“Rendirse no es una opción”, así
llamó Ramón Arroyo, afectado de esclerosis múltiple, el libro que escribió
contando su historia de superación que le llevó a participar en diversas
ironman (3,8 km de natación, 180 km en bici y 42,195 km corriendo). Historia
reflejada en la película “Cien metros”. Cuando un médico le aseguró que en poco tiempo no podría
caminar ni 200 metros, aquello fue un reto para su vida que le llevó unos años
después a participar en la prueba más exigente del triatlón. Entonces no se
rindió, pudo hacerlo, pero no siempre es así. El rendimiento tiene una doble
acepción de significados muy distintos. Uno se encuentra rendido cuando es
sumiso a algo o alguien. No te rindas nunca en este sentido. La otra acepción
es encontrarse agotado, muy cansado. Cómo puede combatir uno esto. Esta
enfermedad, a veces, nos vence. Uno puede empecinarse en enfrentarse una y otra
vez a ella y sentirse cada vez más derrotado. ¿Qué sentido tiene ese empeño?
Traigo de nuevo al recuerdo la pelea desigual de la película La leyenda del indomable. La derrota
forma parte de la vida y aceptarla cuando las evidencias se te amontonan sólo
es un gesto de racionalidad y si se quiere de humanidad. Uno se encuentra
rendido y por ello se rinde. Rendirse, en ocasiones, es la única opción
razonable y, a veces, sólo tiene sentido verla desde el punto de vista humano.
La pelea que uno establece con su cuerpo, en muchas ocasiones sin posibilidad
alguna de victoria, no puede ser eterna, uno tiene derecho a la paz cuando el
agotamiento es absoluto aunque pueda haber una hipótesis de victoria. Yo no me
encuentro en la silla de ruedas por pura comodidad, no dejé de ser capaz de
ponerme en pie sencillamente porque dejé de hacerlo. Puedo estar amargado por
ello, pero de qué me servirá ese enfrentamiento con la realidad salvo para
sentirme peor y amargar a mi entorno. No se volvieron inútiles los dedos de mi
mano derecha porque un día yo dejé simplemente de utilizarla. No era el ser
dependiente el objetivo de mi vida, no soñaba con que me dieran de comer, ni
con que me tuvieran que levantar, o vestir, o duchar, o que tuvieran que ayudarme en todas mis
necesidades. Nos encontramos en una sociedad en la que el sufrimiento y el
dolor no está bien visto, únicamente el que vence saldrá en los periódicos, el
perdedor se mantendrá oculto. Es la salud y la juventud la que impera, debemos
enseñar a ganar no a asumir la derrota, el dolor o la muerte. Ni siquiera
hablar sobre estos asuntos está bien visto. El mito del héroe, la gesta de
superación pueden llegar a ser perniciosas, no en todas las enfermedades
crónicas esto posible y, desde luego, no lo es en enfermedades sin cura
conocida o de carácter mortal. Es abrir un camino a la falsa esperanza que
puede ser la gran ocasión de los timadores, puede ser encaminar a un fracaso
que luego genere un mayor desencanto, o puede ser, sencillamente, el engaño,
faltar al derecho a la verdad de cualquier enfermo. Mucho cuidado, mucha
cautela. Sí, yo acepto que me he rendido, que me he dado por vencido en todo lo
que he dicho, admito esta realidad, pero me niego a ser sumiso, a considerar
que ya no tengo un aporte que dar en esta vida. Aquí estoy confinado a mi silla
de ruedas, pero deseo, si es posible, ser rebelde; descubrir la belleza de cada
amanecer y valorar el descanso en cada anochecer, valorar la grandeza que tiene
mucha gente humilde con la que te vas encontrando ahora, conmoverme con una
música, pensar lo que otros me plantean, gozar con unos dedos, desear otra piel,
alegrarme con la ternura de otro ante mi desnudez, percibir la serena belleza
de un cuerpo invalido y hacer oír mi voz allá donde pueda y como pueda. Admito
que atrás quedó aquel Jesús que se movía en el mundo pretendiendo moverlo a su
vez, pero hoy está este otro, un capullo que no termina de abrirse, una flor
peculiar, especial, que algún día deseo que alegre este pequeño territorio en
el que me muevo.
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