ahora sí, en ciudadano del mundo.
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